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Debate
(Opinión) SILVA: ZONCERA ENÉSIMA, “NO A LA MINERÍA A CIELO ABIERTO”
22/03/2012

Mining Press

Por Danilo Patricio Silva - Lic. En Ciencias Geológicas

El desarrollo de la inteligencia humana en los últimos cientos de miles de años ha sido tan tumultuoso y veloz, ha producido tales fenomenales cambios sociales, económicos y culturales, que se le hace difícil reconocer al “bicharraco urbano modelo Siglo XXI” que hubo alguna vez un principio para todas y cada una de las cosas.

Esos innumerables principios no tuvieron la forma de lo instantáneo, al contrario, cada uno de ellos operó de forma parecida a como ocurren los partos en la Historia.

Hubieron comienzos contradictorios, indefinidos, con avances y retrocesos, hasta que sorpresivamente, sin duda con la participación majestuosa del azar ¡que todo lo rige!, se terminaron convalidando determinados procesos por sobre otros que quedaron definitivamente desactivados, abortados.

La observación prodigiosa y sintética del Poeta, encarnado en la persona de Don Jorge Luis Borges, le hizo decir:

“…a mí se me hace cuento que nació Buenos Aires,

¡La juzgo tan eterna como el agua y el aire!”

Es que cuesta creer que esa ciudad algún día tuvo su comienzo. Uno se detiene a observar ese inmenso monstruo de cemento, hierro, cerámica, cañerías antiguas de plomo, cañerías modernas de PVC, aberturas de hierro, aluminio y vidrios y herrajes de bronce, que parecieran éstos últimos puestos para entretener las plácidas mañanas porteñas de los porteros de esos innumerables edificios.

Edificios que se elevan en número tal que terminan trocando la otrora Pampa ondulada en una inmensa montaña de cemento.

Y a eso vamos con el relato. Allí donde Don Pedro de Mendoza no pudiera y Don Juan de Garay finalmente lo lograra, hubo una llanura inmensa sólo interrumpida por la presencia de algunos colosales ombúes, que al decir de Don Guillermo Enrique Hudson, hacían las veces de islas esparcidas en el inmenso mar de la llanura verde.

Buenos Aires, como tantos otros nacimientos, también tuvo su “trabajo de parto”, contradictorio, interrumpido, hasta que finalmente, con la vasca tozudez mediante, ocurriera su nacimiento definitivo.

Y allí está la ciudad, erguida frente a la corriente zaina, como también dijera el Poeta. Tan monumental parece, que cuesta pensar que hubo un momento de la historia en donde ninguno de estos edificios lucieran erguidos.

Si tanto nos cuesta entender que semejante urbe tuvo su Partida de Nacimiento, su infancia de polvoriento y barroso villorrio, hasta su señorial presente, no cuesta mucho comprender por qué los argentinos de hoy no reflexionamos acerca de las monumentales carradas de cemento, arcilla, arena y rocas ornamentales, entre otras, traídas sin prisa pero sin pausa para erigir semejante estructura urbana, de tamaño tal que compite con las más populosas ciudades del planeta.
Todo ese material, de origen alóctono, que en Buenos Aires produce su relieve positivo, seguramente dejó en el lugar de su partida, su correspondiente depresión, ¡su minería a cielo abierto!

Condenar a la minería a cielo abierto es tan absurdo como escuchar de boca del propio homicida su condena por el crimen que acaba de cometer.

Si fuera así, ¡de cuántos múltiples crímenes debiéramos culpar a Buenos Aires y por extensión a todos y cada uno de los núcleos urbanos esparcidos en la geografía del planeta!

¡Cuántos occisos, óbitos, al decir leguleyo, debiéramos imputarles a los monstruos de cemento, en forma de explotaciones mineras a cielo abierto, esparcidas por las Sierras de Tandil, de Olavarría, de Córdoba, de la Cordillera de los Andes y hasta de la Patagonia, que en forma de pórfido cubren las veredas de la Avenida Corrientes, por ejemplo!

Ni hablar de los millones de metros cúbicos de arenas extraídas del lecho de los ríos Paraná, Uruguay, de La Plata, de las playas Bonaerenses y del interior del país. Minería ésta también a cielo abierto, que no se ve porque la corriente de agua majestuosa de esos cursos fluviales inmediatamente tapa.

Si subrepticiamente “la minería a cielo abierto” ha pasado a integrar el universo de delitos cometidos por los seres humanos, habrá que invitar a nuestros congresales a legislar al respecto.

Podremos los Ingenieros de Minas, los Geólogos, trabajar de criminólogos, identificando la procedencia de tal o cual mesada de granito localizada en las cocinas de cada uno de los hogares, el revestimiento de numerosos edificios con planchas de granito rojo de Sierra Chica, o de Córdoba, o de San Luis o de San Juan.

Así, de ésta manera, podremos los mineros de alma, que abrazamos esta pasión sublime, mudar de trabajo evitando engrosar las filas de los desocupados, como pareciera ser ocurriría si finalmente triunfa el pensamiento anti Industria Minera.

A esta altura el lector pensará que quien escribe se ha vuelto zonzo, y quizás tenga razón. Es que el ejercicio de desentrañar una zoncera lo puede terminar atrapando a uno.

Son riesgos que se corren al procurar demostrar por el absurdo que los adláteres contreras de la minería a cielo abierto repiten una zonza idea que de tanto reproducirla zonzamente terminan zonzamente convirtiéndose en zonzos.

Otra sería la historia si en lugar de andar zonceando por la vida se preocuparan en exigir que cada operación minera tenga su correspondiente “plan de cierre de minas” e interesarse que el mismo se cumpla.

Que esos “bicharracos urbanos modelo Siglo XXI” tuvieran una visión generosa e integral del país donde viven.

Que se miren el ombligo, que hagan autocrítica, que reconozcan que impactaron, impactan y seguirán impactando ambientalmente esa otrora Pampa ondulada de erráticos ombúes para mutarla en este coloso de cemento, piedra y metal que es hoy.

Que permitan al interior del país desarrollarse con los recursos que tienen a mano, que probablemente no sean los que hubieran deseado tener, pero que son los que la naturaleza les brinda, su realidad objetiva.

Que comprendan que el interior no necesita de la tutela de los esclarecidos habitantes citadinos.

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