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Opinión
La historia del dólar
22/11/2004

LA "CONVERTIBILIDAD" DE LA ENERGÍA

La Nación, Buenos Aires
La convertibilidad de los años 90 fue un corset que sujetó el valor del dólar por una década. Quizá, si hubiera arrancado con una ecuación cambiaria más realista (que no afectara tan perversamente a la producción nacional como lo hizo), y sobre todo, si el Estado se hubiese comportado con responsabilidad y austeridad en el manejo del gasto público, tal vez su salida se hubiera llevado a cabo de una manera menos traumática, con menos costos para la sociedad. Entre lo positivo que dejó, fue que iluminó a los argentinos de las ventajas de vivir sin inflación y de que lograrlo era posible.

Nos hizo además vivir la ilusión de que el dólar era un instrumento de cambio abundante y barato (que la realidad luego desenmascaró).

Hoy la Argentina se encuentra acorsetada en otra especie de "convertibilidad", la que congeló el precio de la energía, que se ofrece en nuestro país a los consumidores a una fracción mínima de lo que cuesta en otras partes del mundo, donde su valor se establece en relación con la escasez o abundancia de los recursos que la generan, es decir, de acuerdo con el mercado.

Esa distorsión estimula el mal uso de la energía, pues como se supone -falsamente- que es un bien abundante y barato, se propende al despilfarro, a la vez que los bajos precios desalientan las inversiones para aumentar o al menos sostener los actuales niveles de producción. Hoy en día crece la producción agropecuaria, la industrial, la construcción y el turismo, y crece también el consumo, pero disminuye la producción de recursos energéticos. Y si aun alcanza para los niveles de consumo actuales, es porque en los 90 las empresas privatizadas apostaron por la Argentina haciendo grandes inversiones que borraron el estigma del "país de los cortes de energía".

Cuando las variables se crucen, las que suben y las que bajan, se producirá un cuello de botella que frenará el crecimiento desaprovechando las óptimas condiciones del contexto internacional. Como la energía en el mundo sigue subiendo, ya sea por que aumenta el petróleo o porque los sustitutos más lentamente se van adaptando a esos nuevos niveles, cada vez es mayor el desfase entre los precios argentinos y los del mercado internacional.

Ante la experiencia dolorosa que fue la brusca y desordenada ruptura de la convertibilidad monetaria (y salvando las distancias entre una y otra circunstancia), deberíamos intentar una salida armoniosa al corset energético. Cuanto más se demore en afrontar el problema, más alto se irá tornando el dique que contiene los precios y más explosiva será su ruptura. En la búsqueda de opciones que nos eviten revivir situaciones traumáticas, hay propuestas que pueden ayudar a esa salida armoniosa.

Por ejemplo, si se comenzara con un programa de ajustes mensuales del 3% de aumento cada mes, que incluya a todo el espectro de consumidores, el impacto sobre los usuarios de bajos recursos, aquellos que actualmente abonan tarifas mensuales en torno a los 30 pesos, sería tan sólo de 90 centavos por mes o muy poco más en los meses siguientes.

Cambio gradual

Sin desconocerse que al ser acumulativos tendrán un efecto mayor al cabo de un año, acontecen de una forma que cualquier familia puede soportarlo. Sería una manera de enfrentar con realismo algo que será inevitable un día: que los valores se aproximen a lo que pagan los sectores humildes en países, donde con gobiernos de raigambre socialista (Uruguay por caso), empresas estatales brindan ese servicio.

Con ese mecanismo de pequeños ajustes, al cabo de 2 o 3 años las empresas podrían recomponer su rentabilidad, pero comprometiéndose a cambio a hacer las inversiones que garanticen el suministro a futuro.

Tampoco sería sano para la economía que se recurra a un nuevo subsidio -como los que rigen para el transporte público- para cubrir el mayor costo de los sectores de ingresos limitados, pues significaría una nueva distorsión. Se produciría una erogación en los recursos fiscales que podría llegar a amenazar los actuales superávit. Y se estarían destinando a consumo recursos que podrían aplicarse a inversión pública donde pueden tener un efecto reactivante sobre toda la economía. Tampoco contribuye el juego retórico de acusar a las empresas por falta de inversiones. Nadie invierte si no le conviene. Ni pone un quiosco o compra un taxi si no espera una rentabilidad acorde con la inversión y el riesgo que asume.

Si la apuesta es a que las empresas que están en manos extranjeras agoten su paciencia y abandonen sus activos e inversiones en el país, para que las retomen el Estado o empresarios adscriptos al Gobierno, la dirigencia no ha aprendido nada. Jugaría una vez más sus fichas a favor de la viveza criolla. La misma viveza que con la complicidad interesada de la sociedad nos trajo donde hoy estamos. Si así fuera, ningún empresario podrá sentirse seguro en el país. Como dicen los españoles, habrá que estar preparados a escuchar en algún momento "a por ellos".

Por Ricardo Esteves.Licenciado en Ciencia Política

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