Su historia tuvo en vilo al mundo durante muchos días. Al punto que el rescate fue transmitido en cadena y visto por millones como si fuera la final de un mundial. Pero más allá de ello, José Henríquez fue uno de los que estuvieron ahí abajo, y además le tocó el papel de encargarse de la contención humana de un grupo puesto al límite de la desesperación.

"Se produce la explosión y luego nos empezamos a reunir -recuerda José- porque nos sorprendió en diferentes lugares, áreas de trabajo, entonces todos nos reunimos en el refugio, y viendo que nadie estaba accidentado de gravedad, empieza nuestra odisea". Una vez que se asentó el polvo, que se demoró cuatro o cinco horas, "hicimos todo los intentos para salir, y vimos que estábamos sonados. Ahí fue cuando conversamos, y nos dimos cuenta que lo único que nos quedaba era tomar el teléfono y hablar con el papá (se refiere a Dios) y ponernos en sus manos", recuerda en su visita a nuestra redacción.

"Nos empezamos a organizar en las tareas, algunos hicieron la parte eléctrica, otros emparejaron el terreno, se cortó el suministro de aire, había algunos alimentos y unos 50 litros de agua, y eso no nos duraba ni para un día, así que empezamos dividir esos alimentos estirándolos lo más posible". Habla con calma, pausado, rememora a veces con emoción, y otras como si se trasladara de vuelta a ese refugio donde se produjo un milagro de supervivencia.

Pero, ¿qué valores fueron los que sustentaron a este grupo humano durante tantos días, tan en el límite? Henríquez expresa que "podríamos hablar de fe, podríamos hablar de unidad, de constancia, perseverancia, ¿cómo poder sobrellevar la carga que significa estar en una tumba recordando a sus seres queridos, toda esa carga, y 700 mil toneladas sobre nosotros". Entonces, la solución fue "organizarnos de una manera que a muchos les gustaría, ahí pudimos hacerlo para enfrentar esta situación que, a pesar de ser muy dura, cada uno de nosotros tomó algo, maduró algo, tal vez aumentó la fe". 

Pero no fue nada fácil. José conducía las reuniones, y "cada uno explotaba con sus problemas, sus debilidades, sus flaquezas, porque ahí se ven las reacciones de cada uno cuando estamos enfrentados a la muerte. Nuestro pensamiento fue en un comienzo 'no tenemos escapatoria', la única alternativa que nos quedaba se llamaba Dios, llamar a Dios… y eso fue lo que hicimos".

Pero claro, en un grupo puesto en  esa situación también afloran las miserias humanas. Sobre ello, reflexiona que "actúan los valores de cada persona, unos tenían experiencia, otros no. Había dos chiquillos que era la primera vez que bajaban a la mina, pero los jóvenes tuvieron mejores actitudes que algunos viejos, y eso era lo que yo trataba de fortalecer". Y para resolver esos trances, "lo que nosotros supimos mantener es la unidad, el presidente Piñera me dio las gracias a mi por haber mantenido la unidad, pero yo no lo hice, lo hizo Dios". 

Como balance, también rescata que esto permitió que hoy se fiscalice mucho más a la minería en el país vecino.

Ahora, cuando la historia está a punto de ser llevada al cine, manifiesta que "Desgraciadamente Hollywood tiene la sartén por el mango, cuando salga la película va a ser una historia hollywoodense y no lo que quisimos haber mostrado, pero ojalá que salga un 70 % de lo que nosotros queremos". Pese a lo que cuente el cine, José seguirá llevando su experiencia a quien quiera escucharlo, como lo hará en San Rafael el viernes. Porque sabe que su historia es de superación, de fe, de constancia, y eso merece transmitirse.