El diario Tiempo de San Juan y el dominical Miradas al Sur publicaron sendas notas para recordar el sismo que afectó a la provincia cuyana y que dejó cientos de muertos e incalculables daños materiales.
A 68 años del terremoto: La trama política escondida atrás de la catástrofe
Sin dudas, el terremoto de San Juan fue el peor desastre natural en la Historia Argentina. Catástrofe que, inmediatamente, tomó color político, ya que desde el establishment del momento, fue interpretado como la oportunidad para desterrar el ya agonizante modelo liberal, para instaurar el nuevo orden que estaba naciendo marcado por un fuerte nacionalismo e integrismo católico. No hacía mucho tiempo, el 4 de febrero de 1943, un grupo de militares –entre los que despuntaría el general Juan D. Perón–, habían tomado el poder nacional, imponiendo intervenciones en todas las provincias de la República.
San Juan, en 1944, con su trazado de calles de tono colonial, era una árida y moderna ciudad forjada por el boom vitivinícola de los últimos sesenta años. Empezando con la llegada del ferrocarril, una nueva elite había transformado el valle central de esta provincia en un paisaje de monocultivo intensivo de uvas. Se construyeron mansiones en la capital y bodegas cerca del ferrocarril y desde esos dos sitios se dominaba el paisaje provincial. Desde entonces, la provincia había estado bajo el mando de los dueños de bodegas, y las polvorientas calles del centro se habían llenado de coches de última marca y casas de fachadas elegantes. Pero afuera de las “cuatro avenidas” que demarcaban el centro, los frutos de este orden político fueron suburbios empobrecidos junto a los viñedos florecientes, un paisaje marcado por la visibilidad de los ricos, y la invisibilidad de los pobres. Pero, lo interesante sería que si bien fueron los bodegueros quienes moldearon la economía de la provincia, sería el cantonismo el que transformaría su política y su sociedad a partir de 1920.
Insolentes y revolucionarios, los Cantoni eran unos médicos despreocupados que hicieron carrera tirando abajo los poderes de la elite provincial en la cual nacieron. Tomando como bandera la “alpargata” y declarándose como “gauchos analfabetos”, lideraron la insurrección popular, instalando a las clases más pobres en el centro del escenario provincial. Surgido de la violencia y la rebelión, el bloquismo pronto ganó un fuerte apoyo popular que le valió la victoria en cada elección legítima durante las siguientes dos décadas. El duelo político era entre un nuevo modelo nacionalista y católico surgido de la alianza Estado-Iglesia, frente al resabio de progresismo que quedaba en la provincia de mano de las políticas populares del cantonismo.
Pero detrás de las contiendas políticas y de las vistosas fachadas, la ciudad estaba fuertemente dividida –las mayorías eran pobres, las minorías, ricos – y las mansiones que la adornaban eran de adobe. El terremoto derrumbó la “prosperidad excluyente” que había en San Juan, quebrando todos los símbolos, tanto civiles como religiosos: la Casa de Gobierno, la Legislatura, la Corte de Justicia, y recientemente inaugurada Municipalidad de la Capital, igual que la mayoría de las Iglesias, todo quedó en ruinas. Los cafés del centro cayeron sobre la clientela de un sábado a la noche. Junto con los edificios, el terremoto tiró abajo el tejido urbano que unía al pueblo, desdibujando su propia identidad.
Pasados los meses, el Diario Tribuna publicaría lo que un periodista local, íntimo del poder bodeguero, había apuntado en su diario personal: “La gente deambula, desorientada, como perros que han perdido el amo. La totalidad de esta gente pertenece –y lo advierto por su apariencia– a la clase humilde. ¿Pero es que en esta ciudad no habrá más que gente humilde? Es que la gente rica, las personas de situación acomodada, en huida hacia las afueras de la ciudad, se ha refugiado en sus fincas o las fincas de los amigos. Y las que no han podido hacerlo parecen humildes. El terremoto los ha vuelto humildes a todos” (Emiliano Lee. “Tren de evacuados”. Tribuna, 28 de agosto de 1944). Impresionantes palabras que atestiguan, no sólo la situación social de San Juan en el momento mismo de la tragedia, sino también la transformación social que produjo: dejó a “todo un pueblo” en las mismas condiciones sociales, sin diferencia alguna. Es por eso que muchos interpretaron al terremoto como el juicio radical y definitivo dado a un orden político fundado en la exclusión y la violencia.
Otro testigo, también un periodista local, al mirar las ruinas del edificio municipal, terminado en 1941, decía: “Las muertes más que al terremoto débense a la mala y pésima construcción de los que se han dado en llamar edificios, cuando el calificativo más exacto que debería aplicarse es el de Sepulcros Blanqueados” (“Meditando”. Diario El Censor, 25 de Junio de 1945). Es que San Juan no tenía ni código de construcción, ni mecanismo alguno de previsión sísmica. Más aún, cuando, desde el Gobierno Nacional, en la voz del general P. P. Ramírez comenzó a hablar de “reconstruir” la Ciudad, los intereses y egoísmos personales empezaron a reflotar con virulencia en las discusiones que se entablaron sobre si la Ciudad debía ser reconstruida en el mismo lugar, o a poca distancia de donde estaba asentada.
Entonces fue cuando apreció el general Perón, con un discurso basado en la Justicia Social, prometiendo que vencería este mundo de corrupción y desamparo, saldando la “deuda que todavía tenemos con las masas sufridas y virtuosas”. Mientras Ramírez afirmaba toscamente su autoridad con un discurso de culpa y resignación, propio del discurso integrista católico; Perón ganaba un apoyo más amplio articulando la compasión con una insistencia en la participación popular, los derechos sociales y la transformación política. A partir de estos momentos, el general Perón rompe con sus compatriotas y, desde la Secretaría de Trabajo, inicia la era de la política social argentina.
Mirando hacia atrás, no sólo podemos ver sesenta y ocho años de historia para recordar y conmemorar, sino también a una Ciudad que resucitó en medio de las ruinas. A todos ellos, nuestro homenaje.
Dramático testimonio en los diarios
“Es que aún creo que está temblando. Cualquier movimiento… (No termina la frase. Igual continúa) Fue sólo un instante. Nada más que un instante. No hubo un movimiento precursor, no hubo crecimiento paulatino. Sólo un gran remesón, como si algo hubieran arrancado de cuajo. Alcancé a dar unos pasos hacia el patio y ya todo había pasado. Pero San Juan, ahora, está en ruinas. Creo que sólo la casualidad me salvó. Una parte de la pared de la casa se desplomó sobre el patio, pero el toldo la contuvo en parte y otra la desvió. De repente me vi con una gran angustia adentro, y estaba solo, con una soledad espantosa. No sé de donde saqué fuerzas para romper el toldo, para separar los pedazos de muro. Fue un delirio de recuperar la vida, de no quedar allí, sepultado. Había recibido sólo ligeros rasguños. Me deshice como pude y salí a la calle. Aquella no era la calle Tucumán en la que yo había pasado ocho días seguidos. Las casas estaban totalmente arruinadas. Después de un tiempo recordé a una joven con la cual estaba yo en la misma habitación conversando. Tuve la sensación de haberla arrojado hacia el patio al sentir el terremoto. Entré de nuevo en la casa. Recién volvía a mí la lucidez, porque un momento antes yo no era otra cosa que un hombre buscando salvarse…” (Diario Los Andes, Domingo 16 de enero 1944).
Este es parte del desgarrador testimonio que expresaba, sentado pálido y confundido en la redacción del diario mendocino, Moisés Rudman, recién llegado desde San Juan a la provincia vecina, a primeras horas de la madrugada del 16 de enero.
Todo ocurrió una tarde de verano en 1944 cuando un devastador terremoto destruyó casi por completo la Provincia de San Juan. En menos de un minuto, la Ciudad quedó devastada y empobrecida, dejándola enterrada, sin luz, conectada al resto del mundo por una sola línea telefónica.
Pero eso no fue todo. Como los temblores reaparecieron una y otra vez esa noche, ni las estructuras aún en pie quedaban a salvo. El aire estaba cargado de polvo y, ya despuntado la madrugada, una lluvia empapó toda la urbe que permanecía a la intemperie. Las calles estaban cubiertas de escombros y cuerpos, las instituciones del Estado prácticamente ausentes, y la plaza principal de la ciudad llena de heridos y muertos. En un rincón de la plaza, un grupo de mujeres rezaba el padrenuestro a viva voz. A la luz de una linterna o de un par de coches estacionados, unos pocos médicos y sacerdotes intentaban dar ayuda y consuelo a las víctimas.
La figura de Cantoni
Para enero de 1944, Federico Cantoni ya había sido dos veces gobernador de la provincia y autor de una de las reformas constitucionales más progresistas de Latinoamérica. Había liderado el sector político que pulseaba contra los conservadores. Y aunque su liderazgo ya se estaba apagando, aún mantenía influencia. Esa influencia comenzó a ser borrada con el terremoto. Dos año más tarde, en 1946, Cantoni apoyaba a Perón para presidente.
Fuente: Tiempo de San Juan - Por Michel Zegaib
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Enero y la Historia
Un día como hoy, 15 de enero, aunque sábado en aquel 1944, hace de esto 68 años, ocurría un terremoto en San Juan. "El"terremoto de San Juan.
Muchas veces la historia se construye con datos duros, serios, chequeados hasta el paroxismo. Por ejemplo: la tragedia ocurrió a las 20.52 de la noche y tuvo su epicentro 20 kilómetros al norte de la ciudad de San Juan, muy cerca de La Laja, en el departamento Albardón. Tuvo una profundidad de 30 kilómetros. Su intensidad (que abarcó cerca de 200 kilómetros cuadrados) fue de 9 en la escala de Mercalli y de 7,4 en la Richter, lo que significa, técnicamente, daño considerable en las estructuras de diseño bueno, desplome de las armaduras de las estructuras bien planeadas, grandes daños y derrumbes parciales en los edificios sólidos, agrietamiento notable del terreno, rotura de las tuberías subterráneas. Los especialistas midieron en la falla La Laja, luego del sismo, un desplazamiento vertical de 22 centímetros y uno horizontal de 25. En el departamento Albardón (y en varias localidades vecinas) se registraron fenómenos de licuefacción: surgencia de aguas y formación de volcanes de arena. En la quebrada de Ullum cayeron rocas y en la localidad de Zonda hubo hundimientos de áreas cultivadas y formación de grietas con escapes de agua y arena.
Todo duró entre 15 y 20 segundos. El tiempo más que suficiente para hacer caer el 80 por ciento de los edificios y la casi totalidad de las casas (el resto de las construcciones sería demolido días después por el temor al derrumbe) y matar un número de personas que, en los primeros momentos, se estimó en 12.000. Recién en 2002, los estudios publicaron el número casi definitivo de víctimas: cerca de 8.000. La ciudad contaba, entonces, con 80.000 habitantes.
La región cuyana, lindera a la cordillera, tenía varios antecedentes de movimientos sísmicos, anteriores y posteriores a 1900. Claro que ninguno con la violencia del de ese fatídico 15 de enero de 1944.
Quizá por eso, el diseño urbanístico de San Juan no difería demasiado, por más inverosímil que suene, con el que había trazado Juan Jufré en 1562, poco después de la fundación de San Juan de la Frontera. Los inmigrantes españoles e italianos del siglo XIX modificaron algo al duplicar las estructuras de sus hogares abandonados en busca de la nueva tierra. Crecieron los patios interiores de influencia árabe y las casas chorizo donde se amasaban fideos, pero San Juan era casas de adobe, veredas angostas y calles de una sola mano.
El terremoto cambiaría todo. Datos duros, durísimos. La historia cuenta que de norte a sur comenzó la campaña de ayuda a la provincia devastada. Y en esa reconstrucción se jugaron valores y proyectos de país tan duros como los datos.
La primera discusión luego del terremoto se generó entre quienes buscaban, de manera radical, relocalizar la ciudad fuera de la zona de riesgo y quienes querían reconstruirla allí donde estaba. San Juan estaba marcada por el monocultivo vitivinícola. Cualquier proyecto a futuro que tratara de transformar algo, debía enfrentarse al poder local que usaba la tierra y la estructura general para continuar con su dominio. La ciudad se mantuvo en su lugar, beneficiando a los más poderosos.
Luego, el Consejo Nacional de Reconstrucción, creado por el Ministerio del Interior, planteó en el Código de Edificación para San Juan el nuevo modelo de vivienda: cimientos de piedra bola y hormigón armado; vigas y columnas de hierro y hormigón; veredas anchas y calles de doble sentido y bulevar en el medio para contener a la gente si debía salir de sus casas en caso de catástrofe.
El historiador norteamericano Mark Healey (quizás el mayor estudioso del terremoto y sus consecuencias) aportó sus propios datos duros al respecto: "Las casas de emergencia que se hicieron en San Juan fueron el primer intento a escala masiva de construcción de viviendas por el Estado".
Pero las primeras viviendas las adjudicó el gobierno provincial, con muchos funcionarios pertenecientes a fracciones de militancia católica. Se crearon 25 barrios: algunos más pequeños y mejores, otros más grandes y sin tantas exigencias. Los diarios publicaban las listas de los adjudicatarios y sus profesiones. Para los barrios chicos figuraban "modistas", "médicos", "abogados". En los más grandes, abundaban "jornaleros"y "obreros", sin demasiadas precisiones. La lucha de clases parecía reproducirse en la ayuda social. Recién a fines de los '40 o principios de los '50, con el accionar en la zona de la Fundación Evita, las casas se asignaron de manera más democrática.
Claro que en 1944 Argentina ya era Argentina y los ar
gentinos ya éramos los argentinos. De modo que no faltaron las dudas y los reproches (los guiños tipo "a mí me la vas a contar", los "tengo un muchacho amigo que sabe y me dijo que...") con lo recaudado. El gorilaje cantaba por entonces "Perón, Evita: / ¿adónde está la guita / que San Juan la necesita?". Y otros grupos, con música de aserrín / aserrán, coreaban el "¿Dónde están, / dónde están / los dineros / de San Juan?".
Después, tiempo después, San Juan resurgió de su derrumbe. Datos, datos duros, historia.
Pero quizás haya otra forma de contar la historia. Y muchas veces esa otra forma aúna todos los "datos concretos de la realidad concreta"(como se decía en ese tan lejano hace poco) y le suma ciertas particularidades. Esa otra forma de contarla hace centro en el sábado siguiente al terremoto. Exactamente a las 22.14 de la noche del 22 de enero de 1944. Exactamente en el estadio Luna Park, acondicionado para el festival que recaudaría fondos para las víctimas del terremoto y esa reconstrucción de San Juan que tantos problemas traería.
Hasta allí llegó el coronel Perón; hasta allí llegó la actriz Eva Duarte: allí se conocieron. Ella dijo, por letra de Manuel Penella de Silva en La razón de mi vida: "Me puse a su lado y cuando pudo escucharme, atiné a decirle con mi mejor palabra: ‘Si, como usted dice, la causa del pueblo es su propia causa, por muy lejos que haya que ir en el sacrificio no dejaré de estar a su lado hasta desfallecer'". Las cámaras que estuvieron aquella noche muestran los labios de Evita sin sonido reproduciendo ante la atenta mirada de Perón un "gracias por existir". No importa si fue lo primero o lo segundo. La historia, enorme, la que contiene en un segundo todos los datos, la contó Tomás Eloy Martínez cuando escribe en Santa Evita (otro enero, esta vez de los '90) aquel encuentro: "Dieciséis son los noticieros que narran el terremoto y el encuentro de una semana después. Sólo uno de ellos, el de México, extiende el relato hasta su previsible final. Deja desfilar por el escenario a las actrices María Duval, Felisa Mary, Silvana Roth. Después, cuando los músicos de Feliciano Brunelli disponen sus atriles, muestra a Evita alejándose por el pasillo central del Luna Park. Una de sus manos empuja (o así parece) la espalda de Perón, como quien ha tomado posesión de la historia y se la está llevando adonde quiere".
Fuente: Miradas al Sur - Por Miguel Russo