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ACTUALIDAD
Atentado a Embajada de Israel: el mensaje del periodista y sobreviviente Jorge Cohen
18/03/2015

​EL DISCURSO​

ENERNEWS/MINING PRESS

​Ayer fue otro aniversario del trágico atentado a la delegación diplomática israelí, un hecho que todavía permanece impune. El periodista Jorge Cohen, entonces responsable de Prensa de la embajada, pronunció un emotivo discurso en el acto de recordación  ​.

 

​EL DISCURSO​ DE COHEN EN EL ACTO DE AYER

Tengo más preguntas que respuestas. 

¿Qué palabra alude a lo que nos sucedió el 17 de marzo? Me hago la pregunta.   Les hago la pregunta a quienes están hoy aquí, 17 de marzo, en la Plaza de la Memoria. 

Impunidad es la primera palabra  que se me ocurre. Pero no es la única. También aparece la palabra dolor. El dolor fue y es, está ahí, es  un sentimiento. Es una marca. La impunidad también es una marca. Bien puede decirse que la impunidad y el dolor  en los ataques se modelaron juntos, como una sola roca, como un monstruo, como un viento de fuego sobre los ojos de un niño.

Estos veintitrés años confirman, uno tras otro, que fue así

Los ataques a la Embajada y a la AMIA, una mutual, en la década del 90, son dos acontecimientos históricos que marcaron el final del siglo XX en Argentina.  En nuestro país son conocidos como "Los Atentados". Sin adjetivos, ni aclaraciones. "Los Atentados"

¿Son invisibles quienes planearon la masacre de la Embajada, quienes la ejecutaron?

El poeta Daniel Chirom, mi amigo, escribió en su poema "Elías":

"Las puertas de lo invisible,
Son visibles. "

Después de los horrores,  de buscar asistencia por mi propia cuenta, pude levantarme. Dejar atrás los escombros. Así y todo, en ese tiempo sólo podía dormir dos horas cada noche. Despertar semanas tras semanas, mes tras mes, en la mitad de la noche sobre un charco de agua en el colchón.

¿Qué hacer con este dolor? ¿Alguien puede elegir el papel que ocupa en una tragedia? Cuando una ola en la playa empuja a un nadador lejos de la costa o contra las piedras, no hay opciones. La ola no pregunta. Te arrastra.

Hace unos años decidque era tiempo de dar el paso, el dejar de ser una víctima para ser un testigo. Entendí que es uno quién tiene que dar un testimonio para mantener viva la memoria. Los muertos no pueden.

La víctima es  una imagen congelada del sufrimiento. Que se encuentra atrapada en un pozo, sin encontrar la salida, en un círculo vicioso que se retro-alimenta.

Ser testigo fue un paso adelante.  Me permitió salir de la  trampa y caminar. No enfrenté a la bomba. Era inútil. No debo hacer frente a un fantasma. Me hice cargo de lo que pasó, la acepté y la sumé a mi carga.

Cuando digo caminar, estoy diciendo mirar hacia adelante, pero con la actitud del montañista, que camina cuatro pasos hacia arriba, pero cada cuatro pasos mira hacia abajo para mantener la referencia. El testigo da un testimonio por los que no pueden hacerlo.

Pasaron días, semanas, meses, años y sabemos lo mismo que al principio.

Lo que ocurrió nos atravesó a quienes estuvimos allí, lo llevamos puesto como carga como para no olvidarlo. Para no hacerlo olvidar…ser testigo.

Todavía esperamos saber quienes fueron los responsables materiales y políticos, quienes fueron los que decidieron hacer estallar esa casona en el barrio norte de la ciudad sin importarle la muerte de los otros. Acaso nos hemos cruzado, nos cruzamos con ellos más de una vez por la calle, sin saberlo. Maldita impunidad.

Quienes trabajábamos y los que estaban cerca de la Embajada y el 17 de marzo éramos personas comunes, con actividades comunes: ir al supermercado, al cine, a la cancha, visitar a la familia,  simplemente transitar. Vidas comunes, valiosas, irrepetibles.

Los números son importantes pero cada historia lo es más, nos ayuda a comprender la enormidad de lo que nos sucedió. Un testimonio apunta siempre a hechos, personas y situaciones concretas

Con Marcela Droblas y con Eliora Carmón hable dos minutos antes de que el edificio explotara. .

A Marcela, la ví, sonriente, estaba con su almuerzo: una pera y un yogurt. Le hice una broma. Estaba entusiasmada con su nuevo novio al que había conocido en sus vacaciones en las Cataratas y en la posibilidad de un cambio de trabajo, a la embajada de Unión Europea, que se abría en esos días.

Eli, amabilísima, me habló de una nueva canción para el coro de la embajada, nos reuníamos a ensayar en su casa. Tenía tiempo de trabajar, y de atender a sus cinco hijos. Recuerdo hoy sus voces y sus gestos. Ambas quedaron bajo los escombros.

Vidas comunes, simples, irrepetibles.

Es en esas voces que hoy no están que identifico la tragedia.  

Las familias siguieron adelante. Los padres de Marcela, los hermanos. Dani Carmon, sobreviviente, también siguió adelante, se ocupó de sus hijos y formó una nueva familia a la que conocimos cuando hace tres años, cuando se cumplieron los 20 del atentado. También vinieron esos chicos que corrían por la casa cuando ensayaba el coro, hoy muchachos, hombres.

También lo hizo Carlos Susevich, que mañana cumplirá 91 años. Su hija Graciela murió en el atentado, y le dejó tres nietos. El inició el camino del reclamo por la justicia y por la memoria.

León Wasserman, a quién envío un saludo, dejó una buena parte de su salud para que no hubiera olvido y esta plaza pudiera ser posible. Sin él, hoy aquí habría un apart-hotel y no este lugar-testimonio que tenemos en nuestra querida ciudad.

Otros compañeros tampoco salieron de los escombros.

Mirta, que estaba contenta porque habia adelgazado y su hijo dejaba la adolescencia con buenas notas. 

David, que habia llegado a la Argentina hacía poco y queria enterarse de todo. 

Betriz y Graciela, que era difícil encontrarlas de mal humor.

Eli, que no hablaba castellano, mezclaba las palabras y nos hacia reír a todos. 

Zehava, que era un poco tímida, atenta, de buenos modales. 

Raquel, que tenía toda la paciencia del mundo.

Estos días me preguntaban qué recordaba del 17 de marzo. Poco y nada.

Pude tener algunos detalles a través de algunos colegas que estaban allí, cuando saliá de los escombros. Eduardo Mirabelli me contó que me vio y me sacó como pudo de allí. , Daniel Hadad me dijo que iba en un taxi con Antonio Ambrosini, escuchó la explosión y cuando llegó, me vio, convertido en un fantasma cubierto de tierra y sangre. Y ahora estoy escribiendo este texto, tratando de pensar, convivir con ese fantasma que fui, que soy, que seré.

¿Cuánto queda de ese tipo tambaleante, sin saber lo que había sucedido y sin sospechar que 23 años después no habría ni siquiera acusados, ni sospechosos, ni encarcelados? ¿Fueron alienígenas? ¿Eran invisibles?

Camino de la ambulancia, me contaron,  alguien me puso un teléfono celular en la oreja, escuché un ola y de inmediato la voz de un hombre llorando a moco tendido. Era la voz de Marcelo Cantelmi, que lloraba como un hombre al escucharme balbucear, saber que estaba vivo. Por mucho tiempo pensé que eso no había pasado.

A lo largo de estos años, si algo recibí en aniversarios o fuera de ellos,  fueron abrazos. Hay uno que quiero relatar especialmente. Acaso después de hablar con Cantelmi, recibí un abrazo que no recuerdo pero que - al igual que el llanto - nunca olvidaré

Después vi las fotos en los diarios. El abrazo de mi viejo, que vaya uno a saber cómo hizo para llegar hasta allí, venciendo todas las barreras de seguridad. No le era  tan difícil: cuando era chico me llevaba a la tribuna de socios de La Bombonera, y detrás mío sostenía la presión de la tribuna para que pudiera estar parado sin sobresaltos. Lo manché con mi sangre - es decir, con su sangre -  todo el traje, me diría después. 

Impunidad y Dolor, Memoria y Testimonio.

 Cuando releí este texto esta mañana me emocioné. Los ví ayer, los escuché ayer, los abracé ayer. Fue apenas ayer.

 


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