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Argentina
Terminó la polémica minera
17/03/2006

La Antártida se derrite

Clarín, Buenos Aires
Deshielos extraordinarios y la novedad de las lluvias están modificando la fisonomía antártica. Argentina investiga los cambios.
Gustavo Sierra
La huella que se deja en la Antártida puede perdurar más tiempo que la vida de la persona que da ese paso. El hielo es capaz de guardar los mayores secretos por millones de años. Pero eso era una verdad científica hasta ahora. El cambio climático lo está modificando todo en esta tierra mítica. Voy dejando las huellas de mis botas en un hielo que se está derritiendo. Caminamos sobre trozos de témpano en la bahía López de Bertodano, en la isla Seymour, rumbo al campamento donde se construye la Estación Científica Valverde. Allí, si la Cancillería argentina pone pronto la firma para que llegue el dinero de un convenio con Brasil, comenzarán a estudiar las emanaciones de metano que desde el lecho marino se producen cada vez con mayor intensidad, y que contribuyen enormemente al efecto invernadero. Mi guía es el geólogo Rodolfo del Valle, de la Dirección Nacional del Antártico, un veterano de 35 años de trabajo antártico con más de 60 campañas en el Polo Sur. "Esto me provoca una tristeza enorme. Esta tierra está cambiando a un ritmo frenético. La Antártida que yo conocí está desapareciendo. Si lo tuviera que decir en términos no científicos, se está derritiendo".

Cruzamos de un trozo de hielo de unos diez metros de largo por cuatro o cinco de ancho a otro más pequeño pero de consistencia transparente. Este es hielo milenario, de las barreras que cubrían las costas de la península antártica, la zona reclamada por Argentina como su territorio. Son icebergs que comenzaron a desprenderse del que se creía era un hielo eterno. Todo comenzó el 28 de enero de 1995, cuando colapsó en apenas unas horas la barrera de Larsen A, de unos 1.600 kilómetros cuadrados y hasta 300 metros de espesor. Las barreras son plataformas de hielo que fluyen sobre el mar. La causa fue muy simple: había aumentado la temperatura a niveles nunca vistos. En la base argentina Marambio, la más cercana al lugar, se habían registrado ese verano temperaturas bastante por encima de cero grado: fue el verano más cálido registrado hasta ese momento. El siguiente desastre sobrevino en el 2002. Entre el 31 de enero y el 17 de febrero se desintegró la barrera Larsen B. Colapsaron casi 800 kilómetros cuadrados de hielos de un promedio de 230 metros de espesor, de los cuales sólo unos 30 metros emergían del agua. Otra vez, se estaban batiendo los récords de calor. Claro que no fue sólo el calor. También está la lluvia. Hasta hace unos 20 años aquí sólo nevaba. Pero ahora en la península antártica llueve casi todos los días y eso hace que los glaciares se derritan.

"El día en que supimos lo de la barrera de Larsen casi me pongo a llorar. Los seres humanos tendríamos que recordar ese día. Es un hito en la era de la destrucción de nuestro planeta. Y casi nadie en el mundo tiene idea de lo que sucedió", cuenta Rudy del Valle mientras sorteamos los últimos trozos de témpanos que fueron traídos hasta la costa por un viento de 50 nudos (unos 90 kilómetros por hora) que sopló la noche anterior. Tenemos que alcanzar la moto Polaris que está en tierra firme y es la única capaz de sortear esta geografía lunar donde hasta hace apenas unos días había un glaciar que se fue perdiendo en la bahía como ocurre cada verano desde hace 60 millones de años. La diferencia es que en este febrero ya no hay rastros de esa capa helada.

En el campamento nos espera Jorge Lusky, un experto en navegación y logística antártica. Se lo puede ver desde lejos, sosteniendo los tablones que martilla Jesús, el carpintero del Ejército que está terminando la casa principal del laboratorio. Hugo, enfermero, cocinero, pintor, reparador de todo, alcanza las herramientas mientras mira de reojo la olla de puchero que vamos a comer esta noche. Ellos tres y Rudy del Valle son los arquitectos, constructores y hasta decoradores del instituto que le permite a la ciencia argentina determinar la cantidad precisa de metano que está saliendo a la atmósfera y ver cómo esto recrudece el calentamiento global. El metano es el tercer factor más grave del efecto invernadero, junto al vapor de agua y el dióxido de carbono.

Argentina también podría tener la información para saber si esta zona que reclama como propia -aunque el Tratado Antártico firmado en 1959 por Argentina, Australia, Chile, Francia, Nueva Zelanda, Noruega y Estados Unidos no otorga soberanía de ningún territorio y prohíbe toda explotación- contiene una reserva energética superior a la del petróleo de Oriente Medio. "Este es un proyecto fundamental, en el que venimos trabajando desde hace años. Ahora tenemos la oportunidad de que la Universidad de San Pablo otorgue 3,5 millones de dólares para ponerlo en marcha, pero aún no está la decisión. Nosotros seguimos adelante con la convicción de que tendremos uno de los mejores centros científicos de la Antártida. Y para eso estamos dispuestos a clavar, a serruchar, a hacer pozos y a vivir en carpas por meses. Nosotros somos del hielo, somos una parte más de este territorio único", explica Del Valle, mientras frente a nosotros el sol cambia la luz y hace que el mar se vea en un tono rosa fuerte, el hielo celeste y las montañas de un marrón muy claro. La isla Cockburn, levantada de sedimento volcánico, le da un toque de negro azabache muy brillante.

El viento casi se detiene y la temperatura está por los dos o tres grados bajo cero. Para la Antártida es un día de primavera. Con esas condiciones se puede prender el fuego y pronto aparece sobre la parrilla un enorme bife de chorizo adobado por Hugo, un suboficial del Ejército con dos invernadas en este territorio. Comemos afuera sobre una mesa improvisada con una plancha de metal de las que se usan para hacer las paredes del laboratorio. Rudy me cuenta su vida con una enorme tristeza. Le acaban de avisar por el teléfono satelital que su mamá de noventa años se rompió la cadera. "Justo anoche se fue un avión. Ahora tengo que seguir penando desde 4.000 kilómetros de distancia. Esta es la vida del antártico", dice, y mira al horizonte donde sobresalen los conos de hielo de la isla James Ross teñidos de un rojo intenso por el sol que se va.

Es hora de ir a dormir a la carpa anaranjada, donde un skua (especie de gaviota grande color marrón oscuro) se posó en el mástil. Mañana hay que levantarse muy temprano para regresar a la base Matienzo y volar en los helicópteros hasta un iceberg junto a Pedro Skvarka, el científico argentino que descubrió el quiebre de la barrera Larsen B.

Los pilotos del Bell 212 esperan las confirmaciones que le dan los instrumentos para poder salir. El ingeniero Skvarka está ansioso. Hace tres días que espera viajar hacia "su" glaciar, el de la Bahía del Diablo, en la isla Vega. Lo viene monitoreando desde 1999. Dos veces al año, en febrero y en agosto, va a registrar sus movimientos. En verano depende de los helicópteros de la Fuerza Aérea Argentina. En invierno hace el recorrido en una potente moto de nieve por encima del mar congelado. Finalmente los helicópteros sobrevuelan la isla Seymour. Desde el aire se puede ver cómo flotan en el Mar de Weddell decenas de miles de témpanos. Desde siempre, los glaciares avanzaban, desprendían enormes paredes de hielo en el mar y volvían a avanzar. Pero en los últimos años, desde que la capa de ozono se redujo y dejó pasar los peligrosos rayos ultravioletas, los glaciares sueltan en el mar sus bloques de hielo y ya no vuelven a reproducirlos.

"El 90 por ciento de los glaciares del mundo está en retroceso, y acá se ve mucho más", me cuenta Skvarka mientras el helicóptero se acerca a la isla Vega. Tras 40 minutos de vuelo, el enorme glaciar de la Bahía del Diablo está a la vista. Skvarka lo mira como si hubiera encontrado a su novia. Se pueden ver las dos lenguas de hielo cayendo sobre el mar, pero también enormes porciones de roca entre medio.

Los helicópteros bajan en una playa de cantos rodados y descargan cajas con víveres e instrumentos. Nos dejan a Skvarka y a mí y continúan vuelo hasta la cima del glaciar, donde van a dejar una moto de nieve con la que el ingeniero y su ayudante recorrerán varios kilómetros al día. "A simple vista puedo ver un mayor retroceso desde la última vez que vine. Se pueden perder hasta 100 metros por temporada", explica Skvarka, mientras lo ayudo a armar la carpa central de su campamento antes de que se levante más viento y la tarea sea imposible. Cuando los helicópteros regresan ya está firme la estructura. El viento aumenta y los helicópteros tienen que partir de inmediato. Tengo la última imagen desde el aire de Skvarka mirando el glaciar mientras se rasca la cabeza. Creo verle una expresión de desaliento. Si toda esa agua dulce, los 32 millones de metros cúbicos de hielo que cubren la Antártida, se derritieran, el mar podría crecer entre 7 y 70 metros. Lo suficiente como para

El helicóptero de la fuerza aérea brasileña que lleva al presidente Lula da Silva entra por encima de la bahía Potter y da la vuelta por el imponente nunatak (pico montañoso que aparece dentro de un glaciar) Yamana. Le están dando un tour exclusivo al presidente brasileño que hizo su primera visita antártica a la única base que tiene su país aquí, la Comandante Ferraz, que cumple 25 años. Dos días más tarde llega a la zona el barco oceanográfico Ariel Rocher de la armada brasileña, lanza el ancla y saca a uno de sus dos helicópteros Puma que hace 15 viajes para trasladar a siete científicos de ese país que van a medir la reducción del permafrost, el hielo que queda debajo de la primera capa de hielo y piedras al retirarse los glaciares. Hay otras dos misiones brasileñas en otras islas. El presidente Lula regresa a Brasilia y asegura que su país no tiene ninguna pretensión territorial en la Antártida, pero aclara que "tenemos una definición estratégica de explorar e investigar en el continente". También anuncia un fuerte incremento a los 8 millones de dólares anuales que se gasta en la base Ferraz y la compra de un rompehielos.

La controversia en esta zona la lanzó Gran Bretaña cuando en octubre anunció que va a presentar a las Naciones Unidas un reclamo de soberanía de más de un millón de kilómetros cuadrados como extensión de la plataforma continental de las Islas Malvinas. El Foreign Office dice que está recogiendo y procesando datos para extender los derechos de explotación británicos sobre petróleo, gas y minerales hasta 350 millas en el océano Antártico. Una zona que justamente reclaman Argentina y Chile

Rusia va mucho más allá. Mientras Lula estaba vestido de anaranjado entre la nieve, Sergei Baliasnikov, el vocero del Instituto Ruso de Investigación Científica del Artico y la Antártida, anunciaba que habían realizado un acto de soberanía inédito y contrario al Tratado Antártico. "La bandera rusa fue colocada en el lecho marino del Polo Sur geomagnético, en las coordenadas 64 grados 28 minutos latitud sur y 137 grados 37 minutos longitud este". La "simbólica" operación fue realizada en el fondo del mar de Durvil por el buque Académico Karpinski. Ocurría apenas seis meses después de que dos minisubmarinos rusos plantaran la bandera en la plataforma submarina del Polo Norte, lanzando una carrera geopolítica de consecuencias imprevisibles. El Tratado Antártico tiene vigencia hasta el 2048 y pone un paraguas protector por sobre toda pretensión territorial, pero el cambio climático está dejando al descubierto demasiadas riquezas y nadie sabe hasta cuándo se va a cumplir.

El Twin Otter dio dos vueltas por encima de la plataforma de hielo Warszawa, en el centro de la isla King George, hasta que encontró el lugar exacto para aterrizar. Bajó los patines de los esquís y en la tercera pasada se deslizó suavemente por encima del suelo helado para detenerse al final de una pista interminable. El blanco profundo y el silencio penetrante lo envuelve todo hasta que aparece el vehículo de oruga Logan de la base argentina Jubany para rescatarnos. Bajamos tres pasajeros y una buena carga de reserva para la dotación. Entre los que llegan está Jorge Strelin, geólogo, profesor, investigador de la Dirección Nacional Antártica y experto conocedor de este continente. «él también está preocupado por el cambio climático y las transformaciones que vemos. "Cuando lo vi por primera vez, hace 35 años, este mismo glaciar -el Fourcade, que cae señorialmente hacia la bahía Potter— llegaba hasta el pie de la base. Ahora se retiró más de 600 metros. Es muy marcado", comenta Strelin. Aunque advierte que en términos geológicos tenemos que tener cuidado. "Los glaciares oscilaron mucho en los últimos 1.000 años".

Encuentro a Strelin y a su ayudante Fernando una semana más tarde en el refugio Elefante de la zona Especialmente Protegida 132, cerca de Punta Stranger. Está exultante. Encontró un liquen y piedras con los que puede probar que existió una pequeña Era del Hielo hace unos 350 años, en la que ese glaciar se retrotrajo más que en este momento. "Esto demuestra que el hielo antártico tuvo grandes oscilaciones en el tiempo, incluso antes de la industrialización que se supone es la que termina produciendo el calentamiento global que vivimos", explica mientras cocinamos unas milanesas en la rústica cocina del precioso refugio. Pero la inquietud y las dudas que plantea Strelin no quedan ahí. Cuenta que es muy probable que las fuertes nevadas y temperaturas extremadamente bajas que hubo en la zona el invierno pasado se deban al hielo desprendido de la barrera de Larsen y otras zonas, como consecuencia del calentamiento global. "Esto es como poner cubitos en un vaso. El agua se enfría. Y eso es lo que ocurrió en el mar. Ese es el fenómeno que mostró la película \'El día después de mañana\', el calentamiento termina causando una glaciación", cuenta Strelin mientras podemos mirar por la ventana la llegada de una manada de elefantes marinos de tres toneladas cada uno. La Antártida es extrema y anárquica.

Escenas y postales de la dura vida en la Antártida

Clarín, Buenos Aires
El viento asusta más que el frío, la basura se recicla y hay pocas enfermedades.

A la Antártida hay que tenerle paciencia. La bióloga espera que aterrice el Twin (avión con esquís) en el glaciar desde hace dos semanas. Es su única vía de posible regreso a Buenos Aires. Ya terminó su trabajo de estudio de las aves y mata el tiempo ayudando a sus compañeros en otras investigaciones, mientras pregunta constantemente por las condiciones del tiempo. Sale el sol, pero aún así no es demasiado bueno para el aterrizaje sobre el hielo carcomido por la última lluvia. La bióloga lleva ya tres meses trabajando en los laboratorios de la base Jubany y tendrá que esperar hasta que llegue el avión o que no haya oleaje para que un bote la alcance hasta la base chilena -desde donde tiene una posibilidad de salida-, o que pase el barco Aviso Castillo en rumbo a la base argentina Marambio. En la Antártida el tiempo es una medida muy flexible.

Hay bases como Marambio con una gran infraestructura y varios aviones, helicópteros y vehículos de todo tipo para el transporte. La de Estados Unidos, McMurdo, en el Polo Sur, tiene una población estable de casi 3.000 personas y hasta una línea de colectivo que lleva a la gente de una punta a la otra del enorme complejo. Los brasileños tienen un barco oceanográfico que puede operar en casi todas las condiciones climáticas. La base chilena Frei tiene un tráfico constante de aviones: en verano incluso llega hasta la Antártida un vuelo de Lan Chile.

El viento es el amo de este continente. La temperatura puede andar en los 30 grados bajo cero y aún así es soportable con una vestimenta adecuada. Pero la velocidad de las ráfagas es determinante. Tres grados sobre cero con vientos de 40 o 50 nudos (de 60 a 90 kilómetros por hora) pueden ser más molestos que un termómetro marcando muy por debajo de la línea roja. La retirada de los glaciares deja zonas en las que se acumula el agua por debajo de las piedras y la tierra y produce una verdadera ciénaga. Es muy fácil perder una bota en ese barro, si es que uno tiene suerte de que alguien le dé una mano para salir de allí. También están los chorrillos, pequeñas salidas del agua del permafrost, el hielo que queda acumulado por debajo de la primera capa terrestre. Esos son especiales para que se encajen los vehículos, incluso si son los modernos Polaris de tracción delantera.

En la Antártida se recicla toda la basura. Hay cuatro tachos en cada lugar por donde pasa el hombre; uno para los desperdicios de comida, otro para papeles, el de los plásticos y el de los vidrios. Todo debe ser llevado al continente. También está prohibido llevar animales o plantas: no se puede criar pollos, mantener un caballo para el transporte o producir verduras frescas en invernaderos. Si uno ve hasta un papelito que se le hubiera volado a algún explorador por el intenso viento tiene la obligación de recogerlo. A pesar de esto, en las zonas cercanas a las bases aparecen algunas botellas de plástico arrastradas por las ráfagas de 100 kilómetros por hora.

La Antártida es ponerse y sacarse ropa a cada momento. Para salir en estos meses de verano se procura una ropa interior térmica, pantalones de esquí, polar, campera de alta montaña, gorro con orejeras, guantes y siempre anteojos para evitar las emisiones solares de los dañinos rayos ultravioleta. Y siempre hay que estar preparado para todo: en un rato puede llover, nevar, soplar viento intenso y salir el sol. Recién después de quince días en suelo antártico el cuerpo comienza a habituarse.

A pesar de lo riguroso del clima hay aquí muy pocas enfermedades. El médico de la base Jubany asegura que es por la ausencia de virus que contagien. Pero los biólogos creen que hay bacterias de la gripe en muchas aves de la región, aunque el frío no permite la propagación. Lo cierto es que si viene alguien desde el continente con un resfrío, lo más probable es que toda la base se contagie. Durante el invierno, cuando los que están en la Antártida casi no tienen contacto con el exterior, no hay enfermedades contagiosas.

Nada se puede programar en la Antártida con mucha anticipación, y menos sin conocer el último pronóstico del tiempo. Cada mañana, a las ocho, se levantan los que trabajan en la infraestructura de las bases y los científicos. En el desayuno se lee el primer parte. Entonces se sabrá qué se puede o no hacer. Si el viento supera los 38 kilómetros por hora no se puede volar, navegar o hacer largas caminatas. El particular clima antártico también trae otras complicaciones: el biólogo de La Plata que estudia los petreles tiene que trabajar de noche, pero en el verano antártico el sol se esconde una hora al día.

La Antártida es salvaje como fue el resto de la Tierra hace 600 años. La única diferencia es que aquí nunca se encontraron evidencias de la existencia del hombre antes de que llegaran los exploradores. Y eso la convierte en una tierra aún por conquistar. Esta es la última tierra mítica.

Comenzó la conquista de la Antártida, última tierra mítica

Clarín, Buenos Aires

Aunque allí está prohibida cualquier explotación, los extraordinarios deshielos facilitan el futuro acceso a las riquezas naturales. China, Rusia y Corea agrandan sus bases. Y Gran Bretaña ahora reclama territorios.

Por: Gustavo Sierra
Cuesta sacar los botes zodíaco de entre los bloques de hielo. Estamos enfundados en unos trajes de neoprén con los que apenas nos podemos mover. Los "escombros" del glaciar que se cayeron anoche en la bahía Potter atrapan a las estructuras de goma de los botes como si fueran tenazas. Pero lo tenemos que hacer rápido. Hay apenas unas tres horas para ir hasta la base coreana King Se Jong antes de que comience otra tormenta. En uno de los botes viaja el jefe de la base Jubany, Fernando Morales, y en el otro los buzos y yo. Tenemos que pasar el cabo Winship antes de llegar a la Caleta Marian, en donde está la base.

Pasamos una serie de rocas que se extienden de la costa sur de la península con unas formas particulares. Luego vienen las enormes pingüineras de la playa Barton, que se perciben mucho antes de llegar por el fuerte olor del guano de los pingüinos barbijo, que repletan el lugar. Entonces aparece el primer refugio de los coreanos, que utilizan sus científicos para estudiar el comportamiento de esos animales.

La base King no impresiona a primera vista. Pero cuando nos acercamos aparecen un muelle de buen calado y una enorme grúa. Y al pie de la caleta ya se puede ver un ritmo desenfrenado de construcción: topadoras, excavadoras, dos camiones, decenas de obreros. "Vamos a tener una segunda casa y laboratorios para antes del invierno", nos dice Hong Jong Kuk, el jefe de la base, mientras se disculpa porque tiene que ir a despedir a una numerosa delegación de políticos y periodistas que llegaron el día anterior para festejar el 21 aniversario de la presencia coreana en la Antártida. Como todos acá, los coreanos aseguran estar en el continente para hacer ciencia. Una semana más tarde, encuentro a Hong de visita en la base chilena. La charla es más relajada y se sincera. "Todos los países están en una expansión en la Antártida. Nadie se quiere quedar afuera de lo que vendrá, más allá de que no se sabe qué es lo que viene. Pero los países ex comunistas como Rusia y China están a la vanguardia. Nosotros somos un país pequeño y sólo podemos tener presencia, pero ellos quieren jugar un rol importante en el futuro antártico".

Salgo de la base argentina Jubany con una lancha rápida chilena hacia la base uruguaya Artigas. Mi objetivo es estar del otro lado de la isla King George, don de están "los verdaderos jugadores" de esta conquista de la última Tierra Mítica. En Artigas me reciben Pipo Nuñez y la médica Silvia como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. "Nosotros estamos acá para apoyar a científicos y, tal vez, recibir algo de turismo. Pero ya vas a ver a nuestros vecinos", me dice Pipo. Uruguay tiene su propio juego diplomático. Está sirviendo de entrada de Venezuela en la Antártida. La armada uruguaya alquiló un buque a su par venezolana para que vayan aprendiendo a navegar en estas aguas congeladas. Y varios científicos venezolanos ya están o vienen en el barco para trabajar en Artigas.

Para llegar a la base rusa Bellingshausen hay que recorrer sólo seis kilómetros, pero por un terreno barroso en el que la moto uruguaya se hunde y sale como un potrillo brioso. Partimos para ver a Alexander "Sasha" Orup, un joven de 35 años pero con mucha experiencia antártica. Su base está pegada a la chilena Frei, en la Caleta Ardley, y está dotada con varios edificios. En su predio, además, está la única iglesia ortodoxa de la Antártida, St. Trinity, realizada en Siberia y armada aquí en 1994.

"Sí, plantamos una bandera en el Polo Norte y otra acá, pero son cosas diferentes. En la Antártida no tenemos pretensiones territoriales, sólo de presencia. Y la queremos aumentar. Estamos acá por la paz", aclara Orup. El "embajador" ruso en la Antártida se refiere a la polémica operación que Rusia difundió el año pasado (ver "En el Artico..."), y que siete meses después replicó en la Antártida. "La bandera rusa fue colocada el 14 de febrero en el lecho marino del Polo Sur geomagnético", anunció cinco días más tarde en Moscú el vocero del Instituto de Investigación Científica del Artico y la Antártida, Sergei Baliasnikov. Esa "simbólica" operación constituye la primera acción de soberanía explícita en este continente.

Los chilenos de la base Frei son los verdaderos "dueños" de la Península Fildes, y tienen una enorme base a pocos metros del sector ruso. Poseen el único aeropuerto operable casi todo el año en la zona, y tienen una pequeña villa armada con todas las comodidades. Viven allí once familias con un banco, supermercado, correo, gimnasio, planta de tratamiento de aguas, recepción de la televisión de su país y escuela. Chile y Argentina son los únicos países que mantienen su presencia con familias enteras. "Cuando uno se encuentra con la Antártida surgen un montón de interrogantes ¿Qué va a pasar con el agua, los minerales o los recursos marinos? No hay respuestas rápidas a esto. Serán los países con mayor interés en este continente los que decidirán. Y veremos qué criterio se impone: si se mantiene una Antártida preservada para las ciencias y el turismo o si ganan quienes buscan la explotación de las riquezas", se pregunta el comandante Raúl Jonquera, de la Fuerza Aérea chilena y a cargo de la base.

Chile le disputa a la Argentina las pretensiones de una buena porción del mismo territorio en la península antártica. El reclamo chileno se superpone con el argentino entre los meridianos 53 y 74, aunque todo está bajo el paraguas del Tratado Antártico, que congela cualquier ambición territorial hasta el 2048. Pero a ambos les apareció un rival aún más poderoso. Gran Bretaña anunció en octubre que hará un pedido a las Naciones Unidas por la soberanía de más de un millón de kilómetros cuadrados alrededor de las islas Malvinas y que comprenden una buena porción de la llamada Antártida Argentina. Esto podría extender los derechos de explotación sobre petróleo, gas y minerales hasta 350 millas en el Mar de Drake. El ex presidente Kirchner rechazó esta pretensión en un discurso ante la Asamblea general de la ONU en septiembre pasado.

Si casi todas las bases internacionales están en expansión, China parecería que va a trasladar la sede de los juegos olímpicos de Beijing hasta la Península Fildes de la Antártida. En la base Gran Muralla hay más de 3.000 metros cuadrados en construcción. "Sólo nos estamos preparando para una mayor actividad científica", asegura Sun Yunlong, el ingeniero de Shangai y veterano de varias expediciones antárticas, que ahora está a cargo de esta renovada estación. Para llegar a la base china no hay que avanzar mucho desde el sector chileno. Apenas se pasa la isla Ardley y antes de llegar a la Punta Halfthree, hay una enorme roca pintada con los signos que dicen "bienvenidos" en mandarín.

Desde allí se pueden ver las torres de las grúas que trabajan sin parar. Un enorme edificio tapado con una bandera azul que albergará al menos a cien personas ya está casi terminado. Detrás están colocando las ventanas de otro edificio de tres pisos, el más alto de la península antártica, donde funcionarán los laboratorios científicos. Y en el frente, decenas de obreros colocan las vigas de otra enorme estructura que será un gimnasio. A todo esto hay que sumarle una base totalmente armada, que a partir del año que viene se transformará en el primer hospital de la península antártica. "Tenemos enorme interés en la Antártida y queremos estar preparados para lo que viene", asegura Sun Yunlong.

De regreso y al pasar por la base Frei, me encuentro con Alejo Contreras Staeding, un explorador antártico chileno con 32 años de experiencia en la zona. "Esto se modificó completamente. Los glaciares se retiran, los animales se van hacia el polo porque aquí ya no tienen comida, y todos se van preparando para la guerra del agua, que se va a disputar de aquí a 50 o 100 años", comenta Contreras, mientras caminamos hacia la base rusa. Subo la colina donde está la iglesia ortodoxa St.Trinity. En su interior hay una paz que ya parece perdida en el continente congelado. Hay olor a incienso y a abeto recién cortado. Acá adentro uno no puede creer que en esta tierra mítica se pueda desatar otra Guerra Fría.


Editorial: Océanos y mares en grave peligro
La Nación, Buenos Aires (www.lanacion.com)

Un trabajo publicado por la prestigiosa revista Science puso de manifiesto los efectos de la actividad humana en los océanos y mares del planeta. El estudio, realizado por un equipo de especialistas de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias (AAAS, por sus siglas en inglés), encabezado por Ben Halpern, investigador del Centro Nacional para el Análisis y Síntesis Ecológica de la Universidad de California, derivó en un atlas de los océanos que refleja el grado de deterioro que ha ido produciendo el hombre hasta el punto de que sólo ha dejado intacto el cuatro por ciento de los mares de la Tierra.

Ese porcentaje tan bajo, todavía a salvo, se torna abrumadoramente ínfimo y disperso en el mundo si se lo confronta con extensas zonas gravemente afectadas. Entre estas áreas muy dañadas se encuentran el Mar del Norte, los mares del Sud y el este de la China, y la costa oriental de Norteamérica. Padecen igual condición los mares confinados, como el Mediterráneo, el Rojo o el Golfo Pérsico. La penosa conclusión que indirectamente se desprende es que cuanta menos presencia humana se ha registrado en una región marítima menor depredación se ha producido.

Para apreciar mejor la tarea emprendida por Halpern y el equipo de la AAAC, vale la pena recordar que aproximadamente tres cuartos del planeta son océanos y mares, y que uno solo de los océanos (el Pacífico) representa un tercio del total. Esos inmensos depósitos de agua mantienen la humedad atmosférica, y el ciclo que continuamente se cumple de evaporación, formación de nubes, condensación y precipitación de lluvias asegura la provisión de agua potable que necesita el hombre. Es, también, en las aguas marinas donde 250.000 especies vegetales y animales encuentran su nicho ecológico.

El trabajo ahora difundido organizó el estudio del deterioro a partir de un número de actividades que el hombre realiza. Una de ellas, de carácter principal ha sido la pesca, cuyo incremento en el siglo pasado trajo como consecuencia la merma de los cardúmenes, hasta el punto de que creció el temor de que los mares se convirtieran en cuencas sin vida. Es oportuno señalar al respecto que, aunque son miles las especies ictícolas, únicamente 280 interesan al hombre y que de éstas sólo seis componen la mitad de las capturas. La sobreexplotación de la riqueza pesquera, en favor de las demandas poblacionales y de los poderosos recursos tecnológicos de los buques pesqueros modernos, ha producido agotamiento y signos de extinción de las especies.

En nuestro país, las costas de la Patagonia conforman un ecosistema de más de 3000 km de largo y uno de los segmentos mejor conservados de la región; sin embargo, la sobrepesca y la contaminación han hecho sentir sus efectos negativos en los recursos naturales. La industria pesquera de rápido crecimiento está ejerciendo presión sobre la biodiversidad del área. En sólo los últimos diez años, las pesquerías de altura del Atlántico Sur duplicaron sus capturas, y uno de los principales stocks pesqueros, el de la merluza, colapsó. De esta manera, la sobrepesca no sólo pone en riesgo esta importante industria, sino que ejerce presión sobre la fauna al reducir el alimento disponible.

En otras ocasiones, menciona el trabajo de Science , el daño que se ha producido por efectos de accidentes, como los naufragios de petroleros, o porque las aguas recibieron material contaminante. En este caso, en la Argentina, los pequeños derrames crónicos y los últimos derrames de petróleo en Chubut señalan un riesgo para el ambiente marino.

La publicación del nuevo atlas de los océanos significa un valioso aporte al conocimiento, a la vez que un fortísimo llamado de atención, que nos debería hacer tomar conciencia de una manera profunda de la necesidad de evitar el daño ambiental si el hombre quiere sobrevivir.


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