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MINERÍA
Litio: la fuente energética del siglo XXI
04/04/2016

Litio: la fuente energética del siglo XXI

BAE

Sebastián Hadida

Algunos le llaman el “oro blanco del Altiplano”. Los más optimistas anuncian con bombos y platillos la emergencia del “petróleo del siglo XXI”, comparando la potencialidad a futuro del litio con la centralidad que tuvo el recurso hidrocarburífero en la economía mundial durante las décadas precedentes.

Otros pisan el freno y ponen en duda el mito que postula al litio como un manantial inagotable de riquezas con precios estratosféricos capaces de trastocar las finanzas globales de un instante a otro, como supo hacer el barril del crudo. Más allá de la polémica, las discrepancias se desvanecen en un punto preciso: el mundo está avanzando en estos momentos a pasos agigantados hacia un nuevo patrón energético, que dejará definitivamente atrás la era de los combustibles fósiles.

En este punto de inflexión, el litio asoma como el elemento medular del nuevo tiempo post-fósil, en virtud de su capacidad de almacenar energías limpias y renovables en celdas de baterías para todo tipo de usos. Desde la ya conocida batería de ion-litio de los teléfonos celulares y ordenadores portátiles, pasando por las celdas hogareñas de resguardo ante cortes de luz, hasta las baterías de los automóviles eléctricos, el litio abre la puerta a una gama muy variada de aplicaciones de vanguardia, y todavía tiene mucho terreno fértil para seguir trayendo al presente los adelantos del futuro.

Desde la década de los 90, casi sin dar aviso, el litio revolucionó los paradigmas de consumo tecnológico de la sociedad. Los dispositivos que habían sido símbolo de la era analógica de las décadas del 70 y 80, como los walkman, las cámaras a rollo cedieron ante el paso arrollador del mp3, smartphones, cámaras digitales y notebooks. La masificación del automóvil eléctrico es el próximo mojón en el horizonte, que terminará de sellar la primacía del litio en el nuevo siglo.

¿Podrá el litio jubilar al petróleo? Todo indica que sí, pero aún con viento de cola, la transición no sucederá de la noche a la mañana. Por largas décadas, ambos patrones energéticos convivirán bajo el mismo techo hasta que un buen día, tal vez, la sociedad esté preparada para el apagón hidrocarburífero.

Triángulo del Litio

Este metal blando del grupo de los alcalinos desparrama oportunidades muy atractivas en todos los países donde el recurso está cautivo en salares, con el riesgo de que la actividad extractiva le entregue en bandeja de plata el negocio a las multinacionales que en otras latitudes le agregan valor industrial. No obstante, es evidente que contar con la materia prima coloca a esos países en un punto de partida altamente ventajoso y privilegiado. Lo demuestra el precio de la tonelada, que pegó un salto entre el 2006 y la actualidad, pasando de los 2.000 dólares a los 6.000 dólares.

Las reservas en abundancia de los salares de la puna argentina, del norte chileno y de Bolivia representan en conjunto el 65 por ciento de las reservas mundiales y el 85 por ciento de los depósitos de salmueras, razón por la cual se ha dado en llamar a la zona como el “Triángulo del Litio”. Incluso, la revista Forbes llegó a bautizar la zona comprendida por los tres países como la “Arabia Saudita del Litio”, presagiándole a la región un futuro similar al que tuvieron las monarquías del Golfo Pérsico en el siglo pasado

.En Argentina, el primer científico en tener la visión sobre el potencial energético del litio fue Luciano Catalano. A partir de la década de 1920, muchísimo antes de la era de los smartphones, este explorador se abocó a recorrer las vastas extensiones de la puna norteña para hacer un relevamiento de las distintas sustancias minerales.

La faz minera recién daría sus primeros pasos a fines de la década de los 80 al iniciarse el llamado “Proyecto Fénix” en el Salar del Hombre Muerto, el más grande en superficie del país (588 km2), abarcando parte del territorio de Catamarca y Salta. Sus reservas totales de carbonato de litio se estiman entre 360 mil y 400 mil toneladas. Desde 1998, la firma norteamericana FMC Lithium extrae alrededor de 16.000 toneladas anuales de carbonato de litio y 6.000 toneladas de cloruro de litio.

La segunda salmuera en importancia de la Argentina se encuentra en el Salar del Rincón, en Salta, pero allí la productividad es menor y la empresa australiana que lo explota, Ady Resources, obtiene 1600 toneladas de litio. En 2014, la expresidenta Cristina Fernández inauguró la producción del proyecto “Sales de Jujuy”, que funciona en el Salar de Olaroz-Cauchari.

El proyecto tendrá una producción estimada de 18.000 toneladas de carbonato de litio y 36.000 toneladas de cloruro de potasio. Se trata de una experiencia que da un paso más allá en sus ambiciones, ya que la operación surge de un joint venture conformado por empresas multinacionales como Toyota (Japón) y Orocobre (Estados Unidos-Australia), y por un ente público, Jujuy Energía y Minería Sociedad del Estado (JEMSE).

El gobierno de Jujuy dio origen a esta empresa provincial en el 2011 mediante un decreto que declaró al litio como “recursos natural estratégico”. A partir de entonces, el Estado jujeño pasó a gozar de un porcentaje de la explotación de carbonato de litio del 8,5 por ciento.

Esta valiosa experiencia minera constituye prácticamente el único esbozo de participación nacional dentro de un mapa de explotaciones totalmente controlado por empresas multinacionales, que ven a la puna altoandina como una tierra de oportunidades.

La eliminación de retenciones a la minería anunciada recientemente por el gobierno fue música para los oídos para estos “buscadores de tesoros” transnacionales, que aceleraron los convenios para intensificar sus inversiones en el norte del país. Lo harán a costa de no pocos conflictos con las comunidades originarias que habitan esos territorios desde tiempos ancestrales y que alertan por posibles daños ambientales.


No todo lo que brilla es oro


La utopía de un crecimiento ad-infinitum de la producción de litio como una suerte de oasis expansivo que derramará en todo tipo de beneficios para las provincias, tanto en términos de ingreso de divisas, recaudación y generación de empleo -señalan algunos- no sería tan ajustada a la realidad. Bruno Fornillo propone bajarle el tono a este relato imaginario basado en la fiebre del litio, y analizar con lupa las distintas variables que, a su juicio, diferencian claramente al mineral blanco de lo que significó el petróleo hasta ahora.

En primer lugar, sostiene que en contraste con el petróleo, el litio no genera produce energía sino que la almacena. Además, a diferencia de aquel, el litio “no es un recurso escaso”. Está adosado a otros 150 minerales y el 27º mineral más abundante del planeta. Los yacimientos donde está presente no son exclusivos del “Triángulo del Litio” sino que también aparece en muchos otros países como Estados Unidos, Australia, Rusia y Portugal.

Si bien es indudable que la presencia de litio en salmueras, que es donde se minimizan los costos de extracción, está fuertemente concentrado en la región altoandina, también puede conseguirse de otras fuentes como espacios geotermales y superficies marítimas. “Australia, que es el segundo exportador mundial, está extrayendo litio de piedras de espodumeno. Y todo país con costa marítima tiene potencial acceso a las reserva de litio”, ejemplifica.

Desde el punto de vista económico, el académico apunta que el volumen de mercado de litio sigue siendo sustantivamente bajo en relación a otros minerales. Ni hablar si se lo compara con el petróleo. En la Argentina, la producción de litio representa apenas el 1,14% de la producción minera total en el año 2011, según datos de la Secretaría de Minería. Este dato refleja que a pesar de haberse multiplicado la exportación de de carbonato de litio entre los años 2001 y 2013, pasando de casi 85 mil U$D a 370 mil, todavía no modifica de manera radical la ecuación económica.

Tampoco la extracción de litio es un sector que tenga un impacto decisivo en el nivel de empleo. De acuerdo a datos difundidos en el libro “Geopolítica del Litio”, del cual Fornillo es coautor y compilador, la totalidad de proyectos vinculados a la extracción de litio en el país genera entre 1.000 y 1.500 puestos de trabajo directos, y entre 2.500 y 3.750 empleos indirectos.

Por otro lado, el impacto del insumo litio en la estructura de costos de una batería es mínimo, en torno a un 0,5 por ciento. De ahí se sigue que el precio no es determinante en el modelo de negocios, como sí lo es el aseguramiento de la provisión de la materia prima exportable. Hacia ese objetivo apuntan las grandes firmas multinacionales, y por eso el apetito por colonizar los enclaves productivos de los países en desarrollo.

Es decir que tener vastas superficies de salmuera con litio puede tranquilamente atraer enclaves extractivos con ganancias razonables para los capitales inversores, pero si se queda en eso es probable que estemos hablando poco más de un mar de un metro de profundidad. Por ende, el desafío estratégico, destaca el académico, será el de montar una industria de la batería a escala regional con tecnología de punta. Esa es, a su entender, la verdadera mina de oro que abriría paso a un “mercado infinito”. La idea está recién germinando y podrían pasar largos años hasta que tome cuerpo, pero la ilusión está intacta.

Punta de lanza

Actualmente, Argentina tiene una industria de ensamblaje, que en palabras de Fornillo es “como ponerle la cajita de cartón” al producto. Una de las empresas que ensambla en el país desde hace varios años es Probattery, que durante un tiempo fue proveedor del programa Conectar Igualdad. “Es la última parte del proceso. Es poco el agregado de valor. No es ningún proceso tecnológico incorporado”, explica.

Los primeros atisbos de un modelo de desarrollo basado en la producción de la batería vinieron de la mano del Estado. Algunos testimonios deslizan que la atención estatal en este asunto despertó durante una visita en 2010 de la expresidenta Cristina Fernández a una planta de General Motors, donde había expuesto un modelo de auto eléctrico.

A partir de ese momento, hubo algún sondeo para intentar radicar empresas extranjeras con know how en el país, pero las gestiones gubernamentales sucumbieron ante los fuertes intereses de los países asiáticos, que no querían perder su condición cuasimonopólica de mercado. “Es muy difícil esta alternativa porque los complejos industriales ya están instalados en China, Corea, Japón. Su principal interés en la región es asegurarse la materia prima. Es una tecnología manejada por un club muy pequeño y no hay particular interés en intercambios”, remarca Tecchi, poniendo el acento en la cuestión de la soberanía tecnológica.

En otras palabras, los gigantes del Oriente tienen la vaca atada y no la sueltan por nada del mundo. En este marco, se llegó a la conclusión de que el Estado debía hacer punta de lanza a la hora de motorizar procesos de transferencia tecnológica y agregación de valor a partir de la articulación con actores locales. Con esa certeza, en 2012 entró en escena Y-TEC, la empresa de tecnología de la renacionalizada YPF en sociedad con el Conicet. En un primer momento, Y-TEC se abocó a reclutar a los grupos de científicos desperdigados en distintas universidades del país que ya venían trabajando en el tema de la batería de litio, pero que lo hacían de alguna manera atomizados y sin los recursos suficientes para apuntalar sus investigaciones y desarrollos.

El presidente de Y-TECH, Santiago Sacerdote, asegura que Y-TEC ya cuenta con la tecnología para armar industrialmente el eslabón de la construcción de los materiales activos y después el eslabón de la producción de las celdas, de forma tal de “cerrar la cadena de valor entre la producción minera y la producción de baterías. “Nosotros tenemos la tecnología para transferir a los actores productivos, a quienes les proponemos que cn un espíritu emprendedor tomen estos negocios de Y-TEC, que los lleven al mercado y los desarrollen a la mayor escala posible”, sostiene.

En ese sentido, el objetivo de corto plazo que le quita el sueño a Y-TEC es la construcción de una planta de baterías de celda. El proyecto está pensado para ser instalado en la zona de Palpalá, en Jujuy, donde también está en marcha la construcción del “Instituto de Litio” (centro de investigaciones) a partir de un convenio entre YPF, el Ministerio de Ciencia de la Nación, el Gobierno de Jujuy, la Universidad Nacional de Jujuy y el CONICET.

La decisión de radicar este nuevo polo de litio en esa pequeña localidad tiene que ver con que Jujuy es la provincia que más “horas de vuelo” acumula y que, al calor de la experiencia de JEMSE, ha asumido el desafío de industrializar el recurso en origen. No obstante, Sacerdote aclara que la instalación de la planta demandaría entre 18 y 24 meses, período que recién comenzaría a correr desde el momento en que un grupo inversor tome la decisión de comenzar con la obra luego de “convencerse de que hay un negocio de venta de baterías en la región”.

Las conversaciones con potenciales inversores –destaca- están a la orden del día. Por lo pronto, ya recibieron luz verde para utilizar un terreno del parque industrial Carlos Snopek de Palpalá. “Uno puede imaginar que esta planta de celdas de acá a unos años va a ser la planta de abastecimiento de baterías más grande de la región, que abastecerá al Mercosur para la industria automotriz, y que abrirá paso a una industria de ensamblado con distintos usos y aplicaciones con mano de obra intensiva”, augura.

Desafíos

Del principal desafío, que tiene que ver con industrialización del litio para la fabricación local de baterías, se desprenden otros objetivos que servirían para apalancar el crecimiento del sector. Para empezar, algunos especialistas claman por la creación de una “Opep del Litio” entre Argentina, Bolivia y Chile, una suerte de cartel supranacional que apunte a controlar la oferta y el precio del commodity, y que evite distorsiones por superproducción. Además, podría avanzar en ciertos lineamientos comunes para la agregación de valor.

“El litio presente en las salmueras altoandinas seguirá siendo el más accesible en los próximos 15 a 20 años. Una articulación entre estos tres países sería muy propicia y pondría a prueba la capacidad de las respectivas diplomacias, pero debería haber voluntad política”, analiza Tecchi, quien a su vez advierte sobre las “presiones de países que no quieren esta alianza” y que se reflejarán en “supuestos beneficios comerciales a cambio de negociar con los países consumidores en forma aislada”.

Para Fornillo, no hay posibilidad de una asociación de este estilo en el corto plazo, ya que a su juicio son extremadamente disímiles los modelos de desarrollo de cada uno de los tres países. Mientras que Chile sólo concibe la exportación de la materia prima en estado purificado a partir de la acción de empresas transnacionales, Bolivia propone generar instancias de agregación de valor, aún cuando encuentran serias dificultades debido a sus carencias desde el punto de vista industrial, técnico, de mercado y de desarrollo científico.

En Argentina, las dificultades para delinear un auténtico modelo de desarrollo nacional se explican a partir de las limitaciones que el propio texto constitucional impone, ya que la reforma del 94 dejó librada la explotación de los recursos naturales al libre arbitrio de cada una de las provincias. Se trata de una verdadera camisa de fuerza, ya que apenas deja margen de maniobra para arrebatos individuales y aislados como el de la provincia de Jujuy, que fue la única que se propuso un compromiso serio al declarar al litio como recurso estratégico y al fundar la empresa estatal JEMSE.Es por este motivo que algunos sectores del sistema político mietieron las narices en el tema y, a partir de los vacíos legales que fueron encontrando, comenzaron a barajar alternativas orientadas a un ordenamiento más equitativo de la actividad vinculada al litio.

La UCR y el Frente Renovador presentaron proyectos de ley declarando al litio recurso estratégico pero fue el Partido Solidario el que dio un paso más allá al incluir en su borrador la creación de una empresa del Estado al mejor estilo YPF. El desafío queda establecido.

El auto del futuro

Todavía la humanidad no dio a luz a los coches voladores que deslumbraron al mundo en películas épicas de ciencia ficción como Volver al Futuro o Star Wars, y es probable que ninguno de los lectores llegue vivo para presenciar ese momento histórico. Pero ya hace varios años que la industria automotriz viene llevando al borde la imaginación, desafiando permanentemente las fronteras tecnológicas.

La muestra más tangible y al mismo tiempo fascinante es la creación del automóvil eléctrico, haciendo realidad una de las grandes aspiraciones de la comunidad ecologista. La posibilidad de contar con vehículos sin tubo de escape, es decir, de cero emisiones, no sólo estimuló la líbido de los militantes greenfriendly, sino que alejó las quimeras apocalípticas que proyectaban todo tipo de calamidades tras el agotamiento de las energías no renovables.

Hay luz al final del túnel, y en este el litio tiene muchísimo que ver, ya que es el componente fundamental de las baterías que utilizan los autos eléctricos de última generación. Los primeros coches eléctricos, en realidad, eran híbridos que combinaban motor a gasolina con baterías de niquel o pilas de combustile de hidrógeno. El primer modelo de fabricación comercial en serie fue el Toyota Prius, que revolucionó la industria cuando apareció en 1997 y se mantiene como un referente a nivel mundial.

A partir de entonces muchas marcas se lanzaron al ruedo, pero fue Tesla Motors, una automotriz fundada en 2003 con el solo objetivo de desarrollar modelos eléctricos, el que marcó un quiebre y un soplido de aire fresco con la introducción de la batería de ion-litio. En 2005 puso en el mercado el primer auto totalmente eléctrico, el Tesla Roadster. A partir de entonces, la compañía inició un derrotero de éxitos rotundos, que se coronó en 2013 cuando el Tesla Model S fue declarada “automóvil verde” del año.

El Chevrolet Volt y el Nissan Leaf son otros modelos que causaron sensación en el mundo entero y lograron posicionarse comercialmente con cientos de miles de vehículos vendidos. Renault, Citroen, Peugeot, Volvo, Hyundai, Kia, Mercedez Benz, Seat también se sumaron al mercado. “De acá al 2020 todas las empresas tiene programados en su catálogo modelos con Litio”, resalta Fornillo.
Si bien los autos eléctricos ya están llegando a niveles de autonomía similares a los de los autos a base de gasolina, con cargas que duran hasta 300 o 400 km, todavía siguen siendo poco competitivos en lo que refiere a los tiempos de recarga. Es por eso, que aún los autos eléctricos no lograron pegar el salto hacia la masificación. “Para cargar el combustible se tarda 10 minutos, mientras que la recarga de baterías todavía no llega a esos tiempos”, analiza Sacerdote.

A pesar de esto, el ímpetu innovador no detiene su marcha y promete minimizar los tiempos de recarga. Según señala el especialista Julián Zicari en un artículo del libro “Geopolítica del Litio”, la industria de autos eléctricos proyecta para el 2025 ocupar el 20 por ciento del mercado, con una venta estimada de 16 millones de coches cero emisiones. Si este vaticinio se hiciera realidad, la demanda total de litio ascendería a no menos de 180 mil toneladas.


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