Con la designación de Carlos Fernández en reemplazo de Martín Lousteau, el kirchnerismo parece haber encontrado el perfil ideal de ministro de Economía. Lo que no está tan claro es si, además, podrá encontrar la manera de frenar genuinamente la inflación -cuya suba se ha convertido en su talón de Aquiles- sin reconocer su existencia ni poner en marcha, como hasta ahora, una política antiinflacionaria. Mientras no se despeje esta duda será difícil mejorar las expectativas que en el último mes y medio, desde que estalló la rebelión del campo, tuvieron un drástico vuelco y crearon una sensación de crisis pese a que los pilares del modelo (superávits gemelos, reservas récord) deberían sugerir lo contrario.

La respuesta a este interrogante no está, sin embargo, en la boca de Fernández, un técnico de perfil tan bajo que podría ser catalogado como un típico soldado K. Más bien habría que buscarla en el pensamiento económico de Néstor Kirchner. El ex presidente y virtual jefe del PJ acaba de blanquear su condición de superministro en las sombras del gobierno de su esposa y de bajar línea política para darles letra al resto del gabinete y a los integrantes del obediente aparato partidario, sindical y legislativo oficialista.

Desde un punto de vista funcional, el recambio consagra el virtual desdoblamiento del Ministerio de Economía del que tanto se habló en los últimos días. Pero, en realidad, la conducción económica está fragmentada desde hace mucho tiempo y poco cambió desde que Cristina Kirchner asumió la Presidencia. La novedad es que Fernández, por formación, será más ministro de Hacienda que de Producción. Guillermo Moreno, en cambio, seguirá actuando como fuerza de choque en problemas de comercio, industria y energía, mientras Julio De Vido tiene alambrada el área de la inversión pública y las tarifas, lo mismo que Ricardo Jaime en transporte. Todos ellos responden verticalmente a NK, quien, vale recordarlo, también ha tomado a su cargo varias misiones específicas. Algunas técnicas, como monitorear diariamente los movimientos de la caja fiscal o la evolución de las reservas y el tipo de cambio. Otras bien políticas, como el número de cada mes del inverosímil índice de precios al consumidor o renegociar en persona la alianza con Hugo Moyano a cambio de una pauta salarial que, por lo menos para los titulares de los diarios, tiene este año un techo del 19,5%, sin considerar la letra chica de los convenios.

Con esta estructura radial, y sin reuniones formales de gabinete, es obvio que todas las cuestiones económicas pasan por el matrimonio Kirchner y que Néstor tiene más predilección por la economía que Cristina. Lo que ahora se está haciendo evidente, con el recalentamiento inflacionario y la ebullición agropecuaria, es que cada una de las decisiones no puede limitarse al día a día, ni a los resultados del mes siguiente. La coordinación y la planificación no han sido atributos del kirchnerismo. Una prueba de ello es que todos los ministros de Economía que intentaron políticas horizontales para prevenir o evitar problemas (Lavagna, Peirano, Lousteau) terminaron fuera del gobierno. Que últimamente el escollo haya sido Moreno (cuyo fundamentalismo ideológico va en ascenso al igual que su desgaste ante los empresarios), es apenas una anécdota que confirma la regla.

Pensamiento único
Sin embargo, el problema no está sólo en las formas, sino en el contenido. Néstor Kirchner concibe a la política como una sucesión de confrontaciones en las que debe imponerse para reforzar su poder. Siempre hay una lucha entre "nosotros y ellos", aunque el oponente varíe. El manejo de la economía no escapa a este concepto populista. Después de que el kirchnerismo lograra sus mayores réditos políticos sobre la base del alto crecimiento económico y la reducción del desempleo, es difícil hacerle entender lo que dicen los libros de economía. O sea, que si sigue impulsando la demanda por encima de una oferta interna que ya casi no tiene capacidad ociosa, el resultado es mayores presiones inflacionarias. Que, a su vez, resultan cada vez más complicadas de manejar con precios relativos distorsionados por subsidios a granel, alto gasto público, congelamiento de tarifas, intervenciones en los mercados y su correlato de mayor puja por el ingreso. Para colmo, la decisión de ocultar la inflación con disfraces estadísticos terminó provocando un efecto opuesto al buscado. La encuesta de expectativas inflacionarias para los próximos doce meses, que realiza mensualmente la Universidad Torcuato Di Tella, hace un año marcaba un nivel del 13,7% y ahora trepa al 32,8%. Las decisiones económicas, ya se sabe, dependen de expectativas; por más que se mantengan los superávits gemelos o las reservas récord del BCRA.

En este marco, el Gobierno ha recortado sus propios márgenes de maniobra. Como si en economía las cosas fueran blanco o negro, Néstor Kirchner colocó en la vereda de enfrente a todos los economistas, ortodoxos o heterodoxos, que recomiendan equilibrar la oferta y la demanda, como si todo crecimiento inferior al 9% anual equivaliera a una recesión. Y culpó al campo de promover aumentos de precios, que el Indec sigue sin registrar, como si la inflación hubiera aparecido en las últimas semanas y el resto de la cadena de comercialización no existiera. Nada de sintonía fina, ni discusión de políticas integrales con metas inflacionarias decrecientes, ni normalización del Indec, ni calidad institucional. Para el espíritu de confrontación de NK, amenazar con la anacrónica ley de abastecimiento es supuestamente más efectivo que diseñar una política antiinflacionaria. Y judicializar la protesta del campo, preferible a tomarse el trabajo de negociar medidas de más largo alcance para no desalentar la inversión del sector, que en los últimos años fue su principal proveedor de divisas y recursos fiscales.

Aun así, el gobierno de CFK ha adoptado internamente una decisión importante, aunque tácita: no indexar el tipo de cambio, ni desdoblar el mercado cambiario, para no agregar combustible a la inflación.

Como todas estas acciones y omisiones no encajan entre sí, queda por ver cómo contener las expectativas y evitar un mayor deterioro. Si el superministro NK insiste en confundir causas y efectos de la inflación, tal vez un camino probable sea ensayar el Pacto Social tantas veces anunciado y que ahora tendría una urgencia concreta: evitar que este año se reabran las paritarias debido a la aceleración de precios. Pero esta vía no se presenta tan despejada como hace algunos meses. Primero, porque requeriría de una política antiinflacionaria que la respalde y no está a la vista. Segundo, por la propensión del kirchnerismo a concertar con el criterio del tómelo o déjelo. Luego, porque el sector agropecuario fue colocado en el conspirativo papel de enemigo y, finalmente, porque pondría en aprietos al sindicalismo aliado. Pese a estos condicionantes, para la Casa Rosada todo vale para postergar un enfriamiento "por las malas" de la economía, si la inflación sigue carcomiendo el poder adquisitivo de los argentinos.