En el siglo XXI, la milenaria relación de China con el carbón se ha convertido en una verdadera trampa para la modernización del país. Entre la dependencia energética, los dramas sociales y la anunciada catástrofe ecológica por la emisión de gases de efecto invernadero, ¿cuál es el aspecto menos aceptable?
por Any Bourrier
Concentración y seguridad
Desde hace diez años, la d¡versificación de las fuentes es tema de debate, gracias a las oportunidades que ofrecen las nuevas relaciones privilegiadas con países emergentes de África y de América del Sur, donde abunda este recurso. Las minas a cielo abierto australianas también interesan a Pekín. Pero por ahora las minas de carbón nacionales cubren el 60% del abastecimiento. Según datos oficiales, publicados por la agencia oficial de noticias Xinhua, alrededor de diez mil minas operan actualmente en todo el país. Pero los expertos calculan que, si se tiene en cuenta la existencia de minas clandestinas, su número podría ser dos veces mayor.
De esta dispersión, considerada nefasta, nacieron varios proyectos ambiciosos de concentración e implemen-tación de grandes explotaciones a fin de unificar la producción. En 2006, la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo publicó un plan para construir, de aquí a 2015, cinco o seis conglomerados gigantes, fusionando o cerrando las pequeñas minas de las principales provincias productoras. Así, se creó el Hei-longjiangLongmei HoldingGroup, uno de esos conglomerados emergentes, que emplea a 88.000 trabajadores. Otro ejemplo es el Datong Coal Mine Group, aue cotiza en la Bolsa de Shanghai. En 2011, existen oficialmente en China veinticuatro grandes grupos de carbón administrados por el Estado, resultado de las fusiones de empresas mineras y del cierre de pequeños pozos, en su mayoría privados, donde se produjeron la mayoría de los accidentes. Así, el número de minas pasó de 87.000 en 1995 a 26.000 en 2005 y 12.000 en 2010.
Con el mismo espíritu, en febrero de 2010 se anunció el proyecto de apertura de un gran yacimiento carbonífero en la provincia de Gansu, cuyas reservas explotables se calculan en más de 7.000 millones de toneladas. Con una superficie de 1.100 km2, se espera que produzca veinte millones de toneladas de carbón anuales. Llamada Ningzheng, por el nombre del distrito donde está situada, ya se la considera la mina de carbón más grande del mundo.
Estos proyectos gigantescos y esta tendencia a la concentración siempre están acompañados por argumentos sobre seguridad destinados a justificar las decisiones oficiales y tranquilizar a la opinión pública. "La seguridad es nuestro principio celestial", "Celebremos la reforma minera en curso", claman los eslóganes grabados en las paredes de ladrillo de los yacimientos de Shanxi o de He-nan. No obstante, la creación de conglomerados no ha demostrado su eficacia. Es cierto que el récord de 2009 (6.995 muertos) no ha sido superado, pero luego de una desaceleración regular el número de accidentes retomó su curva ascendente en los últimos dos años, provocando la furia de la población. En 2007, tras una explosión de grisú en el noreste del país, se indemnizó por primera vez a las familias de los mineros fallecidos y cada una recibió alrededor de 25.000 euros. Desde entonces, las compensaciones financieras se volvieron cada vez más frecuentes. Pero crearon una nueva amenaza para los mineros: las mafias locales.
Algunos criminales se especializaron en consumar asesinatos de mineros disfrazándolos de accidentes para cobrar las indemnizaciones -en constante aumento- acordadas por las autoridades o los propietarios de los pozos. Varios escándalos estallaron en las provincias de Hebeí, Yunnany Sichuan donde bandas organizadas, a menudo en connivencia con los empresarios, cometen con total impunidad asesinatos en serie en las m ismas minas y en los campamentos improvisados donde se apiñan los necesitados mingongs [trabajadores migrantes rurales]. En 2003, el cineasta Lí Yang contó el drama de los mineros en un Iar-gometraje titulado BlindShaft, adaptación de la novehShen Mu [Elpozo], de Liu Quingbang. La película, que recibió numerosos premios en el exterior, fue la primera en denunciar el auge de la criminalidad en esos subterráneos oscuros donde reina la ley del más fuerte. También se puede mencionar el escándalo revelado a fines de 2010 por los medios de comunicación chinos: sesenta y dos discapacitados mentales fueron comprados por un centro privado de alojamiento para personas con discapacidades mentales y luego vendidos como esclavos en minas de Sichuan. El juicio a los culpables fue espectacular.
Ante la creciente indignación de la población, el poder endureció el tono. Después de una explosión de grisú que dejó treinta y cinco muertos en Guangxi en septiembre de 2010, el primer ministro Wen Jiabao intimó a los propietarios abajar al fondo de la mina, pues -les indicó-"tienen el deber de compartir los riesgos con sus empleados para garantizar que se respeten las normas de seguridad".
Diversificar las fuentes
De forma menos espectacular, pero seguramente más eficaz, el gobierno quiere lograr que la extracción de carbón sea más segura, a través de la captación del metano, el gas responsable de la mayor parte de las mortíferas explosiones de grisú. Según Huang Shengchu, director del Chínese Goal Information Institute, una organización de consultoría bajo tutela del gobierno, "China decidió desbloquear el equivalente a 200 millones de euros anuales para subsidiar la desgasificación de las minas previa a la extracción del carbón". El metano drenado se transporta hacia centrales eléctricas donde, una vez purificado, puede ser utilizado como combustible. Algunas experiencias resultaron concluyentes, como la que se realizó en Jíncheng, provincia de Shanxi, donde desde 2008 opera un importante centro de abastecimiento de metano extraído de una mina de carbón local.
La búsqueda de soluciones tecnológicas para luchar contra los daños del uso intensivo del carbón no es nueva. Desde hace varios años, las centrales térmicas, que funcionaban en base a la técnica altamente contaminante de pulverización del carbón, fueron colocadas en la lista negra por los defensores del medio ambiente. Para deshacerse de su imagen de país con miles de chimeneas lanzando sus columnas de humo con olor a azufre, el poder encontró en el manejo de las tecnologías de "carbón limpio" una solución adecuada para controlar la contaminación atmosférica, en momentos en que el Imperio del Medio se ha convertido en el principal emisor de CO2 del mundo. China domina la combustión "supercrítica", cuyo vapor de alta presión brinda el mejor rendimiento y el nivel mínimo de emisiones de gases de efecto invernadero. Construye una central de este tipo por mes a un costo en un 30% menor al de una central convencional en Estados Unidos.
Sin embargo, aunque sus líderes firmaron el Protocolo de Kyoto, consideran que tienen derecho a los mismos privilegios históricos con los que se beneficiaron los países industrializados para desarrollar sus economías, aunque esto deba traducirse en un aumento de las emisiones de CO2. Según Greenpeace, "la emisión de gases de efecto invernadero podría duplicarse de aquí al año 2030 y alcanzar entre 3.000 y 4.000 millones de toneladas anuales". A ello debe agregarse la contaminación hídrica: "Por cada tonelada de carbón producida -señala Greenpeace-, se contaminan 2,5 toneladas de agua, lo que lleva a un agotamiento de estos recursos. Las aguas residuales procedentes del lavado de carbón representan el 25% de las aguas residuales de todo el país y arrastran grandes cantidades de metales tóxicos". Esta contaminación tiene consecuencias dramáticas para la salud: según un estudio de la OCDE, 190 millones de personas sufren enfermedades relacionadas con el agua contaminada y cada año mueren 30.000 niños a causa de diarreas causadas por este tipo de contaminación.
Conscientes de estos daños, las autoridades buscan diversificar las fuentes de energía, especialmente la solar. Durante la elaboración del XII Plan Quinquenal (2012-2016), el gobierno se fijó como objetivo reducir la intensidad de carbono en un 17% en cinco años. Es urgente porque el carbón de China contribuye a sofocar el planeta.