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Opinión
¿Después de los hidrocarburos la energía nuclear?
20/06/2006
Opinión

¿Después de los hidrocarburos la energía nuclear?

Por Cristian Garvía Aráoz par El Diario
Cristian Garvía Araoz

Que una de las principales fuentes energéticas actualmente consumidas se agotará en algunos años más, aunque no sabemos con exactitud cuándo, es algo que nadie pondría en duda. Si bien podemos atenernos a los reportes de los más optimistas que afirman que, como ocurre en nuestro país, algunas reservas mundiales podrían contener un volumen del hidrocarburo mayor al que originalmente se había supuesto, y que si la situación es similar para diversos sitios del planeta de vocación productora, llegaremos a la conclusión de que la escasez progresiva y el alza de su precio derivada de su agotamiento al menos se postergarían por algunos años.

Así, pudiera ser que aún nos quede petróleo para 30, o incluso más años. Sin embargo, el aplazar en el tiempo una “muerte segura” no cambia en gran medida la situación de fondo. Aunque es cierto que entre mientras más tiempo dispongamos de petróleo, más fácil y económica será nuestra evolución hacia otras fuentes de energía, muchos puntos quedan pendientes respecto a cuál será la forma de energía que, por ejemplo, habrá de utilizarse en aeronáutica civil, en la navegación, o sencillamente con qué materia prima se producirá la cantidad ingente de plásticos utilizados en la construcción o en la venta de artículos electrónicos, como el PVC y el poli estireno, respectivamente.

Por otra parte, si nos atenemos a las estimaciones que sugieren que para el año 2050 el consumo energético mundial se habrá duplicado, para entonces ya deberá ser un hecho que la principal fuente de energía no es el petróleo. Entre las alternativas ante tan preciado combustible, que existen hace ya mucho tiempo (como la energía nuclear o la energía solar), así como aquellas que últimamente se ha venido sugiriendo (principalmente la energía eólica, o aquella derivada del viento), numerosas son las opiniones encontradas que se levantan a la hora de aplicarlas.

Si bien en Bolivia contamos con importantes fuentes de gas natural como para explorar con prisa otras alternativas, son reservas que algún día se acabarán. En momentos en que el consumo energético mundial va en incontestable ascenso, se ha sugerido que se debe dar una respuesta igualmente contundente echando mano a formas de producción adecuadas a las exigencias, como por ejemplo a través de la energía nuclear. Sin embargo, por muy evidente que resulte tal alternativa, existen numerosos problemas a considerar en la hora de su aplicación.

De manera general, el proceso de obtención de energía eléctrica a partir de material radioactivo consiste en generar “explosiones nucleares” extremadamente pequeñas, con cuyo calor se calentará cantidades enormes de agua, que transformadas en vapor permitirán el trabajo de numerosas y muy poderosas turbinas, las que finalmente producirán la electricidad. Durante este proceso, sencillo y aparentemente limpio, un cuarto de la energía se pierde directamente en la evaporación del agua, y el resto corresponde a la electricidad producida. Visto de esta manera, nada se ha quemado, y en consecuencia no se ha producido el temido “CO2” o dióxido de carbono. Tanto es así que, en teoría, si se duplicara el empleo de la energía nuclear, reemplazando a la del petróleo allí donde sea posible, se lograría disminuir en un diez por ciento la emisión anual de tal gas contaminante.

Si además de tener un rendimiento razonablemente bueno y no contaminar la atmósfera, entonces ¿por qué no usar este tipo de energía de forma masiva? En primer lugar, para producir esta energía “limpia” se echa mano al uranio, material radiactivo extremadamente contaminante que después de utilizado, no puede ser reempleado de forma masiva, y por lo tanto debe ser almacenado para siempre, con potencial riesgo para la salud humana que conlleva una posible “fuga de radiación”. Por otra parte, los volúmenes de agua utilizados para activar las turbinas requieren intervenir importantes cursos de agua, con su consecuente impacto ecológico.

Finalmente, el uranio no es ni un material abundante en la naturaleza ni tan ubicuo como el oro o la plata, y más allá de su elevado costo, cualquier país que lo emplea caerá en una dependencia real respecto a su proveedor, dependencia que implicaría no pocas asperezas geopolíticas. En Bolivia gozamos de una baja densidad poblacional y de suficientes ambientes aptos para desarrollar las energías llamadas “renovables”. El gas es ciertamente una gran oportunidad económica, pero considerando nuestro retraso en la materia, es difícil y poco inteligente considerarlo como el único recurso que deberemos emplear para desarrollarnos. Para tener un futuro sin incertidumbres, no anotemos la energía nuclear entre nuestras prioridades. Y para tener un presente igualmente calmo, estemos atentos a las iniciativas en materia nuclear de todos nuestros vecinos.

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