JOSÉ MIGUEL JAQUE
El periodista Raúl Sohr está camiseteado con la causa ambiental. En su rutina diaria, él y su familia intentan generar el mínimo de basura, utilizan una compostera para tratar los desechos orgánicos y practican una cultura de consumo “austera”. Esa es la cara más íntima de su lado verde, porque la faceta pública es más bien conocida: ha publicado una serie de libros sobre este tópico y esta semana llega a las estanterías su última obra: El mundo será verde o no será.
Sohr asegura que el desafío más importante de este tiempo es el tema ambiental: “Si no resolvemos correctamente nuestra relación con el medioambiente, los daños y las consecuencias que vamos a pagar serán inconmensurables”, dice. En su nuevo libro, que dedicó a “los cientos de miles que salieron a las calles para exigir un Chile más verde y justo”, el analista internacional examina el tema ambiental desde la actual Constitución y con miras hacia la que se elaborará tras los resultados del último plebiscito, además de abordar la urgencia del cambio climático y cuáles podrían ser sus efectos políticos, económicos y sociales.
Según el analista, la amenaza ambiental es la principal sombra que acecha a la humanidad y los efectos en la naturaleza se están agudizando a pasos agigantados, pese a que hoy en día la conversación es otra.
Raúl Sohr con su nuevo libro. Foto: Patricio Fuentes / La Tercera
“La pandemia cambió el foco hacia lo que es urgente, que es la supervivencia”, explica. “Es natural focalizarse hacia la amenaza más inmediata y lo mismo pasó en 2008. Cuando se estaba avanzando en abordar los temas ambientales, vino la gran crisis financiera y salvar a los bancos pasó a ser más importante que tomar medidas radicales para proteger la naturaleza. Hasta cierto punto, eso está ocurriendo ahora, pero creo que hay una conciencia creciente de que la pandemia tiene que ver con cómo nos relacionamos con la naturaleza y eso ha aumentado la sensibilidad”, señala Sohr. La pandemia, agrega el autor, ha “subrayado la vulnerabilidad humana, demostró que la tecnología no puede resolvernos todo, que tiene limitaciones y que, en definitiva, una relación sana con la naturaleza es la mejor garantía de que estas situaciones no ocurran”.
Elizabeth Kolbert, autora de La sexta extinción, dice que somos tan grandes consumidores y emisores de carbono que tendríamos que cambiar nuestro estilo de vida radicalmente para hacer una diferencia, y eso no está pasando, ni siquiera con el coronavirus. ¿Está de acuerdo?
Para que existan cambios radicales tienen que ocurrir cosas radicales. Acá estamos hablando de lo que se denomina un cambio de paradigma, es decir, cambiar completamente la forma en que vivimos y eso no va a ocurrir a través de debates o de la persuasión intelectual. Se necesita un atropello para que la autoridad instale un nuevo semáforo o de grandes incendios forestales para que la sociedad tome conciencia. En 1952, en Londres vivieron una situación traumática con una mezcla de humo y niebla, debido a que el grueso del transporte suburbano eran trenes a carbón y la forma más importante de calefacción era la leña. Fíjate que, en toda la literatura inglesa, como Sherlock Holmes, se habla de la noche brumosa. Esa vez murió una gran cantidad de personas producto de la contaminación ambiental y los británicos dijeron “¡Hasta acá nomás!”. Prohibieron las estufas a carbón, electrificaron los trenes, y en pocos años Londres dejó de tener bruma. El punto es: las medidas que toma una comunidad van a depender de cuánto le aprieta el zapato.
Sohr explica que algunos movimientos estiman que la humanidad avanza irremediablemente hacia el colapso, que el punto de inflexión ya pasó y que no hay solución a la crisis climática y de extinción de las especies. “Yo creo que es relativo y que la discusión son los costos que vamos a tener: cuánta gente va a morir o verá dañada su salud o cuántas especies van a desaparecer antes de que seamos capaces de rectificar. Por cierto que los costos de esto serán atroces”, dice.
En El mundo será verde o no será, el periodista recuerda que en 2006 el gobierno británico comisionó a Nicholas Stern, asesor del ex primer ministro Gordon Brown, para que elaborara un estudio que dimensionara el costo económico del calentamiento global. “Es el estudio más relevante del tema y estima que, si seguimos como estamos, podemos llegar a perder hasta el 20% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial”, dice el analista internacional. Esto, sin tomar en cuenta los costos humanos y de la desaparición de especies y destrucción de hábitats.
El informe Stern señala que el cambio climático es el “mayor y más generalizado fracaso del mercado jamás visto en el mundo”, porque las empresas tienden a focalizar sus metas a corto plazo. ¿Entiende el mundo empresarial la urgencia de la crisis climática?
Es peligroso generalizar, pero creo que el grueso del empresariado chileno ve el tema ambiental como un obstáculo o como una traba administrativa, más que una necesidad. Hay, por cierto, compañías que tienen conciencia ambiental, pero el grueso de ellas tiene una mentalidad extractivista, lo que quiere decir “después de mí, el diluvio”. Pero tratar de obtener ganancias a corto plazo no es un problema chileno. En el libro detallo extensamente que es parte del modelo económico imperante, pero, ojo, que en los regímenes socialistas hemos observado políticas devastadoras contra el medioambiente, tal como lo vemos en países capitalistas. Creo que hay una característica que se ha agudizado en las últimas décadas y es lo que se denomina shareholders value, que es el beneficio para los accionistas. En los años 50, en Estados Unidos y en otros países, las empresas tenían un credo que era servir a la comunidad, al país y, por supuesto, obtener ganancias, pero ese credo fue abandonado en forma creciente por tratar de maximizar los beneficios de los accionistas en detrimento de las comunidades e incluso del país.
Sohr explica que con este libro pretende aportar algunas ideas al proceso político que comenzó del domingo pasado, luego del plebiscito. “El tema ecológico puede ser uno de los aspectos centrales en la redacción de una nueva Constitución. Esta debe fijar los grandes principios que van a regir nuestra vida y, en este caso específico, nuestra relación con la naturaleza”.
¿Qué temas debiera incluir la nueva Constitución?
Puede establecer algunos principios fundamentales que deben guiar nuestra relación con la naturaleza. Uno es el principio precautorio, que se proyecta sobre la energía nuclear, que tiene un montón de méritos: es limpia en su generación, no emite gases de efecto invernadero, es duradera, pero si tienes un escape de radiación, no lo puedes controlar. Esta semana vimos que en Fukushima -localidad japonesa donde en marzo de 2011 hubo un accidente nuclear- se han acumulado volúmenes inmensos de agua contaminada y el gobierno japonés no sabe qué hacer con esos estanques. Dicen “parece que los vamos a tener que soltar al mar”. ¿Y qué efecto puede tener eso sobre la pesca en Japón, país que es un gran consumidor de pescado? Otro principio es la sustentabilidad. Tienes que velar porque los recursos puedan renovarse y no llevar la explotación a límites donde no habrá una recomposición. Por ejemplo, se habla del curso ecológico de los ríos, y eso significa que tú no puedes explotar más de un cierto volumen del agua porque, si no, pones en peligro la existencia del río en su totalidad (ver abajo).
Sohr plantea que la gente tiende a pensar que los efectos de la crisis ambiental ocurren sólo en la naturaleza y no es consciente de que producen una reacción en cadena con consecuencias políticas y sociales. En el libro, el periodista señala que hay mucha retórica, pero poca acción para disminuir el calentamiento global. “La incapacidad de las elites gobernantes ante el reto climático tiene ya consecuencias ambientales, sociales y políticas incalculables”, dice.
¿Cree que esa incapacidad de las autoridades para hacer frente a la crisis climática pueda llevar a estallidos sociales?
Absolutamente. La llamada “Primavera árabe” se dio en gran medida por un alza enorme en el precio del trigo, que es el insumo principal en Egipto y en la mayoría de los países árabes. El precio aumentó por la sequía en Ucrania, que es un gran abastecedor de trigo a nivel mundial. Para los quintiles más pobres de Egipto, la comida representa casi el 80% del gasto, es decir, trabajan y viven para comer, y si te alteran este insumo que es clave para tu vida, eso tiene consecuencias políticas directas. En Túnez, la rebelión comenzó también por una crisis alimentaria, porque es un tema que genera un malestar enorme.
Sohr relata más casos. Explica que la guerra civil en Siria, que lleva más de ocho años, comenzó porque hubo varios años de hambruna. La paulatina degradación de la agricultura local produjo una migración masiva de campesinos hacia las ciudades, hecho que gravitó, junto a malas cosechas, en el estallido del conflicto que ha dejado casi 400 mil muertos.
El autor agrega: “Si nos vamos más atrás, el origen de la Revolución francesa, que marcó un hito en el desarrollo de la humanidad, fue precipitada por una hambruna causada por malas cosechas y eso llevó a la famosa frase de María Antonieta: ‘Si no hay pan, que les den pastel’”.
Foto: Patricio Fuentes / La Tercera
¿Ve alguna señal de conflicto social en Chile como consecuencia de la crisis climática?
Más que la situación alimentaria, en Chile tenemos un problema muy crítico con el agua y eso puede generar conflictos... No es que puede, ya está generando conflictos importantes. Tienes a algunos agricultores, que necesitan un volumen de agua, y a la minería, que saca agua de los glaciares, y esa realidad es extraordinariamente preocupante. En mi libro Chile a ciegas, planteé que la principal fuente de abastecimiento del agua en Santiago es el glaciar Echaurren, que está perdiendo superficie y volumen en forma creciente, año a año. No hay manera de que eso se pueda revertir, y uno ve cómo sube el precio del agua en Santiago. La escasez hídrica es una de las amenazas a nivel nacional y el desabastecimiento de agua puede llevar a grandes movimientos sociales. Y cuando hay movimientos sociales, hay fricción.
El tema energético es uno de los preferidos de Raúl Sohr. Y no sólo desde lo teórico.
El también sociólogo cuenta que tuvo un intento fallido de instalar un calentador de agua en base a energía solar en su casa, pero tuvo dificultades de funcionamiento y, finalmente, debió sacarlo. “Descubrí que en Chile hay una escasez enorme de técnicos”, señala. “Si este país quiere hacer un cambio sistémico para que los hogares sean autónomos energéticamente, las universidades y los institutos de formación tienen que ser capaces de producir los miles de técnicos que se requieren para eso”, dice. Sohr también cuenta que una vez visitó una mina en el norte del país, donde se instalaron paneles solares. “¿Sabes de dónde traían a los técnicos? ¡Desde Bulgaria! Ahí hay una falla de planificación del Estado”, agrega.
En sus libros La energía en Chile, Así no podemos seguir y Chao petróleo: El mundo de las energías del futuro, este periodista ha analizado la ausencia de una nueva política energética, el retraso en limitar las emisiones de CO2 y las dificultades de las Energías Renovables No Convencionales (ERNC) para disputar el mercado energético.
Desde la perspectiva de la seguridad nacional, la energía es la amenaza número uno para Chile. ¿Cómo explica usted que un gobierno militar que duró 17 años haya descuidado un sector que tiene una relevancia estratégica, como dice en su libro?
Los militares se preocuparon de gobernar en términos de orden, en el sentido de tener el control efectivo de lo que pasaba en el país, pero carecieron completamente de una visión estratégica y delegaron la economía en los llamados Chicago Boys, que tenían una visión competitiva de la economía en la que la asignación de recursos estaba dada principalmente por las señales del mercado, y la autonomía energética no era un tema, es decir, los mercados no funcionan en términos de autonomía energética. Por lo tanto, para ellos el tema energético fue absolutamente secundario y se perdieron dos décadas en que Chile pudo hacer avanzado de manera muy significativa en, por ejemplo, energía solar y eólica, para buscar una autonomía creciente en ese campo.
¿Qué tan relevante es este factor para la seguridad de un país?
Si hay algo que puede paralizar a Chile, y lo vimos en la crisis gasífera con Argentina, es la falta de energía. En la Segunda Guerra Mundial, buena parte de la estrategia de los aliados contra la Alemania nazi fue destruirle o vedarle los recursos energéticos. En sus memorias, Rommel dice “me quedé sin petróleo y no podía mover los tanques”. La energía es la savia que mueve a las sociedades y esa savia hoy ha pasado del petróleo y el carbón a energías limpias, y Chile tiene una condición extraordinaria. El desierto de Atacama tiene la mejor radiación solar del mundo, tal vez compita con el Sahara, pero en varios viajes he hablado con expertos en este tema y no entienden cómo no estamos explotando esta situación de ventaja, ni siquiera a nivel doméstico. En Antofagasta, las casas no tienen calentadores de agua solares y ese es una parte importante de los costos mensuales de cada familia. Hay un atraso enorme a nivel de sociedad. Hoy en día las energías renovables en Chile son apenas el 20% de la matriz, pero estamos atrasadísimos: podría estar en el 60%.
¿Cuál es la explicación de ese retraso en la autonomía energética?
La misma explicación de tantas cosas que pasan en Chile: acá hay un cuasimonopolio, un oligopolio energético. En ese sentido, la paralización de HidroAysén fue un gran logro porque se generaba una concentración en pocas empresas, una dependencia muy grande en cuanto a las líneas de transmisión y se habría retrasado en una década el desarrollo de las energías renovables no convencionales. El mundo empresarial se golpea el pecho diciendo “oh, la competencia es lo más importante”, pero, desde mi experiencia, lo que suelen hacer las compañías es todo lo que esté a su alcance para impedir la competencia. Lo último que quieren es un competidor que los obligue a bajar los precios.
Quien desee utilizar materiales u organismos nuevos debe demostrar, más allá de toda duda razonable, que no son nocivos. Ejemplos: el asbesto o la talidomida.
El desarrollo sustentable satisface las necesidades del presente, sin comprometer las posibilidades de generaciones futuras de satisfacer las suyas.
El desarrollo económico y social legítimo, la seguridad medioambiental, la equidad y el respeto por los derechos humanos son los pilares de una seguridad perdurable.
El respeto por la diversidad es un valor que se proyecta desde la preservación de todas las especies al reconocimiento de la riqueza social.
Consiste en la distribución equitativa de los recursos naturales y sociales, tanto a nivel local como global, para satisfacer las necesidades básicas de las personas.
El medioambiente no sabe de fronteras entre países.
Una democracia participativa estimula que los ciudadanos puedan expresar sus opiniones y participar en decisiones ambientales, económicas, sociales y políticas que afectan sus vidas.
Sin planeta, no hay derechos humanos que defender. Existe una campaña para incluir el «derecho a un planeta sano» en la Declaración Universal de Derechos Humanos.