La Nación
Qué relación existe hoy entre el dólar y el euro por una parte, y las existencias de oro en poder del Sistema de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, respectivamente, por la otra? ¿Por qué Hugo Chávez quiere llevar físicamente a su país el oro propiedad del Estado venezolano?
Para entender más sobre esta cuestión entrevisté a un par de argentinos: Carlos María Moyano Llerena (1914-2005), quien entre 1957 y 1970 publicó Panorama de la economía argentina y desde las páginas de La Nacion sugirió ampliar la cosmovisión desde la cual hay que analizar las cuestiones económicas; y Severo Gorgonio Cáceres Cano (1935-2004), profesor en la Universidad Nacional de Tucumán, autor de Conquista y civilización. La racionalidad de una empresa, y protagonista principal en el arranque de la Asociación Argentina de Historia Económica.
-¿Por qué se dice que es una fantasía eso de que el oro que tienen los bancos centrales respalda los sistemas monetarios?
Moyano: -Se lo explico con ayuda de un cuento. El mundo se regía por el más estricto patrón oro, de manera que cada vez que un país tenía déficit externo y otro superávit, se transportaba oro de un banco central al otro. Con los consiguientes costos y riesgos. Cierto día los países compraron una isla, en la que cada uno construyó una bóveda y ubicó su tenencia de oro, y también una casilla, con un empleado, un libro, una carretilla y teléfonos conectados con todos los bancos centrales. Al producirse un desajuste externo, el empleado debitó el monto en la página del libro correspondiente al país deficitario, lo acreditó en la del país superavitario y luego, con ayuda de la carretilla, movió oro de una bóveda a la otra. El mundo seguía confiado porque su sistema financiero estaba respaldado. Como nadie lo inspeccionaba, cierto día el empleado recibió una llamada, debitó y acreditó, pero no movió físicamente el oro. Pero (ignorante de esto último) el mundo siguió operando confiado. Varios años después una tormenta partió la isla en dos, quedando intactos el empleado, su libro y los teléfonos, pero enviando todo el oro al fondo del océano. Pero como nadie se enteró, el mundo siguió operando confiado porque el sistema financiero estaba debidamente respaldado.
-¿Moraleja?
Moyano: -La demanda de las diferentes monedas nacionales, cuando son utilizadas como reserva de valor, no depende del stock de oro de sus autoridades monetarias. Que el oro sea demandado para fabricar joyas o por parte de quienes no creen en nada. Pero extraerlo de la profundidad de la Tierra para volver a enterrarlo en bóvedas es una pésima asignación de recursos, que siempre son escasos y tienen usos alternativos.
-Entregar oro para recibir espejitos parece una estupidez. Pero ¿no es ésta una visión europea del intercambio?
Cáceres: -Efectivamente. Si en la América precolonial había mucho más oro que espejitos, es lógico que el aborigen que quisiera impresionar a su pareja no le obsequiara oro, que era abundante, sino espejitos, que eran escasos y, por consiguiente, muy valiosos. En el intercambio ambos ganan, ¡mientras sea voluntario!
-¿Qué importancia tuvieron las minas de Potosí dentro del proceso de conquista y colonización?
Cáceres: -Fundamental. Descubiertas en 1545, en 28 años el pequeño villorrio se convirtió en la populosa Villa Imperial, con 120.000 habitantes, la mayor ciudad dentro del Imperio Español, más poblada que Sevilla y Madrid, y también que Londres y París. La actividad minera le dio gran impulso al desarrollo del norte de nuestro país, en su calidad de proveedor de madera y mulas, proceso que se interrumpió con la Revolución de Mayo de 1810.
-Los metales preciosos transportados a España generaron una revolución en los precios.
Cáceres: -La tasa de inflación promedio fue de 2% anual durante el siglo XVI, nada "revolucionaria". Como puntualizó Carlo María Cipolla, el principal efecto del traslado de los metales fue el aumento de la importación europea de sedas, especias y otros bienes de lujo provenientes de Asia, lo cual impactó sobre las artesanías locales.
-Caballeros, muchas gracias.
