NORMA CADOPPI *

A pocos días de un nuevo “fracaso ambiental” como fue la COP 27 en Egipto, se debe tener presente que, por difícil que sea, el camino hacia las energías no basadas en el carbono es inevitable.

Tal como se plantea en el libro “Energías Renovables, Eficiencia Energética y Cambio Climático”, recientemente publicado por la Fundación Foro Estratégico para el Desarrollo Nacional y en el que participan especialistas de primer nivel de nuestro país, es necesario realizar un abordaje integral que contemple a la generación de energía limpia como uno de los motores del desarrollo sostenible y federal de la Argentina, e insistir con la idea de que los efectos ambientales sobre la salud humana pueden convertirse en un motor de transformación social.

Somos parte de un mundo viviente, y la vida en sí misma es un proceso continuo de asimilación y uso de energía. En este desarrollo, hoy más que nunca el conocimiento es la piedra angular del progreso.

Sabemos que los beneficios están desigualmente repartidos. Mientras una parte de la humanidad disfruta de los privilegios de la energía barata, limpia, y abundante, la otra está inmersa en problemas sociales fundamentales. Aun así, hoy avanzamos hacia una nueva revolución energética, entendiendo que la energía es el elemento prioritario que contribuye al desarrollo socioeconómico.

Las tendencias actuales en el siglo XXI nos exigen reconocer que continuarán acentuándose en el día a día el aumento del número de habitantes, la expansión de las áreas metropolitanas, y el incremento del parque vehicular. El cambio climático obliga a cambiar la matriz energética y dar prioridad a las fuentes de energías renovables.

Las consecuencias más frecuentes son: calentamiento global: deshielos, sequías, incendios forestales; aumento de lluvia ácida e inundaciones; fenómenos extremos: tsunamis, huracanes, tornados; contaminación del aire y su impacto en la vida humana; biodiversidad en peligro; aumento de gastos en salud y contención de desastres; reducción de la productividad.

Exige ser más eficientes en el uso de la energía, la reestructuración de los sistemas de transporte, y en revisar todos los aspectos de la vida que tienen su contribución a nivel macro y micro en la emisión de Gases Efecto Invernadero (GEI).

Desde la cumbre de Rio de Janeiro de 1992, pasando por Kioto en 1997, París 2015, la historia de las acciones mundiales para disminuir la temperatura media global, acumulan más frustraciones que otra cosa. Según denunció la Organización Meteorológica Mundial en la COP27, los GEI como el dióxido de carbono, metano y los óxidos nitrosos alcanzaron niveles records y continuarán en aumento, lo que provocará un aumento en los niveles del mar y un clima más inestable aún.

La Argentina y sus riquezas naturales proveen un caudal de enorme riqueza en energías limpias integradas por la solar, eólica, bioenergía, hidráulica, geotérmica, como también el hidrógeno.

Vayamos al auxilio de la historia, cuando hace más de medio siglo el presidente Arturo Frondizi sintetizó esta deuda que arrastramos como sociedad: “Tenemos que extirpar hasta sus raíces la ignorancia, la miseria, y el miedo al futuro; pondremos a la ciencia en el lugar que más nos convenga; utilizaremos el sol, el agua, el viento, y la tierra para alimentar a nuestros automóviles y hacer funcionar nuestras fábricas; y transformaremos nuestras escuelas y universidades para hacer frente a las actuales necesidades, y con el mayor rigor científico comprender que la riqueza de nuestros recursos naturales, económicos y sobre todo humanos, es los que nos posibilitará poseer la cantidad, la calidad, y los tipos de energía que utilizamos en la vida diaria, y ponerlos al servicio del Desarrollo Nacional”.

* Presidente de la Fundación Foro Estratégico para el Desarrollo Nacional