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ANÁLISIS ECONÓMICO
Oña: "Los crujidos llegaron al superávit comercial"
06/05/2014

Los crujidos llegaron al superávit comercial

Clarín. Por Alcadio Oña

No es una gran sorpresa, viniendo de quien viene, que el INDEC también manipule las estadísticas del comercio exterior o no lo fue, al menos, para quienes ya habían descubierto la maniobra. El verdadero problema está en la magnitud y en las implicancias de lo que el Gobierno pretende ocultar.

Casi escondido en el último informe sobre los números de este año y sin la menor explicación, el INDEC bajó en US$ 1.366 millones las exportaciones de 2013 y, con un leve toque a las importaciones, de un plumazo redujo el saldo comercial de 9.024 a 8.004 millones de dólares. La cuestión no es tanto el dibujo, sino el reconocimiento de que el superávit fue el más bajo de la última década.

Pero puede ser peor. Previsiblemente, el organismo seguirá corrigiendo sus datos para ir acomodándolos a la realidad que marcan, con mucho mayor rigor, varias estimaciones privadas, el propio Banco Central y hasta otras cuentas del INDEC.

Y si afina más el lápiz, 2013 tal vez termine con un resultado menor a US$ 5.000 millones o incluso inferior al registro de la crisis de 2001.

El kirchnerismo entró a la Casa Rosada con tres pilares bien plantados, herencia de quienes lo habían precedido: superávits fiscal y comercial considerables y tipo de cambio real alto. De esa trilogía, el superávit fiscal desapareció hace tiempo, el dólar oficial empezó a retrasarse desde comienzos de 2008 y sólo sigue en pie, aunque a los tumbos, el superávit comercial.

Es obvio que ni Axel Kicillof ni Juan Carlos Fábrega, el jefe del Central, desconocían los datos verdaderos que el INDEC acaba de rectificar parcialmente. Y así se puede entender mejor la macro devaluación de enero, o sea, la necesidad de contener el atraso cambiario, de estimular exportaciones y, al fin, de enfrentar el deterioro en el frente externo.

Una luz roja adicional y para nada despreciable es que, en 2013, la cuenta corriente habría arrojado un déficit de US$ 14.000 millones, bastante parecido, por cierto, al bajón de las reservas. Esto significa, según estimaciones de la consultora ACM, un desequilibrio en el balance de divisas equivalente al 2,6% del PBI e igual al del muy malo 2000.

Este año no arrancó como para batir palmas. Siempre con las prevenciones que aconsejan sus antecedentes, el INDEC acaba de informar que, entre enero y marzo, el superávit comercial arrojó apenas US$ 121 millones, un 92% menos que en el mismo período de 2013. Ínfimo, en cualquier caso, contra el promedio de 1.900 millones anotado durante los últimos cuatro años.

Número tras número, por todas partes asoma el desajuste en cuentas cruciales para la salud de la economía. Es lo que suele llamársele la restricción externa, aunque de externa tiene muy poco y mucho de interna.

El Gobierno ha hecho de todo y hace de todo con tal de preservar las reservas escasas. Metió un cepo cambiario del que será difícil salir; aprieta hasta importaciones que son clave en los procesos productivos; apura a las cerealeras para que adelanten el ingreso de dólares y traba el turismo al exterior.

Nada de esto puede ser asimilado a un plan, sino, más bien, a decisiones espasmódicas dictadas por la urgencia. Como lo fueron el golpe cambiario de enero y el saque a las tasas de interés, medidas aisladas que corren el riesgo de agotarse si no se pone en caja al proceso inflacionario.

Sólo una rareza, en medio de este cuadro dislocado, es que ahora pueda interpretarse como un logro que la inflación se haya desacelerado al 2% mensual. Puede serlo frente al extremo de una tasa enfilada hacia las cercanías del 40%, pero en ninguna economía más o menos sostenible un 2% mensual nada menos, o un 26% anual, sería considerado un logro sino un martirio.

Mientras tanto, sigue ausente una política que de verdad estimule las exportaciones, a pesar de que eso resultaría oxígeno puro para las cuentas externas. Un trabajo de la consultora DNI revela que, el año pasado, la tercera parte de las exportaciones mostró cifras inferiores a las de 2010 y que, salvo contadísimas excepciones, todas las ventas industriales estuvieron por debajo de 2010.

La performance industrial quedó descolocada por el aumento de los costos, esto es, la inflación; por la falta de inversiones y de financiamiento y por el retraso cambiario. Enfrenta, en fin, un problema crónico que el profesor Kicillof no debiera ignorar y tampoco la ministra de Industria, Débora Giorgi, que lleva arriba de una década en el Gobierno y unos quince años computando cargos similares en la función pública.

Quedan las restricciones y la apuesta de siempre a los dólares de la súper soja, lo cual expresa, claramente, la dependencia de un solo cultivo, una escasa diversificación de las exportaciones y el derrape de aquellos sectores, como la carne y el trigo, que alguna vez pesaron fuerte en las cuentas externas.

Siempre aparece el kirchnerismo, sea por acción u omisión.

Algunas consultoras estiman que este año cerrará con un superávit comercial de US$ 9.000 millones y otras, más cautas, calculan US$ 5.000 millones. Imposible trazar comparaciones con 2013, porque todavía se desconocen los números definitivos del INDEC y si el INDEC insistirá con la manipulación.

No queda del todo claro para satisfacer a quién el Ministerio de Economía dibujó las cifras del año pasado o por temor a las reprimendas de quién lo hizo.

Conociendo el paño, ni hace falta urgar demasiado.

Es evidente, ya, que Kicillof y Fábrega estaban al tanto de la realidad. Y, también, aquellos acostumbrados a poner la lupa sobre la evolución de semejantes cuentas, porque fuerzan decisiones que involucran mucha plata.

Ahora le tocó el turno al balance comercial, como antes al índice de precios y al PBI y quizás nunca le toque a las estadísticas sobre pobreza e indigencia. Son de hoy mismo, también, los fríos de la caída del consumo y de la recesión, más su derivado inevitable, los apremios laborales.

Kicillof puede hacer lo que puede o le dejan hacer, pero si uno mide su gestión por los resultados a la vista, ha hecho bastante poco. No es grande el tiempo que lleva como ministro, aunque hacía rato que manejaba resortes clave de la economía. La diferencia es que ahora nadie manda como él en ese territorio.


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