Estados Unidos cree que la nueva infraestructura hará que la Unión Europea dependa más del Kremlin
MARÍA R. SAHUQUILLO
El gasoducto más controvertido para la geopolítica mundial pasa por las gélidas aguas del Báltico. En ese mar interior de agua salobre, cerca de la isla danesa de Bornholm, trabaja el barco ruso de tendido de tuberías Fortuna para acabar de construir la línea troncal de Nord Stream 2. Quedan solo 138 kilómetros por completar; el 6% del total. Pero la polémica no cesa.
El macroproyecto, que llevará gas ruso a Alemania, continúa dividiendo a la Unión Europea, donde los países del Este temen que se convierta en otro tentáculo de la influencia de Moscú. Mientras, sobrevuela la idea de nuevas sanciones de Estados Unidos, que también tiene sus propios intereses estratégicos y comerciales, contra las empresas que participan en el gasoducto.
Ese nuevo flujo de gas ruso bajo el Báltico nutre tres grandes batallas. En primer lugar, la geopolítica, sobre el rumbo a seguir en las relaciones de Occidente con una Rusia cada vez más asertiva, y acerca de la cooperación con el Kremlin en asuntos estratégicos. También la energética, con el debate sobre el futuro del uso del gas frente a otras fuentes menos contaminantes. Y una tercera comercial, con la pugna entre Washington y Moscú —que pasan por el peor momento en sus relaciones— por tratar de colocar su gas en el mercado europeo.
El proyecto ha sido muy controvertido desde su creación, en 2015, cuando el gigante del gas controlado por el Estado ruso Gazprom, y cinco energéticas europeas firmaron un consorcio para construir un nuevo gasoducto para sustituir al Nord Stream 1 —con menor capacidad— en el lecho del Báltico. El Nord Stream 2, con un coste de 9.500 millones de euros (la mitad financiada por Gazprom y la otra mitad por los inversores europeos), se fraguó cuando el socialdemócrata Gerhard Schröder dejó la Cancillería alemana y se convirtió en asesor de Gazprom.
El nuevo gasoducto permitirá ahora al gigante ruso entregar 55.000 millones de metros cúbicos de gas a Europa cada año a través de 2.460 kilómetros de tuberías que cubren los más de 1.200 kilómetros desde la rusa Ust-Luga hasta Lubmin —una pequeña localidad muy próxima a la ciudad de Greifswald—, en Alemania.
Debería haberse terminado a finales de 2019. Pero el debate político, primero, y las sanciones que Estados Unidos impuso en diciembre de ese año a las empresas participantes en los trabajos provocaron un enorme retraso. También pérdidas multimillonarias para Gazprom y la indignación del Kremlin, que defiende tajante la viabilidad del gasoducto.
El envenenamiento el pasado agosto que casi le cuesta la vida al líder opositor Alexéi Navalni y tras el que Occidente ve la mano del Kremlin ha calentado una vez más el tema. Y las voces que exigen la paralización total del Nord Stream 2 han vuelto a hacerse oír, con la reciente y polémica condena por un caso antiguo a más de tres años de cárcel al opositor, que ya cumple su sentencia en una severa colonia penal rusa.
La presión para que Alemania retire su apoyo al proyecto se ha incrementado en las últimas semanas. El Parlamento Europeo ha pedido su paralización. Pero la canciller Angela Merkel se mantiene firme. Asegura que el Nord Stream 2 es un negocio privado e insiste en separarlo del derecho que asiste a la Unión Europea de seguir imponiendo sanciones a individuos rusos en respuesta al caso Navalni y a la dura represión de las manifestaciones pacíficas en Rusia.
Tampoco sería sencillo para Alemania abandonar el gasoducto, ni barato, recuerda Jürgen Trittin, parlamentario de los Verdes en el Bundestag y miembro de la comisión de Asuntos Exteriores. “Habría que pagar mucho dinero en compensaciones a las empresas; se ha calculado en unos 10.000 millones de euros”, asegura.
A los Verdes, que se perfilan como el partido decisivo en Alemania tras las elecciones de septiembre, no les gusta el proyecto: “Es malo para los objetivos climáticos de la UE. Si te tomas en serio el green deal, llegar a emisiones cero en 2050, no puedes construir una nueva infraestructura de combustible fósil”, dice Trittin. Pero legalmente, reconoce, no se podría paralizar sin compensar con miles de millones a Gazprom y el resto del centenar de inversores, entre los que están la francesa Engie, la austriaca OMV, la holandesa Shell y las alemanas Winteshall DEA y Uniper.
Además el diputado califica de “tontería” el argumento de la dependencia energética de Rusia: “Europa puede conseguir gas en cualquier parte. Rusia es mucho más dependiente de nosotros porque si dejara de mandarnos gas su economía sufriría mucho. El principal problema del gasoducto es que como europeos prolongamos nuestra dependencia de los combustibles fósiles”, reitera.
Rusia también define el proyecto como “puramente económico”, como resaltó el pasado diciembre el presidente ruso, Vladímir Putin, que dirige personalmente la política energética, uno de sus grandes instrumentos geoestratégicos. La economía rusa está fuertemente basada en los hidrocarburos, que suponen el 62% de las exportaciones. Sin embargo, para el Kremlin la geopolítica tiene una importancia aún mayor.
Y así lo ha demostrado con frecuencia al apostar por proyectos de dudosa viabilidad a corto plazo, como el gasoducto Poder de Siberia, entre Rusia y China, que “difícilmente será rentable”, apunta el experto en energía Mijaíl Krutijin, pero que es una forma de consolidar el viraje de Moscú hacia Pekín. O el TurkStream, que fluye a través de Turquía y que se enfrentará a una dura competencia, pero que es otra herramienta de las “ambiciones políticas del Kremlin” para expandir su influencia y a la vez evitar que su gas atraviese Ucrania, apunta Krutijin.
Paralizar el proyecto, insiste el presidente del Comité de Energía de la Duma (cámara baja del Parlamento ruso), Pavel Zavalny, sería injustificado desde el punto de vista económico. El parlamentario defiende además que el Nord Stream 2 es una buena solución para apuntalar la seguridad energética de Europa y también parte de una fructífera “asociación estratégica” entre Moscú y Berlín, sobre todo en materia de energía.
“Por eso los proyectos energéticos han sido un objetivo para terceros países interesados en debilitar la economía y las posiciones internacionales tanto de Alemania como de Rusia”, afirma. “El principal beneficiario es Estados Unidos, así como los países europeos orientados hacia Washington o que están perdiendo el tránsito del gas ruso”, remarca el diputado de Rusia Unida (el partido del Gobierno).
El nuevo Gobierno estadounidense, con el presidente Joe Biden a la cabeza, podría ser más razonable que el de su predecesor, Donald Trump, a la hora de negociar una salida al conflicto que contente a todas las partes. Según ha publicado el semanario alemán Der Spiegel, representantes de EE.UU., de Alemania y de la UE estarían en conversaciones sobre distintas propuestas. Una de ellas sería disponer un cierre automático del suministro de gas en caso de que Rusia violara los derechos humanos o el derecho internacional.
La posición oficial de Bruselas sobre el Nord Stream 2 es que no lo apoya, pero tampoco puede hacer nada por paralizarlo. Si el proyecto cumple con la legislación europea, y por ahora es así, no puede intervenir. Es una cuestión nacional, en este caso, alemana. “No es un proyecto de interés común para Europa, no recibe presupuesto europeo y no lo va a recibir”, dijo el mes pasado la directora general de Energía de los 27, Ditte Juul Jorgensen.
Bruselas ha sido muy contundente en lo que respecta a las sanciones estadounidenses. Que un tercer país imponga multas a empresas europeas que hacen negocios de manera legítima va contra las leyes internacionales y supone una violación de la soberanía energética europea, coincide también Alemania.
Para la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, es “inaceptable”. También Josep Borrell, el máximo representante de la diplomacia europea, ha rechazado las “sanciones unilaterales” de Estados Unidos contra las empresas de Nord Stream 2. El presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, dijo en febrero pasado que tras el progresivo deterioro de las relaciones entre Europa y Rusia en los últimos años, las energéticas son prácticamente “el único puente” que queda en pie, y que no es inteligente destruirlo.
El Nord Stream 2 “es un golpe a Europa” al servicio de la “agresiva política” de Moscú, ha dicho el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki: “Fortalece el poder de Rusia, ayuda al presidente Putin a construir un poder militar y a intimidar a otras naciones”.
Polonia, Eslovaquia (que además perderían ingresos por los derechos de tránsito) y los países bálticos han encabezado la oposición dentro de la UE contra el Nord Stream 2 y alertan de que el gasoducto es un intento de Putin de socavar la unidad europea.
Frente a quienes afirman que es solo un proyecto económico, alertan de que el gasoducto choca con la postura de aislar a Rusia por la injerencia en otros países, anexionarse la península ucrania de Crimea y participar en el conflicto del Donbás, donde apoya militar y políticamente a los rebeldes prorrusos, por su participación en Siria y por el envenenamiento no solo del opositor Navalni sino también del exespía ruso Serguéi Skripal en suelo británico en 2018.
Los contrarios al Nord Stream 2 creen también que el gasoducto refuerza la posición de Rusia como principal proveedor de gas de la Unión. El gas ruso ya supone el 40% del total que se consume en Europa. Y que hará más vulnerables a Ucrania —por donde ahora pasan varias tuberías y que además afrontaría pérdidas millonarias en lo que ahora ingresa por tarifas de tránsito—, país geoestratégico para la UE y para la OTAN, y a Bielorrusia, aliado y muy dependiente de Moscú.
En los últimos años Moscú ha diversificado las vías de exportación del gas ruso, especialmente tras las llamadas guerras del gas, que hace más de una década afectaron al suministro europeo de este hidrocarburo por las crisis entre Rusia y Ucrania, por donde entonces fluía la mayor parte del gas ruso. Ahora Moscú evita en parte el territorio ucranio por el norte, con el Nord Stream 1, y por el sur, con el TurkStream, que discurre por el lecho del mar Negro y conduce el gas por dos ramales, uno a Turquía, y otro a los países del sur y sureste de Europa, como Bulgaria.
Washington centra su oposición —bipartidista— al proyecto en la defensa de la posición de Ucrania y con el argumento de que el gasoducto aumentará la dependencia europea del gas ruso y expandirá la influencia del Kremlin. Pero no son pocos los analistas que señalan que Estados Unidos defiende también sus propios intereses en la venta de su gas procedente de la fracturación hidráulica (fracking) a Europa. “Gas de la libertad” lo llegó a llamar Trump. Este año, Washington ha expandido, además, su política de sanciones a las aseguradoras, certificadoras y cualquier empresa que realice “actividades de tendido de tuberías”.
El objetivo de Estados Unidos para “torpedear” el Nord Stream 2, considera Alexander Simonov, profesor de Economía en la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Rusia, es “puramente económico”. “La única forma eficaz que tiene la industria estadounidense de adueñarse de una parte significativa del mercado europeo es restringir físicamente las capacidades de exportación de las empresas rusas”, opina. Los expertos alemanes también ven un interés comercial evidente de Washington, además del geopolítico, en su oposición al proyecto.
En pocos años Estados Unidos se ha convertido en el primer productor mundial de gas natural gracias a la técnica del fracking y necesita exportar porque le sobra para el consumo interno. Sin el Nord Stream 2, asegura Carsten Brzeski, economista jefe de ING en Alemania, EE.UU. podría colocar su gas natural licuado —que llega en barcos y se regasifica— en el mercado europeo con mayor facilidad. “Ya lo vimos bajo la presidencia de Trump, cuando Estados Unidos presionó en el marco de la guerra comercial para que Europa le comprara más gas”.
En Alemania también abundan las críticas al proyecto desde una perspectiva puramente económica y de sentido energético. Claudia Kemfert, la economista que dirige el departamento de Energía del Instituto Alemán de Investigación Económica (DIW), señala que “el suministro de gas natural en Alemania y en Europa está asegurado sin el segundo gasoducto. Nord Stream 2 es innecesario, caro y contradice los objetivos de transición energética” . El proyecto, añade, nunca debería haberse puesto en marcha. Kemfert ha publicado varios estudios sobre el Nord Stream 2. “La demanda de gas natural caerá porque hay que cumplir los acuerdos del clima de París; la infraestructura existente es suficiente para garantizar el suministro”, insiste.
Alemania es un importador neto de energía. El gas que consume llega de Rusia, Noruega y Países Bajos. Brzeski reconoce que sin el gasoducto hay suficiente energía, pero añade que el proyecto también pretende diversificar las exportaciones energéticas alemanas. Su funcionamiento, o su paralización, influirían en el desarrollo de las energías renovables: “Por un lado, puede mantener los precios bajos y apoyar así la transición energética. Por otro, si se paraliza, los precios pueden subir, lo que haría más urgente el desarrollo de las renovables”.
Con Biden deseoso de restablecer las buenas relaciones con la UE, el tema del Nord Stream 2 no ha sido un melón que haya querido abrir de inmediato. Sin embargo, Washington no pierde el foco y deja claro que no ha abandonado la idea de imponer nuevas sanciones sobre todo el entramado que rodea al gasoducto “El presidente Biden ha sido muy claro al decir que el gasoducto es una mala idea, mala para Europa, mala para Estados Unidos”, ha comentado este mes el secretario de Estado de EE.UU., Antony Blinken.
Entre los expertos de la órbita del Kremlin se ve las sanciones sobre el gasoducto de una forma más bien pragmática. “Hay consecuencias para Rusia”, sostiene Yulia Gryzenkova, de la Universidad Financiera dependiente del Gobierno, “pero no solo negativas, también positivas, como la reactivación de la producción rusa o la aparición de tecnologías”. El presidente del Comité de Energía de la Duma también ve esas medidas como un “arma de doble filo”. “Lo que no mata nos hace más fuertes”, dice el parlamentario Pavel Zavalny.