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ANÁLISIS
Escribe Alonso: Julio Monteros y los graptolitos. Fósiles del San Bernardo
MINING PRESS
29/11/2021

RICARDO ALONSO *

Uno de los elementos valiosos del patrimonio natural del cerro San Bernardo en la ciudad de Salta son sus fósiles. Fósiles muy variados que se remontan a los mares de los tiempos ordovícicos, unos 480 millones de años atrás. Para aquella época la configuración de los continentes y de los océanos era muy diferente a la que vemos actualmente.

Había entonces un gran súper continente (Pangea) y un gran súper océano (Pantethys). La antigua geografía (paleogeografía) indica que la tierra firme se encontraba hacia Brasil, donde las masas de corteza eran los núcleos cratónicos, mientras que lo que hoy es el norte argentino estaba cubierto por un mar somero que se hacía más profundo hacia la zona de la Puna.

Las capas del cerro San Bernardo indican una plataforma marina de unos 18 m de profundidad si se toma en cuenta la batimetría de los braquiópodos articulados o conchillas fósiles que allí se encuentran. Luego hacia el oeste se desarrollaba el talud y más allá, hacia el borde occidental de la Puna y el Chile actual, los fondos abisales.

Las corrientes de turbidez que se desprendían del talud daban lugar a unas rocas llamadas turbiditas, ampliamente distribuidas en la Puna y, especialmente en Jujuy, ricas en vetas de cuarzo aurífero. El tipo de rocas y los fósiles que contienen nos ayudan a entender toda esa fenomenología. El cerro San Bernardo y los cerros que lo rodean, contienen una fauna fósil de invertebrados realmente notables.

Tal el caso de los trilobites entre los que se encontraron decenas de especies diferentes. Descubiertos originalmente por dos de los sabios botánicos alemanes contratados por Domingo F. Sarmiento para la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba, los doctores Lorentz y Hieronymus, y que los estudiara Emmanuel Kayser en la segunda mitad de siglo XIX.

Trilobites que van a recibir intensos estudios durante el siglo XX de mano de grandes paleontólogos argentinos como los doctores H. J. Harrington y A. Leanza, autores de una obra monumental publicada en inglés por la Universidad de Kansas. Y luego estudiados y reestudiados por numerosos tesistas y paleontólogos de la Universidad Nacional de Salta, desde la época en que dependía de Tucumán.

Tal el caso del Dr. Juan Luis Benedetto y dos de sus discípulas, las paleontólogas Margarita Toro y Susana Malanca. Estudios que continúa en la actualidad la bióloga Josefina Aris, quien descubrió un rarísimo artrópodo: un marelomorfo.  Un trilobites fue descubierto y dedicado en homenaje al cerro por el Dr. Gilberto F. Aceñolaza de la U. N. de Tucumán al que bautizó como Sanbernardaspis pigacantha. Miles de restos de esos trilobites yacen conservados en las capas hojaldradas que conforman el esqueleto pétreo del cerro.

Pero también se encuentran sus huellas fósiles, las cruzianas, nombre que les diera el sabio francés Alcides D’Orbigny en la primera mitad del siglo XIX,  en homenaje al Mariscal Santa Cruz, presidente de Bolivia. A D’Orbigny le cabe también el honor de haber descubierto el primer graptolito de América del Sur. Las cruzianas y otras trazas fósiles de Salta atrajeron en varias oportunidades al Dr. Adolf Seilacher, profesor de Yale y Tubingen, que visitó reiteradamente la provincia en las décadas de 1980 y 1990.

El cerro contiene además capas fosilíferas ricas en braquiópodos articulados e inarticulados (língulas), gasterópodos, bivalvos, ostrácodos, artejos de crinoideos, filocáridos, conodontes, microfósiles varios e incluso pseudo-fósiles como las dendritas de manganeso, unos fractales naturales formados por la precipitación de sales de manganeso en las fisuras rocosas y que muchos confunden con helechos fósiles. Y entre todos esos fósiles conviene destacar a los graptolitos por muchos motivos. Los graptolitos eran formas planctónicas que flotaban en los mares paleozoicos.

Eso los convertía en organismos de distribución mundial. Al morir se desintegraban y caían al fondo oceánico donde sus ramificaciones se fosilizaban en las arcillas o limos y se conservaban por cientos de millones de años. Así graptolitos ídem a los de Salta pueden encontrarse en Australia o Escandinavia. Los graptolitos son indicadores muy fieles del tiempo  geológico y sirven para correlaciones precisas por su gran distribución mundial y por el corto lapso de vida de cada una de las especies.

Con ellos se puede relacionar idénticos niveles geológicos desde Bolivia al Famatina. Además se los ha utilizado para identificar rocas portadoras de plomo, plata y zinc como ocurre en la sierra de Aguilar en Jujuy lo cual prueba su importancia en metalogenia, esto es la génesis y distribución de los metales. Parecen dibujos a lápiz y de allí su nombre etimológico griego de “grapto” en el sentido de escritura y “lithos” igual a piedra.

El primer graptolito de Argentina lo encontró el alemán Ludwig Brackebusch precisamente en la entrada a Salta por el Portezuelo en la década de 1880. En 1951 recibieron un estudio intensivo por parte del italiano Renato Loss que trabajaba como investigador en el Instituto de Geología y Minería de Jujuy. En 1960 fueron parte de la monumental tesis doctoral de Juan Carlos Turner, realizada en Oxford y publicada en un tomo completo de la Revista de la Asociación Geológica Argentina.

Muchos estudiosos de diferentes universidades del país continuaron con esos estudios de los graptolitos. Entre ellos merece destacarse al Dr. Julio Argentino Monteros (1944-2021), quien realizó su tesis doctoral en la Universidad Nacional de Salta sobre los graptolitos y graptofaunas de la sierra de Mojotoro. Acompañado siempre por su esposa y gran especialista mundial en rocas ordovícicas, la Dra. María Cristina Moya.

Ambos dieron a conocer en cientos de publicaciones nacionales e internacionales la geología y paleontología de las rocas paleozoicas del noroeste argentino. Se enriquecieron de la sabiduría del doctor Alfredo Cuerda, un maestro de paleontólogos argentinos, a quien ellos le dedicaron el nombre de un graptolito salteño nuevo para la ciencia (Adelograptus cuerdai). Compartieron autoría con reconocidos científicos internacionales como Juan Carlos Gutiérrez-Marco, Isabel Rábano, Udo Zimmerman, Luis Buatois, Guillermo Albanesi, Gladys Ortega, D. García Bellido, entre otros.

Todos ellos pusieron al cerro San Bernardo y a la sierra de Mojotoro en la atención mundial de las rocas ordovícicas. Definieron las zonas bioestratigráficas de esos antiguos fondos marinos en base a graptolitos y trilobites. Establecieron una estratigrafía fina de las rocas marinas del Tremadociense y Floiense en el Ordovícico inferior, un tiempo que abraca desde 485 a 470 millones de años atrás.

Precisamente la transición entre esos dos pisos geológicos, de valor estratigráfico internacional, se encuentra entre los cerros de El Autódromo, Ala Delta y San Bernardo. Esto es parte del aporte científico universitario al patrimonio natural del cerro y de la sierra de Mojotoro, en este caso paleontológico. Y fue precisamente Julio Monteros quien hizo parte de ese gran aporte con su tesis doctoral defendida en la UNSa en noviembre de 2006 y que tuvo repercusión entonces en una nota en El Tribuno.

El trabajo contó con la dirección del mentado Dr. Alfredo Cuerda, eximio profesor de paleontología de la Universidad Nacional de La Plata. El tribunal evaluador estuvo integrado por los paleontólogos Dr. Gilberto F. Aceñolaza de la U. N. de Tucumán, la Dra. Gladys Ortega de la U. N. de Córdoba y el suscripto por la UNSa. Fue la primera tesis doctoral en paleontología por parte de un geólogo salteño en esa casa de altos estudios. 

Monteros dedicó más de una década al estudio exhaustivo de los graptolitos y descubrió junto al técnico Ricardo Domínguez del Conicet una nueva técnica para aislarlos de la roca y poder estudiarlos con lupas de gran aumento. Monteros realizó una completa clasificación y zonación de la distribución de graptolitos en los estratos rocosos que convierten a las rocas salteñas en una escala patrón para América del Sur.

Julio Monteros nos dejó el 14 de noviembre de 2021. Fue docente de paleontología en la UNSa. Era un hombre respetado y respetuoso, muy educado, excelente padre, buen esposo y cariñoso abuelo. Además de un excelso músico y cantor que con su voz y su bombo amenizaba las reuniones de colegas y amigos. Su impronta científica y humana, como sus amados graptolitos, está y permanecerá grabada en roca firme. 

* Doctor en Ciencias Geológicas


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews