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El Gobierno, atrapado en su propia telaraña
Clarín. Por Alcadio Oña
El Gobierno se empeña, todo el tiempo, en darles la razón a quienes lo acusan de tomar decisiones improvisadas y de apuro, y hasta de aplicar medidas que lucen semejantes a las aconsejadas en los recetarios ordoxos que tanto cuestiona.
En una operación con aristas bastante sospechosas, que salpican a Amado Boudou, el jueves resolvió saldar deudas por demandas que el país enfrentaba en el CIADI, el tribunal del Banco Mundial que dirime litigios entre empresas privadas y Estados. Los fallos que ahora acata vienen de 2005, 2006 y 2008, o sea, son pagos pendientes desde hace entre cinco y ocho años. Improvisación y apuro juntos.
Con esta movida, el Gobierno buscó reabrir líneas de crédito que estaban trabadas en el Banco Mundial y, a la vez, conseguir el apoyo de Estados Unidos en el juicio casi perdido con los fondos buitre. Mucho, en ambos casos.
Los recursos no llegan todos juntos, generalmente sirven para cubrir obli- gaciones con el organismo y exigen que la Argentina financie parte de las inversiones. Resultado: efecto lento y además neutro por el lado de las reservas, si esa es la intención que anima la movida.
Luego, unos cuantos especialistas consideran un exceso de optimismo creer que EE.UU. va a terciar a favor del gobierno kirchnerista ante la Corte Suprema norteamericana, en el caso de los fondos buitre. Y más cuando se han acumulado sentencias en contra tanto de primera como de segunda instancia y la relación bilateral pasa por un mal momento. El saldo puede ser, entonces, que la Argentina pague en el CIADI con títulos públicos que vencen en 2015 y 2017 y garantizan altos rendimientos y que la película continúe.
Para otros analistas todo esto consiste sencillamente en ganar tiempo, sin que la operación pueda ser interpretada como un cambio firme en la forma de vincularse al mundo.
Improvisación, muchísima improvi- sación y muchísimos parches hay en el recorrido del blanqueo. Después de fracasar con los Cedin, conseguir quienes acepten bonos Baade es la última jugada que queda para acercar dólares a una caja que se achica cada vez más.
Hasta ahora, todas las presiones de Guillermo Moreno sobre las empresas han chocado contra la pared. Mercedes Marcó del Pont, la jefa del Banco Central, tampoco da vía libre a los atractivos financieros que el secretario de Comercio quiere adosarles a los Baade, porque teme terminar enredada en la Justicia.
Dice un banquero que sigue de cerca el proceso: "Sobran dudas, aunque tal vez exista gente dispuesta a entrar porque ve un negocio o sólo para sacarse al moscardón de encima". Lo cierto es que del blanqueo original no queda nada en pie.
Entre otras muestras del disloque gene- ral, aparece un par más, esta vez, toma- das del recetario ortodoxo.
Una de ellas es haber acelerado el rit- mo de la devaluación, algunos meses por arriba del 30% anualizado, pese a que el kirchnerismo siempre ha dicho que esa medicina está contraindicada por su impacto en los ingresos de los trabajadores. La otra, convalidar tasas de interés crecientes, que en su modelo implican perjudicar la actividad económica.
El Gobierno venía de mantener pisado el dólar oficial durante largo tiempo, pen- sando en que funcionaría como un ancla contra la inflación. La herramienta no sólo se reveló ineficaz, porque los precios siguieron su curso, sino también costosa.
El atraso cambiario acumulado descolocó exportaciones y al mismo tiempo incentivó la compra de divisas baratas.
Detrás de los últimos volantazos aso- ma, evidente, la intención de desalentar la demanda de dólares y, hasta donde sea posible, reducir la pérdida de reservas.
Según se advierte en las cuentas del Central y en el mercado, pocas nueces para tanto ruido.
Sin aportar un gran descubrimiento, dice un consultor: "Están apretados y ahora aplican correcciones que debieron haber sido hechas bastante antes.
Además de tardío, el remedio viene con el riesgo colateral de estimular la inflación". Podría hacer la cuenta menos ela- borada del comerciante: si el dólar sube, subo mis precios.
Quizás sea un hallazgo, en cambio, una propuesta del mismo consultor. Con- siste en premiar a quien encuentre en la secuencia completa un movimiento de piezas ordenado y coordinado como parte de un plan, en lugar de una sucesión de parches de corto plazo sacados a la búsqueda de una salida, sin que ninguna de las salidas que ensaya sea una salida.
¿Qué sucederá con los precios si des- pués de las elecciones el Gobierno decide aumentar fuerte las tarifas de luz y gas, aunque sea para consumos relativamente altos y sectores más o menos acomodados? El operativo, que madura en algunas áreas oficiales, fue adelantado por Clarín un mes atrás, pero ahora está por verse si además no incorporan a la clase media.
Se trata, nuevamente, de un remedio que sale con retardo, apurado por impor- taciones energéticas insostenibles y una factura de subsidios también insostenible. Inflación, dólar y pesos juntos, todo bastante parecido a esos perros que se la pasan dando vueltas en el mismo lugar.
Con la propiedad de quienes saben de qué hablan, varios especialistas advertían problemas que no tardaron demasiado en saltar. Entre otros, la crisis energética, la fenomenal escalada de los subsidios, la demanda de dólares alentada por el retraso cambiario, el estado de las cuentas públicas y el proceso inflacionario.
Pariente de estos desajustes es otro de generación más reciente: la pertinaz caída de las reservas, que bordea US$ 9.000 millones desde enero y suma más de US$ 13.000 millones a partir del cepo cambiario. Ya luce inquietante, porque puede comprometer el poder de fuego del Central ante cualquier contingencia y poner en aprietos los pagos de la deuda.
En lugar de anticiparse a lo que otros veían venir, el kirchnerismo los corría con el relato. "Son los agoreros de siempre, sus pronósticos jamás se cumplen, están promoviendo un ajuste en contra de los pobres", decía y aún dice. Y cosas peores: que defienden intereses de grupos económicos y del capital internacional, comparten la ideología del Fondo Monetario o son llanamente golpistas.
Todo el mundo fue metido en la mis- ma bolsa, aun aquellos economistas que habían apoyado el "modelo" y los que hoy mismo que urgen encarar desequilibrios estructurales agudos. Quizás tarde, porque a los que había se les agregaron otros de la cocina K.
Desde luego, el Gobierno jamás admi- tirá errores propios. Menos, reconocer que buena parte de lo que pasa ya se lo habían anunciado.
"No pueden aceptar que algo de lo que les dicen puede ser cierto", advierte un economista con tono filosófico. Peor sería que sólo creyeran en lo que ya creen.
Ese gris telón de fondo flamea en los dos largos años que restan hasta 2015.
Viene una política muy distinta
La Nación. Por Joaquín Morales Solá
En la mañana del viernes, un alarmante informe de inteligencia cayó sobre el despacho de Sergio Massa. Advertía que un importante hecho de inseguridad ocurriría en Tigre para complicar su campaña . El anuncio llegó mientras el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, esquivaba una balacera de encapuchados y recibía amenazas telefónicas. Esas intimidaciones se convirtieron en el atentado más grave que recibió la democracia desde 1983. En tal contexto, y con el precedente de extraños robos y de violencia contra él, Massa no desechó aquel papel de inteligencia.
Massa es ya una obsesión para el kirchnerismo. Según fuentes del gobierno nacional, la monumental cantidad de recursos destinada a la campaña oficialista bonaerense supera a la que en 2009 le dedicó a la candidatura del propio Néstor Kirchner.
La actual inversión, para llamarla así, incluye más de 1.500.000 pesos sólo para atacar al candidato en las redes sociales. Empresas de colectivos le hicieron saber a Massa que no podía contar con la publicidad en ese medio de transporte, porque el Gobierno les advirtió que perderían los subsidios que reciben. Los reducidos lugares cedidos a los carteles de Massa en Buenos Aires se rinden ante los de Martín Insaurralde. Massa oscila entre la resignación y la ofuscación.
Pero, ¿qué significará la victoria del Massa para el kirchnerismo? ¿Por qué se nota en el oficialismo ese espíritu de cruzada concluyente y definitiva contra el alcalde de Tigre? Las condiciones de la lucha política parecen pertenecer a algo más significativo que la victoria o la derrota en una elección de mitad de mandato. El riesgo del kirchnerismo es, en efecto, que su herencia podría caer en manos que no controlará. Massa mismo ya notificó a propios y extraños: su campaña por la presidencia de la Nación comenzará en la noche del 27 de octubre. Rápido y ambicioso, no perderá tiempo en alambicados mensajes políticos o en promesas legislativas. Irá a buscar lo que le gusta: el poder.
Cristina Kirchner tocó los límites de su resistencia física y de su larga carrera en el comando de la política. Debió imaginar que nunca se iría de la presidencia, porque nunca dejó crecer a ningún delfín auténticamente propio. O eligió mal a los candidatos a sucederla. No tiene ninguno. Sólo le queda Daniel Scioli, un político que la seduce más por su indulgencia que por su ideología. El conflicto de la Presidenta podría consistir en que Massa no la dejaría elegir ni siquiera a un heredero que nunca quiso demasiado. Scioli no es Scioli sólo cuando en el camino se le cruza Massa. De hecho, dijo que no tenía por qué llamarlo al candidato opositor (y no lo llamó) cuando Massa sufrió una agresión física en La Matanza. Cristina y Scioli coinciden en algo, tal por primera vez: los dos sospechan que Massa podría derrumbarles cualquier proyecto de poder o de cierta continuidad en el poder.
El peronismo se inquieta. ¿Qué significaría la división del voto peronista? ¿No abriría, acaso, una grieta en el electorado por la que se podrían colar Mauricio Macri, Julio Cobos o Hermes Binner? ¿No podrían éstos empujarlo al peronismo a una segunda vuelta? ¿El peronismo ganaría una segunda vuelta en las próximas presidenciales? ¿No se agravaría todo si el cristinismo lanzara a un tercer candidato peronista, el gobernador entrerriano, Sergio Uribarri? Varios dirigentes importantes del peronismo se sorprendieron en los últimos tiempos cuando vieron en las encuestas una incipiente fatiga de la sociedad con el peronismo. Llevamos gobernando 20 años y el país no estuvo ni está bien. Podemos perder la segunda vuelta, reconoció, dramático, uno de esos dirigentes. Macri viene hablando desde hace mucho tiempo de encuestas parecidas. Para aquellos peronistas, la única solución posible sería una elección interna, que incluyera a Scioli y a Massa, para unificar la oferta justicialista.
Imposible. Scioli no quiere oír hablar de eso, por ahora al menos. Massa rechaza de plano la idea. Nunca iré a una interna en el Partido Justicialista, asegura. ¿Cómo evitar entonces la partición del voto peronista? Scioli cree en la resurrección del Partido Justicialista, luego de una interna atractiva y de una propuesta mejor que la actual. Es fe, y eso no se explica. Massa eligió el camino opuesto. Nada de pejotismo. Una gran coalición multipartidaria, propone. Prefiere a los dirigentes jóvenes en lugar de los gobernadores peronistas. Es herejía pura. Los gobernadores han sido siempre los eternos santones del peronismo. Serán casi todos perdedores e inservibles, pronostica Massa, irreverente.
Massa prefiere como socios a dirigentes que renueven generacionalmente la política. Piensa en eso hasta cuando baraja nombres de eventuales candidatos a vicepresidente. La adscripción partidaria es el último dato que tiene en cuenta, si es que lo tiene en cuenta. Ha hecho dos excepciones: Roberto Lavagna y Carlos Reutemann. Quiere contar con ellos ahora, durante la campaña presidencial y en un eventual mandato suyo como presidente. Es cierto que Reutemann y Lavagna pertenecen a una generación mayor que la de Massa, pero son dos políticos respetados por amplios sectores sociales, más allá de sus pertenencias partidarias. Lavagna lo acompañó desde el comienzo. Reutemann parece convencido de que el futuro es de Massa. Ninguno de los dos es un político pródigo en dar apoyos electorales. Ahora, los dos se dicen dispuestos a ser los parteros de un nuevo ciclo político.
Cerca de Scioli aseguran que la derrota del kirchnerismo en su provincia terminó beneficiándolo. Tiene un margen más amplio para definirse y para exponerse. La enfermedad de la Presidenta lo colocó, además, en el lugar de la figura política más importante del poder. Scioli confía en la simpatía de los gobernadores peronistas, que sienten más afinidad con él que con Massa. Sólo lo preocupa, más de lo que parece, la suerte del gobierno de Cristina Kirchner. Será, de algún modo, su propia suerte.
El alcalde de Tigre elige, en cambio, rodearse de intendentes jóvenes. Una prueba de esa elección la dio en Córdoba. Fue a esa provincia y no se esforzó por reunirse con José Manuel de la Sota, a quien al final no vio. De la Sota nunca se lo perdonó. El gobernador cordobés le respondió ratificando su respaldo a la candidatura bonaerense de Francisco de Narváez. Pero Massa acomodó su agenda para poder hablar largamente con el intendente de la capital de Córdoba, el radical Ramón Mestre. Massa y Mestre tienen la misma edad, 41 años, y son amigos. Los dos nacieron en 1972. Mestre fue senador nacional por el radicalismo cuando tenía apenas 33 años y es tan reacio como Massa a las viejas prácticas, y a los viejos debates, de su partido.
Massa pertenece a una generación posdictadura. Tenía 10 años cuando los militares se fueron del poder. Esa generación descubrió la vida en democracia. Vivió en tiempos absolutamente democráticos. Las categorías políticas de los años 70 no le dicen nada. La izquierda y la derecha, el progresismo o el liberalismo, son sólo ideas. El combate setentista de las armas es prehistoria para ellos. Son políticos prácticos más que ideológicos. La permanente alusión a la "gestión" es una refutación al reino de las ideologías. Sirve lo que sirve. Las cosas inútiles son una pérdida de tiempo. Una mayoría social parece dispuesta a seguir ese nuevo estilo, tal vez saturada de tanta retórica ideológica, de tanto pasado habitando el presente.
Massa no tiene miedo a la edad, inusualmente joven para las costumbres argentinas. Hizo una lista con los ejemplos en el mundo. Kennedy, Clinton y Obama llegaron al poder con poco más de 40 años. En España, desde Felipe González hasta Rodríguez Zapatero, todos accedieron al poder con esa edad. ¿Aceptarán los argentinos ese cambio radical en la condición etaria de sus gobernantes? La gente me pide que sea presidente, responde Massa.
Macri, Cobos y Binner ven la grieta peronista. ¿Entrará uno de ellos? Scioli cree que los argentinos elegirán siempre a un peronista para que los saque del zafarrancho en el que los metió el peronismo. Massa confía en que una fórmula multipartidaria, con el apoyo de Lavagna y de Reutemann, será invencible. Todos ellos (Massa, Scioli, Macri, Cobos o Binner) están siendo preseleccionados por la sociedad. Uno de ellos será seguramente el próximo presidente. Es el futuro que tiene los rasgos del antikirchnerismo, virtual o explícito. Un futuro muy distinto, como se ve, del que imaginó la Presidenta enferma.
Empleo: más escaso y oscuro
Río Negro. Néstor Scibona
Algunos datos estadísticos expresan mucho más que un simple número. Días atrás, el diario "La Nación" descubrió que, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), la apertura de cuentas sueldo en los bancos se expandió apenas un 0,6% anual promedio en los dos últimos años. Y ese dato, aparentemente intrascendente, revela cómo se ha estancado la creación de empleos formales desde que la economía argentina dejó de crecer a "tasas chinas".
Ese estancamiento se torna más elocuente si se tiene en cuenta que en el período 2005/2011 la habilitación de esas cuentas, que las empresas privadas y organismos públicos están obligadas a abrir en los bancos para acreditar los sueldos de su personal, había crecido a un ritmo de nada menos que 8,5% anual. Entre mayo del 2011 e igual mes de este año el número de cuentas sueldo activas pasó de 6,88 a 6,97 millones en todo el sistema; pero un dato preocupante es que desde septiembre del 2012 se redujo en algo más de 326.000. Otra evidencia que surge de estos números es que el empleo formal, en blanco, alcanza a aproximadamente el 50% de la fuerza laboral, en tanto que casi otro 35% (unos cuatro millones de personas) lo hace en negro y el 15% restante se reparte entre trabajadores precarios o subempleados (no asalariados o que viven de "changas) o son directamente desempleados (7,9%).
La baja creación de nuevos puestos de trabajo, especialmente en el sector privado, es un efecto provocado por la suba de costos internos derivada de la inflación, junto con la incertidumbre producida por el viraje que el gobierno de Cristina Kirchner introdujo a fin del 2011 en la política económica, con el cepo y los controles cambiarios que afectaron a numerosas actividades productivas y de servicios.
Esta tendencia no se alteró incluso en el segundo trimestre de este año, cuando el PBI mostró un significativo repunte que no se tradujo en mayores empleos. Un reciente informe elaborado por el Banco Ciudad, en base a datos de la Anses, revela que en ese período se crearon apenas 58.000 nuevos empleos en todo el país, cifra que equivale a un aumento de sólo 0,8% con respecto al segundo trimestre del 2012. En dicho lapso hubo incrementos de 0,7% en el sector privado y de 1,2% en el sector público que, aún así, resultó el más bajo desde el 2005 luego de crecer al 6% promedio en los últimos seis años. Según el estudio, el menor dinamismo del mercado laboral hace más difícil que los trabajadores puedan cambiar de empleo y/o mantener sus ingresos reales en línea con la inflación.
Las perspectivas para el corto plazo no son mejores, a juzgar por una encuesta realizada por SEL Consultores entre empresas líderes en todo el país. En este relevamiento, un 15% de los consultados prevé reducir sus planteles de personal en el 2014, contra un porcentaje similar que estima aumentarlos. En cuanto a los salarios, calculan para el año próximo un ajuste promedio de 25%, o sea algo por debajo de la tasa de inflación estimada (26/27% anual).
Así surge una diferencia con respecto a este año, ya que si bien la creación de nuevos empleos se mantuvo virtualmente estancada, las empresas prácticamente no redujeron personal. Otra tiene que ver con la calidad de los nuevos trabajos, ya que las estadísticas oficiales muestran que el 43% de los nuevos puestos correspondieron a tareas part time, lo cual indica que las empresas tienden a contratar personal de manera transitoria para cubrir aumentos de demanda del mismo carácter (aunque les resulte relativamente más caro), antes que incorporarlo de manera estable.
Con estas tendencias del mercado laboral, se hace más difícil atacar otro problema crónico desde hace tres décadas: el trabajo informal o en negro, que afecta a nada menos que al 34,5% de los trabajadores adultos, según los últimos datos oficiales del Indec. Esto significa que 1 de cada 3 trabajadores no está formalizado, lo cual los convierte en una suerte de indocumentados laborales, sin aportes para jubilación u obra social, ni acceso a cuentas bancarias, al crédito ni a tarjetas de compra.
Con la mira puesta en las próximas elecciones legislativas, el gobierno de Cristina Kirchner incluyó la reducción de la informalidad laboral en la agenda del mal llamado "diálogo social", ya que hasta ahora se trató de un eufemismo para que dirigentes sindicales y empresarios convalidaran decisiones previamente adoptadas por la Casa Rosada. Entre ellas, la demorada suba del piso no imponible de Ganancias para los asalariados que cobran hasta 25.000 pesos mensuales a cambio de dos nuevos impuestos a las empresas, o de las desactualizadas escalas del monotributo.
El Ministerio de Trabajo lanzó aquí una buena idea, que es crear una suerte de "monotributo laboral" para que las empresas más pequeñas puedan blanquear a su personal mediante el pago de un aporte fijo mensual. Esta iniciativa venía siendo recomendada hace años por muchos especialistas como una solución de fondo, aunque sin eco oficial. También resultaba sencillo determinar sus alcances: según el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa), el 60% del empleo no registrado en el sector privado es generado por empresas con menos de cinco trabajadores y otro 19% corresponde a empresas que emplean entre seis y diez trabajadores.
Sin embargo, el propio titular de la cartera laboral Carlos Tomada, se encargó de bajarle el tono a la iniciativa oficial, al anticipar que alcanzará a quienes se inscriban en un registro de empresas que empleen entre 3 y 5 trabajadores en negro, con tope de remuneración.
A diferencia de las otras rondas de "diálogo", no será fácil alcanzar en estos días consenso para una decisión final y no sólo por el reposo obligado de la Presidenta. La CGT oficial busca rescatar los aportes a las obras sociales sindicales y la UIA lanzó una contrapropuesta para que el beneficio se fije según una escala de facturación anual de las pymes. Una y otra postura apuntan a preservar el esquema de la alta inflación, que el gobierno se niega a admitir y en un tiempo más colocará al nuevo esquema en el plano de las buenas intenciones. No sólo eso: muchos empresarios aseguran, en privado, que el mecanismo no resolvería el problema del empleo "en gris" (parte en blanco y parte en negro) y no son pocos los que creen que podría abrir la puerta al proyecto del diputado oficialista Héctor Recalde, de elevar escalonadamente los aportes patronales de empresas medianas y grandes de acuerdo con sus ganancias anuales, para financiar el régimen. Si esta iniciativa llegara a prosperar crearía un virtual doble impuesto a las Ganancias sobre las compañías que, además, seguirán tributando sobre beneficios meramente contables, ya que hace años tampoco se ajustan por inflación.
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