Con una extensión similar a la de Luxemburgo, el campo petrolero de Ghawar, al este de Arabia Saudí, es el más grande del mundo. De sus tripas salen cada día alrededor de cuatro millones de barriles de crudo, aproximadamente el 6% de la producción global.
No es de extrañar que, aunque la explotación alcanzó su pico en 1981, cuando registró un récord histórico de 5,7 millones de barriles diarios, el campo Ghawar ha convertido a su gestora, la petrolera Saudí Aramco, en la empresa más rentable del mundo en 2020, con un beneficio de 88.211 millones de dólares.
Esta explotación también permite que la producción total de petróleo de Arabia Saudí, de la que supone el 66%, sea la segunda mayor del mundo, solo por detrás de Estados Unidos y por delante de otros grandes productores como Rusia, Canadá o China.
La capacidad total de la reserva Gawhar se estima entre 88.000 y 104.000 millones de barriles, incluyendo aquellos que ya han sido extraídos, lo que también sitúa a Arabia Saudí –que cuenta con cerca de 80 yacimientos– como el segundo país con la mayor reserva probada de petróleo del planeta, en esta ocasión por detrás de Venezuela.
Su caso, además, explica cómo los descubrimientos de nuevos yacimientos de petróleo y gas siguen siendo uno de los principales factores de estímulo para los mercados y los gobiernos de todo el mundo, que con cada nuevo hallazgo vislumbran más ingresos, recaudación fiscal y trabajos.
Sin embargo, los procesos geológicos no distribuyeron estos recursos de igual manera por toda la corteza terrestre, de la misma forma que su presencia en un país determinado no garantiza el enriquecimiento de este.
Ejemplos de esto último son la propia Venezuela, el Estado con las mayores reservas probadas de petróleo del mundo y, a la vez, uno de los más deteriorados e inestables, o Libia, sumida en una guerra civil desde 2011 en la que el petróleo y el resto de recursos están jugando un papel esencial.
Y es que las reservas de hidrocarburos han supuesto enormes ventajas en forma de combustible barato y ventas gigantescas para aquellos países que han podido explotarlas, pero también amenazas a su soberanía y estabilidad social, especialmente en Oriente Próximo.
Asimismo, el progresivo abandono de los combustibles fósiles ―muy contaminantes― en la generación de electricidad siembra dudas en torno a la futura rentabilidad de su explotación. Pero también es cierto que la transición energética será lenta y desigual, con diferentes ritmos en cada región, y a corto plazo seguirá beneficiando a los países productores de gas y petróleo.
De hecho, los combustibles fósiles aún son la fuente de dos tercios de la energía global, y la escasez en particular de gas natural está disparando el precio de la electricidad en todo el mundo.
Pese a esto, la falta de gas se debe más a la intensificación de la demanda de Asia y a un cuello de botella causado por la pandemia que a una falta de materia prima.
En este sentido, un estudio de 2018 realizado por Jim Cust y David Mihalyi, economistas del Banco Mundial y el Natural Resource Governance Institute, respectivamente, identificó 1.232 descubrimientos de bolsas de petróleo y gas ―con una producción superior a 500 millones de barriles― entre 1868 y 2010 repartidas por 46 países distintos.
Cada uno de estos hallazgos han aportado de media el equivalente al 1,4% del PIB del país en cuestión si se tienen en cuenta los precios de venta de su producción actual.