JAN KOK*

Dentro de los combustibles fósiles el gas es el menos contaminante y, para lograr abastecer lugares alejados de su producción, el GNL fue la solución en la última parte del siglo pasado. En general, los primeros proyectos de licuefacción y regasificación estuvieron encuadrados en contratos a muy largo plazo, mínimo 30 años, que llevaron a un desarrollo encapsulado de productor a consumidor.

Más o menos coincidentemente con el inicio de la crisis energética en Argentina hubo un importante cambio y crecimiento del mercado mundial del GNL.

A principio de siglo surgió una demanda agregada en EEUU y Europa. China comenzó a importar GNL, ya en 2008 con dos millones de toneladas (MTPA), para llegar a 2018 a 30,5 MTPA, con una expectativa para 2020 de 65/67 MTPA y una proyección de incremento de importaciones del orden de 80% hacia el 2030. Coincidentemente en 2009 se potenció la demanda por la salida de servicio de las centrales nucleares en Japón después del evento en Fukuyama. Argentina tuvo la segunda planta flotante de regasificación (FSRU) del mundo en Bahía Blanca y aún mantiene la de Escobar. Hoy operan 38 FSRU en el mundo como alternativa a plantas fijas.

El crecimiento de la demanda de GNL fue y es fenomenal. En 2015 la producción anual era de 215 MTPA, en 2019 ya de 359 MTPA de las cuales 71 MTPA agregadas durante ese año, en tanto que las proyecciones para 2040 son de 700MTPA.

La producción de GNL es altamente capital intensiva. Para cerrar un proyecto tiene que existir seguridad de suministro de gas, su infraestructura, los buques necesarios para transportarlo y, desde ya, los clientes. Estos proyectos suelen tener como horizonte 30 años continuos, sobre cuya base se hacen todos los estudios y análisis financieros.

Lo interesante para analizar en este contexto es que a 2025 se estima una producción anual, ya contractualmente encaminada, del orden de 500 MTPA. El gap entre 2025/2040 de 500 MTPA a 700 MTPA se encuentra abierto para desarrollarse.

Dentro de esta proyección la Argentina tiene potencial para participar, aunque no en las condiciones en las que actualmente produce y comercializa. Es impensable e infinanciable considerar una terminal de exportación de GNL que esté relacionada a parámetros de mercado interno y su desarrollo.

Un proyecto de exportación de GNL tiene que desarrollarse en un marco totalmente independiente del mercado interno. Esto significa un marco legal, impositivo y de condiciones contractuales inamovibles por los próximos 30/40 años y solamente aplicables a esta alternativa. Para graficarlo aún más contundentemente, si un embarque de GNL fuese a ser destinado a la terminal de importación de Escobar (asumiendo que aun esté operativa) debería considerarse su compra a la par de una importación de otra fuente.

Una planta de licuefacción de arranque es del orden de las 5 MTPA que más o menos implica unos 20 millones de m3 diarios de gas natural. Para lograrlo se tiene que invertir, entre otras, desde las áreas de producción al puerto designado con un gasoducto dedicado que también permita ampliar la capacidad de exportación en módulos múltiples de esta cantidad.

Dentro de este contexto, como bonus puede considerarse la posibilidad de desarrollar una flota que sea operada, aunque parcialmente, desde Argentina, dado que su incorporación se considera como parte integral de la financiación de proyecto.

Este volumen es ciertamente posible de poder producir en exceso de la demanda interna y debería ser considerado una primera etapa de objetivos más ambiciosos. Sin entrar en otros detalles, se puede concluir que Argentina está en condiciones de ser un jugador en este mercado que tiene una apertura en el tiempo ideal para arrancar. No hacerlo ahora quizás implique una pérdida de posibilidades de participar en un mercado aun demandado, pero con otros candidatos listos a llenar el vacío. Quizás una oportunidad única, probablemente irrepetible, para la Argentina, una vez más.

*COnsultor energético