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ANÁLISIS
Escribe Alonso: Las piedras que caen del cielo
EL TRIBUNO/MINING PRESS
13/02/2023

RICARDO N. ALONSO *

Herético y sujeto al ojo del inquisidor resultaba señalar que algunas piedras habían caído del cielo. Según las versiones oficiales y autorizadas esas piedras eran de la propia Tierra y habían sido elevadas por el viento o por "exhalaciones", transportadas por el aire y luego caído en otro lugar. Era imposible pensar que esas piedras hubieran venido del cielo. El cielo era un lugar etéreo, incorpóreo, habitado por ángeles y espíritus, y nada corrupto, como una sucia piedra, podía caer desde allí arriba. Y no estamos hablando solo del medioevo.

Hasta fines del siglo XVIII y comienzos del XIX todavía se mantenía firme el negacionismo de que el planeta recibía cada cierto tiempo pedazos de escombros siderales. Incluso Lavoisier, Jefferson, Parish, Redhead y otros sabios estuvieron confundidos con un asunto que desafiaba el sentido común. Lavoisier fue consultado por la caída de una gran piedra vista por unos campesinos en Francia en 1767 y él directamente informó que los testigos estaban mintiendo o equivocados.

La Academia Francesa de Ciencias no aceptó la existencia de meteoritos hasta el siglo siguiente. Leyendo un viejo libro de Agustín J. Barreiro sobre el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid, encuentro en la página 50 una información que abona lo comentado. Se informa que el 30 de julio de 1792, don Bernardo de Oviedo le escribía a Federico de Bruna informándole que algunos días antes había caído una piedra de 12 libras en la huerta del italiano Julián Burn, en la aldea de Villalón (Sevilla). Menciona que dicha piedra era "una mole informe de color negruzco sollamado… y que partida por algunas esquinas presentaba dentro un color ceniciento". Interesante el uso de esa palabra "sollamado" en el sentido de ardido, quemado o chamuscado. Ya con esa precisa descripción hoy se pensaría en un meteorito, y más aún en un meteorito pétreo.

Bruna le contesta con una extensa disertación citando a Aristóteles, Plinio y otros sabios para afianzar su parecer acerca del origen terrestre de la mencionada piedra. Bruna expone varias razones para demostrar que dicha piedra era de procedencia terrestre y que "había descendido de los aires después de haberse elevado en virtud de alguna explosión de índole semejante a las del grisú u otros gases parecidos". Dice que la piedra de que se trata "no era basalto ni pómez ni obsidiana o espejo de Virgilio", de la cual había cantidades en otras regiones cercanas.

El punto es que Federico de Bruna y Ahumada (1719-1807) era entonces Oidor decano de la Real Audiencia de Sevilla, honorario del Supremo Consejo y Cámara de Castilla, caballero de la Orden de Calatrava y gran bibliófilo. Un intelectual de fuste, miembro de las mayores academias de España. A fines del siglo XVIII no le convenía hablar del sollamado de la piedra y su procedencia extraterrestre, so pena de ser sollamado o ardido él mismo por la inquisición.


UN PRESIDENTE DOGMÁTICO
Thomas Jefferson fue el tercer presidente de los Estados Unidos. Autor de la Declaración de la Independencia. Filósofo e intelectual de amplio espectro. Incluso fue un estudioso de la paleontología y a él se debe la descripción del Megalonyx, el cual creyó que era un gran carnívoro y al final era la uña de un megaterio. Fundó la Universidad de Virginia. Abandonó la religión y fue un miembro activo de la masonería. A pesar de todos sus galardones intelectuales descreyó completamente sobre el origen extraterrestre de una roca caída el 14 de diciembre 1807 en Weston, Connecticut. A propósito dijo Jefferson: "Antes que creer que caen piedras del firmamento, me inclinaría más fácilmente a pensar que dos profesores yanquis mienten". Se estaba refiriendo a Benjamin Silliman y James Kingsley, de la Universidad de Yale, quienes fueron al lugar de la caída, hablaron con los testigos, recogieron muestras y las publicaron como procedentes de un meteorito. Dicho trabajo iba a ser el inicio de la ciencia de los meteoritos en los Estados Unidos.

Además fue la primera caída registrada de un meteorito en el nuevo mundo. Silliman y Kingsley publicaron tres artículos sobre el tema del meteorito de Weston, que hoy se sabe es una condrita. El primero en 1807 en el Connecticut Herald, el diario del lugar. Los diarios tenían entonces un enorme valor para dar a conocer los primeros resultados de una investigación científica. Más tarde publicaron dos artículos más, uno en 1809 en las actas de la Sociedad Filosófica Americana y otro en 1810 en las memorias de la Academia de Ciencias de Connecticut. Allí dejaron claro que la piedra venía del espacio exterior y no formaba parte de ningún cometa intraterrestre ni tampoco de algo expulsado por un volcán de la Luna.

El único que no se mostró convencido fue Thomas Jefferson quien trató a los científicos de "yanquis mentirosos". Y eso que ya para ese entonces, en 1794, Ernst F. F. Chladni había publicado un libro sobre el origen meteorítico de una masa de hierro en Siberia, el meteorito de Pallas, que dio lugar a las llamadas pallasitas. Estas están compuestas de metal (hierro y níquel) con unas incrustaciones de olivinos. La pallasita de Esquel (Argentina) está considerada el meteorito más bello del mundo por sus hermosos peridotos verdes envueltos en la masa acerada de hierro-níquel.

Chladni sostuvo que muchos meteoritos eran en realidad rocas quemadas por el rayo o escorias de fuegos del hombre prehistórico, pero otros tenían un origen cósmico. Todavía no se habían registrado caídas como la de Siena en 1794, la de Yorkshire en 1795, la de Monte Évora en Portugal o la de Benarés, en la India, en 1798.

El origen celeste de las rocas era descartado porque generalmente caían en campiñas donde había pastores iletrados a los que no se les daba crédito. Incluso el meteorito de Siena, estudiado por el erudito profesor Ambrogio Soldani fue descartado por haber "caído desde una nube de fuego". Una historia más rica aún es la caída del meteorito de Ensisheim (Alsacia) en 1492, el año del descubrimiento de América. Se comenta que el futuro emperador Maximiliano viajaba por esas tierras para declarar la guerra a Francia cuando ocurrió el evento. Reclamó la piedra como un presagio de la protección divina y ordenó que se conservara para siempre dentro de la iglesia de Ensisheim. Los aldeanos entraron a la iglesia con cortafierros y martillos y se llevaron algunos pedazos para convertirlos en amuletos de la buena suerte. Los revolucionarios franceses la removieron de allí en 1793, luego de 301 años. Más tarde Napoleón la devolvió a su lugar de origen.


CAMPO DEL CIELO
Argentina cuenta en Campo del Cielo, en el Chaco santiagueño, con hierros de una de las lluvias meteoríticas más importantes del mundo. Conocido por los indígenas desde antes de la llegada de los españoles despertó innumerables y ricas historias. No solamente por las misiones que iban al lugar pensando que eran las raíces de una mina de plata, sino también por tratar de entender que hacía esa masa de metal en medio de una llanura de pura tierra.

Una de las expediciones, la de Rubín de Celis, fue financiada por el padre de Güemes, que era el tesorero real. Todos iban en busca del famoso "Mesón de Fierro". Joseph Redhead, médico y científico británico radicado en Salta y amigo personal de Güemes y Belgrano, mantuvo correspondencia con sir Woodbine Parish en Buenos Aires acerca del meteorito y su origen.

Parish envió una gran pieza del meteorito del Chaco, el Otumpa, al Museo Británico de Historia Natural y hoy es uno de los tesoros que allí se conservan. Redhead le envió a Parish piezas del meteorito de Atacama y del Chaco. Redhead y Parish no estaban convencidos del origen espacial. Dice Redhead: "No sé por qué debemos negar a la naturaleza el poder de reducir en su laboratorio un metal tan fácilmente separado de sus combinaciones por los esfuerzos del hombre". Parish le escribe a Humboldt sobre el tema y le dice: "A partir del descubrimiento de este hierro y de otros similares en tanta abundancia en tantas partes del mundo pensé que podríamos comenzar a dudar si estas supuestas producciones meteóricas no eran en realidad minerales de nuestro propio planeta en lugar de tener un origen extraño". Humboldt le contesta con una carta fechada en Potsdam en 1839 donde se reserva pensar que esos hierros y otros tenían en verdad un origen espacial.

Le dice: "Observo que al enriquecer el museo de vuestro país con el aerolito más colosal que se posee en Europa, ponéis en peligro su origen planetario". Parish acepta el desafío de Humboldt de que había que estudiar el tema en mayor profundidad.

El transporte del meteorito a Inglaterra merece un capítulo aparte por los temores del capitán del barco sobre la atracción de rayos o la desviación magnética de la brújula de navegación.

* Doctor en Ciencias Geológicas


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*La información y las opiniones aquí publicados no reflejan necesariamente la línea editorial de Mining Press y EnerNews