Dos hechos, aparentemente aislados, resumen esa atonía propia de nuestro país que le impide arrancar con fuerza para transformarse en un Estado próspero y con crecimiento sostenido en el tiempo.
En Mendoza, la empresa Vale, que debería explotar las sales de potasio en Malargüe, suspendió sus operaciones, generando zozobra y malestar en la comunidad de nuestra provincia. Es una obviedad que los más perjudicados son los trabajadores directos e indirectos de esa minera brasileña, que no saben bien cuál será su destino inmediato. La decisión de Vale es terrible, pero no impensable, porque la Argentina no es un país con tradición minera, tiene una legislación llena de grises en la materia y Mendoza en particular prácticamente prohibió la gran minería, argumentando posible contaminación de sus aguas.
Esa medida extrema se tomó durante la gobernación de Julio Cleto Cobos y muchos aplaudieron la valentía del gobernador, que se enfrentaba a las multinacionales mineras. No fue así. No se enfrentó a nadie, porque las multinacionales nunca aterrizaron en Mendoza. Hicieron algunos tímidos intentos de exploración y no encontraron eco en los pasillos oficiales donde se tratan estos negocios. Así, levantaron sus oficinas y Mendoza se quedó sin minería metalífera. Pero sí con leyes restrictivas. Seguimos siendo una provincia con problemas para extraer los metales que están en nuestra cordillera.
Programa de desarrollo científico y tecnológico 2020
Ahora atendamos el otro tema que sí tiene que ver. El martes 12 de marzo, Cristina Fernández y su ministro de Ciencia, Lino Barañao, presentaron un programa de desarrollo científico y tecnológico 2020, para los próximos siete años. La presentación que realizó Barañao fue impecable. Fundamentalmente porque aventó todas las dudas, mitos, prejuicios y estupideces que los dirigentes políticos, empresarios y muchas veces universitarios tienen respecto de la investigación científica y su importancia fundamental para el desarrollo de un país. Sin ciencia propia, estamos condenados a ser un paisito de la periferia que vive más o menos bien gracias a ese regalo de la naturaleza que es la pampa húmeda y sus cosechas de granos, soja, hortalizas y la extensión sin límite donde se cría el mejor ganado vacuno del mundo. Viviremos como proveedores de pan y carne para un mundo que consume computadoras, energía de calidad, equipos nucleares, medicina de alto nivel, usa nanotecnología para el desarrollo de nuevos materiales y piensa en planes estratégicos con 20 o 30 años de anticipación.
El plan 2020 apunta a generar una sintonía positiva entre empresarios, profesionales, científicos y centros de investigación para producir bienes y servicios de calidad superior que puedan competir en ese mundo que entró en el siglo XXI por la puerta grande.
En ese proyecto abarcativo, la minería también será objeto de estudio e investigación. Con rigor científico y matriz empresarial, ir a las minas exploradas o ubicadas con la mejor tecnología disponible para obtener beneficios interesantes sin riesgo para el ambiente o la vida humana. Es la aplicación de la ciencia en proyectos de resultados prácticos e inmediatos. No hay actividad humana generadora de bienes y servicios negociables en el mercado que no esté sustentada por la ciencia.
En los sectores de nuestra vida cotidiana o de la producción donde hemos trabajado con rigor científico guiados por un especialista, los resultados fueron óptimos. En los casos en que sólo nos guiamos por corazonadas, hemos corrido la suerte de la manada, a veces bien, a veces mal y otras muy mal.
El tema minero debe ser tratado por científicos y resuelto por los políticos. De otra manera, será siempre ese problema sin solución.