El horizonte es tan vasto, que parecen beduinos en un desierto de sal. Hombres que asumen el color de su sombra mientras la zafra avanza, y sus máquinas abren surcos, desmenuzan y cosechan.
"Acá es todo muy tranquilo", dice Baltasar Cerda, mostrando un rostro curtido por el mismo fuego que blanquea la sal acopiada en las parvas. A él, que lleva 8 zafras en esta salina y desde los quince años conoce los secretos de este trabajo, no lo intimidan los 400 kilómetros cuadrados que posee "El Gualicho", las salinas ubicadas a 60 kilómetros de San Antonio y a 72 metros bajo el nivel del mar, que son consideradas entre las más grandes de Argentina.
Su experiencia previa, adquirida en las pequeñas salinas de Río Colorado, lo habilita a tutearse con la vastedad del área, que ocupa el segundo puesto en extensión en toda Sudamérica y el tercero en el mundo en lo atinente a explotación industrial.
Baltasar es ayudante de Omar Sánchez, el administrador del área que usufructúa la empresa Alpat. Ese sector consta de 6.916 hectáreas, aunque de ellas sólo 4.500 son cosechables, ya que el resto se compone de pantanos y ojos de agua.
Con su mirada experta, el hombre supervisa los surcos abiertos sobre el suelo por la cortadora, un implemento triangular que va sujeto a un tractor. Luego, por cada franja (que es trazada a una profundidad que varía según lo permite la capa de sal disponible en superficie) pasa otro tractor arrastrando un 'trineo' dotado de cuchillas, que desmenuza el material y lo deja listo para ser recogido por las máquinas cosechadoras.
En su estado natural, la compacta superficie de sal tiene reflejos rosados y por sectores un matiz de oro sucio que al ser removido parece arena húmeda.
"Ese color es consecuencia de la ceniza volcánica, antes se veía sólo el rosado, que se volvía blanco cuando quedaba suelto luego del paso del trineo" relata Baltasar. Esto, sin embargo, no perjudica la calidad de la materia prima, que queda estacionada en las parvas y es erosionada por la acción del clima y luego, una vez en planta, sometida a un proceso en el que se extraen todo tipo de detritos.
"La mayoría de la sal que se cosecha aquí es para uso industrial. Actualmente, a la 'pertenencia' o sector que usufructuamos se suma la que explota Indupa, de Bahía Blanca, y a la de la firma Cosarmín, un pequeño emprendimiento que es el único que tiene como finalidad su uso para el consumo humano" informa Carlos Balsas, el gerente de logística de Alpat.
Esta firma, que elabora carbonato de sodio en la planta que posee en San Antonio, necesita 400.000 toneladas de sal anuales para llevar a cabo el proceso. Las zafras, que generalmente se extienden desde el mes de octubre hasta abril, deben garantizar que esa cantidad esté disponible, aunque la naturaleza manda en ese aspecto, y para que haya buena cosecha debe llover suficientemente durante el invierno.
"Después es al revés, si llueve en tiempos de zafra la sal se disuelve y debe retrasarse el inicio de la actividad, o suspenderse una vez iniciada hasta que el material seque" apuntó Balsas.
Por ahora, las lluvias recientes quedaron atrás, y las cosechadoras avanzan raudamente. Al mismo ritmo circulan los camiones que reciben el material, que luego de atravesar por una cinta de caucho cae sobre ellos, formando un promontorio que será llevado y depositado en una de las parvas, que crece a medida que se multiplican los viajes que realizan estos 'fleteros'.
De la otra parva, mucho más blanca y de un grano más fino, se extrae la sal ya estacionada, que una flota de camiones contratados por la empresa se ocupa de llevar a la fábrica de carbonato de sodio.
Control de la provincia
Río Negro
La administración de la salina depende del área de minería de la provincia, que cada 15 años renueva los contratos de las 'pertenencias' o parcelas que usufructúan las distintas empresas.
"Hasta 2004, cuando yo me desempeñaba en el sector de tesorería de Alpat, la firma pagaba anualmente $ 2.800, a razón de $ 40 por pertenencia, ya que la firma dispone de 70, y no creo que esos precios hayan variado mucho" comenta Omar Sánchez, el administrador del área que usufructúa Alpat.
"Luego, por cada tonelada de sal transportada desde la salina hasta la planta se abonan 50 centavos, claro que nosotros, por caso, al año transportamos 400.000 toneladas. Debido a esto cada camión que sale de la salina hasta la fábrica circula con una guía minera, porque existe un control de la provincia, que lleva el registro de todo el material que sale" apunta Sánchez.
Durante la zafra, los trabajadores permanecen en la salina y la vida se desarrolla en el campamento. En el caso de Alpat, las instalaciones poseen una serie de habitaciones para el personal contratado, separadas de las que se les adjudican a los fleteros, a los que se les abona por quincena, en relación a los metros cúbicos de sal que transportan a diario hacia la parva.
También hay una 'gamela', que se concesiona y ofrece a los obreros cuatro comidas diarias, que corren por cuenta de la firma. A esto se suma un sector de baños y una serie de contenedores en los que funciona la parte administrativa y una enfermería. El campamento cuenta con luz eléctrica y televisión satelital en el comedor. El agua es traída desde la ciudad y depositada en grandes tanques, ya que en la salina no existe agua dulce disponible.
En plena zafra, generalmente son 6 los maquinistas de tractores y 5 los operarios de cosechadoras, a los que se suman 4 'parveros' y una cantidad de 'fleteros' que va variando, aunque lo ideal es que existan al menos 26 vehículos.
Los camiones elegidos para esta faena son rodados viejos, debido a que la sal es corrosiva y termina dañando las unidades. Los fleteros pueden llegar desde cualquier punto del país, para aprovechar los meses de trabajo intenso. A diferencia de ellos, los que trabajan en la parva o como maquinistas generalmente vuelven para cada zafra, y durante el invierno desarrollan en sus ciudades de residencia oficios temporales.
Durante el año la actividad en la salina continúa, aunque los que siguen trabajando son los camiones que transportan la sal ya estacionada a la planta de Alpat.
Los 'parveros'
Con los rostros cubiertos por capuchas que sólo dejan ver sus ojos, los 'parveros', desde la cima de la pila de sal, aguantan a pie firme la tortura del sol, que se vuelve de fuego entre tanta blancura.
Su trabajo es guiar a los camiones que ascienden a la parva, supervisando la descarga del material, para que al acercarse al borde una mala maniobra no los precipite al vacío.
"Hay que prevenir, porque si no dejaron abiertas las compuertas de la caja, al volcarse hacia atrás el peso los puede hacer caer. Nosotros les indicamos hasta dónde acercarse, para que el vehículo se afirme y pueda descargar" relata Héctor Allamilla, con 6 zafras en su haber.
Las maniobras se tornan cada vez más riesgosas a medida que la parva se eleva. Durante la zafra las tareas se desarrollan de 7 a 12 y de 14 a 20.30. Los sábados terminan a las 19, pero regresan el lunes. Salvo los que residen en SAO o ciudades vecinas la mayoría opta por quedarse, y compartir el día libre con sus compañeros.
"Generalmente los fleteros o los que llegan de lejos buscan ahorrar al máximo, para aprovechar la zafra, y es raro que vayan seguido a la ciudad" relata Héctor.
¿Una pista de aterrizaje opcional de la NASA?
Río Negro
Ocurrió en el 2000, cuando Omar Sánchez (el actual administrador del área que Alpat usufructúa en el salar) aún se desempeñaba en el sector de tesorería de la firma, y la actividad de extracción estaba paralizada en la salina.
"Recibí un llamado de un hombre que en perfecto castellano me dijo que era de la Central Aeroespacial Norteamericana (NASA) y que se comunicaba porque en la pertenencia que Alpat posee en la salina ellos tenían una base de aterrizaje alternativo para sus naves. Yo pensé que me estaba cargando, pero me dijo que en un mes estaría en Buenos Aires y que desde allí me llamaría para coordinar una visita al Gualicho" relata Sánchez.
"Yo casi me había olvidado, pero un mes después recibí otro llamado del mismo hombre anunciándome que ya estaba en Buenos Aires, y que vendría a San Antonio Oeste. El día que llegaron en realidad se presentaron cuatro, y uno de ellos dijo que era el que había charlado conmigo. Viajaban en una camioneta Land Rover, y los acompañé hasta la salina. Cuando ingresamos al área de la laguna de extracción siguieron solos, por el camino que nosotros llamamos de servidumbre. A las dos horas regresaron al sector en que nos separamos, y se fueron sin que volviera a tener noticias de ellos" recuerda Omar.
"Por la zona a la que fueron, yo presumo que la base que mencionan está ubicada en una de las islas que tiene la salina, situada al noroeste del campamento. El día que vinieron no tenían aparatos ni nada por el estilo, y yo jamás vi nada extraño en el lugar, aunque no lo recorrí mucho, pero...quién sabe. Espero que nunca tengan que hacer aterrizar un transbordador acá. ¿Te imaginás?