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Majul: Feliz Navidad para todos y todas
24/12/2013
El Cronista

El gran objetivo político de la Presidenta es pasar la Nochebuena sin saqueos, sin muertos, con la menor cantidad de cortes de energía posibles y en paz. Ella y, en especial, su hijo Máximo Kirchner, creen que después de mañana a la noche la Argentina será otra. Entre sus íntimos y sus incondicionales, la jefa de Estado y su hijo en operaciones sostienen que hubo, en las últimas semanas, un intento de golpe de Estado no tradicional, impulsado por delincuentes disfrazados de policías. Además, ambos, junto con el secretario Legal y Técnico, Carlos Zannini, explican que el ascenso de César Milani es una decisión política que tiene, como principal objetivo, que el Ejército y las demás Fuerzas Armadas respondan al gobierno constitucional, en caso de que sea necesario. ¿Lo piensan en serio o lo usan como excusa para explicar el derrumbe en las encuestas del gobierno, de Cristina Fernández y de casi todos los ministros de la administración, incluyendo al jefe de gabinete Jorge Capitanich y el de Economía, Axel Kicillof? “Lo repiten tanto que se lo terminan creyendo” me dijo un exjefe de Gabinete que ya pasó, en su momento, por circunstancias parecidas. Ahora sí, la jefa de Estado está en el peor momento de su gestión. Incluso peor que en 2009, porque entonces la administración todavía tenía la posibilidad de elegir a un pingüino o una pingüina como sus posibles sucesores. El problema más urgente es que los nuevos cartuchos se queman demasiado rápido. Hace un mes la designación de Capitanich aparecía como una jugada magistral, propia del mejor Kirchner. Haría que Cristina Fernández no se desgastara en el día a día, generaría una imagen de control y autoridad y colocaría al alto funcionario en la grilla de los presidenciales del oficialismo, matando a varios pájaros con el mismo tiro. Al tero Sergio Massa, porque Capitanich desplegaría las banderas que el exintendente de Tigre agita. A la paloma Daniel Scioli, porque le pegaría de lleno en sus ambiciones de sucederla desde el Frente para la Victoria. Al águila Mauricio Macri, porque le quitaría cierto monopolio de las ideas de racionalidad y desarrollismo. Y también a la prensa crítica, esa serpiente de muchas cabezas, porque el jefe de gabinete los atendería todos los días, lo que haría bajar las defensas de los periodistas que solo quieren preguntar. El desplazamiento de Guillermo Moreno terminaría aflojando todo el resquemor en los sectores medios que lo percibían como la encarnación de Lucifer. Pero ahora todo parece haberse diluido, entre la rebelión de las policías provinciales, los saqueos, los cortes de luz y la preocupante subida de los precios de los alimentos en diciembre, que hacen preconfigurar un índice de costo de vida anual, a partir del año que viene, que podría superar el 30%, lo que tornaría a la inflación inmanejable. “Si me dejan hacer las tres o cuatro cosas que tengo en la cabeza damos vuelta la historia” me dijo Sergio Massa dos días después de asumir como jefe de gabinete. Su primera decisión me había sorprendido: decidió recibirme en su despacho de la Casa de Gobierno, a pesar de que sabía que irritaría a los talibanes del Frente para la Victoria. Aceptó una nota para la televisión. Me explicó que lo hacía porque quería marcar la cancha desde el principio, porque después le sería muy difícil darlo vuelta. Y me adelantó cuáles eran sus verdaderas intenciones: hacer otra vez creíbles las mediciones del INDEC, volver, de a poco, a la órbita del Club de París, detener la bola de nieve de los subsidios, sacárselo de encima a Guillermo Moreno y mostrar a una Presidenta más cerca de la gente, primero con el llamado a conferencias de prensa, después con un mano a mano con los periodistas más creíbles e influyentes de la Argentina. Massa se fue un año más tarde, después de fortísimas discusiones con Néstor Kirchner, en lo que considera su experiencia política más intensa desde que se hizo dirigente del Partido Justicialista. Quizá por eso, hace un par de domingos, en La Cornisa TV, entre corte y corte, explicó: “Ojalá que a Coqui le vaya bien ¡Aunque esta situación me hace acordar tanto a lo que me pasó a mí cuando me designaron jefe de gabinete! Lo que el diputado nacional”. por el Frente Renovador dice en voz alta es lo que piensan, en voz baja, gente que integra este gobierno, como los ministros Florencio Randazzo y Julio De Vido, o gobernadores que forman parte del Frente para la Victoria, como Scioli o Juan Manuel Urtubey. Y esto implica, nada más y nada menos, que Cristina Fernández no va a cambiar, aunque la hayan operado de la cabeza y la hayan convencido de que el cuerpo, todo el tiempo, no lo tiene que poner. Ella, sino los otros, si es que no se quiere morir, como Néstor. El problema, otra vez, es que por más que a la administración le moleste la comparación de diciembre de 2001, cuando se habla de los saqueos, o de diciembre de 2008, cuando se habla de los cortes de luz, o de 1989, cuando se habla de alta inflación o hiperinflación, los problemas estructurales les están explotando en la cara, y eso que todavía faltan poco menos de dos años para terminar el mandato. El Papa Francisco, en primer lugar, y los presidenciables, en segundo lugar, pero muy cerquita, están haciendo cuentas todos los días y rezando, de paso, para que todo termine bien, y en los tiempos que marca la Constitución. Pero para eso Cristina Fernández tendrá que hacer algo que acá y en el resto del planeta se llama ajuste. No importa, ni siquiera, el concepto estrambótico con el que reemplacen la palabra ajuste Capitanich o Kicillof. Tampoco importan las encuestas ni el cálculo político. Importa, eso sí, que lo hagan cuánto antes, y que afecten lo menos posibles, a los que menos tienen. Porque cuánto más se demore más va a ser el daño colectivo que le van a producir a toda la sociedad. Si la meta inmediata es llegar a Navi dad, no sería malo que aprovechara las fiestas como un momento de íntima reflexión y empezara a hacer lo que se debe, aunque no parezca simpático ni popular.


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