Los Andes
Hace 30 años, con amigos andinistas, subimos el cerro Agustín Álvarez, de 5.130 metros, en la zona norte del Cordón del Plata.
En ruta de ascenso, caminamos por la quebrada de El Salto, rodeamos el magnífico salto de agua que da nombre al lugar y llegamos a un refugio del Ianigla (el organismo del Conicet que funciona en el Cricyt de Mendoza y estudia nuestros recursos hídricos y los glaciares de la cordillera). Desde ese punto hacia el oeste, se abre una imponente quebrada.
Para avanzar, allí es necesario practicar pequeñas y divertidas escaladas para sortear las grandes rocas negras (morena glaciaria) que la presión del hielo arrastró hacia abajo durante milenios.
Unos 1.000 metros más adelante, nos topamos con lo que tanto esperábamos: la blanca lengua de un glaciar, una enorme canaleta de hielo que a partir de allí se ensanchaba hacia la cumbre. Fue mi primera vez sobre un glaciar. Un momento inolvidable.
En 2010 volví con emoción al lugar, en la misma época del año, a comienzos de la primavera. Lo que vi me angustió y preocupó: no había más hielo. Tuve que subir todavía un par de horas más para tocar otra vez el hielo. El glaciar había retrocedido unos mil metros.
En ese momento se me hizo carne lo que los científicos ambientalistas advierten: los glaciares de la cordillera se achican, las reservas de agua dulce peligran por efectos del calentamiento global.
Cualquier mendocino con buenas piernas puede realizar esta comprobación. No hace falta pagar el servicio premium de Google Earth para ver las fotos satelitales del fenómeno. No es cosa e’mandinga.
Días atrás, durante una manifestación de pobladores sancarlinos contra una prospección minera en zona de glaciares, vi una pancarta que rezaba: “El agua vale más que el oro”. Y volvió el recuerdo de la ausencia de hielo en donde estuvo siempre antes.
Las protestas contra la minería contaminante a cielo abierto reflejan el problema. Demuestran que cada vez más mendocinos comprenden la situación y que, cada vez más, la gente advierte contradicciones en la política del Estado mendocino al respecto.
Hay un ejemplo reciente de esta ambigüedad: hace seis meses, la Legislatura aprobó un proyecto de ley para declarar reserva natural a la zona del Cordón del Plata, argumentando que así se protegerán los recursos hídricos.
Y hace unas semanas, se conoció que el gobierno de Jaque, en una de sus últimas decisiones ambientales, autorizaba a una empresa minera multinacional a explorar un probable yacimiento de oro en el sector sur del Cordón del Plata.
¿En qué quedamos? ¿Reserva intangible o intrusión? ¿Agua o vil metal?
Por Eddy Lavandaio - Geólogo, Docente en la Tecnicatura Superior de Minería del Insutec
Cada vez ponemos más énfasis en la importancia de la disponibilidad de agua potable y de su uso imprescindible para la vida. Y hacemos hincapié en que la provisión de agua potable a nivel familiar es un “derecho humano” a respetar. Es un tema que no admite ninguna discusión.
Por eso, cuando se reproducen imágenes de pueblos que carecen de agua potable nos invade una mezcla de indignación e impotencia, porque realmente nos duele y hasta cierto punto nos avergüenza que otros seres humanos no tengan acceso a ese servicio fundamental.
Sin embargo, aunque se trata de un tema cotidiano, nunca hablamos acerca de la forma como el agua potable llega a cada uno de nosotros. De más está decir que en Mendoza no vamos al río más cercano a servirnos agua o llenar una olla. Para obtener agua simplemente abrimos la canilla.
La canilla no es parte de la naturaleza. Es una manufactura industrial que está allí donde necesitamos el agua, pero tampoco es una fábrica de agua. Simplemente es la parte visible de un amplio y complejo sistema industrial que lleva agua apta a nuestros hogares y que llamamos servicio de agua corriente o domiciliaria.
El servicio comienza en una obra civil de toma de agua superficial o en perforaciones de agua subterránea, desde donde el agua es conducida, por canales o cañerías, hasta una planta industrial en la que se usan procesos físicos y químicos para producir agua apta para el consumo humano, de acuerdo a las normas del Código Alimentario Argentino.
El agua potable producida es distribuida desde la planta a través de una red de cañerías que la llevan a cada uno de nuestros hogares donde, por lo general, llenan un tanque domiciliario desde el cual otro sistema de cañerías la lleva hasta las canillas.
La mayor parte del agua no se consume, sino que se usa para lavado, limpieza y funcionamiento de sanitarios. Por eso, a continuación de las canillas hay otro
sistema de piletas, receptáculos y cámaras para recoger toda el agua usada o servida y, a través de otro sistema de cañerías (servicio de cloacas), es llevada a los lugares de disposición final o de retratamiento, según el caso.
En definitiva, la canilla es el elemento que representa o simboliza todo ese sistema industrial que provee de agua potable a nuestros hogares y se lleva nuestros efluentes. Aún así, nunca se nos ocurre hablar de su importancia.
Y dado que en la provincia de Mendoza se viene inculcando a nuestros niños y adolescentes una visión que oculta, minimiza y hasta desacredita la verdadera significación de la producción de minerales, vale la pena explicar que para construir e instalar los servicios de agua domiciliaria y de cloacas son necesarias cientos de materias primas de origen mineral. Miles de anónimos trabajadores mineros (profesionales, técnicos y obreros) contribuyen diariamente a proveer a la industria todo lo necesario para construir e instalar esta clase de sistemas y todo lo demás que hoy forma parte de nuestra calidad de vida.
Por eso, aunque más no sea para que las chicas y los chicos mendocinos que hoy estudian para ser mineros en el futuro no se sientan discriminados por sus propios conciudadanos, sería bueno que, sin dejar de hablar de la importancia del agua, alguna vez también hablemos de la importancia de la canilla.
Por Marisa Arienza, Presidenta de Green Cross Argentina
Argentina es un país rico en recursos hídricos. Desde la niñez se nos enseña que tenemos todos los climas y los recursos naturales, con la consecuente diversidad biológica. Sin embargo, esta abundancia tiene como contracara la poca valoración, ya que porque nuestros recursos siempre han estado fácilmente accesibles.
Tenemos una cultura de derroche en múltiples aspectos, incluyendo el derroche sistemático del agua potable. Para dimensionar esta idea, en Argentina el promedio de uso de agua potable de las personas con acceso a la red (aproximadamente 75% de la población), es del orden de los 600 litros diarios, en tanto que en los Estados Unidos -país considerado con una cultura de despilfarro- alcanza los 450 a 400 litros diarios. Por su parte, los países más avanzados de Europa usan en promedio 250 litros diarios, haciendo uso racional del agua potable sin dejar de cubrir necesidades, ni siquiera recreativas.
También es relevante referirnos a los usos del agua potable y del agua dulce en general. La mayor proporción en el uso de agua en todas las etapas de la civilización hasta la actualidad es para riego, que utiliza aproximadamente 73% del agua dulce. La industria agrícola-ganadera consume 82% del agua dulce usada por la sociedad. En nuestro país, el consumo humano es del orden del 13% del uso total de agua, mientras que las industrias (incluyendo las extractivas) utilizan 7% y la ganadería, 9%.
¿Por qué no debemos derrochar agua potable cuando nuestros recursos hídricos son abundantes? Entre las razones de mayor importancia, podríamos enumerar las siguientes:
1) La producción y la distribución del agua potable requieren un importante esfuerzo económico y de infraestructura. Si bien tenemos recursos hídricos abundantes, potabilizar agua implica un esfuerzo social de gran envergadura. Aún sin subsidios estatales, las facturas de servicios de agua no reflejan el verdadero costo de potabilización y distribución. Derrochar agua es menospreciar el esfuerzo social de producción e implica destinar recursos innecesarios para potabilizar cantidades excesivas de agua en lugar de destinarlos a ampliar el acceso al agua potable a sectores que no acceden a ella, a mejorar su calidad o a aplicar ese esfuerzo económico, tecnológico y humano para el mejor desarrollo social y humano del país.;
2) La abundancia de recursos hídricos es despareja en las diversas regiones de nuestro país, tal como ocurre en el resto del mundo. La cultura del derroche impide mejorar la distribución del agua pues el esfuerzo queda concentrado en el hiperconsumo y en el consumo irracional;
3) El consumo indiscriminado puede hacer peligrar los volúmenes de agua provenientes de napas subterráneas por sobreexplotación y producirse escasez del agua de este origen.
Podríamos enumerar más razones para luchar contra el derroche de agua potable, pero estas tres son más que suficientes para trabajar en la reeducación de la población al respecto.
El objetivo central de nuestra sociedad debiera ser acceder al desarrollo y a la eliminación de la pobreza. Poseemos los recursos naturales y humanos para lograrlo, entre ellos, la abundancia de recursos hídricos que deberemos usar responsablemente para alcanzar el desarrollo humano y social sustentable.