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ANÁLISIS
Friedman: Obligados a bailar en el huracán
22/11/2016

Obligados a bailar en un huracán que ya no se puede frenar

NEW YORK TIME

Thomas L. Friedman

El Brexit y la elección de Donald Trump son un solo y gigantesco evento político, y harán que 2016 sea recordado en la historia como un año bisagra. Los grandes hechos políticos tienen grandes causas. Mi respuesta empieza con una pregunta: ¿qué carajo pasó alrededor de 2007?

¿2007? Qué año tan inocuo, me dirán. Pero piénsenlo de nuevo.

Ese año, Apple lanzó el primer iPhone, señal de largada de la revolución de los teléfonos inteligentes. Hacia fines de 2006, Facebook explotó a escala global. Twitter nació en 2006, pero recién despegó en 2007. También en 2007, Hadoop, el software más importante del que seguramente usted nunca oyó hablar, logró expandir la capacidad de cualquier empresa de almacenar y analizar ingentes cantidades de datos. Eso hizo posible tanto el auge del Big Data como de la nube. En 2007, Kindle dio el puntapié inicial a la revolución del libro electrónico y Google presentó Android. Y fue en 2007 cuando por primera vez Intel usó materiales distintos al silicio en sus microchips. Finalmente, en 2006, Internet superó holgadamente los mil millones de usuarios en todo el mundo.

Con el tiempo, 2007 tal vez sea considerado uno de los mayores puntos de inflexión de la historia tecnológica. Y se nos pasó por completo. ¿Por qué? Por 2008.Sí, justo cuando nuestras tecnologías físicas pegaban un salto, muchas de nuestras "tecnologías sociales" (como llama el economista Eric Beinhocker a todas las normas, regulaciones, instituciones y herramientas sociales que necesitamos para aprovechas las ventajas de esta aceleración tecnológica y amortiguar sus desventajas) quedaron rezagadas. Incluso en su mejor momento, las tecnologías sociales tuvieron problemas para seguirles el paso a las tecnologías físicas, pero con la crisis financiera de 2008 y la parálisis política que engendró esa distancia se convirtió en un abismo. Fue mucha la gente que quedó dislocada en el camino.

¿Y cómo no? Lo que ocurrió alrededor de 2007 fue que la conectividad y la informática se volvieron tan veloces, baratas y omnipresentes que modificaron tres tipos de poder al mismo tiempo: el poder de uno, el de las máquinas y el de las ideas.

Lo que hoy puede hacer un individuo o un pequeño grupo -el poder de uno-, para hacer algo o romper algo, es impresionante. Cuando Trump quiere que lo escuchen, manda un mensaje directamente desde su penthouse a sus 15 millones de seguidores de Twitter y a la hora del día que más le plazca. Lo mismo hace Estado Islámico. Las máquinas ya no se conforman con ganarnos al ajedrez: ahora se han vuelto creativas y ofrecen diseños nuevos, escriben canciones, historias, poesía, todo indistinguible de los de factura humana.

Al mismo tiempo, ahora las ideas fluyen digitalmente cada vez a mayor velocidad. Como resultado, las ideas nuevas (incluidas las falsamente nuevas) arraigan de inmediato y las ideas muy arraigadas -piensen en la oposición al matrimonio homosexual- pueden disolverse de un momento a otro.

Si miráramos desde 10.000 metros de altura, veríamos que la tecnología, la globalización y la madre naturaleza se están acelerando al mismo tiempo y retroalimentándose entre sí: cuantos más microchips, más globalización, y a más globalización, más cambio climático. Además, cambio climático sumado a mayor conectividad conduce a mayores migraciones humanas.

Hace poco me reuní con refugiados de África occidental, que me dejaron muy en claro que ellos no quieren que en Europa hagan un concierto de rock para enviarles ayuda. Lo que quieren es llegar a la Europa que ven en sus celulares, y usan WhatsApp para organizarse.

Por eso no sorprende que muchos en Occidente se sientan a la deriva. Las dos cosas que los anclaban en el mundo, sus comunidades y sus trabajos, se están desestabilizando. Yo celebro la diversidad de gente y de ideas, pero para muchos los cambios llegaron más rápido de lo que pueden adaptarse.

Esa aceleración de la tecnología, la globalización y la madre naturaleza son como un huracán en el que a todos nos exigen bailar. Trump y los partidarios del Brexit percibieron esa ansiedad de muchos y prometieron construir una pared contra estos huracanados vientos de cambio.

Yo discrepo: creo que la clave está en encontrar el ojo de esa tormenta. Y eso se traduce en construir comunidades más sanas, que sean lo suficientemente flexibles como para moverse al ritmo de esas aceleraciones, pero sin privar a sus ciudadanos de una plataforma de estabilidad dinámica como sustento.


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews