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ANÁLISIS
Escribe Alonso: La melancolía geológica de Durero
MINING PRESS/El Tribuno
18/10/2020

RICARDO ALONSO*

Ricardo Alonso

Alberto Durero fue uno de los más grandes pintores y grabadores de todos los tiempos. Un artista universal y fenomenal. Se lo llamó el “Leonardo alemán”, ya que en mucho de su obra hay una gran analogía con su contemporáneo Leonardo da Vinci. Durero nació en la ciudad imperial de Núremberg en 1471 y falleció en esa misma ciudad en 1528, a los 57 años de edad. Su padre fue un orfebre húngaro que se trasladó y casó en Núremberg.

Desde niño dio muestras de su genialidad. Comenzó a pintar con maestros locales y pronto inició viajes dentro de Alemania y más tarde por Italia que le abrirían un enorme panorama del mundo del renacimiento. Se embebió de la escuela italiana de pintura y al igual que Leonardo profundizó en la anatomía humana; en un enfoque tridimensional en la perspectiva de sus cuadros; en detalles híper realísticos; y agregó a los fríos retratos humanos detalles de los tres reinos de la naturaleza. En este ensayo especulamos sobre el contenido geológico de la obra de Durero.

Su autorretrato, que pintó cuando tenía 26 años de edad y hoy se conserva en el Museo del Prado (Madrid), deja ver a través de una ventana un colorido paisaje de un ambiente de montañas que ofrece un espectacular paisaje geológico a los ojos de un observador curioso. Seguramente que fue fruto de su cruce por los Alpes en su viaje a Italia en 1494 donde quedó fuertemente prendado de la naturaleza física de los terrenos y relieves atravesados.

Durero pintó en un primer plano una suave lomada con un breve arroyo, más allá el suelo y la figura esfumada de un labrador, luego la costa de un cuerpo de agua con acción del oleaje, un caserío asomando detrás de una cortina de árboles, y en un tercer plano deja entrever la anatomía de las montañas que se elevan al fondo con sus cumbres glaciarias.

Cuando se analiza en detalle el panorama allí representado se aprecia que todo el conjunto está formado por rocas sedimentarias las que representan diferentes formaciones geológicas. Se observan paquetes de estratos en posición inclinada en ángulo alto donde se reconocen capas de diferentes litologías, pliegues disarmónicos que podrían representar los “nappes” alpinos, un posible valle glaciar en “U” y una discordancia entre rocas que están en contacto con distinta inclinación; aunque también podría tratarse de una falla inversa.

En cualquier caso no sabemos si solo pintó de manera realista un paisaje que vio en sus viajes o si quiso dejar allí un mensaje críptico como ocurre en otras de sus obras. Durero era un genio como se analizará más adelante. Estos paisajes pintados como complemento del tema central de los cuadros son muy interesantes y pasa como en el caso de la Gioconda de Leonardo, donde el gran florentino se las ingenió para pintar el tiempo profundo detrás de la dama de sonrisa etérea, representado en un río que recorre y profundiza en una meseta de basalto formando allí sus meandros.

La única manera de alcanzar ese resultado geológico es con una erosión de millones de años, algo que era inconcebible en aquellos tiempos gobernados por las escrituras y la ferocidad de la inquisición. Basta solo pensar en el martirio de Giordano Bruno por sus heréticas ideas sobre la pluralidad de los mundos habitados. Lo cierto es que en ese pantallazo de híper realismo geológico en el fondo del autorretrato de Durero surgen muchas preguntas referentes a qué fue exactamente lo que vislumbró.

Está allí plasmada la dinámica endógena del planeta Tierra que a lo largo de cientos de millones de años genera el ciclo de las rocas, en este caso sedimentarias, las que se depositan, se endurecen, se deforman plegándose o fracturándose; en fin se hunden, se elevan, se erosionan y se depositan a lo largo de los eones. No es algo estático que se mantuvo allí “desde el principio de la Creación”, sino por el contrario algo dinámico y en permanente transformación.

No sabemos si lo que Durero pintó allí es una falla de dos bloques sedimentarios montados uno encima del otro o bien una discordancia. Pensemos que 200 años más tarde fue una discordancia en Escocia (Siccar Point), lo que le permitió a Hutton abrir la cabeza de la humanidad hacia la profundidad abismal del tiempo geológico. Otro cuadro de Durero “La gran pradera” fue analizado como una preciosa referencia a un ecosistema donde el híper realismo permite definir hoy los tipos de plantas presentes, la época del año en que las pintó e incluso la calidad físico química del suelo y su grado de hidratación.

Dos magníficas obras de Durero que se conservan en el Museo del Prado son Adán y Eva. En cada una de ellas muestra sus profundos conocimientos anatómicos al estilo leonardiano. Lo que llama la atención es el suelo que pisan tanto Adán como Eva y que está sembrado de lo que parecen simples piedras de una playa, pero que vistas más en detalle se adivinan como conchas fósiles de moluscos. Si esto fuera así habría allí encerrado otro insondable mensaje, nada menos que un tiempo geológico profundo, antes de la aparición de la primera pareja bíblica humana y pecadora.

Por cierto no pudo ser más explícito con la serpiente mefistofélica y tentadora que le pintó a Eva. Ahora bien, la imagen más sorprendente de Durero y que ha dado lugar a cientos de interpretaciones, es su grabado Melancolía I de 1514. Aparece allí un ángel hermafrodita, sentado en un banco de piedra, que apoya la cabeza sobre su puño izquierdo mientras descansa el brazo derecho sobre un libro cerrado y sostiene un compás en la mano. De su cinturón cuelgan llaves. Al costado un angelito sentado sobre una piedra de molino escribe algo en una pizarra.

Al pie se observa un perro flaco y macilento, herramientas de carpintería (regla, cepillo, formón, tenaza, cuatro clavos), un tintero y una bola de piedra o madera o metal. Atrás hay una torre con una escalera de siete peldaños que no va a ningún lado.

Al fondo el océano, el sol del atardecer (otros dicen que es la Luna o un cometa), un arco iris, una ciudad costera y un murciélago luciferino que flota y sostiene la cartela con el nombre del grabado. Atrás del ángel una balanza que puede representar justicia o equilibrio, un reloj de arena (tiempo), una campana con una cuerda que se proyecta fuera del grabado como si alguien la estaría accionando y su muy famoso cuadrado matemático de cuatro filas y cuatro hileras conteniendo una cifra en cada división y que sumado en cualquier sentido (vertical, horizontal o diagonal) da siempre 34.

Pero el elemento emblemático y que sobresale en forma notoria es un poliedro, de rara simetría, al pie del cual hay un martillo y detrás un caldero. Se trata de un cristal, trigonal romboédrico, fuera de escala y proporción, una de cuyas facetas brilla como reflejando la imagen de una difuminada cara humana. Como sería el caso de un mineral metálico opaco, tal la pirita, pero ésta es cúbica. Se ha especulado en que es calcita o aragonita. Pero el mineral que más se acerca a esa forma cristalográfica es alunita.

El científico español Jesús Martínez Frías cree que Durero quiso denunciar el monopolio de los estados pontificios sobre las minas de alunita de Italia, que entonces era un mineral estratégico por su uso en la preparación de pintura y papel. Algunos piensan que Durero quiso expresar uno de los cuatro humores en que se clasificaba entonces a las personas, esto es el melancólico, en donde caía su personalidad. En 1514, año en que hace el grabado, murió su madre y el artista pudo estar muy influenciado por ese hecho luctuoso.

Un análisis prosaico permite descubrir que están representados los tres reinos de la naturaleza: animal (perro), mineral (rocas, poliedro) y vegetal (corona de plantas que adornan la cabellera del ángel). Los ángeles personificarían la naturaleza entre lo humano y lo divino. También están representados los cuatro elementos del mundo antiguo (agua, fuego, aire, tierra). Los estudiosos de la alquimia creen ver en el conjunto la melancolía que los invade de no poder hallar la famosa Piedra Filosofal.

Los antiguos “Lapidarios”, entre ellos el lapidario de Alfonso el Sabio, hablan de una maduración de los minerales en la interface entre lo terreno o inferior y lo cósmico o superior. Tal vez esta profunda imagen alquímica del medioevo esté también representada en los detalles de la hasta ahora enigmática obra del gran Durero.

*Doctor en Ciencias Geológicas


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews