Ricardo N. Alonso*
Un personaje clave en la investigación geográfica de lo que hoy es la Puna Argentina fue el triple ingeniero chileno Alejandro Bertrand Huillard (1855-1942). Alejandro Bertrand nació el 17 de diciembre de 1855 en Santiago de Chile y falleció en París en enero de 1942. Fueron sus padres don Hipólito Bertrand y doña Alejandrina Huillard. Desde niño demostró su interés por las matemáticas y cursó sus estudios primarios en el Colegio de los Padres Franceses y los secundarios en el Instituto Nacional. Ingresó a la Universidad de Chile donde cursó la carrera de ingeniería con la que obtuvo su primer título de Ingeniero Civil en 1877.
Su afección al estudio lo llevó a continuar con su formación académica y en 1878 obtuvo las titulaciones de Ingeniero en Minas y la de Ingeniero Geógrafo, contando con tres títulos de ingeniería a los 23 años de edad. Desde muy joven comenzó a publicar sobre temas de la geografía nacional de Chile y sus recursos naturales. Uno de sus trabajos enjundiosos por la seriedad y calidad de la información vertida es: “Departamento de Tarapacá: aspecto general del terreno, su clima y sus producciones” (1879). Folleto publicado el mismo año en que comenzó la Guerra del Pacífico que le permitiría a Chile la anexión de extensos territorios pertenecientes a Bolivia y Perú. Allí abunda sobre los aspectos geográficos de ese rico territorio con hincapié en los yacimientos de nitratos. También se le debe la confección de un mapa geográfico de Chile, tipo mural, que sirvió por muchos años como referencia en la enseñanza escolar.
Fue él quien realizó el relevamiento, memoria y planos catastrales de las ciudades de Santiago y Valparaíso. Exploró la zona austral de Chile y publicó una “Memoria sobre la región central de las tierras magallánicas” (1886). Su conocimiento geográfico de la Cordillera de los Andes le valió para ser nombrado en la Comisión Especial del Gobierno de Chile para dirimir las cuestiones limítrofes con Argentina y Bolivia. Desde 1886 a 1888 estuvo a cargo del control de las covaderas (guaneras) como Inspector Fiscal. En París se formó en el estudio y confección de mapas topográficos. En las primeras décadas del siglo XX avizoró que los nitratos artificiales, fabricados e industrializados en Europa, ponían en riesgo la industria salitrera chilena.
Partió en una misión oficial al viejo continente como jefe de propaganda para exponer sobre las ventajas del nitrato natural en contra del artificial. Es autor de una obra mayor sobre el tema: “El estado de la propiedad salitrera”. Si bien realizó muchos estudios mineros y también civiles, caso de proyectos de diques, embalses, alcantarillados, líneas férreas, canales, etcétera, descolló como ingeniero geógrafo. Por sus trabajos fue nombrado como Miembro Honorario del Instituto de Ingenieros de Chile y en 1932 se le concedió la Medalla de Oro por sus valiosos servicios al país. Asimismo, sus trabajos cordilleranos le valieron que al menos tres montañas de los Andes fueron bautizadas con su nombre: Cerro Bertrand (Cordillera Austral), Volcán Bertrand y Balcón de Bertrand (Catamarca). Andinistas de Argentina y Chile los conocen bien a través de sucesivas ascensiones. En 1898, Bertrand fue delegado de Chile a la convención de la Asociación Geodésica Internacional en Ginebra.
Su sapiencia en temas geográficos, catastrales y urbanos lo llevaron a ocupar en dos oportunidades la Dirección de Obras Públicas, sucediendo en 1895 al ex presidente de Chile, Domingo Santa María. En la docencia universitaria actuó como profesor de Topografía, Astronomía y Geodesia. Casó en primeras nupcias con María Mercedes Vidal Vidal con quien tuvo dos hijos varones: Ernesto y Julio Bertrand Vidal, nacidos en 1883 y 1887 respectivamente. La esposa de Bertrand, María Vidal, era hija del comandante de la marina chilena don Francisco Vidal Gormaz (1837-1907), considerado el “Padre de la Hidrografía Nacional”.
Bertrand casó en segundas nupcias con Virginia Novoa Sepúlveda, nacida en 1865. Entre los importantes trabajos geográficos que realizara Bertrand se rescata por su interés para las provincias del norte argentino su obra: “Memoria sobre las cordilleras del Desierto de Atacama y regiones limítrofes” (1884, Santiago de Chile). Se trata de un interesante volumen de 306 páginas acompañado por mapas topográficos y perfiles de la región andina entre el Océano Pacífico y las altas cordilleras que encierran la Puna y el Altiplano.
El cuerpo central del trabajo es el viaje que realizó en una expedición de reconocimiento a lomo de animales en los nuevos territorios anexados por Chile a Bolivia y Perú. Ello ocurrió a lo largo de cuatro meses, entre enero y abril de 1884. Partió desde Antofagasta cruzando las salitreras hasta San Pedro de Atacama. Desde allí se dirigió al sur por el borde oriental del salar de Atacama y cruzó la cordillera por el Paso Socompa. Luego bajó hacia el salar de Arizaro y siguió por el margen sur pasando por Cori (hoy mina Lindero) hasta alcanzar el salar de Antofalla. Menciona las ruinas de una mina de plata y luego sigue viaje hacia Antofagasta de la Sierra donde se hospeda en la casa del representante de la Subdelegación de Atacama don Angel Custodio Villalobos.
Luego se dirige hacia el norte donde describe una iglesia abandonada que dependía del mineral de oro de Incahuasi, cruza hacia el este por el río Los Patos, menciona Hombre Muerto y atraviesa a continuación las sierras de rocas cristalinas que dividen la Puna del Valle Calchaquí. Desciende al valle y nombra a Tacuil, Colomé, Amaicha y Molinos. Menciona una señora que los recibió con hospitalidad y que se ofreció a allanarle los obstáculos con que puede tropezar un forastero (¿Doña Ascensión?). Se sorprende de la existencia de una escuela primaria y la define como una “atalaya avanzada de la civilización”. Menciona los frutales y los viñedos, los vinos y la casa de los Dávalos. También los tejidos de vicuña, la calidad del maíz, el engorde de ganado para Chile y la tumba de Nicolás Severo de Isasmendi.
Continúa hacia Luracatao donde se alojan en la casa de don Calisto Linares, al cual define como un “excelente caballero salteño”. Pudo apreciar allí la preparación de charqui, muñirse de los diarios de Buenos Aires y aprovisionarse de abundantes mercaderías para proseguir el viaje. Luego encararon hacia la Puna cruzando de nuevo las sierras cristalinas y bajaron al salar de Pastos Grandes. Habla de las vegas, las llamas y corderos que pastan allí y de un caserío con una iglesia (Santa Rosa de los Pastos Grandes). Menciona las grandes tropas de burros que cargan los panes de sal que llevan a los valles de abajo.
Más tarde cruza por la vega de Quirón hacia el salar de Pocitos y desde allí por el salar de Rincón y Catua alcanza Huaytiquina, entonces ruta del ganado a Chile. Habla del cansancio de los animales y de las crucecitas en el desierto que marcan los lugares donde están enterrados los que murieron a causa del frío y las nevadas. Desde allí bajaron al salar de Atacama y llegaron a San Pedro de Atacama.
La descripción del camino es rica en observaciones sobre la geografía, geología, flora, fauna, clima, meteorología, entre muchos otros aspectos. El libro de Bertrand no solo es la memoria de un viajero científico por regiones hasta entonces poco o nada exploradas. Es un relato ameno y a la vez tiene capítulos técnicos de topografía y geodesia. Describe todo el instrumental que llevó en el viaje, las mediciones altimétricas y la obtención de puntos de triangulación trigonométricos, los datos meteorológicos, etcétera. La descripción del equipo de campaña permite conocer cómo era y cómo se preparaba un viaje de larga duración.
El capítulo nueve es un estudio crítico sobre las diversas memorias, mapas y planos de las regiones visitadas y adyacentes, publicadas e inéditas, desde el de 1775 de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla hasta los que se encontraban entonces en progreso por las expediciones de Francisco J. San Román (1883-1884). El capítulo diez es una descripción general de la Puna de Atacama y sus regiones adyacentes con descripción de la orografía, hidrografía, cuencas cerradas, salares, formaciones geológicas, sustancias minerales metálicas y no metálicas, flora, cultivos, fauna silvestre y doméstica, clima, ferrocarriles, caminos, distancias, itinerarios en leguas, correos, datos históricos, etcétera. El libro en texto y mapas es una joya bibliográfica del siglo XIX.
*Doctor en Ciencias Geológicas