CRONISTA
Empezó la cuenta regresiva para un acuerdo por el cambio climático
A medida que las negociaciones previas a la cumbre del mes próximo en Copenhague entran en su etapa final, se espera ver cómo responderá Estados Unidos a las ofertas en ausencia de un acuerdo parlamentario. Sobrevuela el fantasma de Doha.
FIONA HARVEY
Recién llegados a Barcelona desde diferentes capitales, ayer un grupo de cansados funcionarios públicos entró arrastrando sus maletines a otra sala de conferencias para asistir a una ronda más de negociaciones sobre el cambio climático. Todos se conocen muy bien, ya que se vienen reuniendo cada pocos meses desde diciembre de 2007. La misión: redactar un pacto que creará un nuevo marco para abordar el calentamiento global y que se firmará en una cumbre que tendrá lugar en Copenhague el mes próximo.
Estos funcionarios creen que las negociaciones representan los últimos 45 días que tienen para salvar al mundo. Pero el carácter urgente del tema oculta la realidad entumecedora de revisar el texto preliminar de casi 200 páginas de largo y luchar con más de 1.000 corchetes que contienen cláusulas y artículos que deben ser aceptados o eliminados tras horas de discusión, a veces sobre temas tan triviales como la posición de una coma.
Si las negociaciones fracasan, el mundo se quedará sin un plan para reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero. Esta situación, según advierten los científicos más destacados, podría conducirnos a un futuro desastroso lleno de tormentas, inundaciones, sequías y olas de calor. Un clima salvaje que podría desatar migraciones masivas y serios conflictos. Si se llega a un acuerdo, el mismo requerirá la transformación de casi todos los sectores de la economía global y determinará cuál será la respuesta del mundo ante la amenaza del cambio climático en las próximas décadas.
"Tenemos que llegar a un acuerdo político", dijo Yvo de Boer, el funcionario de Naciones Unidas de mayor rango en cuestiones de cambio climático y quien tiene la responsabilidad de conducir las negociaciones a una conclusión exitosa, y parece que el acuerdo está a punto de lograrse.
Sin embargo, en cualquier negociación extensa -y éstas se han manifestado en varias formas durante las últimas dos décadas- hay miles de altibajos antes de llegar a un acuerdo, algo que los negociadores conocen demasiado bien. En realidad, la actitud del funcionario holandés es casi siempre un buen indicador de la fase en la que se encuentran las negociaciones sobre el cambio climático. Hace dos años, en un momento álgido de la conferencia de Bali cuando Estados Unidos (bajo la presidencia de George W. Bush) estaba negándose a firmar un acuerdo hasta que finalmente cedió por los abucheos de los delegados de los países en desarrollo, el funcionario de Naciones Unidas pareció llorar en el estrado.
Pero con Barcelona por delante -la última sesión formal antes de la cumbre en la capital danesa- de Boer parece estar animado pero sin perder la cautela. "Se puede hacer", dijo el funcionario, pero advirtió: "Es importante que no nos extralimitemos en Copenhague: tratar de conseguir más de lo que es políticamente alcanzable y terminemos sin nada".
El progreso en algunos temas ha sido seguido por retrocesos en otros, y mientras tanto algunos argumentos que parecían haber sido dejados de lado han resurgido a último momento. "El resultado está en suspenso", admitió Ed Miliband, el generalmente alegre ministro de Energía del Reino Unido en un momento sombrío. "Todavía no lo hemos alcanzado".
En los últimos meses, la exasperación se ha centrado en EE.UU., donde el tratamiento de la legislación sanitaria no dejó mucho margen para avanzar en el tema del cambio climático. Debido a que la administración del presidente Barack Obama no ha tenido tiempo suficiente para abordar el proyecto de ley sobre topes y canje de emisiones de carbono, EE.UU. no ha definido todavía cuáles son sus objetivos con respecto a la reducción de las mismas ni tampoco el dinero que ofrecerá a las naciones pobres para ayudarlas a combatir el cambio climático.
El propósito de las negociaciones es garantizar que la temperatura global no suba más de 2°C con respecto a los niveles pre-industriales. Los científicos que forman parte del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, que depende de Naciones Unidas, señalan que esté es el límite seguro, más allá del cual el cambio climático podría ser catastrófico e irreversible.
Para permanecer dentro de ese límite, según de Boer, los gobiernos deben llegar a un acuerdo en cuatro áreas principales. En primer lugar, es necesario que los países desarrollados fijen objetivos de reducción de emisiones para el mediano plazo, en general el año 2020. En segundo término, las economías emergentes deben comprometerse a tomar algunas medidas para evitar el aumento de sus niveles de emisiones. Tercero, se debe desarrollar una infraestructura financiera para garantizar el flujo de fondos desde las naciones ricas a los países pobres con el objetivo de ayudar a estos últimos a poner freno a las emisiones y adaptarse a los efectos del calentamiento. En cuarto lugar, resulta necesario establecer instituciones para supervisar la gobernanza de estos compromisos.
Se ha logrado avanzar en todos esos puntos. Casi todos los países desarrollados han fijado objetivos para reducir radicalmente sus emisiones para el año 2020. No se llega a cumplir con lo que requieren los países emergentes pero podría ser aceptable.
El segundo requisito está aún más cerca de su resolución, aunque a simple vista parezca lo contrario. Jairam Ramesh, el ministro de Medio Ambiente de India, ha vociferado su oposición a recortar las emisiones y acusó a Occidente de tratar de obstaculizar el desarrollo de su país. La postura de Beijing ha sido similar. Pero esto oculta una realidad más pacífica. A ninguna nación en desarrollo se le ha pedido que adopte reducciones absolutas. En cambio, sí deben comprometerse a frenar el aumento de sus emisiones futuras. En realidad, al mismo tiempo que protestan contra estas reducciones, China, India y otras economías en rápido crecimiento se comprometieron a hacerlo, a través de medidas que incluyen inversiones en energía renovable y eficiencia energética. Casi seguro, esto resultará suficiente para satisfacer al mundo rico, siempre y cuando estas medidas sean legalmente vinculantes.
Esto nos deja con dos problemas urgentes, y ambos giran en torno a EE.UU. El año pasado, Obama fue aclamado como el hombre que iba a salvar al mundo en Copenhague, marcando un fuerte contraste con su antecesor, quien bloqueó todos los acuerdos sobre el cambio climático. En realidad, hay quienes sospechan que el Premio Nobel de la Paz –que el presidente estadounidense recibirá en Oslo mientras se desarrollan las negociaciones en Copenhague– tiene el propósito de actuar como un incentivo que atravesará el estrecho de Skagerrak para impulsar las negociaciones.
El sistema político estadounidense se ha convertido ahora en el principal obstáculo para llegar a un acuerdo. El proyecto de ley sobre topes y canje, que apunta a reducir las emisiones y a establecer disposiciones que permitan a las empresas de EE.UU. compensarlas a través de inversiones en los países más pobres, fue aprobado por la Cámara de Diputados y ahora un proyecto levemente diferente está siendo tratado en un comité del Senado. Pero ya queda poco tiempo para sortear los últimos obstáculos legislativos antes de Copenhague. Por su parte, es poco probable que la administración de Obama se esfuerce demasiado por conseguir la victoria, ya que una derrota resultaría desastrosa para la posición del país en la cumbre.
En teoría, aún sin un proyecto de ley EE.UU. podría asumir objetivos concretos de reducción de emisiones y apoyo financiero en la cumbre de Copenhague. "Ni siquiera uno de los países que firmaron el protocolo de Kioto contaba con un paquete de medidas legislativas para cumplir con sus compromisos", señaló de Boer.
Sin embargo, los delegados estadounidenses son conscientes de los problemas que implica asumir compromisos en el escenario internacional sobre cuestiones que todavía no están definidas en el ámbito doméstico. El enviado especial de EE.UU. para el cambio climático Todd Stern, que es veterano del gobierno de Clinton, firmó el acuerdo de Kioto en 1997 sólo para que éste fuera rechazado por el Congreso. Estados Unidos nunca ratificó el protocolo, lo que contribuyó a su fracaso. Al asumir, Stern juró no firmar ningún acuerdo que luego sea rechazado al llegar al Congreso. Tampoco los otros países repetirán los mismo errores que cometieron hace 12 años. Están convencidos de que EE.UU. no puede quedar afuera del acuerdo.
Con respecto al financiamiento, la Unión Europea propuso que los países ricos destinen entre 22.000 millones de euros y 50.000 millones de euros por año a los países más pobres para el 2020, de los cuales a EE.UU. le corresponderían 15.000 millones de euros. Pero los otros países todavía tienen que fijar las sumas, lo que da lugar a una guerra verbal entre EE.UU. y Europa.
Stern desestimó el argumento de que Washington esté frenando las negociaciones. El funcionario dijo que EE.UU. ha dejado claro la posible escala de objetivos que aceptará, de un 14 a 20 por ciento por debajo con respecto a los niveles de 2005, y agregó: "Cuál será nuestro número no es un misterio". También se refirió a los flujos financieros estimados contenidos en los proyectos de ley.
Otros países, sin embargo, quieren que EE.UU. confirme sus compromisos con respecto a las emisiones y al financiamiento antes de incluirlos en un acuerdo. "A veces el mayor órgano deliberante del mundo [el Senado] actúa como si fuese el único órgano deliberante del mundo", criticó recientemente John Bruton, embajador de la Unión Europea. "El mundo no puede depender del cronograma del Senado". Y Stern, exasperado, retrucó: "Es probable que algunas personas del otro lado del charco no entiendan bien el sistema, pero esta es la forma en la que nuestro sistema funciona, y estamos avanzando". Si EE.UU. no se compromete con objetivos firmes en Copenhague o no encuentra la manera de manejar con tacto las negociaciones, éstas podrían dilatarse hasta el próximo año. Muchos prefieren esto a un acuerdo deficiente. Sir David King, el ex asesor científico del Reino Unido, afirmó: "Si todo apunta a que no vamos a conseguir el acuerdo sólido que necesitamos, se debe decretar una moratoria en las negociaciones por un plazo de 12 meses y luego retomarlas".
Sin embargo, a medida que los encargados de llevar adelante las negociaciones luchan en una jungla de corchetes, la idea de continuar por un año más resulta muy poco atractiva. Un espectro acecha a estas negociaciones: el de la Ronda de Doha, que se ha prolongado durante ocho años con pocas posibilidades de que haya grandes avances. "El mundo no quiere que Copenhague termine siendo otra Doha", afirmó Kim Carstensen de la Fundación Vida Silvestre, el grupo ambientalista.
Esta es la razón por la cual Naciones Unidas y los anfitriones daneses sostienen firmemente que Copenhague es el último plazo. "No hay plan B", insiste Connie Hedegaard, ministra de Clima y Energía de Dinamarca. "Las fechas límites hacen que las mentes se concentren. Tenemos que llegar a un acuerdo en Copenhague". Como señala de Boer, continuar después de diciembre no mejorará las perspectivas: "No creo que seguir el año que viene facilite las cosas. Creo sólo las complicará".
Compromiso de Brasil, decisivo para acuerdo de cambio climático
La cumbre se realizará del Del 7 al 18 de diciembre de 2009 en la capital danesa.
El Gobierno brasileño aprobó un 'compromiso voluntario' para reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero
La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y el apoyo financiero a los países para alcanzar ese objetivo centrarán las conversaciones de la cumbre
La Comisión Europea (CE) acogió hoy con satisfacción el compromiso del Gobierno de Brasil de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero a casi el 40% para 2020 y lo calificó de "paso decisivo" para lograr un acuerdo global sobre el cambio climático en Copenhague.
El Gobierno brasileño aprobó ayer un "compromiso voluntario" para reducir las emisiones de gases causantes del efecto invernadero entre un 36,1 y un 38,9 por ciento hasta 2020, objetivo que presentará en la Conferencia del Clima que se celebrará el próximo mes en Copenhague.
Los porcentajes fueron definidos en una reunión que el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, mantuvo en Sao Paulo con sus ministros de Medio Ambiente, Carlos Minc, y de la Presidencia, Dilma Rousseff.
Con esta decisión, Brasil "se sitúa entre los primeros de los grandes países emergentes en hacer una promesa semejante", afirma el presidente del Ejecutivo comunitario, José Manuel Durao Barroso, en un comunicado.
"Este es un paso potencialmente decisivo para lograr un acuerdo global en Copenhague en diciembre y para tener éxito en la lucha contra el cambio climático", subraya Barroso.
La Comisión, junto a más de cuarenta delegaciones de todo el mundo, ultimarán la próxima semana en Copenhague los preparativos para la cumbre sobre el clima, que se celebrará en diciembre en la capital danesa.
La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala global y el apoyo financiero a los países en vías de desarrollo para alcanzar ese objetivo centrarán las conversaciones de la cumbre.