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ANÁLISIS
(Escribe Daniel Bosque) Mapuches peruanos: Jones Huala y la sombra de Abimael
EL TRIBUNO/MINING PRESS
11/11/2021

DANIEL BOSQUE*

Escribe Daniel Bosque: Nostalgias de los '70, aquella orgía del horror -  Mining Press

(Especial para El Tribuno) La última vez que escribí sobre esta mímesis entre senderistas peruanos y mapuches RAMeros fue en 2017, cuando el "Presidente Gonzalo" cumplía un cuarto de siglo entre rejas y el Lonko Facundo ganaba guiños en la progresía argentina. Abimael Guzmán se fue de este mundo el pasado 11/09 y no ha podido ver los jalones de violencia de estas horas en los Andes peruanos. Facundo Jones sigue purgando en Chile su pena por violencia e incendios mientras el desmán de su grupo crece en la Argentina, ante la presbicia y/o el paraguas del Estado nacional y adherentes varios.

La visión centralista

El ex fiscal de La Araucanía, Francisco Ljubetic, opina que si el problema mapuche hubiera sido en Buenos Aires, donde Dios atiende, ya estaría resuelto. Todo puede ser, pero las causas aborígenes permean tupido en tiempos donde la culpa y la desazón cotizan por las nubes. En Chile acaban de copar la escena grupos armados y encapuchados, soberanistas que se tirotean con el aparato policial-militar. Pero las banderas araucanas ya flameaban en el "estallido social" de octubre de 2019. En América Latina la wiphala, la enseña plurinacional aborigen que adoptó Bolivia, embandera a multitudes en la región.

Recuerdos de la guerra: El 26 de diciembre de 1980, decenas de perros aparecieron colgados del alumbrado público, con un cartel en cada can: "Ten Hsiao-ping, hijo de perra". La carnicería maoísta despertó sarcasmos en la política y en la prensa de Lima, que por esos días disfrutaba de la flamante remake de Fernando Belaúnde, la vuelta a la democracia tras el ensayo nacionalista de Juan Velasco Alvarado y Francisco Morales Bermúdez.

Gustavo Gorriti, en "Sendero", el libro imprescindible para entender la masacre que destrozó al Perú una década larga, recuerda que la matanza de mascotas fue impactante pero un hecho menor. "El país ya estaba en guerra, pero uno de los dos bandos todavía no se enteraba", dice. Unos meses antes, en Ayacucho, el politburó del Partido Comunista Peruano (PCPSL) había asistido a la verba de su líder. Abimael invocó a MacBeth, Irving, Stalin y Mao para abatir resistencias a la opción de la lucha armada. Sendero Luminoso y su represión le costarían al Perú 70.000 muertos, cientos de miles de desplazados, notables daños económicos (entre ellos la matanza senderista de 2.000.000 de reses, camélidos y ovinos) y la cruenta solución de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.

Añoranzas de la violencia

Hace cuatro años este cronista, testigo de aquella matanza peruana, tomaba nota de cómo la prensa argentina divulgaba las proclamas de Jones Huala, líder del Resistencia Ancestral Mapuche (RAM), cuyo foquismo no destella por su densidad ideológica sino por el rosario de eslóganes de fácil combustión.

En aquel entonces, la confesa opción del Lonko por la acción violenta era tan criticada como admirada. Politólogos y periodistas le caían encima por su precariedad conceptual, como si eso fuera por sí solo un viaje de ida al fracaso. Pero se advertía ya que en el Sur argentino y en el AMBA hay un buen número de jóvenes encantados con vengar la Campaña del Desierto.

Además, aunque en declinación, muchos admiradores del RAM habitan la franja etaria que vivió los violentos 70. En aquellas lejanías, en los reductos de la militancia armada había devoción literaria por Louis Althusser, Antonio Gramsci, Marta Harnecker y claro que sí por Fidel, el Che, Marx, Trotsky, Lenín, Perón, Evita y el inefable John Williams Cooke, quien como Arturo Jauretche vinculaba movimientos populares, antiimperialismos y conflictos de clase.

La tragedia argentina, blanca y no interétnica, no tuvo las magnitudes alfanuméricas de lo que después vendría en Perú, pero mató a unos 10.000 ciudadanos, según la Conadep, en la espiral de terror de fuerzas irregulares y del propio Estado, cuyo cruel colofón fue la dictadura de Jorge Videla.

La guerra de Huala

Huala y sus encapuchados dicen que han declarado la guerra a un Estado invasor que desconocen y han traído el know how pirómano de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), el grupo más radicalizado de la Araucanía chilena. Como ocurrió en Chile, el establishment argentino, patagónico y nacional, intentó en un primer momento disimular el conflicto mapuche/RAM, pero su inercia y crudeza lo están tornando incontrolable.

Ya hace cuatro años, en los días en que acababa de morir el artesano Santiago Maldonado, huyendo de gendarmes que perseguían con piedras en las manos (sí, así, hay archivos fílmicos) a mapuches protestadores, se conjeturaba también que cualquier brote subversivo podría ser una buena noticia para los servicios de Inteligencia, deseosos de sumar y engordar presupuestos y protagonismos. El RAM, por entonces, aunque ya había hecho daños palpables, parecía una fuerza escuálida y mucho menor que en Chile, donde el CAM había ya perpetrado más de 500 atentados.

La simpatía que generaban sus banderas históricas, acrecentada por las muertes de Maldonado y poco después de Rafael Nahuel, en el gobierno de Mauricio Macri, atormentaba a la Nación y a las provincias. La pregunta era si miles de jóvenes en las márgenes de las ciudades (como Bariloche, donde la desocupación antes de la demoledora pandemia y cuarentena era del 25% y se ha instalado fuerte el narcotráfico) podrían ser atraídos por la épica aborigen.

Guzmán murió en la cárcel desafiando a sus acólitos con que "el rumor de la masa crecerá más, habrá una gran ruptura y seremos hacedores del amanecer definitivo". Con menos grandilocuencias, unos cuantos sesentones o más de hoy se habían sentido iluminados en Argentina y otros países, dispuestos a crear, con pesado dogma y por la fuerza de las armas, el "hombre nuevo". El discurso precario de Huala, elemental, y culpabilizador del blanco, es su fortaleza. Líder ágrafo, rey del smartphone y con aparato jurídico ad hoc.

 El periodista Andrés Klipphan reveló en Infobae que la megausurpación de Guernica, en la provincia de Buenos Aires en 2020; la violencia mapuche que incendia predios y viviendas, y Elena Yparraguirre, viuda de Abimael, tienen como defensores a dos exlíderes de Montoneros, Roberto “El Pelado” Perdía y Eduardo “El Negro” Soares.

Embellecer el terror 

Todo depende de inventivas, aliados y recursos. El Estado Islámico que embriagó a miles de jóvenes globales, tenía “fan pages” propias de un club de amigos. “El éxito de la comunicación del ISIS es que ha conseguido embellecer el terror y hacerlo popular utilizando nuestro lenguaje y códigos culturales”, decía Alex Romero, de Alto Data Analytics, tras estudiar millones de mensajes yihadistas en 125 países.

La violencia narco o antisistema necesita de hendijas de vacío de poder para crecer y procrearse. En América Latina viene haciéndolo. Como en el Perú de Pedro Castillo, que pobló su gobierno de senderistas “de superficie”. Como en la Argentina, donde el apaño de funcionarios a saqueadores, usurpadores y violentos es el dato clave.

Pocos días después de la aparición sin vida de Maldonado, el texto de este cronista cerraba así: “En la Argentina la eterna crispación se expande. Los piquetes de Cutral Có, Plaza Huincul y Tartagal, hijos de los conflictos de YPF e Hipasam, aterrizaron en Buenos Aires y hoy dominan la escena nacional. Pero esto es más grave: si la causa mapuche logra hacer pie y engarzar en movimientos antisistema que los partidos tradicionales no puedan contener, los argentinos podrían sufrir otra fiebre fratricida.

Una vieja y pésima costumbre”.Siempre se puede estar peor. Por entonces el RAM no contaba con la malla de protección del Estado ni con cierta empatía militante que ha envalentonado la violencia demencial.

* Periodista; cubrió los sucesos de Perú en los 80 y 90.

(Ilustración de portada GERO)


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews