Crónicas y documentales para repasar este fin de semana
Cuatro décadas después siguen aflorando testimonios de la guerra Anglo-Argentina de 1982 del Atlántico Sur.
Esta semana el Canal 4 de Gran Bretaña difundió su documental "Malvinas: La guerra jamás contada", con testimonios de ingleses y argentinos. Llamativo el testimonio del aviador Sid Edwards, quien no duda en afirmar que "(...) sin la información de Chile no hubieran ganado la guerra".
En contraste, vuelve la evocación de los 10 aviones de combate y un Hércules que Perú entregó a Argentina para combatir en la guerra de Malvinas.
Guerra de las Malvinas. El operativo secreto del Perú para entregar 10 aviones de combate
DANIEL SANTORO/CLARÍN
En silencio de radio, con la escarapela argentina recién pintada, con el combustible justo y volando a 33 mil pies de altura, diez aviones de combate Mirage y un Hércules peruanos llegaron en secreto entre el 6 de junio de 1982 a Jujuy para reforzar a la Fuerza Aérea Argentina.
A esa altura de la guerra de Malvinas, prácticamente se había quedado sin cazas. Las naves peruanas habían despegado de la base de la Fuerza Aérea Peruana en La Joya. Tenían adosados tanques de combustibles extras para poder volar durante más de tres horas y sin pedir permiso de radio a nadie para mantener la reserva de la operación.
“Los peruanos bajaron de sus aviones y nos confundimos en un abrazo”, contó a Clarín el comodoro retirado y héroe de Malvinas Luis Puga quien había viajado en secreto a San Salvador de Jujuy para recibirlos.
Los peruanos habían volado más de 1.500 kilómetros sin ningún tipo de comunicación para no ser captados por los radares de Chile ubicados en Antofagasta e Iquique, que le pasaba información de inteligencia a Gran Bretaña.
Los argentinos encabezados por Puga -quien 13 días atrás se había eyectado de su M 5 Dagger al ser impactado por un misil norteamericano Sidewinder lanzado por un avión británico Sea Harrier en la batalla de San Carlos- invitaron a los peruanos a almorzar. Querían que los Mirage estuvieron alistados pronto para entrar en combate.
Puga había regresado unos días antes de Malvinas y dado una charla en el edificio Cóndor sobre la situación de la guerra aérea. Al salir le dieron una orden secreta en un sobre que solo le indicaba que esa noche debía tomar un avión de Austral con destino a Jujuy.
En el aeropuerto jujeño, un coronel del Ejército le reveló que estaban "esperando aviones peruanos". Nada más.
Unas horas después fueron aterrizando uno a uno, con retraso. Puga estaba emocionado porque uno de los Mirage peruano tenía el número de matrícula del avión en que había caído en el Atlántico Sur para mantener el secreto de la ayuda peruana.
La Fuerza Aérea Argentina había pedido once Dagger y cinco de sus pilotos en los últimos días. Los Dagger son la versión israelí de los Mirage franceses.
Sin embargo, un suboficial mecánico “me reportó que el combustible que usaban los peruanos era diferente al nuestro” y se retrasó la operación hasta que se consiguió el mismo, recordó Puga.
Los Mirage llegaron uno atrás de otro en distintas cuadrillas.
En el almuerzo, el teniente peruano Gonzalo Tueros y sus colegas se ofrecieron como voluntarios a ir a combatir a Malvinas sin uniforme peruano.
“Le explicamos que si eran descubiertos Gran Bretaña iba a considerar a Perú su enemigo y, además, iba a ser sancionado por violar el embargo de armas que había contra la Argentina”, recordó Puga a Clarín. Recién cuando llegó la negativa del jefe de la Fuerza Aérea Peruana se descartó esa posibilidad.
Un documento interno de la Fuerza Aérea Argentina al que accedió Clarín precisa que los pilotos peruanos que participaron de la operación secreta fueron Pedro Seabra Pinedo, Augusto Mengoni Vicente, César Gallo Lale, Gonzalo Tueros Mannareli, Milenko Vojvodic Vargas, Ramiro Lanao Márquez, Rubén Mimbela Velarde, Pedro Avila y Tello, Mario Núñez Del Arco y Marco Carranza Correa.
Este diario presentó un pedido de acceso a la información pública a la Fuerza Aérea que contestó que “no hay ningun registro oficial” de la operación por su carácter secreto.
Sin embargo, un informe del especialista Jorge Nuñez Padín y otros revela que la compra había sido acordada con Perú "el 14 de diciembre de 1991 por 55 millones de dólares". La compra iba a concretarse ser a fines de 1982 pero Perú, corriendo graves riesgos, adelantó la entrega.
A pesar de que el entonces titular de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, intentó mediar entre el dictador Leopoldo Galtieri y la primer ministro británica Margaret Thatcher, el presidente del Perú Fernando Belaúnde Terry decidió asumir riesgos y entregarlos antes en el marco de esta operación secreta.
Desde Jujuy, donde habían llegado del 6 de junio de 1982 para reabastecerse de combustible, debían seguir volando los Mirage hasta que llegaran a la base de la Fuerza Aérea en Tandil.
Pero el Hércules peruano también tenía que ir a la base de Tandil. El Hércules traía repuestos y una docena de misiles AS-30. Se le dio una matrícula de un avión civil de Aeroperú para sus comunicaciones radioeléctricas.
“Entonces, se decidió que simular un pedido de aterrizaje de emergencia a la torre del aeropuerto de Ezeiza sin pedir aeropuerto de alternativa”, recordó el comodoro Jorge Reta entrevistado por Clarín. Se la dieron y así no se levantó ninguna sospecha.
El mismo 6 de junio los pilotos y técnicos peruanos (35 en total) se abrazaron con los argentinos volvieron a su país en el Hércules en forma inmediata para no despertar sospechas. Estuvieron no menos de media hora.
Al día siguiente en Tandil se empezó a adiestrar a los pilotos argentinos y a poner a punto a los aviones para tratar de enviarlos, lo más pronto posible, a la base de San Julián, en Santa Cruz. Rápidamente, fueron desplegados en la Patagonia.
Pero la rendición fue el 14 de junio y los Mirage peruanos no entraron en combate aunque reforzaron la seguridad aérea de la Patagonia.
Pese a este gesto de Perú, en 1995 durante el gobierno del ex presidente Carlos Menem se triangularon 5 mil fusiles FAL y 75 toneladas de municiones a Ecuador durante la guerra por la Cordillera del Cóndor.
Recién en el 2019, el embajador de Juntos por el Cambio en Perú, Jorge Yoma, condecoró a los pilotos peruanos que trajeron los Mirage para saldar esa herida.
(YOUTUBE) EL DÍA QUE PERÚ ETREGÓ 10 MIRAGE A ARGENTINA
Operación Fingent: el radar que los británicos vendieron a Chile para espiar los movimientos argentinos en la Guerra de Malvinas
Mariano P. Sciaroni/INFOBAE
Al partir la flota británica con rumbo a Malvinas, el alto mando británico sabía que tendría un grave problema si se enfrentaba con la Fuerza Aérea y la Aviación Naval de Argentina. La Marina Real estaba pensada, en ese momento, para operar en el Atlántico Norte bajo una cobertura aérea y de alerta temprana que sería proporcionada tanto por la fuerza aérea británica (la RAF, por sus siglas en inglés) como por la armada de los Estados Unidos.
Si operaba fuera de esa zona con un limitado número de aviones embarcados en los portaaviones Invincible y Hermes, carecería del preaviso necesario para poder preparar los misiles y ubicar a los interceptores que harían frente a la amenaza aérea.
Sin esa anticipación, cada ataque argentino sería entonces una sorpresa que sería detectado a escasas millas de su objetivo. Algo que los británicos no podían permitirse.
Sid Edwards, Wing Commander en Youtube (ver abajo): La ayuda chilena fue vital
Por tanto, a las apuradas, se diseñaron planes para poder detectar a los aviones que despegaban de las bases aéreas continentales argentinas. La idea detrás de esto era que ningún avión podría despegar desde Argentina sin que pudiera ser visto y, entonces, la flota británica tendría 45 minutos de preaviso de un ataque aéreo. Tiempo suficiente para dar la "Alerta Amarilla" de aviones en el aire y prepararse para las bombas o misiles.
En primer lugar, se desplegarían tropas especiales en el continente (posiblemente del afamado Special Air Service), para reportar movimientos en las bases de Río Grande, Río Gallegos y Comodoro Rivadavia (en el marco de la llamada "Operación Shutter"; los comandos estuvieron apenas desde fines de mayo a principios de junio y es una incógnita cómo llegaron hasta allí o cómo salieron, en tanto la información sobre el asunto sigue siendo secreta).
También, se pensó, submarinos nucleares se acercarían a las costas argentinas, para reportar movimientos aéreos, que detectarían con su periscopio o sus equipos de vigilancia electrónica.
Por último, se coordinó con la amigable Fuerza Aérea de Chile que su radar Thomson-CSF, que se encontraba ubicado en las cercanías de Punta Arenas, daría alertas por despegues desde Ushuaia, Río Grande y Río Gallegos.
Sin embargo, quedaba una gran zona sin poder ser vigilada por radar: toda la provincia de Chubut y la base de Comodoro Rivadavia. Eso era un problema.
Por suerte para los británicos, el Wing Commander Sidney Edwards, el delegado de la fuerza aérea británica en Chile, ya había obtenido del General Fernando Matthei, el comandante de la Fuerza Aérea de Chile, "carta blanca" para avanzar en la solución de ese tipo de inconvenientes.
Pero los chilenos no tenían un radar allí, ni disponían de un radar móvil.
Así que, para superar el problema los ingleses tenían que venderles un radar en forma urgente. Rápidamente se convino la operación: el precio fue inferior a una libra esterlina (y, por el mismo precio se llevaron también seis aviones de caza Hawker Hunter, tres bombarderos Canberra y misiles antiaéreos). Toda una fuerza aérea por menos de 60 pesos al cambio actual.
Con la autorización política, llegaron los movimientos militares. La llamada "Operación Fingent", entonces, se diseñaba y tomaba forma. Se decidió que el radar a transferir (o, mejor dicho, vender) sería un equipo transportable Marconi S259, que pertenecía a la Reserva Móvil de la fuerza aérea británica.
El mismo iría acompañado por un "equipo de ventas" que no sería otra cosa que militares británicos de la Real Fuerza Aérea vestidos de civil, los cuales operarían el radar y entrenarían a los supuestos nuevos "dueños".
Este "equipo de ventas" estaría compuesto de cuatro oficiales y siete suboficiales, los cuales no portarían armas y, formalmente, estarían trabajando para las fuerzas armadas chilenas. Se les recomendó que compraran ropa de calle abrigada y que tuvieran sus pasaportes en regla. Asimismo, se les informó que su misión era absolutamente secreta y que debían comportarse todo el tiempo como contratistas civiles.
No podían hablar de este tema con absolutamente nadie, ni en Gran Bretaña ni en Chile.
El lugar de emplazamiento, finalmente, lo decidió el General Matthei: estaría en Balmaceda, a la altura de Comodoro Rivadavia y sería protegido por el Ejército de Chile. Un buen lugar para poder controlar a los movimientos argentinos.
Con la misión en mente, partía el 5 de mayo de 1982, cargado con el radar y los hombres un avión Boeing 747 de la aerolínea Flying Tigers desde la base RAF Brize Norton (no tan lejos de Londres), hacia Santiago de Chile. El trayecto sería vía San Juan de Puerto Rico, por lo que fue un largo vuelo.
Apenas aterrizado, hizo su aparición un avión militar de transporte del modelo Hércules C-130, que los llevaría finalmente hasta su destino. El problema es que este avión llevaba un camuflaje muy parecido a los aviones británicos y en su fuselaje estaba pintado FUERZA AREA (no AÉREA) DE CHILE. Es decir, era un avión británico.
Un avión británico, llevando militares británicos y un radar británico a pocos kilómetros de la frontera argentina.
Poco después, el radar llegaba a su destino final y era rápidamente instalado. Los británicos le dieron buen uso, mientras que las tropas chilenas custodiaban la zona para evitar cualquier problema.
La información que obtenía el radar se enviaba por medios seguros al cuartel general del servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea de Chile. Desde allí, un equipo especial británico que operaba un equipo de comunicación vía satélite lo enviaba a su flota.
Un sistema aceitado que terminó funcionando muy bien y que, como se explicó antes, también era integrado por reportes de comandos en tierra, otro radar y, por último, los submarinos nucleares cerca de la costa (por ejemplo, solo el submarino HMS Valiant, operando cerca de Río Grande, dio 300 alertas de aviones en el aire).
Cuando todo terminó, según explicaba el General Matthei, "nos quedamos con los radares, los misiles y los aviones, y ellos quedaron satisfechos por haber recibido a tiempo la información que necesitaban. Se acabó el negocio y a Sidney Edwards lo despidieron al día siguiente".
"Argentina tiene las espaldas bien cubiertas", decía poco tiempo antes Sergio Onofre Jarpa, embajador chileno en Buenos Aires. Una definición particular, teniendo en cuenta que, justamente en la mitad de la espalda argentina operaba un radar británico.
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