Hacia fines de 1959 era notorio que la actividad minera de nuestra provincia iniciaba un periodo de irremediable descenso, con las minas de plomo y plata de la Huerta ya paralizadas.
Castaño Viejo y Las Carachas a punto de agotarse lo mismo que el carbón y el oro de Marayes tanto como el talco del Pie de Palo; con el cuarzo, mica y vermiculita de Valle Fértil languideciendo, el wolfram de Arrequintín perdiendo progresivamente su mercado al finalizar la guerra de Corea y los sulfatos de Calingasta enfrentando una competencia feroz con los productos importados preferidos por Obras Sanitarias de la Nación.
Ante este panorama el Gobierno del Dr. Américo García solicitó a sus asesores geólogos y mineros un plan de exploración que permitiera superar tal situación ya que, como buen sanjuanino consustanciado con su tierra, estaba seguro que esta provincia disponía de recursos minerales suficientes para superar esa situación adversa que no podía ser más que circunstancial. No en vano ya Don Domingo F. Sarmiento había planteado reiteradamente que la minería constituye un elemento fundamental para el desarrollo económico sanjuanino, con un territorio no apto para grandes cultivos del estilo pampa húmeda pero con cordilleras ricas en todo tipo de minerales.
Fue entonces que el Ing. Juan Victoria organizó, junto al Dr. Florian Wetten, director del Departamento de Minería, entidad autárquica por ese entonces, un programa de investigaciones geológicas tendientes a evaluar el potencial minero del cordón andino, comenzando a título de ensayo cubriendo todo el departamento Iglesia, en ese entonces el más conocido por sus antecedentes al respecto. Ambos profesionales coincidían en que una exploración de tal envergadura sólo podía realizarse mediante la interpretación de fotografías aéreas, un análisis relativamente nuevo en ese entonces, pero diferían en varios aspectos operativos que determinaron la renuncia de Wetten y su reemplazo por el Ing. Jesús A. Abaurre.
Para el relevamiento aerofotogramétrico, una novedad absoluta en un ambiente tan particular como el cordón andino, el gobernador García solicitó la colaboración de la Fuerza Aérea, por lo que llegó a San Juan un Avro Lincoln desde la base de Villa Reynolds (San Luis), un aparato muy lento y pesado que demostró ser incapaz de operar en las condiciones planteadas por nuestra cordillera con macizos que superan los 6000 ms. Finalmente, una empresa privada con experiencia en aerofotogramas para control de cultivos en la pampa húmeda decidió traer un avión con capacidad para volar a la altura requerida, adquirido en Estados Unidos por un precio simbólico, ya que se trataba de unidades fabricadas al terminar la guerra y que eran estibados en un desierto de California.
La primera etapa del trabajo de campo se llevó a cabo con el concurso de un grupo de geólogos contratados por la firma IBEC, del Grupo Rockefeller, cuyo jefe de Comisión era el Dr. Nixon, un profesional de gran experiencia desarrollada en diversos países del mundo. Las dificultades en disponer en aquellos años de un avión adecuado para operar a la altura requerida determinó que la eficiencia de la Comisión se resintiera sensiblemente al no contar a tiempo con la cobertura aerofotogramétrica imprescindible para revisar la región cordillerana con un margen de rendimiento y garantía técnica razonables. La conclusión final fue prácticamente la de un fracaso, ya que los profesionales foráneos no tenían conocimientos previos de nuestro ambiente cordillerano y la tarea se limitó a trazar varios perfiles transversales, Este-Oeste, recorridos penosamente a lomo de mula con muy bajo rendimiento operativo y atravesando los sitios aconsejados por los baquianos por ser más accesibles y no por su eventual interés geológico-minero.
El proyecto de exploración minero-geológica se repitió un par de años después, pero en esa oportunidad con profesionales argentinos de amplia experiencia en el Servicio Geológico Nacional y en la Dirección de Fabricaciones Militares, apoyados por una cobertura aerofotográfica en pares estereoscópicos que permitía analizar también el relieve y que sirvió además para disponer de una cartografía de adecuada precisión a una escala nunca vista hasta entonces en la cordillera del Sur del continente.
La Dirección General de Fabricaciones Militares aprovechó la experiencia sanjuanina, aplicando la metodología recomendada con apoyo de las Naciones Unidas y helicópteros adecuados a las grandes alturas, de tal modo que podemos afirmar sin margen de dudas que San Juan contribuyó efectivamente al conocimiento geológico de todo el macizo cordillerano argentino desarrollando tecnologías hasta ese momento inéditas para el ambiente andino.
Y así fue que San Juan dio el puntapié inicial hacia la gran minería, delineando Áreas de Reserva provinciales que fueron ejemplo para todo el resto del país. Estos fueron nuestros primeros pasos, con los errores y aciertos propios de la aplicación de una tecnología de la cual por entonces no había experiencia sobre su rendimiento en alta cordillera.
* Profesor Emérito de la UNSJ.