En el mejor de los casos, el PBI per capita (medición tradicional del nivel de vida) con el que esta administración se irá en 2015 será equivalente al de 2011.
El nivel de empleo y la pobreza quedarán, también en el mejor de los casos, estancados, aunque a valores de 2007 porque la inflación desde entonces empezó a anestesiarlos.
Estos indicadores, de verificarse, mostrarían tres cosas. Primero,que en este tercer mandato, una discusión sobre la década quedaría zanjada: no será ganada ni desaprovechada, va a ser directamente perdida como la del 80 y con un notable impacto de distribución regresiva. Lo segundo es que por lejos, el mejor escenario macroeconómico de aquí al final de mandato es no chocar, es decir, transitar la actual crisis evitando un típico colapso de los que históricamente ha tenido el país.
Parece un objetivo modesto y humilde, pero en mi opinión, frente a la probabilidad de colapsar no es malo, dado las desastrosas consecuencias en términos sociales que los colapsos dejan. Y tercero, habría que volver a repasar a futuro la duración constitucional de los mandatos presidenciales y la posibilidad de reelección, porque por segunda vez consecutiva en 25 años se habrán “regalado” en una segunda etapa de un mismo gobierno buenos resultados de la primera parte de la gestión.
Visto así, desde una visión estructural, la actual coyuntura es sólo parte del camino “crisis y no colapso” con la aspiración máxima de no chocar, y nada más.
Por eso, la teatralización y festejo sobre la reciente “batalla ganada” en el mercado cambiario que evitó que vaya a saber quién “voltee al Gobierno”, no sólo es un disparate desde el punto de vista institucional sino también económico.
Los ahorros de la sociedad argentina, en un corte vertical, o sea desde el ahorrista más pequeño hasta el más grande, se vienen dolarizando desde finales de 2007.
En todo caso, hace 2400 días hay “golpe de mercado”. Menos mal que después de seis años seguidos se lo “abortó”. Mientras tanto, al “puente hasta que llegue la soja”, le resta algo de mérito que se hace “pisando” importaciones, “mendigando” a cerealeras y aplicando un ajuste monetarista neoliberal en la tasa de interés “digno del Consenso de Washington”.
Pero estas soluciones tipo “timbas estabilizadoras” entre la tasa y el dólar no son inocuas, terminan impactando en la actividad y el empleo. Entonces en la coyuntura el modesto pero muy importante objetivo de “largo plazo” de no chocar es aún más humilde: es empujar “hasta que llegue la soja”. Después, Dios es grande.
En realidad no hay mucha sorpresa. No llegamos acá ni por mala suerte ni por el mundo. Al revés, eso jugó a favor.
Se está pagando el costo de una política económica prehistórica que ni las modernas izquierdas vecinas ya ponen en práctica, generando una alta desconfianza y gran incertidumbre.
Ahora bien, aun bajo la modesta óptica de llegar sin chocar, que todavía es posible, la pregunta central sería: ¿qué sería bueno es estos 20 meses restantes hacia una nueva administración sin siquiera saber quién será el próximo presidente?
Entiendo que sería bueno, más que para el próximo gobierno para toda la sociedad, que en este escenario (si se lo transita bien), el Gobierno acomode de la mejor manera posible el desastre de precios relativos que generó en estos 10 años.
Si bien después de cumplir 7 años ininterrumpidos en los dos dígitos anuales, el foco de atención es la inflación, en realidad no se puede mirar sólo la tasa de inflación que está hoy en el 31% (12 meses, probablemente creciente salvo una recesión) sin mirar precios relativos. O sea, si desde el estallido de 2002 la inflación acumulada suma 750%, hay que entender que allí “conviven” en el mismo período ponderados por su participación en el índice, alimentos y bebidas con más de 1200%, el tipo de cambio oficial a 700% y paralelo a 1100%, salarios muy variados dependiendo de trabajo formal o informal, un lío tarifario promedio de “apenas” el 200% etc. etc. etc. Y a este problema la realidad o alguien se va a encargar de “emparejarlo”.
Por lo tanto, si bien lograr que “la tasa de inflación” no se escape en los próximos 20 meses debiera ser un objetivo primario, “acomodar” los precios relativos pensando en la gente y en lo que va a haber que solucionar en la próxima administración en el país es superlativo. Bajo esta visión, si el nuevo índice de precios es nacional, metropolitano, etc., da lo mismo.
Este lío está instalado desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego. Lo más importante por lo tanto es presentarle de frente este problema a la sociedad argentina para que quienes lo generaron durante esta década lo acomoden antes de irse. Y tienen 20 meses por delante, es un montón.
En este sentido, que las últimas elecciones hayan sido legislativas y no presidenciales fue “agua bendita” para el país.
De lo contrario, el ganador se hubiese encontrado con la economía totalmente desajustada, pero no colapsada y con el “relato” vivito y coleando, como todavía se percibe. El nuevo presidente, pagando costos desde el primer día y perdiendo uno o dos años de mandato buscándoles la vuelta a las soluciones, como ocurrió con todos los presidentes de la democracia. La sociedad, dudando todavía si el problema y la responsabilidad son los nuevos “que vinieron a hacer el ajuste y cambiar el modelo” o los que acaban de terminar. Por lo tanto, es una “suerte” que a este gobierno le queden dos años más, para verse obligado a corregir su propio desbarajuste.
Creo que queda más claro que el objetivo de llegar sin chocar más que modesto es extraordinariamente bueno. Ni qué hablar si es con cambios de precios relativos. Casi digo... aunque suba un poco la inflación.