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(Opinión) LAVANDAIO: MINERÍA A CIELO ABIERTO Y TÓXICOS
18/04/2011

Minería a cielo abierto y tóxicos

Diario UNO

La explotación minera suele despertar temor en la población, que supone que el uso de ciertas sustancias contaminará de manera irreversible los suelos.

Eddy Lavandaio
Geólogo y docente en la Tecnicatura Superior en Minería del IES 9-019 Insutec

Como resultado de acciones que no interesa repetir en este momento, desde el 2003 hasta ahora se ha instalado en nuestra sociedad un gran temor por el trabajo de los mineros, en especial por ciertas formas de trabajo que, curiosamente, se hacen de acuerdo a los libros de texto que se usan en la enseñanza universitaria y técnica del país, incluyendo a nuestro Insutec de Mendoza.

La más notable es la “minería a cielo abierto”. Cuando me preguntan por un nuevo emprendimiento minero, algunas personas muestran una mezcla de preocupación y de miedo cuando preguntan: “¿Y van a hacer minería a cielo abierto?” (dando por sentado que eso es malo) y continúan con: “¿Y van a usar sustancias tóxicas?” (convencidos en este caso de que esas sustancias realmente se usan en la mina y contaminan todo de manera ilimitada e irreversible). Este mismo temor, elevado a la categoría de terror colectivo, ha originado la sanción de leyes que han prohibido esa forma de explotación minera en algunas provincias.

Sin embargo, la minería a cielo abierto era y sigue siendo la forma más común para explotar yacimientos superficiales o cercanos a la superficie. En cambio, si los yacimientos son más profundos, los libros aconsejan la explotación subterránea. La elección no es un hecho caprichoso, sino el resultado de estudios técnicos y económicos realizados por profesionales universitarios idóneos que determinan la factibilidad de uno o de otro. Y desde el punto de vista de su impacto ambiental no hay argumentos para decir que un método sea más conveniente que el otro.

Subterránea versus cielo abierto

Tal vez muchas personas tengan presente la vieja imagen del pequeño socavón en medio de la montaña y supongan que ésa sigue siendo la minería subterránea. No es así. Esa minería en la que unos pocos mineros trabajaban de forma artesanal, en las peores condiciones, dejando su salud y a veces su vida en la mina, tiende afortunadamente a desaparecer.

Además, la cantidad de minerales que la humanidad consume hoy en día no tiene ninguna relación cuantitativa con esa vieja imagen. El consumo de cobre, por ejemplo, es de 15 millones de toneladas por año y para proveer esa cantidad hace falta obtenerlo mediante plantas industriales que procesan rocas que contienen menos de 10 kilos de metal por tonelada, lo cual significa extraer de las minas más de 1.500 millones de toneladas de rocas por año.

Semejante consumo agotó los pequeños yacimientos de alta ley y por eso la tendencia es trabajar yacimientos cada vez más grandes y con menos metal contenido. Es importante entender esta relación inversa entre el contenido de metal y el tamaño del yacimiento, porque cuanto menor es el contenido metálico, mayor debe ser la cantidad de roca a extraer para obtener la misma cantidad de cobre. Y como la humanidad requiere cada vez más cobre, los volúmenes de roca que se extraen en todo el mundo para satisfacer esa demanda también son cada vez más grandes.

Actualmente, la mayor parte del cobre que se usa proviene de la que llamamos “gran minería”, expresión que se define por la cantidad de material que se remueve y no porque la explotación sea a cielo abierto o subterránea. El despliegue visible de infraestructura, construcciones, instalaciones, campamentos, plantas y sitios de disposición de desechos de un establecimiento minero no se diferencia mucho en uno o en otro caso. Por ejemplo, la mina de cobre Bajo de la Alumbrera, de la Argentina, produce unas 120.000 toneladas por día en una explotación a cielo abierto y la mina de cobre El Teniente, en Chile, produce 137.000 toneladas por día en una explotación subterránea. Ambas minas califican como gran minería.

Esta tendencia a trabajar yacimientos cada vez más grandes es la respuesta de la investigación científica y del avance tecnológico para satisfacer la demanda creciente del metal por parte de la humanidad. Ese avance también tornó imprescindible la presencia de profesionales universitarios en todas las etapas de la minería moderna y posibilitó una enorme mejora en las condiciones de trabajo de los mineros en general, como así también en materia de higiene, de seguridad y de protección ambiental.

Aunque las autoridades universitarias hasta ahora no se lo han explicado a la gente, hace más de cuarenta años que las universidades argentinas vienen formando profesionales idóneos en todas las especialidades que esta nueva industria minera requiere y esos profesionales son los que hoy en día planifican, conducen y controlan la gran minería.

¿Y las sustancias tóxicas?

Cuando se habla de sustancias tóxicas, en realidad se alude a sustancias que en cualquier colegio o universidad nos enseñan que son reactivos químicos de uso industrial y todos los que habitualmente se nombran (cianuros, mercurio, ácidos) circulan por nuestras rutas y son de uso actual en muchas industrias mendocinas.

En las explotaciones mineras, tanto superficiales como subterráneas, se extraen las rocas del yacimiento que previamente fueron fragmentadas mediante perforaciones y voladuras con explosivos. Las técnicas y equipos son similares a los que se usan en obras civiles como la apertura de caminos de montaña, con cornisas y túneles, que por lo general se hacen cerca de cursos de agua sin provocar problemas. En todos los casos, la extracción y el movimiento de rocas es de carácter físico. No hace falta ningún reactivo químico.

Las rocas que se extraen de las minas son llevadas a un establecimiento industrial (planta de concentración, de tratamiento o de elaboración) y allí se procesan para elaborar el producto que la empresa comercializa. Aquí es donde los procesos que se aplican requieren el uso de agua y de algunos reactivos químicos, y para que estos reactivos químicos no entren en contacto con el medio ambiente, se trabaja en circuitos cerrados.

Además del producto comercial (en el caso del cobre se llama “concentrado”), las plantas producen residuos llamados “colas”. Esencialmente, se trata de la roca molida que sobra del proceso. Sin embargo, esas “colas” pueden arrastrar algún pequeño remanente de los reactivos químicos usados en el procesamiento y por eso tampoco se tiran en cualquier parte. Se deben almacenar en lugares previamente preparados para ese fin, que se llaman “diques de colas”, y la disposición final de estos residuos incluye, según el caso, la compactación, la neutralización o el encapsulamiento para mantenerlo estable y aislado del entorno.

En definitiva, todo este procesamiento se hace en una planta industrial y es el mismo si el mineral proviene de una mina a cielo abierto o de una subterránea. La denominada “mina a cielo abierto con uso de sustancias tóxicas” en realidad no se corresponde con ningún modelo de establecimiento minero actual y menos aún con las formas y métodos de trabajo que se inculcan en nuestros institutos y universidades. Es una imagen creada para generar temor.


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