Tiempo Argentino - Por Cynthia Ottavia
Los medios de comunicación no son la realidad. Ni la reflejan tal como es. Se sabe que cada enunciado, cada dato, cada imagen es seleccionada, recortada y enfocada por productores, periodistas, editores, diseñadores, fotógrafos, camarógrafos y, sobre todo, propietarios con los que esa cadena de producción humano-periodística comulga en líneas generales o, en el peor de los casos, se opone u obedece sin mayores miramientos. Entre esos extremos –sintonía ideológica, oposición o patronazgo inmoral– hay matices, tal vez los suficientes como para que la mayoría de los periodistas pueda elegir con quién, cómo y dónde trabajar. Las dificultades sobrevienen cuando los dueños de las corporaciones son capaces de cambiar su línea editorial, sin mayor aviso, y empiezan a denostar lo que antes defendían.
Tal vez la cobertura de la megaminería a cielo abierto hecha por Clarín y La Nación a lo largo de los últimos años sea un buen ejemplo porque allí no siempre se publicaron notas que la criticaban. Ni ocuparon, como ahora, un lugar privilegiado en su agenda (el diario de Héctor Magnetto publicó 30 notas en un mes y medio y el de Bartolomé Mitre, 25, en el mismo tiempo). De hecho, quien haya prestado atención a la cobertura que hacían en los últimos 16 años, podría pensar que Greenpeace acaba de comprar acciones suficientes como para reorientar la línea editorial, porque en Clarín y La Nación se consideró a la megaminería a cielo abierto como “una oportunidad”, “una enorme empresa”, “un cambio de oportunidad para invertir”, “la mayor promesa económica del momento”, “un nuevo rubro para lucirse”, que “le aportan muchas divisas”, “el motor de una mejor relación bilateral”, “el centro de atracción del mundo australiano”, que “puede modificar la vida del noroeste argentino”, ya que se trata “del mercado minero más inexplotado del mundo durante décadas de olvido por simples razones de legislación errónea”, “un proyecto de gran envergadura”, “un negocio que comienza a mover millones de dólares de inversión”, que “le va a cambiar la vida a los sanjuaninos”, “empleará a 4 mil personas”, “impulsa el desarrollo económico”, hay “un escenario promisorio”, “el impacto puede ser vital”, “puede significar la única posibilidad de contar con infraestructura básica –agua corriente y electricidad, por ejemplo y sobre todo, con fuentes de empleo y capacitación” (Clarín 27-02-02, 04-04-04, 11-04-05, 28-04-06, 06-03-08, 30-11-10, 25-02-11, La Nación 4-12-96, 7-10-97, 10-04-98, 26-04-00, 16-11-00, 15-09-01, 16-01-03, 09-03-05, 03-05-05).
En cuanto a cada yacimiento específico, en la nota de Clarín, titulada “Sector minero, ¿nuevo milagro argentino?”, del 27 de febrero de 2002, se menciona a “Bajo de La Lumbrera” (sic) como “una mina a cielo abierto que es la novena productora del planeta de cobre y oro (…) si la Argentina era hasta ahora famosa por su carne, está en condiciones de lucirse en nuevos rubros”, que “le aportan muchas más divisas”. Todo positivo.
Lo mismo ocurre con La Nación. El 4 de diciembre de 1996, bajo el título: “Minería, el motor de una mejor relación bilateral”, destacó una declaración de Peter Freund “el director australiano del gigantesco proyecto minero de Bajo de la Alumbrera” –nótese que dice gigantesco proyecto, no contaminante, polémico o capaz de generar una escalada–: “empezamos a producir oro y cobre (…) y calculamos una exportación anual de 800 millones de dólares anuales”, dijo Freund y, según el diario de Bartolomé Mitre, “captó mejor que nada la atención de un auditorio repleto de empresario del todo el mundo”. El mismo artículo relata que Bruce Vaughan, “presidente de la enorme empresa minera, propietaria de 50 % del proyecto de Bajo de La Alumbrera (…) reflejó a la perfección lo que significa el cambio de oportunidades para invertir que se produjo en la Argentina con la desregulación.”
“El boom minero del norte argentino es casi la mayor promesa económica del momento”, aseguraba La Nación. “Hay más proyecto mineros de gran envergadura (…) al norte de Anadalgalá”, allí “dormía el oro que ahora comienza a mover millones de dólares de inversión (… ), en esa suma de trabajos de exploración minera que pueden modificar la vida del noroeste argentino se concentra el interés (…) ven hoy en la Argentina como el mercado minero más inexplotado del mundo durante décadas de olvido por simples razones de legislación errónea”. En síntesis, el comentario entorno de la megaminería se refería al gran negocio multimillonario y punto.
Mientras tanto, el 11 de abril de 2005, Clarín llevó a página completa, en la apertura de la sección “Negocios & Mercados”, una nota titulada: “La minería busca mejorar su imagen con el turismo aventura”, se destaca la movida oficial de “incentivar el turismo geológico minero (sic)”, y agrega: “En San Juan, la mina de Veladero, explotada por la empresa canadiense Barrick, también se muestra predispuesta a que los lugareños o turistas suban a la mina para desempolvar sus dudas sobre la peligrosidad de la obra, además de tener una noción sobre la envergadura de la obra”. No hay certezas, apenas “versiones de algunas ONG, convencidas de que el cianuro utilizado en la explotación de yacimientos, contamina el ambiente”.
Cuando el diario La Nación publicó, el 26 de marzo de 2000, de qué se trataba Pascua-Lama aseguró que “promete convertirse en el segundo gran proyecto minero (…) sus cifras de inversión y producción podrían incluso superar las de la protagonista del sector, Bajo de La Alumbrera (…) el atractivo más grande del emprendimiento es su bajo costo de producción”. Sostenían que la Argentina es “uno de los países con mayor potencial minero del mundo”, y llegaban a frases elocuentes como esta: “los argentinos tradicionalmente se han enorgullecido de la belleza de sus mujeres, aunque tal vez pocas veces de sus minas de oro. En la década de los ’90, sin embargo, la explotación de yacimientos auríferos, que había permanecido históricamente rezagada, adquirió una semblanza distinta (…) puso en vigencia una de las legislaciones más apropiadas para las inversiones mineras de riesgo”.
El 3 de mayo de 2005, una nota del diario La Nación cuando se refiere a la “Minera Alumbrera Ltda.”, la describe como “un escenario promisorio para el sector. Y los números no lo desmiente”. Después de repasar los números de La Alumbrera, Veladero, Pascua-Lama y la Barrick Gold, asegura: “La minería empieza a dar que hablar y esta vez parece tratarse de buenas noticias.” De hecho, concluye que “lo hacen en zonas muy desfavorecidas, por lo que impactan fuertemente en su desarrollo (…) el impacto social de la minería puede ser vital para la historia de cientos de pueblos dispersos por el interior de las provincias productoras (…) puede significar la única posibilidad de contar con infraestructura básica –agua corriente y electricidad, por ejemplo– y sobre todo, con fuentes de empleo y capacitación.”
El año pasado, una nota del diario Clarín del 25 de febrero, al referirse a Peter Munck, lo describía como un hombre que “apostó a la filantropía”, que “pertenece a la elite empresaria global”, que su empresa, la Barrick Gold es “la mayor productora de oro del mundo”, que “desembarcó en la Argentina atraído por las extraordinarias ventajas de la ley minera”. De contaminación, nada. De saqueo, menos. Apenas con tibieza figura junto a la palabra mega minería “una actividad cuestionada”.
Y no es que no hubiera información. Una nota de tapa publicada por la revista Veintitrés, cuatro años antes, en 2007, liderada por el director de este diario, Roberto Caballero, y escrita por Gustavo Cirelli, subdirector de Tiempo, anunciaba: “Peter Munk, el dueño de nuestro oro”, y detallaba que la Barrick había sido denunciada en La Rioja y San Juan por estrago ambiental. “Los vínculos de Munk con el tráfico de armas y la CIA”, seguía el copete de tapa. Cómo había desembarcado en el país de la mano de Carlos Menem y “su amistad con genocidas, banqueros y políticos corruptos. Llevarse las riquezas a precio de ganga y, a cambio, envenenarnos el agua con cianuro”, completaba.
A esta altura, lo que llama la atención al repasar la cobertura sobre la megaminería a cielo abierto de Clarín y La Nación son las notas dispersas que reproducían las denuncias, escasas, si se tiene en cuenta el nivel de producción actual. En Clarín pudo leerse: “Denuncian que una mina perjudica el medio ambiente”, 07-12-98; “Grave denuncia sobre derrames en la mina de oro La Alumbrera”, 21-06-06, o “Catamarca: volcó un camión que transportaba líquido peligroso” 29-07-10. En La Nación: “Oro, cianuro y dólares, el cóctel de la controversia en San Juan”, 27-02-06; “Piden un control ambiental de la minería en Mendoza”, 07-06-07. Pero aún esas notas no impidieron las decenas y decenas de artículos positivos o poco inquisitivos sobre la industria. Se trata, en definitiva, de algunos ejemplos que evidencian la doble moral de Clarín y La Nación. Pero no son los únicos, porque los socios en Papel Prensa –ahora con un súbito interés medioambiental– llegaron a ocultar denuncias graves sobre el impacto que produce el glifosato. Así lo hicieron con las miles de denuncias de hombres y mujeres que gritan que ellos mismos, sus hijos y sus vecinos padecen enfermedades como el cáncer y malformaciones congénitas como consecuencia del uso de agroquímicos que hacen los dueños de los campos. Es cierto, Monsanto y Nidera son auspiciantes habituales de sus diarios y de su megamuestra Expoagro. Pero, cómo ¿el interés por el daño que puede causar una industria es selectivo? ¿Sólo se expone mientras no afecte los negocios propios? ¿O cuando pueda perjudicar al que se considera “enemigo”?
Parece que sí porque La Nación mientras ocultó las denuncias, advirtió el 25 de abril de 2009 la “preocupación en el agro por la posibilidad de que se prohíba o suspenda el uso del glifosato, uno de los pilares sobre los que se apoya la producción nacional”, algo que “traería consecuencias muy graves”. Incluso, las denuncias “no tienen sustento”, determinaron. Vale recordar que el último informe de la Defensoría del Pueblo de la Nación vinculó los agroquímicos de manera directa con la discapacidad: “Resulta apremiante pedir a las autoridades públicas nacionales y provinciales la toma de medidas de resguardo y cautelares, para evitar la discapacidad producida por el uso de agrotóxicos.”
En la lista de cambios repentinos y olvidos impiadosos de Clarín y La Nación, hay que agregar también el ocultamiento de la amenaza del proyecto conocido como la “represa Ayuí Grande”, del accionista controlante de Clarín José Antonio Aranda, para apropiarse de un curso de agua y destruir 130 kilómetros de bosques en galería. El diario de Bartolomé Mitre primero criticó ese proyecto –el 30 de junio de 2005 en un editorial titulado “Las venas de nuestro planeta”–, pero media década después, cuando la alianza con Clarín era el mejor escudo contra el gobierno nacional, el 19 de agosto de 2010, no sólo lo defendió, sino que transformó el intento judicial por impedirlo en “un nuevo capítulo de la ofensiva de la Casa Rosada contra la prensa”.
“La preservación del patrimonio natural se asegura con participación ciudadana y la explotación con controles estrictos”, explica el editorial de La Nación del 31 de enero pasado, titulado “Conflicto ambiental en Famatina”. “El verdadero progreso, en un mundo de escasez, debe ser armónico con el entorno”, agrega.
Participación ciudadana, controles estrictos y armonía con el entorno no es lo que piden para sí mismo en la fabricación de Papel Prensa. A la contaminación del río San Pedro se suma la de Alberti, también en la provincia de Buenos Aires. Allí funciona “María Dolores” el establecimiento industrial, que los provee de madera. No tienen estudio ni declaración de impacto ambiental como exige la Ley Provincial 11.723. El organismo de control local ordenó que suspendan la actividad, pero la empresa desoyó esa orden porque, argumentaron que ellos existen desde antes que la ley. En el medio del predio hay una laguna de 100 hectáreas y la denuncia judicial señala que está absolutamente contaminada, sobre todo con arsénico. El denunciante, Fernando Cabaleiro, terminó investigado por la empresa, es decir por Clarín y La Nación.
La megaminería a cielo abierto merece ser desterrada para algunos especialistas, modificada y controlada en extremo para otros o simplemente dejada como está. No se trata aquí de defender ni una ni otra postura. Basta con decir que la contaminación está prohibida, que la sustentabilidad es la única alternativa, que el saqueo debió morir con la colonia y que el futuro no se puede hipotecar como si fuera un cartón pintado del Monopoly.
Se trata de que tengamos en cuenta, siempre, incluso en este tema, que el posicionamiento de una corporación mediática no es ingenuo y que puede ser tan perverso como para pintar de verde lo negro, dar vuelta la pancarta, tapar el símbolo pesos y agregar una gota de agua que rece: “Salvemos el planeta.” Mientras siembran la suficiente confusión como para llenar la cuenta bancaria que tienen en el extranjero con los millones acumulados que les puede dejar, incluso, un negocio tan contaminante como el que critican.
Minería, Malvinas y el collar del perro
Tiempo Argentino
Por Virginia Márquez
Sin ánimo de hacer historicismo –que le compete a otros– cualquier lector puede rápidamente dar cuenta de la dudosa legitimidad de la nueva antinomia, instalada en redes sociales y medios de comunicación. Minería o Malvinas, proponen los nuevos editores de la realidad argentina. Y, un tanto confunden a quienes no alcanzan a ver que la planta se alimenta de lo que tiene sepultado.
Es menester dilucidar la pretendida controversia para evitar innumerables análisis apresurados que llevan a la saturación, y terminan archivando el conflicto sin resolver, o remplazado por un nuevo dilema. Al fin de cuentas, no lograrán tapar el sol con el dedo índice que señala… pero sí distraer la atención.
La respuesta es clara y sencilla. Es tan legítima una como la otra, a cuál más apremiante, e intrínsecamente ligadas. No se puede hablar de la recuperación de las Islas Malvinas o de la defensa de los Recursos Naturales sin analizar las raíces que relacionan ambas causas. En conjunto, conforman un solo bloque de discusión, una única problemática a resolver: cuán soberanos queremos ser. Esa es la cuestión.
No es casual que la ocupación británica de Malvinas, desde el 2 de enero de 1833, fuera el corolario de un incidente por la defensa de los recursos naturales. Todo había comenzado por un ballenero de la naciente Unión de Estados Americanos, que depredaba la fauna oceánica de manera artera. Ahora, a través de la difusión conservacionista, conocemos la importancia que la zona tiene para la reproducción y cría de los grandes cetáceos. Seguramente, los valientes cazadores contaron con esa información y aprovecharon la migración anual de la Ballena Franca Austral para darle caza sin más que esperarla llegar. O, seguir la corriente del Brasil y terminar con una emboscada a la altura del Mar Argentino. Tan fácil como pescar en el Jardín Japonés, y sin permiso.
Eran tiempos revueltos. Para 1811, España desalojó las islas. Y, recién en 1820 Buenos Aires tomó posesión del archipiélago y reafirmó su soberanía. Las vicisitudes políticas en el continente fueron aprovechadas también por otros cazadores furtivos. Buques franceses y holandeses se lanzaron a la faena. Pero, descubiertos por la gobernación de las Islas Malvinas, se retiraban sin protesto. Distinto comportamiento tuvieron los porfiados navegantes de habla inglesa. En consecuencia, Luis María Vernet –quién además de representar los intereses del flamante gobierno patrio, contaba con una autorización de explotación de recursos de las islas desde 1823– apresó a la tripulación y dio traslado a Buenos Aires. En respuesta, la diplomacia estadounidense ordenó a la corbeta de guerra Lexington destruir las instalaciones de Puerto Soledad y dejar campo arrasado para la usurpación británica.
Two for tango, fue la misma fórmula que se repitió casi un siglo y medio después. Un estadista se habría percatado del antecedente. Pero, Leopoldo Fortunato Galtieri no lo era y el 2 de abril de 1982 contaba tener a los Estados Unidos como aliado para la recuperación de Malvinas. Incurrió en otro error de cálculo, creyó que podría obtener el apoyo popular a través del engaño. Y, si bien algunos compatriotas se mostraron confundidos; más temprano que tarde quisieron olvidar su desatino.
En las antípodas, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuenta con el reconocimiento de las naciones sudamericanas y el beneplácito de gran parte de la ciudadanía para reclamar al primer ministro británico, James Cameron, por la militarización de Malvinas. Nuestra mandataria resaltó la importancia histórica del hecho. Se distanció del método elegido por la dictadura militar y la absoluta carencia de representatividad. En democracia, se resuelve por vía pacífica y validado a través de la soberanía popular, recientemente expresada en las urnas.
Paralelamente, en la misma semana, Cristina Fernández se refirió a los piquetes llevados a cabo en las provincias andinas, a causa de la explotación minera y la preocupación de la población por el impacto ambiental.
Sin entrar en polémica, propuso darnos un debate serio. Y el guante es recogido desde la historia misma. Fue meses antes de la primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente Humano, que se realizó en Estocolmo en junio de 1972. El 21 de febrero se cumplen 40 años del Mensaje Ambiental a los Pueblos y Gobiernos del Mundo, escrito en Madrid por Juan Domingo Perón. Allí, el ex presidente argentino expresa: “…La concientización debe originarse en los hombres de ciencia, pero sólo puede transformarse en la acción a través de los dirigentes políticos… Las mal llamadas ‘Sociedades de Consumo’, son, en realidad sistemas sociales de despilfarro masivo… Se gastan millones en inversiones para cambiar el aspecto de los artículos, pero no para remplazar los bienes dañinos para la salud humana, y hasta se apela a nuevos procedimientos tóxicos para satisfacer la vanidad… Como ejemplo bastan los autos actuales, que debieran haber sido remplazados por otros con motores eléctricos, o el tóxico plomo que se agrega a las naftas simplemente para aumentar el pique de los mismos… El ser humano, cegado por el espejismo de la tecnología… mata el oxígeno que respira, el agua que bebe, y el suelo que le da de comer y eleva la temperatura permanente del medio ambiente sin medir sus consecuencias biológicas.”
Finaliza con cuatro consideraciones especiales para los países del Tercer Mundo, en una de ellas advierte “debemos cuidar nuestros recursos naturales con uñas y dientes de la voracidad de los monopolios internacionales que los buscan para alimentar un tipo absurdo de industrialización y desarrollo en los centros de alta tecnología adonde rige la economía de mercado. Ya no puede producirse un aumento en gran escala de la producción alimenticia del Tercer Mundo sin un desarrollo paralelo de las industrias correspondientes. Por eso cada gramo de materia prima que se dejan arrebatar hoy los países del Tercer Mundo equivale a kilos de alimentos que dejarán de producir mañana.”
Perón entendió que la palabra soberanía incluye la defensa indisoluble tanto de los recursos naturales como de los territorios nacionales. Probablemente, leyó o tomó conocimiento por mentas de lo sucedido a otro general durante el gobierno de HipólitoYrigoyen. Enrique Mosconi, creador de YPF, no pudo cargar combustible en una estación de servicio sureña. A su reclamo, el propietario interpuso: “La nafta es mía y no se la vendo a usted porque hay una empresa que me encarga nafta, y lo poco que tengo es para esa empresa.” Entonces, los recursos subterráneos eran argentinos. Pero, el manejo del producto extraído y refinado lo tenían las empresas explotadoras; quienes decidían su destino final. Algo similar podría estar sucediendo actualmente, con la manipulación de la provisión de combustible y los sobreprecios en las bocas de expendio.
Además del petróleo que explota en Mar Argentino y los permisos de pesca que reparte el Reino Unido en forma ilegal, existiría un objetivo ulterior de los británicos en Malvinas. De esto también se percató Perón en 1952, cuando recibió al embajador británico por la agresión inflingida a una base antártica. Inglaterra envió una fragata y destruyó refugios de una base argentina. La guarnición era más bien pequeña, pero lograron que los ingleses desistieran en cinco minutos. En aquella ocasión, pretendieron dejar izada su bandera y un cabo la arrancó y se la arrojó al bote que empleaban para huir. Durante su exilio en Puerta de Hierro, lo recordó así: “Vino a verme el embajador británico y tuve con él una pequeña conversación más bien amistosa, en el curso de la cual me preguntó: ‘¿Cómo van a arreglar ustedes ese asunto de la Antártida?’ Le contesté: ‘¿Qué derecho tienen ustedes a la Antártida?’ y me replicó: ‘La Antártida es una prolongación de las Islas Malvinas.’ Y fue entonces cuando yo le dije: ‘Sí. Eso me recuerda a un tipo que me robó un perro y al día siguiente vino a buscar el collar’.”
Kirchnerismo, minería y medios de comunicación: ¿quién piensa qué?
MDZ
La minería es uno de los dos puntos de contradicción que la oposición le señala al gobierno nacional. Pero, ¿es el kirchnerismo minero y los opositores son antimineros? Más que nunca, leer entrelíneas cada noticia y cultivar la opinión propia. Aquí te ofrecemos la información surgida de medios afines al Gobierno sobre minería.
El programa 678 mostró, en un informe, cómo refutaban afirmaciones del periodista Julio Bazán sobre el uso de cianuro en la minería catamarqueña. En el programa participó la gobernadora kirchnerista de esa provincia, Lucía Corpacci.
Aporta al debate en torno a la minería y alienta la búsqueda de opiniones en torno al problema real y a por qué cada uno toma postura: ¿contaminan o no? Aquí, una serie de notas que ponen en negro sobre blanco la opinión del Gobierno:
En tanto, Ricardo Forster escribe en la revista Veintitrés un artículo titulado: "La minería y el litigio democrático".
Allí afirma:
La cuestión de la minería, hasta hace poco tiempo un tema desconocido y hasta menor para la mayoría de los argentinos, se ha convertido, por esa extraña amalgama de lo real y de lo ficcional, en eje de intervenciones, disputas, conflictos, pasiones, contradicciones, expectativas, rechazos y polémicas que la han colocado en el centro de la atención política y mediática involucrando a los más diversos actores, aquellos que van desde muchos de los pobladores de las ciudades y pueblos cordilleranos de provincias emblemáticas como La Rioja y Catamarca (pero que también involucran a San Juan, Tucumán y otras provincias que guardan en sus subsuelos riquezas minerales) que se oponen a la instalación de la megaminería, pasando por las grandes corporaciones multinacionales que suelen ir a la vanguardia de las acciones extractivas tecnológicamente más complejas y arriesgadas, incluyendo a toda una variedad de organizaciones ambientalistas que ven en la lucha contra la minería a cielo abierto la causa principal de sus desvelos, hasta la participación, como no podía ser de otro modo, de actores políticos y mediáticos que han buscado nacionalizar la cuestión minera convirtiéndola en el imaginario eje de todos los males o bienes del futuro argentino. Intentar abordarla sin prejuicios y despejando la maraña de opiniones, puntos de vista, verdades reveladas e intereses encontrados es una tarea ardua pero indispensable a la hora de comprender que alrededor de la cuestión de la minería se entrelazan nudos clave de la compleja vida argentina ya que, tratando de deshacerlos, nos internamos por los senderos de la economía, de la sustentabilidad, del cuidado medioambiental, de las identidades conmovidas por los procesos de modernización, de los desafíos generados por las nuevas tecnologías, de la sed de riquezas y de rentabilidad que suelen ponerse por encima del cuidado de los recursos y de los derechos de los pobladores, de las pujas políticas, de la tensión, siempre difícil de desentrañar, entre los promotores fervorosos del progreso y los defensores de las formas tradicionales de vida. Todo se entrama al enfrentarnos a la cuestión de la minería. Y eso el gobierno nacional no puede desconocerlo al precio de equivocarse y de llegar tarde a una cita que la actualidad le está planteando no para pasado mañana sino para hoy. De la misma manera que no hay que desentenderse del conflicto diciendo que transcurre en zonas alejadas de los centros neurálgicos por los que suele pasar la vida nacional. La distancia geográfica ha sido superada por las redes sociales, las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y por la inmediata transformación de un problema local en una cuestión global. Nos guste o no, la cuestión minera llegó para quedarse y convertirse en un actor importante de este tiempo argentino.
Carlos Heller, diputado oficialista, escribió un artículo en la revista Debate que "...En la provincia de La Rioja, el gobernador Luis Beder Herrera anunció la suspensión de la negociación por los tratados de explotación de la minería hasta que se logren los consensos necesarios por parte del conjunto de la sociedad. Desde nuestra perspectiva enfatizamos la necesidad de que el Estado asuma responsabilidades concretas en el cuidado del ambiente y que genere modelos de crecimiento sustentables, tanto desde lo social como desde lo productivo y lo ambiental...".
En definitiva, lo que resta es debatir a fondo, escuchando todas las voces.