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OPINIÓN
La tragedia del estímulo

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008, es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

26/02/2014

La tragedia del estímulo

NYT SYNDICATE

NYT SYNDICATE

Han pasado cinco años desde que el presidente Barack Obama promulgó la Ley para la Recuperación y Reinversión Estadounidense —más conocida como “el estímulo”—. Con el paso del tiempo, se ha hecho evidente que la norma hizo mucho bien, pues ayudó a ponerle fin al hundimiento de la economía del país, creó o salvó millones de empleos y dejó un importante legado de inversión pública y privada.

Pero también fue un desastre político y las consecuencias —la percepción de que el estímulo fracasó— han atormentado a la política económica desde entonces.

Comencemos por el bien que hizo. El argumento del estímulo fue que Estados Unidos padecía un inmenso déficit presupuestario y que el daño sufrido por la economía a causa de la crisis financiera y el estallido de la burbuja inmobiliaria era tan grave que la Reserva Federal (FED), que normalmente combate las recesiones rebajando las tasas de interés de corto plazo, no era capaz de superar esa caída en la producción por sus propios medios.

Por ende, la idea era proporcionar un impulso temporal haciendo que el Gobierno gastase más dinero directamente y, utilizando las reducciones de impuestos y los subsidios públicos, incrementar los ingresos de las familias para estimular el gasto privado.

Los opositores de la medida argumentaron de manera aspaventosa que el gasto deficitario lanzaría las tasas de interés por las nubes y generaría un efecto “desplazamiento” sobre el gasto privado. Los defensores respondían que el desplazamiento —un problema real cuando la economía está cerca del pleno empleo— no se presentaría en una economía profundamente deprimida, inundada de exceso de capacidad y de ahorro. Y los defensores del estímulo tenían razón: lejos de dispararse, las tasas de interés cayeron hasta niveles mínimos históricos.

¿Y qué hay de la evidencia positiva sobre los beneficios del estímulo? Eso es más complicado, porque resulta difícil separar los efectos de la ley de las demás cosas que estaban sucediendo por entonces. No obstante, los estudios más detallados han encontrado pruebas de efectos muy positivos sobre el empleo y la producción.

Y lo más importante, diría yo, es el enorme experimento natural que ha ofrecido Europa sobre los efectos de los cambios drásticos en el gasto público. Es que algunos miembros de la eurozona —el grupo de países que comparten la moneda común europea—, aunque no todos, se vieron obligados a imponer una austeridad fiscal draconiana. Es decir, un estímulo negativo.

Si quienes se oponían al estímulo hubiesen tenido razón acerca de cómo funciona el mundo, estos programas de austeridad no habrían tenido efectos económicos negativos graves, porque los recortes del gasto público se habrían visto compensados por el aumento del gasto privado. Pero lo que ocurrió fue que la austeridad provocó una caída nefasta, catastrófica en algunos casos, de la producción y el empleo. Y el gasto privado de los países que impusieron una austeridad dura acabó reduciéndose, no aumentando, lo que amplificó los efectos directos de los recortes gubernamentales.

En consecuencia, toda la evidencia indica que el estímulo de Obama tuvo sustanciales efectos positivos a corto plazo. Y hubo también beneficios a largo plazo: las grandes inversiones en todo, desde las energías renovables hasta los historiales médicos electrónicos.

Entonces, ¿por qué todos —o, para ser más exactos, todos excepto quienes han estudiado este asunto con seriedad— creen que el estímulo fue un fracaso? Porque la economía estadounidense siguió obteniendo malos resultados —no desastrosos, pero sí malos— después de que la ley entró en vigor.

Pero no existe ningún misterio para explicarlo: Estados Unidos estaba enfrentando las consecuencias de una gigantesca burbuja inmobiliaria, y todavía hoy el mercado habitacional solo se ha recuperado parcialmente y los consumidores siguen atrapados por las enormes deudas que contrajeron durante los años de la burbuja. Además, el estímulo fue demasiado pequeño y demasiado corto para hacer frente a ese doloroso legado.

Por cierto, no se trata de poner excusas a posteriori. Los lectores habituales saben que, a principios del 2009, prácticamente me estaba arrancando los cabellos advirtiendo que el estímulo era insuficiente —y que al quedarse corta, la ley acabaría desacreditando la idea misma del estímulo—. Y eso fue lo que ocurrió.

Hay un debate de larga data sobre si el Gobierno de Obama pudo haber conseguido más. Pero lo que hizo fue agravar el problema con unas proyecciones excesivamente optimistas, basadas en la falsa premisa de que la economía se recuperaría rápidamente una vez que la confianza en el sistema financiero fuese restaurada.

Pero todo eso es agua que se llevó el río. El asunto clave es que la política fiscal estadounidense tomó un rumbo completamente equivocado después del 2010. Al existir la percepción de que el estímulo había fracasado, la creación de empleo prácticamente desapareció del discurso de Washington y fue reemplazada por una preocupación obsesiva por el déficit presupuestario.

El gasto público, que había crecido temporalmente gracias al estímulo y a programas sociales como los cupones para alimentos y los subsidios para el desempleo, empezó a reducirse, y la inversión pública fue la más golpeada. Y este antiestímulo ha destruido millones de puestos de trabajo.

En otras palabras, la descripción general del estímulo es trágica. Una iniciativa de política económica que fue buena, pero no lo suficientemente buena, terminó siendo percibida como un fracaso y preparó el terreno para un cambio de rumbo inmensamente destructivo.


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