La demanda de oro es excepcionalmente alta en los últimos años, pero su explotación es altamente contaminante. ¿Existen fórmulas más sostenibles para dejar de usar el temido cianuro?
Uno de los mayores desastres medioambientales que se recuerda en Europa tras el de Chernobyl ocurrió en la mina de oro de Aurul (Rumanía). En el año 2000 se rompió un dique de contención de la mina, provocando un desastre ecológico y social sin precedentes por el vertido de más de 100.000 metros cúbicos de lodos con metales pesados y aguas residuales con una concentración de 126 mg. de cianuro por litro. Superaba en más de 700 veces el límite permitido. Los vertidos tóxicos se dispersaron por diferentes ríos y llegaron a Hungría, Serbia y Bulgaria. Más de dos millones y medio de personas se quedaron sin agua potable.
Es solo uno de los casos de desastres naturales provocados por los vertidos de minas de oro. En 1998, por ejemplo, un camión de transporte que iba de camino a la mina de oro Kumtor (Kyrgyzstan) originó un vertido al río Barskaun de 1.762 kilos de cianuro.
La minera no avisó a los residentes de la zona, que utilizaron el agua para consumo e irrigación hasta cinco horas después del accidente. Casi 2.500 personas fueron envenenadas y hubo al menos cuatro muertes.
La creciente demanda internacional del oro, debido a su elevada cotización y al hecho de que sea utilizado en épocas de crisis como activo financiero de referencia, ha hecho posible que yacimientos prácticamente extinguidos y con rendimientos muy pobres vuelvan a ser explotados en los últimos años.
ORO RESPONSABLE
En Perú, por poner un ejemplo, de los 60 proyectos de exploración previstos por el Ministerio de Energía y Minas para los próximos años, 24 son de minas de oro. Precisamente los mineros artesanales y de pequeña escala de este país (MAPE) exportaron a Suiza más de 8.400 kilos de oro “responsable” por un valor de 370 millones de dólares, de acuerdo con los resultados de la segunda fase de la iniciativa Oro Responsable.
Este proyecto promueve la creación de cadenas de valor para la producción de oro responsable procedente de los mineros y mineras artesanales y de pequeña escala en Bolivia, Colombia y Perú.
Oro Responsable-BGI es una alianza público-privada promovida por la Cooperación Suiza-SECO y la Swiss Better Gold Association (SBGA). Presta asistencia técnica con el fin de mejorar las responsabilidades ambientales, sociales y laborales de los pequeños productores de oro para que puedan acceder al mercado suizo.
“La minería de oro es especialmente contaminante. Y no solo la macrominería, también la micro. En este último caso, no hay absolutamente ningún control de los residuos. En muchas zonas de ríos de Iberoamérica existen barcos que van arrastrando los lodos del fondo buscando oro. Eso mata los ecosistemas fluviales. Por otro lado, para obtener el oro de esos lodos se lleva a cabo una amalgama con mercurio que al quemarse expulsa unos gases altamente contaminantes y muy tóxicos. Aquello de los buscadores de oro que en las películas pasaban por un filtro la arena de los ríos para quedarse con las pepitas de oro ya no existe. Ahora el daño es muy grande”, explica Tomás Arévalo Fernández, doctor en Ciencias Químicas, especialista en Gestión de Riesgos Ambientales y con amplia experiencia en trabajos en minería.
REDUCIR LAS EMISIONES DE DIÓXIDO DE CARBONO (CO2)
Según el informe ‘Oro y cambio climático: impacto actual y futuro’, publicado por el Consejo Mundial del Oro en 2018, las emisiones anuales totales de dióxido de carbono (CO2) por parte de la industria del oro se elevaban a 126 millones de toneladas en esa fecha. El objetivo de la industria es reducir estas emisiones a cero en el año 2050.
La producción de las minas fue de 3.531 toneladas de oro en 2019, un 1 % menos que en 2018, según el Consejo Mundial del Oro. Esta fue la primera disminución anual de la producción desde 2008.
El mayor problema al que se enfrenta la obtención del oro es la separación de este metal de otros elementos con los que está mezclado. “El oro es un subproducto y por lo general hay que mover miles de toneladas de material para poder obtener algo”, comenta Arévalo.
De ahí que la extracción sea un proceso muy agresivo para el medioambiente. Además, se necesita de mucha maquinaria pesada que consume mucho combustible, genera mucho CO2 y daña el entorno. A eso hay que añadirle que el proceso de separación del oro del material en el que se encuentra es altamente contaminante.
Desde hace mucho tiempo, la industria minera ha recurrido a un peligroso elemento químico, el cianuro, para provocar la reacción química que permite aislar el metal precioso. Hasta hace no mucho este proceso se llevaba a cabo a través de una amalgama de mercurio que era aún más contaminante.
NUEVOS MÉTODOS DE EXTRACCIÓN
Se han puesto en marcha distintas iniciativas a nivel europeo que prohíben el uso de cianuro en tecnologías mineras.
Existe una resolución del Parlamento Europeo –la P7 TA(2010) 0145, sobre la prohibición del uso del cianuro de sodio en tecnologías mineras– que no tiene la capacidad de prohibir, pero sí recomienda encarecidamente que este compuesto no sea empleado en la minería del oro, al considerar que es “una sustancia química altamente tóxica”, “clasificada como uno de los principales contaminantes” y que “puede tener un impacto catastrófico e irreversible en la salud humana y el medio ambiente y, por ende, en la diversidad biológica”.
Según la agencia de información científica SINC, los investigadores de la Universidad Estatal de Krasnoyarsk y del Instituto de Química y Química Aplicada del Siberian Branch, ambos situados en la región rusa de Krasnoyarsk, han desarrollado un nuevo método para sustituir el uso del cianuro. Se trata también de un proceso químico, pero menos agresivo.
Sin embargo, una de las iniciativas más avanzadas es la que se está llevando a cabo en la mina de oro de Borden (Canadá). Se trata de la primera mina eléctrica del mundo, con una flota de máquinas subterráneas movidas por energía eléctrica y controladas en remoto.
Este modelo de minería sostenible de oro, con cero emisiones es el que debe adoptar la industria para poder optar al objetivo de cero emisiones para el año 2050.