DE RIPLEY: DESALOJO DE INGEMMET. LABORATORIOS CONFINADOS A CONTAINER
El Cronista, Buenos Aires
LAURA GARCÍA
Un estudio de
Harvard investiga las secuelas que dejan en la economía
Los precios de las propiedades se hunden en promedio 35%, mientras que el PIB se contrae 9%. El mercado cae 55%, el desempleo se dispara 7% y la deuda pública, 85%
El mundo tiene un nutrido repertorio de crisis. Más o menos catastróficas, las hubo en abundancia y no sólo en las sufridas tierras emergentes. Revisitar esos desastres no es tarea para aprehensivos. Pero sin duda tienen mucho que decirnos respecto a lo que ocurre hoy . Ese es el ejercicio que propone el profesor de
Harvard Kenneth Rogoff en su último trabajo: comparar cómo han reaccionado distintas economías después de haber sido arrasadas por una crisis. Entre los escombros del desastre, hay algunas lecciones interesantes y hasta otro récord trágico para la Argentina, que también tiene su lugar en esta historia de sacudones y hecatombes.
El estudio de Rogoff, quien también fue economista jefe del Fondo Monetario Internacional, incluye a las llamadas ‘big five‘ del mundo desarrollado (España 1977, Noruega 1987, Finlandia 1991, Suecia 1991 y Japón 1992), pero también episodios recientes en los mercados emergentes (la crisis asiática de 1997-1998, Colombia 1998 y Argentina 2001). Por último, rescata dos eventos más lejanos en el tiempo pero sobre los que existe información suficiente: Noruega 1899 y la Gran Depresión de los EE.UU. en 1929.
La primera conclusión que cosecha Roggoff es que la caída acumulada desde máximos a mínimos en el precio real de las viviendas es en promedio del 35,5%. Aunque hoy resulte casi anecdótico en vista de todo lo que vino después, no olvidemos que esta crisis se originó precisamente en la explosión de una fenomenal burbuja inmobiliaria. Los derrumbes más severos se observaron en Finlandia, Filipinas, Colombia y Hong Kong, donde el valor de las propiedades se hundió entre un 50% y un 60%.
Un punto esclarecedor sobre la crisis actual: la caída del 28% que ya se registró durante esta recesión es más del doble de la que experimentó EE.UU. durante la Gran Depresión. La debacle del mercado inmobiliario suele ser prolongada, con un promedio de duración de seis años. Incluso si se deja afuera el caso excepcional de Japón, que padeció 17 años consecutivos de precios en baja, la media es todavía de cinco años.
Los mercados de renta variable suelen ser las otras grandes víctimas que la crisis deja tras de sí. En promedio, las acciones experimentan un colapso de 55,9%, que se extiende por un período de unos tres años y medio. Durante la crisis que nos tocó vivir este año, no obstante, ya hay algunos casos que exceden por mucho esa media. El caso más extremo es el de Islandia, cuya bolsa ya perdió el 90% de su valor, pero también está Austria, con un rojo del 70%. El epicentro del temblor, EE.UU., sin embargo, aún se mantiene por debajo del promedio.
En lo que hace al nivel de desempleo, la investigación arroja que la tasa tiende a elevarse durante casi cinco años, con un incremento de siete puntos porcentuales en promedio. Aquí es donde la Gran Depresión de los años 30 aventaja por mucho a cualquier otro episodio, con un dramático aumento de la desocupación hasta el 20%. Resulta curioso notar que las economías emergentes, particularmente las asiáticas, se han visto mucho menos afectadas por este azote. El autor especula que una mayor flexibilidad salarial a la baja ha ayudado a amortiguar el efecto en el empleo durante períodos de gran stress económico.
¿Pero qué ocurre con el crecimiento económico? La magnitud de la contracción es alarmante, con un 9,3% promedio. Sin embargo, una mirada más detenida revela que para los eventos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la contracción tiende a ser mucho menor en las economías desarrolladas que en los países emergentes, mucho más vulnerables a una reversión abrupta en la disponibilidad de crédito externo. El ciclo tiende a durar dos años.
Es en esta variable donde la Argentina realmente se aleja del promedio y proclama su lugar entre las crisis más virulentas y traumáticas de los últimos tiempos. Hasta ahora, el país se encontraba por debajo de los promedios. Pero con una contracción real del PIB per capita de más del 20% y una duración de cuatro años, sólo es superada en el ranking del desastre por la Gran Depresión estadounidense, con un PIB que se encogió casi 30% (ver infografía).
El último punto de estudio es el deterioro de las finanzas públicas. El incremento de la deuda en los tres años posteriores a la crisis supera en promedio el 86%. Pero a diferencia de lo que suele creerse, no es tanto el costo de los rescates lo que deja al Estado con la soga al cuello sino la caída en la recaudación fiscal y el monstruoso gasto que suele requerir los planes de estímulo para salir de la recesión.
Por deprimente que resulte, este repaso de desastres económicos invita a algunas reflexiones. Si bien es cierto que las autoridades han demostrado en esta ocasión una flexibilidad y una capacidad de reflejos que estaban por completo ausentes en los años treinta, conviene tener mucho cuidado con suponernos rápidamente más astutos que nuestros predecesores. Unos pocos años atrás, muchos hubieran argumentado con una convicción sin fisuras que la sofisticación de la ingeniería financiera había erradicado la posibilidad de un evento de la magnitud del que vivimos hoy y con una escala de contagio universal, apunta Rogoff.
Ahí radica precisamente otra de las grandes diferencias respecto a las crisis que acabamos de recorrer, de carácter nacional o regional a lo sumo. Como en la Gran Depresión, pero aún mucho más, hoy estamos frente a un fenómeno de naturaleza verdaderamente global. Y salir del pozo puede volverse mucho más difícil cuando no hay a quien pedirle ayuda.