Clarín
Por Norma Morandini - SENADORA NACIONAL POR CORDOBA, INTEGRANTE DE LA COMISION DE MEDIO AMBIENTE DEL SENADO
Para facilitar el trabajo de los espías a sueldo que hacen patrullaje ideológico y van con una vara moral juzgando las conductas ajenas, debo decirlo antes que nada: me opuse a la Guerra de Malvinas. En la prensa de Brasil, donde viví la última parte de mi exilio, escribí artículos contra la aventura del general Fortunato Galtieri y sus comandantes. Nunca pude entender que una causa noble pudiera ser defendida con métodos innobles: una dictadura militar que ignoraba la soberanía popular pero reivindicaba la soberanía de las Islas Malvinas. Esa falsa idea de que un buen fin justifica cualquier medio y está en la base de las tragedias del siglo pasado, se llamen nazismo o stalinismo. Por eso siempre admiré la figura de Willy Brand que, siendo alemán, combatió a Hitler.
No fue sencillo contrariar a la izquierda latinoamericana que vivió una de sus mayores contradicciones. Apoyar a una dictadura, que mató, persiguió y encarceló, porque se apropió de un sentimiento nacional genuino y legítimo como es la causa de Malvinas. Una aventura militar que envió a casi niños preparados apenas para un desfile a guerrear en las heladas aguas del sur. Y la ingenuidad política de suponer que “el Imperio” iba pagar el trabajo sucio que nuestros militares hicieron en Centroamérica, entrenar a “los contra” de Nicaragua. Paradójicamente, la derrota en las Malvinas nos devolvió la democracia. A los isleños, el reconocimiento a la autodeterminación y a Inglaterra, una base militar con misiles que nos apuntan y el petróleo que se aprestan a extraer algunas de las mismas empresas asociadas a las transnacionales que sacan el oro de nuestras montañas.
Nuestro festejo por la restauración democrática ocultó la humillación por una guerra perdida. Y como nos sucede con el pasado, dejamos de indagar las causas para responsabilizarnos por los errores cometidos. No para juzgar a la buena gente que henchida de patriotismo despidió a los soldados como a héroes y luego les dio la espalda cuando regresaron mutilados. Sino para aprender de la historia.
Hoy la reivindicación por Malvinas contrasta con el reclamo de otra soberanía: el oro de Famatina. Una vez más se enarbola la derrotada concepción de que los fines nobles pueden obtenerse con modos que los contradicen y nos obliga preguntarnos si en los tiempos globalizados del dinero con corporaciones más poderosas que los mismos Estados, cuál es la verdadera soberanía: ¿el oro o las Malvinas? ¿Dónde debe flamear nuestra bandera?
Sin negar el derecho sobre Malvinas, ni la solidaridad latinoamericana, debiéramos debatir con honestidad y auténtico patriotismo dónde descansa nuestra autonomía como Nación si no es sobre el agua, el oro, el litio, la plata, el uranio y el cobre que junto otros tantos minerales esconden nuestras montañas. O la riqueza del mar, depredada por los pesqueros que en la Patagonia se llevan los que serán manjares en la mesa de los ricos y nos dejan los desechos que han hecho proliferar albatros y gaviotas. Nuestra privilegiada geografía, convertida en riqueza desde que los de afuera pusieron los ojos y las garras en lo que nosotros no defendemos.
A nuestro país no le queda otro camino que la reivindicación diplomática y acatar las negociaciones con Inglaterra, como mandan las resoluciones de la ONU. Pero un gobierno elegido mayoritariamente en las urnas no puede desoír el clamor “nacional y popular” que nos llega desde Famatina. No se trata de impedir los reclamos diplomáticos por las Islas Malvinas sino de frenar ese nuevo colonialismo que significa la extracción sin control sobre los que son nuestros recursos estratégicos. En la Cumbre de Río de 1992 los científicos dijeron a los dirigentes políticos con todas las letras: “las guerras futuras serán por el agua”, ya consagrada un derecho humano universal. Por eso, una auténtica política humanitaria es la que antepone los derechos ciudadanos a la codicia de los negocios. No se puede denostar a las corporaciones y luego no hacer cumplir nuestras leyes a los megaemprendientos que se realizan a cielo abierto en nuestra cordillera. Pocas actividades económicas cuentan con tales beneficios como es la actividad minera.
Un gobierno legitimado por una amplia mayoría no puede negarse a debatir con su pueblo para corregir las decisiones que se tomaron en los noventa, en nombre de otras mayorías. Entonces, los espejitos de colores del ingreso al Primer Mundo sirvieron para extorsionarnos. “Atentan contra el progreso”, decían, cuando algunos advertíamos sobre lo que hoy nos lamentamos. De modo que los argentinos ya debiéramos aprender que la modernidad de una sociedad no se mide por lo que consume sino por cuánto se respetan los derechos de la ciudadanía, como los de nuestros compatriotas que viven en Famatina y nos increpan sobre otro debate que nos debemos: ¿la soberanía no significa que seamos nosotros, los argentinos, los que decidamos cómo vamos a manejar nuestros recursos y nuestras riquezas?
La política también está hecha de gestos: descolgar el cuadro de Videla de la galería de los Presidentes o reivindicar lo que pertenece a nuestra identidad histórica. Pero se corre el riesgo de que sean gestos vacíos si no se gestiona lo que simbolizan, los Derechos Humanos actuales.
La bandera argentina no flamea en Malvinas. Sí se alza en lo alto de la cordillera de la mano de ancianos, niños, hombres y mujeres, todo un pueblo de La Rioja, igualados debajo de la celeste y blanca, que nos piden que no hagamos de ellos “kelpers” argentinos. Allí donde se está poniendo a prueba ya no tan sólo la soberanía sobre nuestros recursos sino la misma idea democrática.
Por Hector M. Guyot
La esperanza de un país mejor acaba de renacer en Famatina. Lo que ocurrió allí durante la semana pasada tuvo repercusiones inmediatas en ese perdido pueblo riojano y en el ámbito de la provincia, donde la indignación y la pacífica protesta de la gente obligaron al gobernador local, el ferviente kirchnerista Luis Beder Herrera, a poner en suspenso un contrato para que la minera canadiense Osisko despliegue en la zona la extracción de oro a cielo abierto, una metodología acusada de contaminar los suelos y envenenar el agua.
Pero, además, la marcha atrás de Beder Herrera viene a recordarnos algunas verdades de carácter universal que conviene no perder de vista: la mentira y la hipocresía de los que mandan tienen un límite y ese límite, cuando fallan las instituciones, lo marca la gente; también, que todo doble discurso, por la fuerza de los hechos, tarde o temprano termina por caer para dejar expuestas a cielo abierto las miserias y los verdaderos intereses que ocultaba.
De la hipocresía del poder local no tenían ninguna duda los más de 10.000 manifestantes (casi el doble de la población de Famatina) que el jueves pasado convergieron en la plaza principal de la capital de la provincia. Y es que esta vez el gobernador, confiado quizás en la magnitud de su poder, había ido demasiado lejos. Las contradicciones entre lo que afirmó en campaña y su actual defensa de la explotación a cielo abierto harían ponerse rojas de vergüenza hasta a las piedras más duras del cerro Famatina. Por algún lado se escapa la liebre y esta vez fue gracias a ese archivo implacable en que se han convertido las nuevas tecnologías. "¿Sabe cuál fue el mayor error del gobernador? Darle computadoras a la gente", le dijo con ironía Rubén, dueño de una fiambrería de Chilecito, a Leonardo Tarifeño, enviado de este diario.
No hay poder que pueda contra YouTube. Sobre todo, cuando un simple clic muestra al ahora gobernador unos años atrás, en plena campaña en el propio Chilecito. Allí, ante los temores de la gente, el entonces vicegobernador prometía, en medio de ruidosos aplausos: "No se van a llevar el oro ni nos van a contaminar el agua. Vamos a sacar una ley prohibiendo la explotación a cielo abierto en la provincia de La Rioja". Para darle calor y emoción a su postura pedía, enfático, el apoyo de los habitantes de Chilecito y Famatina: "Vamos a ir casa por casa a decirle a la gente que se va a quedar sin agua. Y es el agua de las plantas, de los animales, de los seres humanos, de los pájaros, de todos". Cual ecologista convencido, abundaba: "El cianuro no se degrada, permanece. Yo soy un defensor del medio ambiente, un defensor de la vida. ¿Cuándo vamos a tomar conciencia los argentinos de que hay que defender el medio ambiente?".
Hoy Beder, como se sabe, se olvidó de los pájaros y defiende con más brío los contratos con la empresa minera, que, insiste, siguen en pie. Para hacerlo, no ha tenido empacho en decir: "Los ecologistas van a perder. Porque no contamina. Eso es muy simple, se puede comprobar analizando el agua, el aire y la tierra. Es un proceso científico. Y punto".
¿Qué ha pasado en el medio? Muchos maliciosos recuerdan palabras de campaña también almacenadas en YouTube, cuando el entonces combativo candidato Beder, cual Quijote cuyano, se preguntaba: "¿Cómo paramos a la Barrick? Vienen aquí a Chilecito con 10 millones de dólares? usted es dirigente? 50.000 dólares? 20.000 dólares? ¿Cómo se los para?" Para peor, prometía, principista: "Yo jamás tuve doble discurso en mi vida. Voy a terminar con la corrupción en La Rioja".
El pasado puede ser cruel, pero eso no basta para cambiar las cosas. La lección de Famatina la ha dado su gente. Hombres y mujeres que no se han dejado avasallar y han reaccionado. Y que han sabido sumar, así, el apoyo de más gente, incluidos artistas y famosos. No se trata simplemente de salir a la calle. En Famatina se vio otra cosa, que es intangible y que, sin embargo, ha sostenido la fuerza de un reclamo que el poder, por más que lo intentó con todos los recursos a su alcance, no pudo desoír. Se trata de una reserva de orden moral que, para evitar la retórica, conviene reflejar en palabras de los propios protagonistas.
"Antes el gobernador estaba en contra de la minería a cielo abierto y resulta que de un día para el otro sale a apoyarla -dice el fiambrero Rubén-. Entonces, ¿quién con un mínimo de honestidad y seriedad puede ser capaz de creerle?" Gabriela Romano, una de las líderes del movimiento, decía: "Lo peor que podés hacer es no intentar la lucha. Hay que luchar aún por las causas perdidas. Si los informes técnicos y el amor a este cerro nos dan la razón, ¿por qué no dejarlo todo por la causa?".
Ariel Luna, secretario de Gobierno de Famatina, que se opone al proyecto minero (un emprendimiento que, dicho sea de paso, cuenta con el apoyo del gobierno nacional), describió con síntesis admirable la determinación que subyace a la firme resistencia de la gente: "El secreto es la unión, la conciencia y la dignidad. Eso no se vende ni se compra".
Esto es algo que quizá Beder Herrera haya olvidado y que conviene tener presente: aun cuando a veces lo perdamos de vista, más allá de la lógica del bolsillo hay algo que regresa cada tanto para recordarnos que el dinero no lo puede todo.