MARISA ARIENZA *
La pandemia de COVID nos ha mostrado que el cambio climático y la superpoblación mundial no son inocuos para la supervivencia de la especie humana.
La lucha contra el cambio climático no puede darse el lujo de no ser inteligente y con enorme capacidad de prospectiva. Está claro y demostrado que debemos hacer una transición hacia la energía limpia. Green Cross, a nivel mundial y en Argentina en este caso en particular, tiene un fuerte compromiso con esta transición y para ello trabaja desde el año 2000.
Hoy vemos con asombro la propuesta en el debate del Congreso Nacional de una nueva ley de biocombustibles. Estos fueron un primer paso en la dirección correcta, de pensar en morigerar el impacto de los combustibles fósiles en la atmósfera.
Han pasado ya muchos años en los que se ha demostrado que hacer cultivos de soja, maíz, colza o caña de azúcar para producir biocombustibles no solamente era desacertado en función de la utilización de tierras aptas para producir alimentos, sino también en términos ambientales.
La FAO en 2008 advirtió en su informe “El Estado Mundial de Agricultura y la Alimentación” que, si bien los biocombustibles reducen emisiones de gases de efecto invernadero, ocasionan consecuencias negativas ambientales en relación a la producción de la materia prima y su procesamiento. Ejemplo de esto es el óxido nitroso de los fertilizantes, que tienen un potencial 300 veces mayor de producir calentamiento global en el proceso de producción de esa materia prima, que el de los combustibles fósiles. Esto no habla bien de los combustibles fósiles, que deben ser reemplazados, pero no debieran serlo por un elemento que empieza a estar altamente cuestionado en el mundo.
El Parlamento de Francia ha equiparado los biocombustibles provenientes de plantaciones de soja a los de aceite de palma en cuanto al daño ambiental que producen. La Cámara de diputados de ese país ha establecido un término de 4 meses para eliminar todos los incentivos a los biocombustibles provenientes de cultivos de soja. Por su parte, el Parlamento italiano decidió en Octubre de 2020 que para 2023 no deben existir estos combustibles de origen de soja en todo el territorio del Estado Italiano. La Unión Europea está discutiendo cómo salir, en un plazo breve, de los biocombustibles.
Todo esto se debe a tres factores : a) cultivar tierras para biocombustibles se ha demostrado que daña más el ambiente que el beneficio que produce; b) la necesidad de alimentos y el combate contra la pobreza hace irracional el cultivo con fines energéticos y no alimentarios, existiendo fuentes de energía limpias y cada vez más eficientes (eléctrica , eólica, solar etc); c) se ha transformado al cultivo en una producción ineficiente, dañina del medio ambiente, que conspira con la necesidad básica de alimentación y el impacto del proceso de producción en los gases de efecto invernadero es muy cuestionable.
El impacto de los cultivos de soja para biocombustibles merecen una consideración especial en este cuadro negativo. El impacto de los agroquímicos que se utilizan para este cultivo es muy alto en aguas superficiales (ríos, lagos, lagunas, arroyos). El fósforo que contienen alimenta la producción de algas en un proceso denominado de eutrofización que desvela a todos los países para su eliminación. Esto genera costos importantes para eliminar un problema que de por sí no debiera ser tal. En Argentina este proceso, muy grave en toda la Cuenca del Plata, tiene como origen los agroquímicos , fundamentalmente del boom sojero y las plantas de tratamiento de efluentes en mal estado o que directamente no existen en las distintas zonas urbanas de las costas.
Ampliamente justificable es la producción de etanol con los desechos de la producción de azúcar a partir de caña que se produce en el norte argentino. Se trata de una industria alimentaria histórica en el país que, si bien el impacto de los cultivos de caña de azúcar en el ambiente no son menores, la industria se ha modificado en sus tecnologías y aprovechar los desechos en la producción de etanol es totalmente racional y se inscribe en la economía circular.
Argentina no debiera estar discutiendo cómo beneficia producciones obsoletas con subsidios e institutos para apoyar el desarrollo de las mismas a contramano de la historia, ya que el mundo está saliendo de ellas, sino invertir fuertemente en las energías que ya están desplazando definitivamente a los biocombustibles derivados de los cultivos mencionados.
* Presidente GCArgentina en Green Cross