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ANÁLISIS
Escribe Alonso: Fósiles, rocas y meteoritos
MINING PRESS
19/11/2021

RICARDO N. ALONSO *

Cada tanto tiempo los medios se hacen eco de alguna noticia relacionada con el tráfico de objetos arqueológicos o paleontológicos sea robados de museos o secuestrados del mercado negro. Demás está decir que hay objetos de valor patrimonial que están protegidos por leyes específicas.

Es cierto que hay fósiles que son únicos y pueden tener un gran valor científico como es el caso de holotipos de especies nuevas para la ciencia. O fósiles raros y de excepcional conservación como las capas pizarrosas cámbricas con artrópodos de Burgess Shale en Canadá, los dinosaurios alados del cretácico de China o el ámbar con insectos finamente preservados. Pero también es cierto que hay fósiles que no tienen ningún valor patrimonial sea por su abundancia o por representar géneros y especies archiconocidas.

Se da el caso en las montañas del norte argentino de las rocas paleozoicas que conforman la mayoría de las sierras de la Cordillera Oriental y que contienen billones de ejemplares de trilobites, braquiópodos articulados, braquiópodos inarticulados (língulas), entre otros. Basta con ir a los ríos vecinos a la ciudad de Salta para encontrar cantos rodados de coquinas fosilíferas portadoras masivas de esos invertebrados paleozoicos.

Lo mismo ocurre con las rocas cretácicas donde se encuentran por millones los ejemplares de los gasterópodos conocidos como turritelas y a los cuales el sabio francés Alcides D’Orbigny descubrió originalmente en Bolivia y las llamó Melania potosiensis.

Igual podría decirse de los millones de estromatolitos que se encuentran en esas capas de calizas cretácicas y a las que el mismo D’Orbigny bautizó originalmente en Bolivia como “calcáreos ondulados” y que más tarde recibieron el nombre de Pucalithus, algo así como “piedra roja” mezclando el griego con el quechua.

Uno de estos estromatolitos fue presentado como un feto petrificado “único, excepcional, valioso”, tema que nos tocó desmentir periodísticamente en 1980 junto al Dr. Domingo Jakúlica. La historia es larga y sustanciosa, pero fue sintetizada en las páginas del libro que escribió Jakúlica, que publicó la Fundación Capacitar y que él tituló “Los geólogos no somos de piedra”. Este mes de noviembre de 2021 impactó en las redes y en muchos medios periodísticos el secuestro de una lata de conservas que tenía escondido un meteorito. Como en el caso de los fósiles hay meteoritos muy raros y muy valiosos por su importancia científica y otros que son comunes.

Es el caso de los meteoritos que provienen de una gran lluvia meteorítica que se produjo en el Chaco unos 4.000 años atrás. Más precisamente en la región llamada Campo del Cielo que limita entre las provincias de Chaco y Santiago del Estero. Cayeron allí desde los cielos miles de toneladas de meteoritos y algunos de ellos superan individualmente las 30 toneladas. Luego de un meteorito de Namibia (Hoba), los de Argentina son las más importantes masas de hierro meteórico del mundo. Se trata de sideritos, o sea meteoritos formados mayormente por hierro y níquel.

Lo interesante es que cayeron en la llanura chaqueña cuando ya había indígenas viviendo en la región. Indígenas chaqueños que debieron ser testigos de uno de los más espectaculares fenómenos cósmicos como es el de la caída de objetos extraterrestres. Lo suficientemente grandes y abundantes como para causar una conmoción tremenda pero no tanto como para generar una extinción masiva como pasó a fines del Cretácico con los dinosaurios.

Lo cierto es que Campo del Cielo representa una lluvia procedente de la fragmentación en la atmósfera terrestre de una masa de hierro meteorítico. El más famoso es el Mesón de Fierro que sigue desaparecido a pesar de haber decenas de datos sobre su ubicación en documentos históricos, entre ellos el mapa que hizo el salteño José Idelfonso Álvarez de Arenales. Los indígenas ya lo conocían y al parecer sacaron las costras oxidadas para hacer flechas. Los españoles hicieron numerosas expediciones al lugar entre ellas la de Rubín de Celis que fue financiada desde Salta por el padre del general Martín Miguel de Güemes que era el tesorero real. Los expedicionarios volvieron con algunos trozos meteoríticos que fundieron en una fragua y labraron algunos objetos metálicos comunes tal como herrajes de puertas. Se decía que había un viejo bastón salteño con mango meteorítico. Pero no hay que confiarse demasiado en estos asuntos, porque hoy los isótopos permiten descubrir si un hierro es o no es meteorítico.

Eso pasó con unas pistolas que se decía habían sido fabricadas con el hierro meteorítico del Chaco y regaladas a un presidente de los Estados Unidos por uno de nuestros gobernantes y al final resultó que eran de hierro común. Algunos meteoritos del Chaco fueron llevados a museos extranjeros, entre ellos al Museo Británico donde forman parte de los tesoros de esa institución.

El gestor del envío fue Woodbine Parish, cónsul británico en Buenos Aires, quién tenía fluida correspondencia con Joseph Redhead, el médico escocés amigo de Belgrano y Güemes, que vivió en Salta en tiempos de la independencia. Una de las cosas que se planteaban entonces era el origen de esa masa de hierro y hasta el propio Humboldt terció en la discusión.

La cuestión pasaba por resolver si era una mina de plata, algo que motivaba a los expedicionarios españoles; si se había criado naturalmente en la tierra; si había caído como producto de alguna erupción extraordinaria en la cordillera, entre otras hipótesis sobre su origen. En aquellos tiempos todas, menos la cósmica, tenían buena prensa.

Los meteoritos del Chaco cobraron trascendencia internacional cuando el geólogo norteamericano William Cassidy vino a estudiarlos en la década de 1960. En esa y otras oportunidades estuvo presente la geóloga argentina Dra. María Luisa Villar. Ella supo comentar que para entonces trozos de meteoritos los había por todos lados. Los colocaban para trabar puertas, como yunques, pisapapeles, martillos, entre otros objetos de uso cotidiano. Incluso comentó una curiosa anécdota y era que para darle peso extra a las bolsas de algodón que se enviaban desde la región les colocaban pequeños meteoritos en su interior.

El principal problema era de los agricultores quienes rompían las rejas de los arados al tropezar con los trozos de meteorito. Se daba entonces el curioso caso que los tractoristas maldecían a los meteoritos en todas las lenguas posibles. Hasta la sanción de las leyes de protección de los meteoritos estos se disponían libremente. Hoy su comercialización en el mercado negro está prohibida y son las instituciones científicas las que deben velar por su estudio y conservación. Actualmente se saben muchas cosas nuevas sobre el campo meteorítico del Chaco.

Entre ellas que según las nuevas clasificaciones de meteoritos es una octaedrita de hierro IA y que cayó a la Tierra hace unos 4.000 años gracias a la datación carbono-14 de la materia vegetal quemada que yace bajo los trozos de hierro celeste. También que el meteoroide inicial pesaba alrededor de 9.000 toneladas y se desintegró en la atmósfera, a unos 20 km de altura, luego de entrar a una velocidad de 60.000 km por hora. El frenado de la atmósfera, la fragmentación de los bloques, el cambio de ángulo de entrada y el target o blanco de impacto en los suelos limosos del Chaco dieron lugar a un extenso campo de cráteres y embudos en un área de 14 km de largo y 3,5 km de ancho.

Esto lo convierte en uno de los “strewn fields” más importantes del mundo para meteoritos metálicos. Hay varios cráteres, algunos de hasta una cuadra de diámetro, pero los más importantes son los embudos de donde se rescataron los meteoritos “Chaco” de 29 t y “Gancedo” de 31 toneladas. Lo curioso es que todavía quedan 20 embudos más donde yacerían otras masas meteoríticas enterradas de acuerdo con un estudio reciente de la científica rusa Natalia Artemieva.

Hoy la masa meteorítica individual más grande del mundo es el Hoba en Namibia con unas 60 t de peso, el doble de los meteoritos más grandes del Chaco. Pero aún resta resolver el misterio del Mesón de Fierro y de otras masas que podrían estar ocultas en los embudos y cráteres de impacto de Campo del Cielo.

* Doctor en Ciencias Geológicas


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews