Raúl Guillermo Relañez, es uno de los agrimensores con más experiencia en trabajos mineros de la Provincia. Su labor en esta industria comenzó de manera impensada: un vecino ganadero vendió más de mil hectáreas a una empresa minera y él se incorporó a ella a partir de la mensura. Él mismo cuenta, “he participado en el 80% de los trabajos de la Provincia. Hace 20 años que vivo en Puerto Deseado, donde fui, básicamente, a hacer un relevamiento topográfico para el primer parque industrial de la localidad. Desde ese momento me quedé junto a mi familia”.
Fue parte de los descubrimientos más importantes del Macizo del Deseado. “La empresa que adquirió esa fracción de campo, al poco tiempo descubrió lo que hoy conocemos como Mina Martha. Tuve la suerte de ir con el primer geólogo a hacer el relevamiento topográfico, y de hecho tuve la suerte de registrar la mensura minera”, recuerda.
Relañez afirma que tanto su trabajo como el del geólogo, son necesarios en las primeras instancias de un emprendimiento. “El geólogo es el que hace la primera aproximación de la estructura, una veta, ya que ese primer relevamiento no exige un rigor métrico, más tarde cuando se deben incorporar los datos con más precisión, se requiere la tarea del agrimensor, que tiene la técnica y los instrumentos precisos para hacer ese trabajo. A medida que el proyecto avanza, se incorpora determinada superficie en un modelo digital del terreno, diagramando y proyectando futuras campañas de exploración sobre el monitor de una computadora”, explica.
El profesional, que desarrolla esta tarea desde hace más de dos décadas, ha debido actualizarse. “Yo pertenezco a la generación que iba midiendo, dibujando y tomando notas con la libreta, un trabajo mucho más artesanal. Con la incorporación de las tecnologías satelitales, los trabajos se simplificaron mucho y la productividad es altamente satisfactoria. Antes, con un teodolito, en una jornada de trabajo de 8 horas, podíamos hacer un relevamiento de 400 puntos por día. Ahora, con las nuevas tecnologías puestas sobre un cuatriciclo, se toma una coordenada cada 5 metros, es decir que se consigue una nube de puntos que no se puede precisar”.
“Los métodos tradicionales se han dejado de lado, incluso los jóvenes profesionales se sorprenden de que se haya trabajado de esa manera, con libreta, recorriendo el campo, a caballo y con un teodolito”, dice. Al respecto, Relañez recuerda una anécdota donde dos agrimensores, uno de 80 años y otro de 40, tuvieron que hacer juntos una mensura. Cuando el mayor vio cómo el joven tomaba los datos, desconfió mucho de esa tecnología, a tal punto que no quería firmar la mensura por miedo a ponerle “el gancho” a un trabajo que él no podía asegurar que estuviera bien. Las generaciones van cambiando y es para bien”, asegura.
El agrimensor también se refiere al futuro de la profesión y a la realidad que le toca vivir. “Existe mucha demanda de agrimensores, especialmente en el interior. Si bien es una carrera atractiva para los jóvenes, no hay muchos nuevos profesionales. Para estimular la carrera, el Consejo Profesional de Agrimensura, Ingeniería y Arquitectura otorga becas, lo mismo hace con ingeniería civil. Además, muchos profesionales no salen a trabajar al campo porque prefieren hacerlo en los cascos urbanos. Antes era una carrera corta, ahora tiene mayor duración, se extendió a cinco años y en ese mismo tiempo se puede cursar una ingeniería. Por ejemplo, yo tengo dos hijos y ninguno de los dos quiso estudiar agrimensura, sino geología. No sé que será de mis equipos y mis vehículos el día de mañana”, concluye.