Entre veinte sectores industriales, los dos más destacados están representados por la maduración de inversiones en un sector específico y de trayectoria relativamente autónoma, como la minería, y por otro cuyo patrón de comercio está regido por un acuerdo de intercambio administrado (automotores).
La Nación El tipo de cambio competitivo sigue ocupando un rol central en la retórica oficial?, pero ornamental en la realidad. El tipo de cambio real multilateral cayó un 14% en 2010. Al ritmo de la inflación actual, y con la proyección cambiaria oficial del Banco Central, a fin de este año, la paridad peso-dólar va a ser equivalente a la de fines de 2001. Ventajas comparativas
Hernán Lacunza
El autor es consultor y fue gerente general del Banco Central
En ese contexto, amparada en el enfoque del "modelo de desarrollo industrial con inclusión social", la autoridad monetaria justifica la emisión para comprar dólares en la vocación de preservar la competitividad y el empleo. Claro que, al hacerlo mediante la emisión de pesos -y no con superávit fiscal, como hizo el Tesoro hasta 2007-, fogonea la inflación y agudiza la apreciación real y la pobreza que presuntamente trata de evitar.
El deterioro competitivo comienza a apreciarse en las cuentas comerciales. Aun cuando la suba de los precios agrícolas permitió "desplazar la frontera" de la restricción externa, lo cierto es que el dinamismo de las importaciones -tanto en valores como en cantidades- duplica al de las exportaciones, y el superávit de cuenta corriente se redujo de 3,7% en 2009 a 1,5% en 2010, con tendencia a ser neutro en 2011.
Ante esta perspectiva, la peregrina idea de limitar las importaciones no hace más que retroalimentar el problema: la reducción de la oferta agregada potencia la suba de precios internos y, consecuentemente, la pérdida de competitividad cambiaria y la merma del superávit comercial.
Dado que el superávit comercial -US$ 12.000 millones en 2010- suma el intercambio de todas las actividades productivas, puede estar "escondiendo" diferentes realidades sectoriales. Cuando un único sector -como el sojero/aceitero/cerealero- aporta excedentes por más de US$ 20.000 millones anuales (5,5% del PBI), muy probablemente garantice el superávit externo y holgura en el mercado cambiario.
Como contrapartida, dado que existe un único tipo de cambio para todo el espectro productivo (más allá del "diferencial" que suponen los subsidios o retenciones sectoriales), es probable que también tienda a deprimir el tipo de cambio por debajo del requerido por el resto de las actividades productivas, dificultando su competitividad frente a los bienes extranjeros ("enfermedad holandesa").
En otras palabras, una determinada paridad cambiaria puede ser consistente con un abultado superávit comercial, pero lapidaria para muchos sectores. Está claro que el oxígeno que aporta la suba de las commodities -más allá de que sea transitorio o permanente, lo que supone distintos desafíos de administración macroeconómica- no llega a todos por igual.
En este sentido, es notable comprobar que el patrón de comercio argentino ha ido migrando en función de la evolución cambiaria. A simple vista, las exportaciones de las manufacturas de origen industrial aumentaron casi un 28% anual en 2010, aunque casi un 90% del incremento es explicado por dos sectores, metales preciosos (con pocos encadenamientos de productos) y automotores (bajo un régimen de comercio administrado en el Mercosur).
En verdad, cuando se excluyen ambos sectores, y se compara con igual período de 2008 -ya que la base de comparación de 2009 es atípica por la crisis internacional-, los resultados no son alentadores: las exportaciones de manufacturas industriales caen un 8%, con pobres performances de sectores emblemáticos como textiles (-7%), calzado (-9%), metales comunes (-24%), plásticos (-8%), máquinas eléctricas (-8%).
Una comparación algo más extendida en el tiempo, que remita al período previo al deterioro competitivo por la aceleración inflacionaria, muestra que en los primeros once meses de 2010 el déficit comercial del sector industrial aumentó 33% respecto del de 2006-07 (pasó de un rojo de US$ 15.500 millones a otro de US$ 20.600 millones), a contramano de la tendencia general (en igual lapso, el superávit global aumentó un 8 por ciento).
Al respecto, el "índice de ventajas comparativas reveladas" (IVCR, que compara el saldo observado por sector respecto del "teórico" que se obtendría por su participación en el comercio total) confirma que, entre veinte sectores industriales, los dos más destacados están representados por la maduración de inversiones en un sector específico y de trayectoria relativamente autónoma, como la minería, y por otro cuyo patrón de comercio está regido por un acuerdo de intercambio administrado (automotores). En el extremo opuesto, catorce actividades industriales mostrarían una pérdida de ventajas comparativas reveladas, lideradas por siderurgia, plásticos y productos químicos, entre otros.
El patrón de comercio regional también es elocuente: el intercambio es cada vez menos favorable en mercados cualitativamente exigentes, como el Nafta (donde el déficit bilateral pasó de US$ 200 millones a US$ 2.000 millones entre 2006-2007 y 2010) o la Unión Europea (reducción de 35% en el superávit bilateral, en igual lapso), y ganamos terreno en destinos menos competitivos como el norte de Africa y Medio Oriente (+84%, básicamente commodities ) o América del Sur (+100 %).
Aunque en el corto plazo los volúmenes de comercio se rigen más por el diferencial de crecimiento que por la paridad cambiaria, no puede considerarse indiferente este comportamiento a la evolución del tipo de cambio bilateral con cada región, donde destaca la rápida pérdida de competitividad cambiaria respecto de Estados Unidos y, en menor medida, frente al yuan, de China.
El IVCR muestra nuevas ventajas relativas en mercados en desarrollo, como Irán (donde colocamos materias primas), Paraguay, Colombia o Brasil (con una notable apreciación de su moneda), mientras que se habría resentido nuestro posicionamiento en los países más desarrollados (América del Norte y Europa).
En suma, más allá del resultado comercial agregado, muy dependiente de lo que ocurra con la soja y un par de sectores industriales, los números de nuestro intercambio comercial muestran un incipiente pero extendido deterioro de la competitividad industrial. La solución, claro está, no es devaluar, sino frenar la inflación y recuperar el superávit fiscal como herramienta de intervención genuina en el mercado de cambios.