Tras el lamentable deceso de un comunero —que esta revista deplora—, el conflicto en torno a Las Bambas ha despertado preocupaciones de que el proyecto se paralice. Ello sería catastrófico para la economía, dada su importancia para el reciente dinamismo del PBI. “No es cosa de juego. Las Bambas contribuye con un punto o punto y medio del PBI. Y eso dejaría de ocurrir por obra de dos delincuentes”, declaró Carlos Gálvez, presidente de la SNMPE.
Sin embargo, las probabilidades de que Las Bambas se paralice son muy bajas. En primer lugar, el proyecto ya está en etapa de producción. El propio José de Echave de Cooperacción, ONG conocida por su posición crítica de la minería (aunque no ‘antiminera’), lo reconoce: “hasta donde conozco, nunca antes se ha paralizado un proyecto en plena producción”. Los proyectos paralizados en la historia reciente por oposición social —Tía María, Conga, Santa Ana— no habían iniciado producción.
En segundo lugar, si bien hay un descontento entre varias comunidades cercanas al proyecto, no existe un rechazo total. En general la población cercana está de acuerdo con el proyecto, pero reclama cambios: algunos critican los cambios del diseño original, otros exigen compensación por el uso de la vía utilizada por la minera para transportar minerales, otros reclaman el incumplimiento de los acuerdos de las mesas de diálogo, etc.
SEMANAeconómica ya advirtió en el pasado sobre la complejidad de los conflictos mineros (SE 1472, artículo de portada). Si bien hay movimientos que utilizan la oposición a la minería como plataforma política, la idea de una gran conspiración antiminera organizada de escala nacional que puede poner en jaque a esta actividad no se sustenta en evidencia sólida: siguen siendo protestas inconexas. “No hay nada que atribuya los hechos en Las Bambas a alguna práctica terrorista”, ha dicho el ministro del Interior. Sin embargo hay que ser firmes en rechazar la violencia como método de protesta, así como la desproporción en la reacción.
Un diagnóstico objetivo es clave para tomar las medidas que construyan relaciones sostenibles entre el Estado, la empresa y las comunidades (SE 1517), y así viabilizar los proyectos mineros. (CS)
Las Bambas. Temas que se ponen de moda durante unos meses y luego vuelven al olvido. Los conflictos mineros necesitan una comprensión más profunda. Estuve en esa zona hace un año, cuando empezaron las protestas contra lo que los campesinos consideran una falta de información sobre los cambios en el estudio de impacto ambiental de la minera MMG. Los detalles los podemos leer en uno y otro link: los muertos, el impacto que temen los campesinos de Cotabambas y Grau en sus tierras y aguas, el crecimiento efímero de Chalhuahuacho, un pueblo que obtuvo 18 mil puestos de trabajo cuando se inició la construcción de la mina y que ahora solo tiene 4 mil. Lo insostenible que es ese “progreso”, a costa del empleo no calificado, avalado por la ausencia del Estado, que delega el urgente desarrollo de Apurímac a una minera china.
Podría enumerar todas las aristas de este tema, pero la experiencia me dice que eso no mitiga el prejuicio. Podemos hablar de muertos y heridos, de desnutrición, de altísimos niveles de pobreza, de 500 años de resentimiento, desde que el virrey Toledo obligaba a los indígenas a abandonar la agricultura para esclavizarlos en las minas, o de cómo en la sierra sur del Perú Humala obtuvo un alto porcentaje a cambio de su demagógica promesa de acabar con la minería… y aun así seguiremos leyendo las respuestas más violentas en las redes sociales…
“Cholos de mierda”, dice Kevin Rivera; “cojudos”, anota Ciro Hermoza; “mediocres”, ladra Rolando Soto; “zánganos”, acusa Jorge Camarena. Y por supuesto, larga lista… que “solo quieren plata”, que son “ignorantes manipulados por agitadores ambientalistas”, etcétera… ¿Por qué es normal luchar por una mejor calidad de vida para nosotros pero es cuestionable cuando lo hace un campesino?
Me pasa frecuentemente cuando regreso de una zona en conflicto: me preguntan dónde he estado, como quien espera la historia de una expedición arriesgada hacia tierras de indios salvajes y, pese a que me armo de paciencia y transmito fielmente lo que he visto, tengo que soportar múltiples interrupciones de limeños que se apuran en terminar mis frases pero no escuchan, porque ellos ya saben. Ya se formaron un soberbio juicio, ya sea contra los cholos o contra la minera. Ojo que también es “cool” ser antiminero, hasta que hablas con los campesinos y descubres que el discurso nunca es contra la actividad sino contra la manera como esta se lleva a cabo.
Lo dijo Albert Einstein hace muchos años: “Triste época la nuestra, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Lo más triste, querido Einstein, es que ya pasaron más de 80 años y tus palabras no pierden vigencia.