Cada uno de los que desa- fiaban la ley de gravedad subidos a un palco atestado soñaba algo distinto. El palco crujía y se movía como si lo agitara un terremoto de baja intensidad por las cuarenta mil personas que saltaban en coreografía. 50 mil dijo Clarín; 25 mil, escupió Télam y 150 mil gritó el presentador del acto. Mientras la prensa oficialista titulaba el encuentro como "Ultimo round", los tres Moyano sentían que, por el contrario, era ésta la primera batalla de una guerra incierta.
A Hugo le gritaron "¡Negro!",como le decían cuando era chico y corría a los brazos de la madre: "Cuando alguien te ofende le tenés que decir: que Dios te bendiga", lo consolaba.
Pablo, hijo de su primer matrimonio con Olga Mariani, ocupaba un discreto segundo plano detrás de Hugo Moyano.
Porque así lo llama. No le dice padre, papá o viejo.
"Pablo es un patotero, va para adelan- te, no le tiene miedo a nada", le dijo a Clarín una fuente cercana a los Moyano. Cuando se cruzaban miradas con Facundo, su hermano, los testigos del palco bajaban la vista, temerosos de confirmar el rumor: ¿será cierto que los hermanos se odian? Facundo, hijo de Elvira de los Angeles Cortés, vivió su infancia en Mar del Plata y los encuentros con su padre fueron más irregulares. En el palco @Facundo_Moyano estaba atento a la tira histérica de tweets: -"No se cómo hace 2 años Camioneros llenaba Vélez solo y hoy mete 15.000 en la Plaza??", twitteó con ironía.
-"¡Qué raro que existiendo un pacto Clarín-Moyano no haya habido distribu- ción de diarios de la Corpo!", le dijo al microclima K.
-"A la banca no renuncio ni loco, di la vida por el proyecto cuando medía un 16% en 2008", siguió.
En septiembre de 2011 su cuenta de Twitter tenía 1.043 seguidores. Hoy su- ma 23.527 (agregó mas de mil después del acto). Allí se define como "marplatense y peronista, hincha del Alvarado y diputado de la Nación", al lado de una foto con su padre y Néstor K. Para Antonio "Cacho" López, titular de UECARA, Facundo "es un traidor". López recuerda que le dio trabajo en 2005 en la delegación sindical de Mar del Plata a pedido de su padre y Facundo empezó a organizar un gremio "a través de los métodos patoteriles de Hugo" y se quedó con los peajes.
En 2007 encabezó protestas violentas que terminaron en un pedido de deten- ción por coacción, robo calificado y destrozos. Nadie recuerda aquel pasado frente al nuevo Facundo, legislador del FPV de la mano de Scioli; de novio con Sofía Marsetti, diseñadora, modelo y azafata; asiduo visitante del Unicenter, y fanático del apple crumble y del lemon pie. Bajó de peso, se tomó vacaciones en Cuba y salió en las secciones de vidriera bajo el título de "El dipu-hot".
El vértigo legislativo alejó a Facundo de las cabinas de peaje: "Facundito no tiene idea de lo que significa atender 430 autos promedio por hora", asegura un delegado a Clarín. Hubo una tanda de despidos en 2010 y Facundo estaba en Sudáfrica viendo el Mundial con su ex novia, Catalina Poloni. El fútbol lo pierde: en 2009 ocupó el asiento 2F del vuelo 1204 de Aerolíneas con sólo 49 pasajeros VIP para ver el partido de clasificación argentina en Montevideo. Facundo acompañaba a sus nuevos amigos: Juan Cabandié y Mariano Recalde.
"¿Ves que él nunca se mete en estas cosas?", dijo en voz alta Pablo durante el bloqueo a YPF en La Matanza. "Facundo nunca viene, no da la cara".
Pablo heredó de su padre la conducción de Camioneros. "Yo no te voy a decir a vos como tenés que manejar a tu hijo", dicen que le dijo Kirchner a Moyano luego de los incidentes del 17 de octubre de 2006 en la Quinta de San Vicente durante el traslado de los restos de Perón. Aquella tarde Emilio "Madonna" Quiroz, el chófer de Pablo, fue filmado disparándole a la multitud.
La otra batalla de Pablo fue la que le permitió cooptar a casi 800 trabajadores de distribución de diarios y revistas: parte de la venganza de Néstor contra Clarín y La Nación.
La muerte lo ronda a Pablo como una mosca molesta: supo de la muerte de su hermano Emiliano en noviembre de 2011 (tenía 36 años y un cuadro psicótico), y la muerte de su segunda esposa, madre de Nicolás y Micaela, a los 40 años en un sanatorio de Avellaneda, víctima de una descompensación por una cirugía estética.
"A la rubia le encanta la guita", le dice a Clarín un miembro del entorno del camionero. La Rubia es Liliana Zulet, la tercera esposa del Negro que también se bambolea al compás del palco mientras todos esperan el discurso. "Ojo que la rubia quiere guita", le dijo el dirigente camionero Jorge Gallego González a Moyano en los `90 antes de ir a una mediación con la empresa Amel, propiedad de Zulet: el sindicato le debía 500.000 dólares y el menemismo le retaceaba los fondos. Zulet cobró, Amel se salvó de la quiebra y Moyano tuvo su tercera esposa, La Rubia, quien para muchos estimula sus fantasías presidenciales.
Zulet tiene una condena por estafa de dos años de prisión en suspenso por un fraude al ex Banco Roberts y los trabajadores de su empresa. Se declaró culpable en el juicio iniciado por el banco y unos 30 ex empleados de Amel. Según reveló Perfil en 2006, Zulet administra la empresa Iarai SA, gerenciadora de los sanatorios y geriátricos de la obra social, maneja la constructora de la obra social (Aconra SA), la empresa de seguridad privada Las Marías y el taller de ropa de trabajo Dixei, que provee a sanatorios y hoteles del gremio. Los enfrentamientos entre los Zulet y los Moyano son un secreto a voces desde que Liliana nombró a su hija Valeria Soler como titular de Iarai y a su yerno Cristhian Asorey, en el área de Sistemas de la APE.
Pero el miércoles a la tarde nadie pen- saba en las empresas, sino que soñaban el futuro.
El Negro no tiene nada a su nombre. Ni Aconra SA, ni Caminos Protegidos SA, ni Chenyi SA, ni Proyectos Informáticos que brinda el servicio de RUTA y la Fundación para el Transporte, ni la recolectora de residuos Covelia, ni Garlik SA, ni Solares de Beherán, ni Clasificar, ni la Guía Laboral SRL ni Pertenecer SRL. Tampoco tiene a su nombre un Cessna Citation 550 II en el hangar de San Fernando.
El Negro que ahora se apresta a hablar en la Plaza y que desvela a Cristina que a esta misma hora da una clase sobre cerdos en San Luis, tiene, eso sí, una interesante memoria selectiva: olvidó aquella exaltación de Boudou como el "candidato del movimiento obrero, las 62 y la CGT", olvidó su campaña por la reelección presidencial y recuerda cómo comenzó su carrera sindical gracias al ejemplo de su madre, que trabajaba en una factoría de pescado.
"A mí me daba mucha bronca porque las hacían entrar a las heladeras sin abrigo", recordó una vez. Ella se opuso y le dieron un tapado.
Así comenzó esta historia que todavía no termina.
INVESTIGACION: JL, MARINA COCIFFI, MARIA EUGENIA DUFFARD
A Cristina Fernández todas las criticas le molestan. Sin embargo, hay unas que le molestan todavía más y que consiguen desestabilizarla. Son las críticas que le propina su ex jefe de gabinete, Alberto Fernández, cada vez con más precisión y también con más asiduidad. Para empezar a contar porqué las palabras del ex funcionario la sacan de quicio, hay que informar, primero, que Ella no volvió a hablar con Fernández desde que renunció, en agosto de 2008, y que, a partir de ese momento, lo consideró el mayor traidor de todos los que pasaron por el Frente para la Victoria. Néstor Kirchner, al contrario, no solo siguió conversando bastante seguido con él sino que, en algún momento del año 2009, llegó a sugerirle que sería bueno que volviese al Gobierno. No se lo propuso de manera formal porque la Presidenta siempre se negó.
Para tener una idea acabada de la carga de rencor y desprecio que Cristina Fernández mantiene contra su ex jefe de gabinete, solo basta recordar la mención que hizo en su momento el también ex jefe de gabinete y actual senador nacional, Aníbal Fernández, al revelar que Alberto durmió muchas noches en la cama contigua a la del matrimonio presidencial. La misma que solía ocupar Máximo Kirchner cuando sus padres decidían pasar el fin de semana en El Calafate. Alberto es un cagón. Y se cagó en la amistad con Kirchner. El día que te vas, los caballeros cierran el pico, le dijo hace más de un año.
Alberto Fernández fue, también, uno de los motivos por los que Daniel Hadad decidió vender el canal y la radio a Cristóbal López. Porque fue durante aquel martes a la noche en que estaba Fernández en pantalla, en el programa de Marcelo Longobardi, cuando el empresario periodístico recibió la enésima presión oficial que, al final, doblegó su voluntad de seguir manejando sus propios medios. Desde aquel momento, los dueños de los medios oficiales y paraoficiales saben que Fernández es mala palabra para el gobierno en general y para Cristina Fernández en particular. Que la Presidenta y sus incondicionales lo consideran un lobbista de Clarín y ex lobbista de Repsol y que la justificación política para ignorarlo es que no tiene representación parlamentaria y que se ha transformado en un comentarista de la política, como (Jorge) Lanata o (Elisa) Carrió.
Algo parecido hacen con el ex ministro de Economía, Martín Lousteau, y con el ex presidente del Banco Central, Martín Redrado. A Redrado, incluso, para bajarle más el precio político, lo presentan, antes que como un ex funcionario de gobierno, como la nueva pareja de Luciana Salazar.
¿Pero por qué le molestan tanto a la Presidenta las críticas de su ex jefe de gabinete? Por dos importantes razones. La primera: porque él estuvo ahí, sabe cómo se maneja el presupuesto y cómo se toman las decisiones. Y la segunda: porque Fernández está empezando a revelar, con los números en la mano, la diferencia práctica que existe entre la gestión de Néstor y la de Cristina, más allá de los discursos emotivos, y los cambios de humor de la jefa de Estado. En los últimos días, el ex el jefe de gabinete fue particularmente ácido y preciso cuando recordó que durante el mandato de Kirchner se logró mantener el superávit fiscal y de la balanza comercial, se generaron cinco millones de puestos de trabajo, se sostuvo un tipo de cambio alto y competitivo y se alcanzó el máximo de reservas del Banco Central en toda la historia reciente de la Argentina. También recordó que se logró contener la inflación a tasas razonables por lo menos hasta el momento en que se intervino el Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) y se empezaron a manipular las estadísticas oficiales tanto del costo de vida como de la pobreza. En las últimas horas, Fernández puso otra vez el dedo en la llaga para defender a Daniel Scioli ante los embates de la jefa de Estado. La Presidenta no le da los fondos que le corresponden a la provincia de Buenos Aires porque se le acabó la plata y porque quiere echarle la culpa a los otros de los propios errores que está cometiendo su administración, explicó, a mitad de semana.
El ex jefe de gabinete afirmó, por enésima vez, que le iba a ser difícil explicar a Cristina Fernández porqué ataca con tanta saña a Scioli si entre Néstor Kirchner y su ex marido lo eligieron en cinco oportunidades distintas para defender el proyecto del Frente para la Victoria. E interpretó, igual que otros peronistas no kirchneristas, que los ataques al gobernador de la provincia iban a terminar repercutiendo, primero, en el gobierno nacional y de inmediato, en el resto de la sociedad.
Pero lo que más irrita a la Presidenta, sin duda, son las alusiones personales que Fernández filtra entre respuesta y respuesta. Una, muy filosa, es la que presenta al relator Víctor Hugo Morales como el nuevo asesor financiero de Cristina Fernández. Alguien con dos dedos de frente le tendría que decir a la Presidenta que desde el día en que anunció que iba a pesificar sus depósitos en dólares, la fuga de la divisa empezó a aumentar a razón de 100 millones de dólares diarios, lo que representa un fuerte golpe a su credibilidad analizó. La otra es una frase suelta, pero sostenida, que tiene la capacidad de generar, en su interlocutor y en el público que lo ve y lo escucha, una legítima duda sobre el equilibrio emocional de la primera mandataria. Yo no sé que le está pasando a la Presidenta arranca la oración y de inmediato comienza a analizar el último discurso presidencial como si fuera un experto en comunicación política. Esa es la definición que terminó de transformar a Alberto Fernández, un peronista sin poder legislativo ni territorial, en el enemigo público número uno de la Presidenta de la Nación. Casi tan irritante como Scioli, Hugo Moyano o Mauricio Macri.