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Debate
Los análisis de Blanck, Scibona, Argento, Pagni y Wainfeld
19/11/2013

Calidez, cabezas cortadas y más de lo mismo

Clarín. Por Julio Blanck

Volvió Cristina después de un mes y medio y de todos los problemas de salud, operación en el cráneo incluida. Un regreso estudiado, filmado con dos cámaras, iluminación impecable, una presentación y arreglo personal cuidado hasta el detalle mínimo, el toque de informalidad justo en ella para ahuyentar las incertidumbres y presagios oscuros. Calidez y simpatía en su voz y sus gestos. Fue Cristina La Buena, el personaje que le dio más éxitos en su relación electoral con la sociedad y que tantas veces y tan fácil archivó cada vez que se metió en los fragores de la política, entendida como polarización constante y obsesiva.

Esa Cristina que por fortuna volvimos a ver anoche tan compuesta, en términos políticos y no necesariamente personales, es la misma Cristina que se ausentó desde el día que la llevaron con premura a la Fundación Favaloro.

Esa ausencia le permitió, desde ya que sin buscarlo, estar fuera de escena el día y la noche de la elección en la que su Gobierno y su fuerza política fueron derrotados de manera contundente. Y la ilusión de su eternización en el poder definitivamente archivada.

Ella volvió con sonrisas, pero a esa hora ya había descabezado a algunas de las figuras formalmente centrales de su gabinete. Cambios de nombres que, en una primera impresión necesariamente precaria, significan básicamente más de lo mismo.

Jorge Capitanich es el nuevo jefe de Gabinete. En una interpretación libre puede decirse además que sería el hombre que Cristina elige como posible candidato presidencial para 2015. La Jefatura de Gabinete, en esta etapa declinante del ciclo kirchnerista, es un lugar de construcción personal futura para quien la ocupe.

Capitanich, gobernador del Chaco, vicepresidente del PJ, también fue jefe de Gabinete en la presidencia de Eduardo Duhalde. Es un dirigente joven, con fundamentos económicos y experiencia política. En un Gobierno que viene de perder una elección, Capitanich necesita darle a la Casa Rosada el espesor político que nunca consiguió otorgarle Juan Manuel Abal Medina, un propagandista fiel y tenaz pero sin capacidad para articular política, algo bien distinto a dar órdenes a subordinados fervorosos.

Por ahora, Abal Medina no recibe ningún otro destino en reconocimiento a los servicios prestados.

¿Cuánto tendrá que ver que le haya mandado una felicitación por interpósita persona a Sergio Massa, después de su victoria de octubre?

Quizás el intendente de Avellaneda, Jorge Ferraresi, pida que se reconsidere su desplazamiento de la futura conducción peronista de la Provincia: debió dejar su silla a Abal Medina, entonces delegado directo de la Casa Rosada.

Vale recordar, en esta hora presurosa, que el competidor de Capitanich para la Jefatura de Gabinete y la eventual candidatura presidencial era el entrerriano Sergio Urribarri. Anoche un observador sagaz apuntaba que cuando los gobernadores, muchos de ellos derrotados, se reunieron en San Juan después de la elección de octubre, Urribarri amagó palabras de reconocimiento a Daniel Scioli. En cambio, Capitanich fue muy crítico con el de Buenos Aires, que sigue concentrando los odios del cristinismo. Puede que nada sea para siempre. Pero los hilos se siguen cortando con la misma tijera.

En Economía el que queda a cargo es Axel Kicillof. Era el viceministro pero mandaba más que Hernán Lorenzino, su teórico superior jerárquico. Mandaba, sobre todo, porque Cristina lo escucha. Hace unas cuantas semanas Guillermo Moreno le dijo a empresarios, con los que se reunió acompañando a Kicillof: “Les presento al futuro ministro de Economía”. Moreno sabía de lo que hablaba. Nadie habla de que Moreno se vaya.

A eso se le llama más de lo mismo. Aunque la economía, su desmanejo, los errores de diagnóstico y hasta de falta de sentido común, haya tenido tanto que ver con la derrota electoral.

Kicillof viene alentando el desdoblamiento del mercado cambiario, para poner algún freno a la caída estrepitosa de reservas. Se supone que habrá nuevas medidas, algún reconocimiento a los problemas que enfrenta el Gobierno y que si no encuentran corrección eficaz pueden comprometer a la sociedad en conjunto antes aún de diciembre de 2015. Pero más difícil es esperar cambios de rumbo.

Los gobiernos llegan al poder, y tienen éxito, con una fórmula determinada. Cuando les va mal no cambian. Le echan la culpa a otros, a factores extraños, a la mala comunicación, a que la gente no entendió, o que las medidas -en realidad rechazadas por el electorado- fueron aplicadas sin la profundidad suficiente. Con gradaciones distintas eso es lo que vimos en treinta años de democracia. Cristina no parece ser la excepción, sino la confirmación vociferante de la regla.

Mientras tanto, la Presidenta amable del video que amorosamente filmó su hija Florencia, mostró que sigue manejando el azote con el rigor de siempre.

El viernes pasado, en un simposio de expertos, la presidenta del Banco Central admitió que una necesidad imperiosa de la economía es bajar la inflación. Ayer, lunes, Mercedes Marcó del Pont se quedó sin la presidencia del Banco Central.

Sería injusto atribuir su caída sólo a esas palabras: aún siendo una máquina de justificar toda la política oficial, ella venía enfrentada a Moreno y al resto del equipo económico.

Pero es difícil suponer que aquellas palabras no hayan terminado de remachar su salida.

La inflación real no existe, según el discurso oficial. Quien siquiera insinúe lo contrario merecerá castigo eterno. Nada ha cambiado. Y para diciembre de 2015 falta una eternidad.

Más dogmatismo, a contramano de las expectativas

La Nación. Por Néstor Scibona

El cambio anunciado anoche con la designación de Axel Kicillof al frente del Ministerio de Economía va a contramano de las expectativas de quienes esperaban un manejo más pragmático de la política económica en los próximos dos años, y más en la línea dura de "profundizar del modelo". A priori, significa más intervención del Estado sobre la actividad privada, más cepo y controles cambiarios y menos chances de que comiencen a corregirse los desequilibrios macroeconómicos derivados del mayor gasto público, déficit fiscal y abuso de la "maquinita" del Banco Central para financiarlo.

En definitiva, todos los elementos que hoy ponen en jaque al modelo K y se traducen tanto en mayor inflación, brecha cambiaria y pérdida de reservas como en su correlato de menor inversión, bajo crecimiento y estancamiento en la creación de empleos privados.

Probablemente, con su regreso a la actividad y el rápido reemplazo ministerial, la presidenta Cristina Kirchner dé vía libre a la antigua propuesta de Kicillof de desdoblar el mercado cambiario oficial. En este caso, para frenar el drenaje de divisas por pasajes y gastos turísticos en el exterior y compras con tarjeta en sitios web extranjeros, que muchos argentinos -viajen o no- descubrieron y aprovechan con una brecha cambiaria superior al 65%.

La incógnita, en todo caso, es qué cotización y grado de control tendrá ese dólar turista. El apuro, en cambio, se justifica en la acelerada caída de reservas del BCRA, que suma 11.026 millones de dólares en lo que va del año.

En realidad, desde sus tiempos como director del Cenda, el economista cercano a La Cámpora ya propiciaba un esquema de tipos de cambio múltiples, ante la oposición de la ahora ex presidenta del BCRA. Quienes se inquietan por la hemorragia de reservas estiman ahora que no pasará mucho tiempo antes de que el mercado cambiario oficial se encamine hacia un esquema de ese tipo; aunque más no sea para ganar tiempo y pese al fracaso de experiencias similares en los años 70 y 80.

Esta presunción no es aleatoria. Kicillof se caracteriza por su dogmatismo y su elocuencia, que lo convierten en uno de los funcionarios cuyo discurso mejor suena a los oídos de Cristina Kirchner. Esto es independiente de los magros resultados que obtuvo en la función pública, ya sea en la deficitaria y subsidiada Aerolíneas Argentinas; propulsor, como viceministro, de la expropiación de las acciones de Repsol en YPF sin cuidar las formas, y como responsable de la comisión reguladora de la política de hidrocarburos, que no ha logrado revertir la caída de la producción de petróleo y gas.

El nuevo ministro es un teórico que descree de los mercados y detesta frases hechas como "clima de negocios". También, un convencido de que la economía se puede planificar y manejar caso por caso en sectores concentrados y disciplinar a las empresas con medidas tales como prohibir el giro de utilidades al exterior para forzar inversiones aquí, no siempre productivas. Aun así, difícilmente pueda ahora como ministro evitar la caída de reservas del BCRA por los pagos externos de deuda pública, el creciente déficit energético y el desequilibrio estructural de industrias clave.

Los cambios decididos anoche condenan al destierro a Hernán Lorenzino, quien hizo realidad ahora su célebre frase "me quiero ir" y se dedicará a su especialidad de manejar la deuda en default, pese a que sus propuestas de evitar la confrontación con los holdouts en los tribunales neoyorquinos no encontraron eco en CFK hasta que las papas quemaban. También llevan al ostracismo a Mercedes Marcó del Pont, quien pasará a la historia como uno de los pocos presidentes del BCRA que ejerció íntegramente su tarea "en comisión".

Su puesto será ocupado por el hasta ahora presidente del Banco Nación, Juan Carlos Fábrega, un funcionario del círculo presidencial, al igual que el nuevo ministro de Agricultura y Ganadería, Carlos Casamiquela, que reemplaza a Norberto Yauhar, quien además de su dura derrota electoral en Chubut estaba a punto de cumplir dos años sin haber recibido a las entidades de la Mesa de Enlace.

Aunque Fábrega ha mostrado cierta independencia de movimientos y buscaría formar un equipo propio, su tarea en el BCRA no será sencilla. Kicillof ya desembarcó allí meses atrás con un director propio, para oponerse a la suba de tasas de interés, pese a la mayor inflación y a la escapada del dólar paralelo. Sus encontronazos fueron tan memorables como una frase pronunciada públicamente hace tres años, antes de ser viceministro de Economía, cuando Kicillof reivindicó a Keynes y sostuvo que el aumento del gasto público, la emisión y los salarios no provocan inflación y son un mito neoliberal.

Sin embargo, sería aventurado suponer que Kicillof vaya a concentrar el poder de un superministro. La Presidenta siempre se encargó de ponerle algún contrapeso con figuras opuestas. De ahí que, para decepción de quienes esperaban mayor previsibilidad económica, siga en funciones el inefable Guillermo Moreno, quien apoda a su nuevo jefe el "soviético", por su formación marxista. También el incombustible Julio De Vido, quien debió cederle el área energética. Y dependerá del nuevo jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, quien por su proyección política tal vez sea otro encargado de ponerle límites.

Un regreso cargado de gestos de una Cristina que no cambió

El Cronista. por Analía Argento / Editora de Política y Opinióna

Fueron 48 días y sólo dos imágenes de la Presidenta. En ambas demacrada, sin una gota de maquillaje y con anteojos oscuros, sentada en el asiento trasero del auto que la llevó de Olivos a la Fundación Favaloro. Ayer fue todo lo contrario: volvió como es ella y aún mejor.

Podría haber elegido mostrarse amorosa o recargada. Las dos cosas fue lo que hizo. Con un estilo jovial saludó vía redes sociales: “"Hola... cómo están?”". El tuit incluía fotos del momento en que filmó el mensaje con su hija Florencia como realizadora, arrodillada y espaldas. E incluía fotos suyas con Simón, el perro con nombre de Libertador que presentó como su nueva mascota. La imagen fue distendida, al punto que la Presidenta salió de cuadro (ella dijo “de foco”) para buscar al cachorro macuchí que le trajo días atrás el hermano de Hugo Chávez.

En su vuelta Cristina eligió mostrarse a través de un video, como cuando apareció por primera vez tras la muerte de Néstor Kirchner, pero esta vez subido a Youtube y no transmitido en cadena nacional. Eligió cambiar el luto por una camisa blanca de cuello abierto y acompañada de una fina camperita negra y pantalón del mismo color. Impecablemente maquillada y peinada, ni osó mostrar su cicatriz ni huella de la intervención: nada que devele lo que pasó y que genere preocupación sobre su estado de salud.

Imposible que alguno de todos los gestos no haya sido premeditado. Quedó claro desde el inicio: “"Florencia, ¿podemos empezar?”", preguntó a su hija mientras le pedía indicaciones de a qué cámara mirar. Y no fue una sino cinco las veces que se refirió a su hija menor. Hasta le tembló la voz cuando contó que en una carta la elogiaban.

La Presidenta de la Nación, que parecía una famosa conductora de televisión, mostró algunos regalos, entre ellos el pingüino que le envió un militante y las rosas rojas que le mandó Hebe de Bonafini (Madre de Plaza de Mayo a la que reivindicó frente a las denuncias por el uso de los fondos de la organización). Aprovechó a dejar un mensaje a los que la comparan con Hugo Chávez: “"Van a acusar a los chavistas de malos”", reprendió al perrito Simón que le mordía la camisa. Sonó, por lo menos, a ironía.

En tono cálido reconoció que desde que en el examen cardiológico detectaron el hematoma que la llevó a una intervención quirúrgica craneal “"fueron momento difíciles, no lo voy a negar”".

El video duró 6 minutos con 55 segundos y se viralizó a partir de las 19 en Internet. Una hora y 43 minutos después Alfredo Scoccimarro completaba el operativo retorno. Su aparición en TV fue la segunda forma de mostrarse de una Cristina que no cambia a pesar de los cambios anunciados. Lo hizo, eso sí, en la voz de su vocero y no en la propia. Fue así que ya de noche la Presidenta ‘habló’ a través de sus resoluciones: correr a un devaluado ministro de Economía (débil desde su asunción) y reemplazarlo por un referente de La Cámpora (agrupación nacida bajo el ala de Néstor y de su hijo Máximo, foco además de las críticas y quejas del PJ, especialmente tras la derrota de octubre). En el mismo recambio decidió apoyar su gestión en las espaldas de un gobernador fiel y cercano como es Jorge Capitanich, bien visto por Daniel Scioli, pero a la vez un competidor hacia el 2015.

Axel Kicillof y Capitanich simbolizan también las dos formas en que se mostró ayer Cristina Fernández: radical y recargada en su ultrakirchnerismo y conciliadora (al menos con el PJ y los gobernadores). Así volvió y dejó en claro que también vuelve a tomar las riendas del Ejecutivo casi sin concesiones.

Un gesto de autoridad para delegar autoridad

La Nación. Por Carlos Pagni

El curso colectivo de la historia suele conmoverse, de tanto en tanto, por la intromisión impactante de la subjetividad. Cuando el orden político está centrado en la figura de un caudillo, la peripecia individual puede ser determinante. Cuando Cristina Kirchner ingresó en la Fundación Favaloro para hacerse atender por una alteración cardíaca, se desencadenó un proceso que desembocó en el cambio de gabinete anunciado anoche.

Ese movimiento de piezas no es el resultado de una revisión crítica sobre la marcha del Gobierno. Antes que eso, es la respuesta de la Presidenta a un cuadro clínico y, sobre todo, emocional, que vuelve inviable el estilo de gerenciamiento que puso en práctica hasta ahora.

La señora de Kirchner, como señaló hace poco un amigo que la frecuenta, "tocó fondo". Lo que había comenzado como un estudio cardiológico derivó en una internación domiciliaria de más de un mes.

Debió aislarse de la actividad pública, recurrir a un tratamiento psicoterapéutico y consumir antidepresivos. Los médicos pusieron cuidado en subrayar que debe evitar el estrés. Ella misma postergó una semana la reasunción. Y, cuando se produjo, limitó la agenda a atender a sus colaboradores más cercanos, que ya la visitaban en Olivos en la última semana.

Si la epifanía de la convaleciente Presidenta se hubiera limitado al mensaje que grabó ayer, ataviada con una innovadora camisa blanca, frente a la cámara de su hija, las dudas sobre la firmeza de su liderazgo se hubieran profundizado. Pero el anuncio de un cambio de elenco funcionó como un gesto de autoridad. Un gesto paradójico, porque la noticia significa un intento de delegar autoridad.

Por primera vez, el kirchnerismo ensaya la incorporación de un jefe de Gabinete con peso político. Jorge Capitanich es un gobernador que viene de validar su liderazgo en el Chaco. Y es uno de los precandidatos a la presidencia del peronismo. Es decir, posee una estatura pública de la que carecía Juan Manuel Abal Medina, quien funcionaba como un secretario privado de lujo de la señora de Kirchner y estaba afectado también por desórdenes de salud. La Jefatura tampoco tuvo esta densidad con Alberto Fernández, que gozaba de influencia, pero carecía de votos. La dimensión del nuevo premier es un arma de doble filo: es posible que un hombre que apuesta ese capital no sea incondicional frente a quienes lo contratan.

En la personalidad de Capitanich hay que destacar otro rasgo: es un dirigente del peronismo. Podría insinuar, entonces, la alianza de una presidenta debilitada con la dirigencia territorial del oficialismo. No está mal elegido: Capitanich es el caudillo del interior más cercano a la Casa Rosada. El que ofició como vocero del respaldo del PJ a las aventuras más riesgosas del Gobierno: el conflicto con el campo y la guerra contra los medios. No hay que menospreciar el detalle: el nuevo jefe de Gabinete es el representante de las provincias en la Afsca. ¿Conseguirá Capitanich, como hombre de ambos mundos, traducir hacia el interior de Olivos el desasosiego que reina desde las últimas elecciones en el peronismo federal? Él mismo es el jefe de una provincia cuya economía es castigada por el retraso cambiario.

El alistamiento de Capitanich plantea otras incógnitas importantes. La más obvia es cómo será recibido por el círculo santacruceño. Carlos Zannini y Julio De Vido, cabecillas de la pingüinera y rivales entre sí, han demostrado una llamativa capacidad para deglutir forasteros comedidos. La estabilidad del chaqueño dependerá bastante de su relación con el celoso Zannini. Por ahora, el secretario legal y técnico festeja que Amado Boudou haya salido debilitado con la remodelación: jibarizaron a su ahijado Hernán Lorenzino, que no consiguió traer desde Washington a Sergio Chodos, y la Presidenta no lo consideró a él para transferir responsabilidades. La influencia de Máximo Kirchner sigue en los niveles habituales.

También será decisivo, por supuesto, detectar el tipo de vínculo que Capitanich mantendrá con el nuevo ministro de Economía, Axel Kicillof. El desplazamiento de Lorenzino hacia funciones subalternas y la promoción de Kicillof son una burla para quienes habían apostado a que, porque pagó algunos arbitrajes del Ciadi, Cristina Kirchner encararía una normalización de las relaciones con el Fondo Monetario Internacional y con los mercados de deuda. Ella contestó a ese fetichismo encumbrando al representante más nítido del estatismo oficial: el ex gerente financiero de Aerolíneas y el capitán de la confiscación de YPF (a propósito: si Miguel Galuccio sigue soñando con un acuerdo con Repsol, desde anoche deberá revisar su fantasía). Síntesis: la Presidenta ratificó que encarará el tramo final de su administración insistiendo en su propia identidad. Otra alegría para su hijo, que suele monitorear las ideas del nuevo ministro con la ayuda de su amigo camporista Eduardo "Wado" De Pedro.

Anoche la señora de Kirchner armó el gabinete que se esperaba para el caso de que hubiera ganado las elecciones. Pero las perdió.

Con Kicillof al frente del Palacio de Hacienda, adopta la receta del desdoblamiento para resolver el problema cambiario. No debería haber confusiones: esto no significa la liberación del mercado de divisas, sino la existencia de dos o más circuitos intervenidos por el Estado. En otras palabras, se intenta colocar un torniquete que modere la alarmante sangría de reservas, postergando una crisis que los operadores no borrarán de su horizonte.

La salida de Mercedes Marcó del Pont, que se oponía a esta estrategia, y su reemplazo por Juan Carlos Fábrega es parte de la jugada cambiaria. Fábrega, que tiene la cultura del burócrata, se entregará a la línea tradicional del Banco Central: Juan Basco, Jorge Rodríguez y Juan Carlos Isi. Así se asegurará un piso de profesionalismo. ¿Sucederá lo mismo en el Banco Nación? Allí fue encumbrado Juan Ignacio Forlón, de La Cámpora. Más Máximo.

A partir de hoy será clave conocer el nivel de autoridad intelectual que tendrá Capitanich dentro del Gobierno. Como economista es muy pragmático: cuando fue jefe de Gabinete de Eduardo Duhalde interpretaba otra melodía. Su relación con Kicillof es, además, bastante antigua. Se remonta a los 90, cuando el nuevo jefe de Gabinete presidía la consultora M-Unit, que tenía como investigador al flamante ministro de Economía. ¿Será capaz Capitanich de reproducir aquel vínculo de mando y obediencia? El otro enigma que tendrá que despejar es cuál será el rol de Guillermo Moreno. Porque, por si hace falta decirlo, el "nuevo" gabinete es un gabinete con Moreno. Otro chasco para Boudou, Lorenzino y los profetas del giro market friendly.

Más relevante que las cuestiones anteriores es conocer el ascendiente que pueda tener Capitanich sobre la Presidenta para persuadirla a favor de tal o cual curso de acción. Sólo hay un indicio, casi insignificante: en su momento, cuando ambos eran senadores y el chaqueño presidía la Comisión de Presupuesto y Hacienda, la palabra del nuevo premier era importante.

La remodelación anunciada anoche inaugura, en sus rasgos principales, un experimento desconocido: Cristina Kirchner explorará una descentralización funcional, casi por prescripción médica. La orientación conceptual de su gobierno quedó ratificada. Podrá haber correcciones específicas. Pero del ajuste que requiere la economía se encargará la realidad. No el programa. Además, la ecología de la interna peronista debe absorber otra novedad: uno de los candidatos presidenciales fue catapultado a un riesgoso primer plano. ¿Cuál será el destino de ese lanzamiento? ¿El kirchnerismo encontrará en Capitanich una salida para proyectarse más allá de 2015 o quemará con él otro cartucho? Urribarri, Scioli y Massa buscan desde anoche la respuesta. La guerra sucesoria ha vuelto a acelerarse.

Cambios sin marcha atrás

Página 12. Por Mario Wainfeld

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner volvió con todo. Tanto que adelantó su propio calendario de regreso unas horas, para saludar en la noche de anteayer a la ex presidenta chilena Michelle Bachelet por el resultado electoral. Luego se hizo ver en videos grabados por su hija Florencia (familiares pero para nada amateurs): aspecto alegre, palabras coloquiales con algún momento de emoción, el “medio luto”, la aparición del perrito venezolano Simón... La jornada, empero, no tuvo el tono personal y decontracté de esas comunicaciones, para nada improvisadas ni exentas de intención. Le cupo al vocero presidencial, Alfredo Scoccimarro, el anuncio de uno de los más importantes cambios de gabinete desde 2007 (y, acaso, desde 2003). En este caso primó la concisión extrema, que no atenuó la fuerza de la información que se despliega en detalle en otras notas de esta edición.

La designación de tres ministros, dos de ellos en áreas determinantes y fuertemente simbólicas, es una apuesta fuerte en el segundo tramo del mandato. En la primera mirada de este cronista, oxigenar los elencos era una medida deseable y hasta imprescindible, para relanzarse en el tramo que queda hasta 2015.

La mandataria opta por renovar el elenco de gestión en un momento desafiante en lo económico y en lo político. Tanto el ahora ministro de Economía Axel Kicillof como el jefe de Gabinete Jorge Capitanich son figuras de perfil alto, dotados para el debate público, con experiencia de gestión. Nadie puede pensar que eso significará una dilución del poder presidencial ni la emergencia de un Ejecutivo plural o policéfalo. Ni la Constitución ni el modo de conducción de Cristina habilitan esa posibilidad.

Buscar congruencia en el “equipo económico”, cuyas disidencias internas eran conspicuas y demasiado ventiladas para el clásico hermetismo K, es una de las características de los cambios. Las divergencias eran sensibles, se venían trasladando al espacio público, fueron notorias desde hace meses, por ejemplo en el lanzamiento del blanqueo de capitales.

El único cambio obligado ocurrió en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca. Tras una desoladora cosecha electoral en Chubut el titular saliente, Norberto Yauhar, solo podía retirarse. El mismo tuvo la delicadeza de presentar su dimisión semanas atrás. El nombramiento de un técnico del INTA, Carlos Casamiquela, es en sesgo una señal interesante. Al fin y al cabo el INTA es una usina de cuadros y de políticas.

Pero volvamos a lo esencial, desgranando un poco.

* * *

Un ministro de primera: Hasta ahora viceministro, Axel Kicillof es una figura que creció en estos años. “Los titulares”, como apodó la Presidenta al establishment, le tienen justificada inquina, porque es un acérrimo defensor del “modelo” y crítico de las políticas neoliberales. Ni sus adversarios externos le niegan consistencia técnica y saber académico. No lo recusan por poco versado, sino por la firmeza de sus posturas y su propensión a polemizar, en registro largo y fundado. Sustituye a Hernán Lorenzino, un hombre de bajo perfil público, mucho más interesado (y avezado) en las cuestiones financieras que en las productivas.

La sustitución simultánea de la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, parece ir en pos de una homogeneización del equipo económico. Marcó del Pont fue una funcionaria fiel y diligente, que sostuvo las políticas kirchneristas, con alta exposición en momentos muy arduos. Era significativo que se la hubiera mantenido en comisión, sin buscar el acuerdo del Senado para garantizarle estabilidad en el cargo. Una señal política en especial, porque nadie podía pensar que “Mercedes”, con o sin acuerdo, se hubiera aferrado a su silla como lo hizo en su momento Martín Redrado.

Juan Carlos Fábrega, hasta aquí presidente del Banco Nación, es un funcionario con larga experiencia en el sector. Un hombre tranqui, que genera confianza en la Casa Rosada y en todo el espinel de los gobernadores.

A Lorenzino se le ofreció un cargo de embajador y negociador de la deuda, para que practique el juego que mejor sabe y más le gusta. Pero es claro que no tendrá mucha autonomía de vuelo: Kicillof es un ministro con peso específico. Su llegada reconfigura al equipo económico. Anticipar qué implica eso en las políticas del sector será comidilla en los próximos días. Es bien factible que los anuncios corran tanto o más rápido que las versiones o rumores.

Ya en sus primeros comentarios, los medios dominantes traducen la renovación como un triunfo del secretario Guillermo Moreno. Sus roces con Marcó del Pont eran frecuentes, pero la banquera central no era la única: la praxis de Moreno incluye enfrentamientos con muchos otros compañeros de gestión. Habrá que ver qué sucede en su relación cotidiana con un ministro que seguramente tendrá más centralidad que Lorenzino y no se dejará arrear ni aceptará que le pisen el poncho.

* * *

Carambola a varias bandas: Capitanich vuelve a ser jefe de Gabinete, cargo que desempeñó en la primera etapa de la presidencia de Eduardo Duhalde. Con años de gobernador y generosas revalidaciones electorales, se lo recoloca en la escena nacional. Es imposible no ligar la jugada con la necesidad del kirchnerismo de ir pensando en potenciales candidatos propios a las próximas elecciones presidenciales. Claro que sería demasiado lanzado dar por hecha la designación de un delfín. Por lo pronto, es ultra prematuro y además sería necio jugarse a una sola baraja. Con todo, hay un tinte de oportunidad y visibilidad en el nombramiento:

“Coqui” Capitanich es, claro, un hombre con ambiciones políticas. Colocado en un sitio de alta exposición, deberá validarla con su desempeño. Para los “gobernas” y dirigentes kirchneristas la designación de un par en el equipo nacional es una noticia estimulante, sobre todo para quienes salieron victoriosos en las elecciones. Se les “abre el juego”, que es uno de los reclamos consabidos de la dirigencia peronista. El entrerriano Sergio Urribarri también sonaba para el cargo, fue objetivamente relegado aunque nada sugiere que su futuro haya quedado tapiado.

Juan Manuel Abal Medina cede su lugar, cuestionado por muchos gobernadores e intendentes por su actuación en las campañas electorales. En la opinión de este escriba, suena más determinante colocar un protagonista con peso específico y darle otro tinte al gabinete y al cargo.

Mirado desde el siempre apasionante (y a menudo exagerado) prisma de los alineamientos internos, Axel representa a los sectores juveniles “cristinistas” y Capitanich “al territorio”. Sus condiciones personales, similares en varios aspectos fundantes, tal vez influyeron tanto o más que esas pertenencias.

Nada indica que ese factor gravitó, pero es un hecho que los dos nuevos ministros se conocen y trabajaron juntos durante un buen período, antes de que Kicillof recalara en el gobierno nacional.

* * *

Los que quedan y lo que viene: Los cambios abarcan un ministerio bien político y toda el área económica. Es factible que haya otros, en el gabinete y en el Congreso. Las autoridades de los bloques se renuevan el 10 de diciembre. Puede haber novedades, en especial en las autoridades de la Cámara de Senadores.

El ministro de Salud, Juan Manzur, fue elegido diputado. Su potencial salida sería lógica y le daría una oportunidad al Gobierno para dinamizar un área social gestionada a media máquina y sin innovaciones dignas de mención.

* * *

El que no se mueve, pierde: Es imposible hacer la plancha para gobernar, casi en cualquier país del mundo actual. Basta ver la agenda intensa que propone Bachelet al pueblo chileno. O el ajetreo cotidiano, problemático y febril del presidente norteamericano Barack Obama. Son dos ejemplos entre, literalmente, centenares.

La Argentina honra la regla: forjado en el siglo XXI, el kirchnerismo no sabe de descansos ni de quietismo. La coyuntura económica combina pilares básicos sólidos del “modelo” con dificultades crecientes. Sería muy preocupante que se mantuviera la inercia de variables económicas fundamentales de este año en 2013. Y era forzoso asumir políticamente que el mensaje de las urnas fue complejo, incluyendo una dosis alta de crítica y de mudanza de preferencias.

El oficialismo no renunciará a sus principios e ideas fuerza básicos. Hay objetivos y banderas que no arriará. Y mucho menos, aplicará el programa que le proponen (o quieren imponer) sus adversarios. Pero, para sostenerse, deberá relanzarse, modificar o dejar de lado herramientas, hasta reinventarse como lo hizo en 2008, 2009 y 2010.

En primera aproximación, los anuncios no son cosmética, ni un cambio de figuritas. Es una renovación jugada, lógica en esta etapa, que demuestra que la Presidenta pensó mucho durante su forzada licencia.

El resultado de los relevos y de las medidas que vendrán se medirá andando el tiempo. Las figuras son relevantes porque son indicio de lo que se quiere intentar. Pero lo esencial es cómo impactan los cambios o continuidades de las políticas públicas en la vida de las gentes de a pie.


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