El Esquiú
Hablar sobre minería es parte de un ejercicio con mi memoria, una constante bifurcación de los sentimientos, falacias, mentiras, conspiraciones, poder político, arruinar la tierra y el agua, mesiánicas posturas, ambientalistas, turísticas, conservacionistas, históricas, sociales, costumbristas, arqueológicas, paleontológicas…
Y en el medio, aquellos que, como uno, piensan (no son los menos) en algo más que hacer con el 80 % de nuestra orografía montañosa casi virgen, inexplorada y constantemente bastardeada, como es la moda hablar contra la minería, no importa si el pueblo elige otros destinos y las posturas extremas pierden cada vez más adeptos que acompañen su postura.
Es lógico pensar que algo que se extrae ya no estará nunca más, un cerro que contenga oro, cobre, plata, molibdeno, manganeso, sea vetiforme, diseminado u artesanal su extracción, modificará el medio original. Aun en explotaciones mineras de baja escala como la de rocas de aplicación, si se saca el mármol, después nada quedará del material extraído. O si fueran granitos, lajas, o para la fabricación de cales o cementos, se sacará el yeso, se sumarán fluoritas, arcillas, sílice, hierro, caolines.
Todos minerales que modificarán su estructura original, pero necesarios para que vivamos mejor. Esta introducción es porque al hablar de minería siempre se vuelve al diálogo de que no queremos minería, pero queremos vivir cada vez con más estándares de comodidad. Pues entonces, ¿qué queremos? ¿…? ¿queremos minerales que se extraigan de otros yacimientos fuera de nuestra provincia, porque acá sólo queremos turismo? Sin importar el costo social que involucre un crecimiento de ingresos en pequeñas comunidades, es casi hablar con un muro de contención a las ideas.
En mi poco andar por esta geografía, podría contar anécdotas que también suman a la hora de decidir, y repito y vuelvo a repetir, nadie está contra el turismo y la preservación del medio ambiente, pero sí a favor de nuevas aperturas que le convengan a los núcleos poblacionales involucrados por su medio con la minería.
Sólo una cafiaspirina
Estando ya hace un par de años atrás por El Alto de las minas de Culampajá, en una pequeña casa al pie de la mina El Moradito, una niña lloraba de dolor de muelas. Lo único que teníamos para darle era un cafiaspirina, para calmar su dolencia.
Bien, (dirá usted, lector) ¿cuál es la anécdota?
Que después de que se fuera la dirección de Minería, cuando realizaba estudios y mantenía el precario camino, esa comunidad ya no tenía ingresos, sólo le quedaba subsistir en un medio agresivo y sin futuro.
Y de esta manera podemos desandar los caminos y seguir, muy cerquita con Papachacra, también unida por medio de huellas mineras. Sus moradores viven, en gran medida, con una agricultura básica de subsistencia y una ganadería cada vez más empobrecida, ante lo cual me viene otro recuerdo, acompañando el desarrollo de una pequeña explotación de topacio hoy paralizada, estaba presente cuando cobraba su primer salario la cocinera del campamento. Le caían las lágrimas de alegría. O la alegría de Don Tiburcio Chaile, cada vez que alguien se llegaba a su casa, y recordaba siempre el momento cuando realizaban trabajos de exploración en la mina de hierro y fluorita, que hoy lleva su nombre: “Tiburcio”.
Caminos, desarrollo, olvidos
Cada vez son más grandes los olvidos y comunidades que erradican a sus jóvenes hacia otras tierras… Siendo tan ricos son tan pobres.
Pero el discurso del “No” a la minería vuelve a repicar, y pienso que sería de Pomán, Saujil, Siján si pasara el ferrocarril nuevamente y en Catamarca se instalaran fábricas de botellas de vidrio, teniendo tanto cuarzo y caolín como para abastecer a tantas fábricas del país.
Los pueblos fantasmas
Mirar el recorrido a Tinogasta para ver el atraso en que está sumida y los pueblos fantasmas que quedaron con el retiro del ferrocarril, como Cerro Negro, Los Balverdi, El Pueblito y tantos más… Y esos cerros tan ricos esperando que alguien los redescubra y los ponga en marcha.
Pero, ¿qué decir a todos aquellos que piensen en el no? Que razonen un poco. Si no quieren aluminio, hierro, cemento cal, oro, que de estos minerales tenemos y de sobra, pues no deberían usar un automóvil, deberían vivir en una casa de madera, no usar computadoras, ni cables que lleven cobre, pues no tendrán conductores de electricidad; no usar tratamientos nucleares en la medicina, porque le dicen no al uranio y no a su energía.
Qué bueno sería que las comunidades afectadas por la minería vivan de la actividad, conozcan a través de sus empleos la dignidad de la elección, y después elijan qué es lo que quieren hacer con sus hijos o dedicarse a lo que fuere.
Pero no les mintamos más que el turismo solo es el futuro que les espera; el turismo de la mano de la minería para los sectores cordilleranos es casi la única salida, ponerla en marcha es el desafío de siempre, si no nos enredamos en discusiones estériles, aportar todos los días un granito de arena más para el desarrollo, y cuando digo aportar digo un proyecto por mes, del mineral que fuera.
Sólo un proyecto al mes. Doce proyectos reales chicos o medianos por año, a ver si de una buena vez ponemos un par de minas de mica, de berilos, de canteras de mármoles, rocas de aplicación u ornamentales, arcillas de caolín, sílices, hierro, manganeso, plata, sulfatos, boratos, carbonatos, feldespatos, piedras preciosas, estaño, plomo.
¿Para qué seguir viendo sufrir pobreza y miseria a muchos catamarqueños del interior, teniendo tanto por hacer, tanto por desarrollar y trabajar?