La pandemia nos ha regalado un experimento imposible de imaginar hace solo un año: destinos antes masificados, ahora completamente vacíos. ¿Es mejor el mundo sin turistas?
PACO NADAL
Entre otras muchas cosas, la actual pandemia nos ha traído un experimento único en la historia y que nadie podía —ni de lejos— imaginar que ocurriría: un mundo sin turistas. Tantos años debatiendo sobre si el turismo se nos había ido de las manos, sobre si era más o menos destructivo, sobre cómo gestionar la turismofobia y la gentrificación. Y mira por donde, un virus microscópico nos ha permitido hacer la prueba de laboratorio hasta ahora impensable: destinos tradicionales del turismo masivo completamente vacíos.
Un momento para reflexionar sobre muchas cuestiones. La primera: ¿cómo es el mundo sin turistas? Si nos atenemos estrictamente al punto de vista medioambiental, mejor, que duda cabe, porque ha desaparecido la presión sobre muchos espacios. “Circular por Phuket sin tráfico, ir a sus playas vacías, visitar el parque nacional de Ang Thong o las islas Phi Phi sin prácticamente más que una o dos lanchas… es algo que en un futuro nos parecerá un sueño lejano”, comenta Pol Comaposada, un español que lleva 10 años viviendo en Tailandia y regenta una agencia receptiva de turismo especializada en hispanohablantes.
Elena, una canaria residente en Las Palmas, que también trabaja en el sector turístico, apunta: “Ayer fui a la playa del Inglés. Yo antes no venía a quedarme aquí porque era agobiante. Ahora pasear por la playa y las dunas en soledad es increíble... me vine un par de días a relajarme y ni yo misma me lo creo”.
En el Valle Sagrado, uno de los rincones más turísticos de Perú, los sentimientos son encontrados, confiesa Christian Arteaga, director general de Smart Tourism & Hospitality Consulting, una consultora de Cuzco: “Por un lado está la necesidad económica, pero por otro, como cusqueños, ver el Cusco y sus áreas turísticas sin visitantes es extraño y bonito porque puedes caminar por las calles y ver la magnanimidad de nuestro destino sin masas de turistas. Pero por otro lado se siente la falta de vida que le da ese movimiento a la región, esa cosmopolitización que hace al Cusco tan único dentro del Perú”.
Ver Machu Picchu (su reapertura está prevista para el 1 de marzo) con solo 1.116 turistas diarios, menos de la mitad que antes, también será un lujo para los afortunados que consigan una de esas plazas. Igual de vacíos están el resto de destinos turísticos peruanos: “El centro histórico de la ciudad de Arequipa se parece a las películas del viejo oeste, todo en silencio, con ramas secas rodando por las calles de la ciudad”, me contesta un guía de esta ciudad peruana que prefiere permanecer en el anonimato.
Joan Lluìs Ferrer, periodista de Diario de Ibiza y experto en tema de turismo, afirma que “el verano pasado, Ibiza pasó de ser un enjambre humano totalmente insufrible para cualquier persona que vive allí a recuperar el ambiente que había en los años setenta, cuando había turismo, pero este no era aún asfixiante”. “A todos nos han afectado los ERTE y los recortes", añade, "pero hemos tenido la contrapartida de poder disfrutar de nuestra isla, recuperar el bienestar y la sensación de estar en nuestra casa. Hemos podido ir a playas paradisíacas en pleno agosto con solo diez personas más, cuando lo normal es que no puedas ni acercarte al aparcamiento de tantos coches y gente como hay”.
Y así, infinidad de estampas: Venecia sin cruceros y con aguas cristalinas en sus canales. El Everest sin colas de montañeros. Las playas españolas con millones de guiris menos. Ahora bien, la segunda y no menos peliaguda cuestión sería: ¿y es mejor un mundo así, sin turistas?
“Claramente no”, afirma María Àngels Serra, directora de Chias Marketing, una consultora de Barcelona que lleva los planes estratégicos de muchos destinos importantes. “Desde mi punto de vista, el mundo sin viajeros es un mundo menos feliz, porque, si algo ha quedado claro en este año de restricciones y confinamientos, es lo mucho que el viajar contribuye a la felicidad de las personas. Por eso creo que va a haber una gran necesidad de generar nuevos momentos de felicidad en cuanto se pueda viajar de nuevo, lo que va a redundar en una clara reactivación del sector”.
Barcelona es quizá la ciudad española donde el debate sobre el turismo masivo es más intenso (también porque es la que más visitantes recibe) y los movimientos vecinales están más implantados y hacen una labor más sólida. El fenómeno ha permitido a la ciudadanía recuperar espacios antes fagocitados por el turismo.
Niños montando bicis y patinetes ante la catedral, en el Barrio Gótico; jugando al fútbol en el parque Güell, o pasando la tarde ante de la Sagrada Familia. En una ciudad de 1,6 millones de habitantes que recibe cada año a 30 millones de visitantes, su súbita desaparición de los lugares más visitados ha llevado a los vecinos a reconquistar el espacio público, pero tiene una cara b: la crisis socioeconómica, escribía Clara Blanchar en la edición Cataluña de este periódico.
¿Es más habitable entonces ahora Barcelona? La Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic cree que sí, pero solo en ciertos aspectos concretos como la contaminación o la masificación del espacio urbano (movilidad, accesibilidad). “Algo en sí mismo positivo y muy disfrutable por todo el mundo en su vida cotidiana”, añaden, “pero insuficiente dada la terrible crisis que estamos sufriendo, especialmente las capas sociales más explotadas y maltratadas por el trabajo turístico.
Dada la falta de previsión y de un período de transición del monocultivo turístico a una economía diversificada y más justa, este brutal derrumbe turístico sobrevenido carece de todas las demás consecuencias positivas que podría tener si se hubiese planeado y consensuado como venimos demandando desde hace años”.
Según la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 2019 hubo 1.500 millones de turistas moviéndose por el mundo, que aportaron al PIB mundial 2.700 millones de dólares (2.200 millones de euros). Todo ello generó 120 millones de empleos directos, más otra cantidad sin cuantificar pero enorme de trabajos indirectos. Unas cifras imposibles de obviar en el debate y que nos llevan a hablar de esa cara b de un mundo sin turistas: la debacle económica que supondría.
Pol Comaposada explica que “en Tailandia, el sector del turismo está arrasado. Desde hoteles a aerolíneas, pasando por pequeñas agencias de calle, hostales, restaurantes para turistas, todo. De hecho, la mayoría de negocios están cerrados o en hibernación esperando mejores tiempos”.
Y añade: “Las zonas más afectadas son las islas y las playas, que tradicionalmente viven solo del turismo. Los lugares que antaño eran los centros del turismo internacional son los que más lo han sufrido, como el pueblo de Patong, en Phuket; la playa de Chaweng, en Koh Samui; Ao Nang, en Krabi o el pueblo de Khao Lak. Ahora mismo son pueblos-fantasma donde han cerrado hasta los 7 Eleven. Los conductores del mundo del turismo son de los más afectados. Uno de nuestros conductores se ha metido a monje, la última carta que les queda a los hombres tailandeses cuando ya no saben qué hacer”.
En Victoria Falls, la ciudad de Zimbabwe a orillas de las míticas cataratas Victoria, más de 7.000 familias dependen exclusivamente de los turistas que visitan el salto de agua más famoso de África. Desde marzo de 2020, no tienen ningún ingreso.
Mediante donaciones de viajeros que pasaron por allí y se sienten involucrados con el entorno y de otras organizaciones se han montado comedores del hambre y repartos semanales de bolsas de alimentos básicos para paliar una situación dramática, según informa José Luis Regot, que regenta el único restaurante español de la zona.
Y en Zimbabwe, como en otras muchas zonas del mundo, cambiar ese monocultivo del turismo es imposible. Ni las condiciones climáticas permiten más agricultura o ganadería ni las sociales y políticas ponerse a fabricar microchips, aviones o alta tecnología.
En Vietnam, el golpe económico lo ha parado el turismo nacional. Pero en otros aspectos, esto ha sido solo como cambiar Guatemala por Guatepeor.
“El auge del turismo nacional ha tenido un impacto en destinos como Sapa o Dalat que habitualmente recibían pocos turistas internacionales por estar alejados del circuito clásico", dice Alberto Moreno, otro español que montó un negocio turístico en el Sudeste Asiático, en este caso en Vietnam, donde reside.
Y añade: “Ahora se encuentran totalmente desbordados por turistas vietnamitas y se han modificado los hábitos de consumo. Tuve la ocasión de viajar a Sapa en septiembre de 2020. En todo el fin de semana solo vi a una pareja de turistas extranjeros. El pueblo, en cambio, estaba abarrotado de turistas locales, que iban saltando de un mirador a otro para hacerse selfis y fotos sentados en decoración extravagante con el valle de fondo. Es la nueva moda entre los jóvenes de Vietnam: viajar a un sitio solo para hacer check-in y postear la foto en redes sociales. A las afueras de Sapa, las aldeas estaban desiertas y los caminos de tierra vacíos. Y cuando pasamos por ellas todo estaba cerrado y los habitantes habían salido, estaban vendiendo souvernirs en la plaza de Sapa a los turistas vietnamitas”.
La conclusión más apetecible de esta extraña situación sería aceptar que necesitamos del turismo, pero que también necesitamos controlarlo, reorganizarlo y hacerlo menos depredador. Y que esta situación provocada por la pandemia sería el momento y la excusa perfecta para hacerlo, para abordar un nuevo modelo turístico más sostenible. Ahora bien… ¿somos los humanos lo suficientemente inteligentes como para hacer una cosa así?
Joan Lluís Ferrer subraya. “Soy totalmente pesimista al respecto y no albergo la más mínima esperanza de que vaya a aprovecharse este parón para recapacitar o corregir errores. Es más, temo que cuando se esfume definitivamente el miedo a la covid (tal vez dentro de dos o tres años) resurgirá como nunca la maquinaria turística con sus mismos errores y excesos de siempre. Saldremos del periodo de restricciones con una euforia y unas ansias de disfrutar como si no hubiera un mañana”.
Similar opinión tiene María Ángels Serra: “Soy un poco pesimista en ese sentido. Pienso que, si todo esto pasa y se puede viajar con seguridad, las cosas volverán a ser como antes en casi todos los destinos, más pronto que tarde. Está claro que habrá un grupo de destinos, yo creo que pequeño, que realizará cambios importantes, pero, al final, las presiones de los grupos económicos y del sector público para que todo vuelva a ser como antes, será muy grande. Sí que pienso que se va a mejorar mucho en digitalización, pero, lamentablemente, creo que no tanto en sostenibilidad".
La asamblea de barrios barceloneses por el decrecimiento del turismo critica que “realmente no debería haber hecho falta semejante desastre para concienciar del problema estructural de la economía turística global y local, y para revertirlo: todo lo que ahora está quedando en evidencia viene siendo denunciado por organizaciones y colectivos sociales desde hace años”.
Si quieren mi opinión, difiere poco de la de ellos. Tenemos una oportunidad única para corregir errores. Pero no la vamos a aprovechar. Volveremos a viajar, sí. Pero igual o peor que antes. Los humanos somos así.