Romper lanzas es fácil y siempre se puede. Quebrar o terminar políticamente cualquiera lo hace, y por lo general es el camino elegido. Pero, utilizar una metodología bélica de esta índole para dirimir cuestiones importantes de Estado como la minería y el medio ambiente, la verdad que es una locura.
Tal vez nos quedó muy fuertemente aquello de “animales políticos” que nos inculcó Aristóteles. Sin embargo, advirtamos que mejor será salir del mero debate filosófico y buscar ser más constructivos en los planteos contemporáneos relacionados con el tema minero-ambiental.
Enemistarse no le sirve a nadie, abrir fuego en todas direcciones, menos. Y si por ser dueños de los yacimientos mineros estamos convencidos de que nos corresponde más dinero, no dejemos de apreciar también que lo convenido depende necesariamente de cómo es el negocio minero en el mundo y de las normativas vigentes que rigen en nuestro país.
De no ser estimada en estos términos, la actividad se vuelve inconveniente para los inversores, en tanto que pretender desconocer las reglas que nosotros mismos establecimos, podría devenir en posteriores planteos legales contra el Estado cuya eventual diferencia a nuestro favor, hoy, nos costaría caro mañana. Pero dejarle una pesada deuda a las generaciones venideras, en cualquiera de las formas y maneras pensables, no es la intención. ¿Verdad?
Alejarse de las disputas inconducentes
Todos tenemos que estar dispuestos a ceder un poco, principalmente los que no quieren (consciente o inconscientemente) perjudicar la actividad minera. A no ser que nos interese mimetizar o pronunciar las conductas intransigentes que criticamos.
Aunque, por supuesto, no faltan los planteos equivocados que por desinteligencias propias, terminan en disputas legales inútiles, al punto que nadie sabe cuándo ni cómo terminará una nueva aventura judicial en donde, sobre el mismo tema, la mitad de la bibliografía jurídica afirma una cosa y la otra mitad lo niega.
Además, en el caso de Catamarca, y específicamente tomando la relación entre el Gobierno y la empresa interestadual Yacimientos Mineros de Agua de Dionisio (YMAD), el dinero grueso no pasa por el concepto de regalías sino por el destino de las llamadas utilidades. Emprender la discusión por las primeras en desmedro de las segundas es exactamente lo mismo que reclamar 10 millones de pesos e ignorar el destino de 500. Si además consideramos, por ejemplo, que de cuatro mil millones de pesos de los aportes de Alumbrera por año en el país, casi tres mil millones se van en retenciones, Impuesto a las Ganancias y bienes y servicios nacionales, el reclamo sugerido por los asesores oficiales por las regalías mineras al proyecto artesanal de Farallón Negro instalado en Catamarca conlleva una pregunta tragicómica: ¿Es una broma “estatal”?
Asimismo, a esta altura ya sabemos que apelar a la imposición como otra de las metodologías utilizadas, para negociar mayores beneficios, no es recomendable. Si bien algo se consigue, de seguro no son los mejores resultados. ¿Por qué?
El contraejemplo
Porque mientras nosotros forcejeamos mal o llevamos el caso a la Justicia para dirimir si las regalías son un impuesto o un canon, y a las fuerzas políticas les cuesta horrores ponerse de acuerdo para tirar en una misma dirección, no falta quien da la nota para recordarnos que es más fácil acordar que presionar, debatir que imponer.
San Juan, por ejemplo, hace un año que cobra tres por ciento de regalías sin descontar nada - acuerdo entre el Gobierno sanjuanino y las empresas mineras- y lo mejor es que lo hace sin problemas ni disputas de ningún tipo. Aparte, constituyeron un fideicomiso con un fondo del 1,5 por ciento de la facturación minera, tanto o más importante que las regalías, por las que muchas veces estamos a punto de declarar la guerra a nuestros socios estratégicos.
De todas formas, y para no perdernos en el análisis, la pregunta sigue siendo recurrente y complementaria para los que pensamos en la posibilidad de una minería sustentable: ¿más plata o ganancias para invertirla en qué proyecto comunitario? Interrogante clave que nos persigue y que le da sentido a cada centavo que reclamamos para el futuro.
Buscar el punto medio
De manera que no atinar políticamente con la manera de canalizar nuestras necesidades y expectativas sociales es dilatar las cuestiones de fondo, que son las que producen los verdaderos cambios que pregonamos de la actividad en relación con las sociedades que creen en ella.
Sentarse a negociar intereses contrapuestos seguro que no es fácil, pero tampoco es imposible. El sector no puede distraerse mirándose el ombligo mientras las comunidades “hacen tiempo” hasta que funcionarios públicos y empresarios se encuentren con las respuestas que hace años no se materializan como corresponde y espera la gente.
Lo grave del asunto es la falta de diálogo y no dar el ejemplo de lo que predicamos. A la par de que estamos perjudicando abiertamente la actividad minera con estas actitudes poco constructivas para los objetivos que perseguimos.
Hay que reiniciar el diálogo, reivindicarlo con otra actitud, procurando consensos prácticos para no cometer el error de condicionar las posibles soluciones socioeconómicas por autolimitaciones instintivas de poco razonamiento político.
Objetivo: transparentar
La desilusión de la gente por las expectativas en la minería no plasmadas en la realidad generó una posterior actitud pesimista, inclinada actualmente a magnificar los obstáculos, tal cual lo hicieron el ambientalismo extremo o los antimineros.
Tampoco es tan difícil entenderlos. Quienes se sintieron contrariados en los hechos o decepcionados tras ser incluso muchos de ellos impulsores de la actividad, acentuaron después un comportamiento defensivo que luego solo fue llevado al extremo, descreyendo de todas las instituciones “terrenales”.
En este marco, todos deben pensar y participar democráticamente en la solución de los problemas, no solo como una forma de ejercitar los derechos, sino también como un deber ciudadano deseable en cualquier sistema justo e inclusivo.
No hay que temerle al debate. La inserción de los ambientalistas es necesaria, porque es la sociedad la que aspira a ser más abierta y pluralista. Negar esa posibilidad es alimentar las intrigas, cuando lo que el debate minero ambiental necesita hoy es precisamente mostrar, transparentar.