Ámbito
Por: Horacio Busanello - Contador público y consultor
Al compás de un notorio relajamiento de los estándares fiscales, monetarios y bancarios, Europa ha asistido, durante los últimos tres años, al rescate de las economías de varios de sus países. La asistencia financiera, liderada por el FMI y miembros de la Unión Europea, ha superado los u$s 100 billones para una decena de países, entre los que sobresalen Islandia, Hungría, Rumania, Polonia y Ucrania. Recientemente, tenemos los casos de Grecia e Irlanda, que por sí solos superan los u$s 250 billones.
En 2008, el derrumbe de Islandia era visto como un fenómeno periférico en Europa. Hoy, las crisis de Grecia e Irlanda, así como los ataques a Portugal y España tienen como actor de privilegio al euro, pero muchos prefieren situarlos en «la periferia de la eurozona» ya que estos países representan sólo un quinto del PBI de la eurozona.
Sin embargo, estas crisis de «la periferia» han dejado huellas profundas. Hasta hace muy poco se creía ingenuamente que no existía riesgo soberano en las deudas de los países miembros, ni riesgo de moneda por abandono del euro, ni riesgo de contagio bancario entre países.
Hoy, la chance de que un país abandone el euro como signo monetario es baja pero no inexistente. Lo impensable puede pasar. Este año, casualmente, se cumplen 80 años desde que Gran Bretaña abandonó el patrón oro y otros 40 años desde que Nixon hizo lo propio en Estados Unidos. La probabilidad de un default total o parcial de deuda soberana no es ridículamente baja. Por otra parte, el riesgo de contagio entre los sistemas bancarios de los diferentes países es alto debido a los expuestos cruzados a las deudas soberanas y privadas de los mismos.
Los diferenciales de tasas anteriores a la crisis eran artificialmente bajos. Hoy, las tasas de endeudamiento a 10 años muestran una nueva realidad. Así, Grecia tiene un costo del 11,8% anual, Irlanda paga más del 9,2% por año, Portugal el 7%, España el 5,3%, Italia el 4,8% y Alemania se acerca al 3%.
El rescate de Grecia, cuya economía representa sólo un 2,6% del PBI de la eurozona, costó 110.000 millones de euros e Irlanda (1,8% de su PBI) sumó otros 85.000 millones. Portugal, con el 1,9% del PBI, es manejable por el fondo de rescate de 750.000 millones de euros creado para hacer frente a la crisis. Sin embargo, un rescate de España con una economía equivalente al 11,8% del PBI de la unión monetaria representa otro tipo de desafío.
Según el Deutsche Bank, España tiene una deuda pública bien por debajo del promedio europeo y ya ha tomado medidas draconianas para reducir su déficit fiscal, pero su talón de Aquiles radica en su sector privado, que presenta una deuda equivalente al 210% del PBI comparada con un promedio del 130% en Alemania, Francia e Italia. Un efecto contagio hacia España supone no sólo un ataque al corazón del euro sino un test a la voluntad política que dio origen a la unión monetaria, en particular la alemana. Alemania, como la principal economía europea y principal acreedor del sistema es quien tiene que hacer el principal esfuerzo financiero para ayudar a los países en problemas.
La economía alemana muestra una performance por sobre la media de la eurozona con un crecimiento estimado del 3,5% para 2010, aumento en la confianza de sus consumidores, caída del desempleo y baja inflación. Dentro de este contexto, los ciudadanos alemanes se preguntan por qué han tenido que contribuir a pagar la fiesta y los platos rotos de los griegos e irlandeses.
Estamos asistiendo, pues, a una versión moderna de la fábula de la cigarra y la hormiga, donde la economía alemana, que hace las veces de hormiga, soporta la mayor parte del costo del salvataje de las economías de la eurozona.
Para responder a su electorado la canciller Merkel ha afirmado que la eurozona mantendrá sus garantías hasta 2013 pero que en el futuro esto cambiará. El mensaje clave fue que se impondrá disciplina. Se elevaran los estándares y existirá un mayor control en el cumplimiento de objetivos fiscales y financieros hacia los países miembros.
Esto ya es palpable en las medidas de austeridad extrema aplicadas en Grecia e Irlanda para acceder a la ayuda externa. Sin embargo, existe un costado muy negativo, ya que no sólo quitan oxígeno a la economía para crecer sino que generan un costo social muy elevado para sus pueblos, que no fueron responsables por la fiesta. Estas medidas tampoco enfrentan el problema de fondo, esto es, los niveles actuales de deuda de estos países son impagables. Hace falta una quita y/o una reestructuración generosa en el tiempo para que puedan crecer sin el yugo de la deuda.
La historia de la cigarra y la hormiga no ha terminado. Tanto el sector público como el privado europeos están muy endeudados y los mercados están nerviosos. ¿Qué pasará con las tasas y las renovaciones en 2011? ¿Cómo se recuperará la competitividad de las economías más débiles? ¿Será Italia la próxima víctima de un ataque especulativo?
Los desafíos de 2011 son grandes y las respuestas no son sencillas. El consenso entre los líderes europeos no es fácil, pero la estabilidad de la eurozona beneficia a todos, incluida Alemania. La canciller Merkel medirá los tiempos, ya que debe cuidar su frente interno, pero sabe que actuando a la altura de las circunstancias Alemania construirá un liderazgo aún más fuerte no sólo en Europa sino también en el mundo.