La disponibilidad de agua, sus características geológicas y topográficas, la ubicación geográfica de una gran parte de su territorio, entre otras características, hacen de Latinoamérica una de las regiones con mayor potencial en cuanto a energías alternativas.
Todos esos factores suman para que la energía hidroeléctrica, la solar, la eólica, el hidrógeno verde y otras variantes y combinaciones resulten mucho más aprovechables que en la mayoría de las otras zonas del planeta. Los grandes potenciales resultan ubicables ya sea en el desierto de Atacama, el altiplano andino, las costas colombianas y toda la franja ecuatoriana, entre otros.
Por ello, en América Latina y el Caribe se reflexiona y proyecta, con cada vez mayor intensidad y desde hace casi tres décadas, la conjunción de factores tecnológicos, económicos, sociales y políticos para convertir al subcontinente en una región con las condiciones correctas para que sea un referente mundial de la transición energética a la que ha sido llamada la humanidad ante los graves problemas climáticos que atraviesa.
Así lo establece, por ejemplo, la iniciativa RELAC (Energías Renovables en Latinoamérica y el Caribe, por sus siglas en inglés). En RELAC participan 15 países, entre ellos Bolivia, y establecieron que para 2030 el 70% del consumo de energía eléctrica en la región vendrá de energías renovables.
Una meta que, según varios expertos y evaluaciones, resulta alcanzable. Por ejemplo, una evaluación del Banco Mundial de 2020 estableció que alrededor del 20% de la población del planeta vive en 70 países con excelentes condiciones para la energía fotovoltaica. Allí los promedios diarios superan los 4,5 kilovatio hora/kilovatio pico (kWh/kWp constituyen las medidas de rendimiento y producción cuya razón se convierte en variable indicadora). Esos 4,5 kWh/kWp resultan suficientes para hervir unos 25 litros de agua.
Los países latinoamericanos que entran en esta categoría son Chile, Bolivia, Perú, México y Argentina. Sin embargo, el resto de Latinoamérica no se ubica muy lejos, pues se encuentra en la franja de 3,5-4,5 kWh/kWp. En Centroamérica, El Salvador y Guatemala se situaron a la cabeza, mientras que en el Caribe el primer puesto es para Haití, por delante de la República Dominicana y Puerto Rico.
VIENTO A FAVOR
En cuanto al potencial de energía eólica, Chile y Colombia llevan la delantera en el conjunto de los firmantes del RELAC.
Sin embargo, vale destacar la acelerada carrera que ha emprendido Brasil que, sin tener las formidables condiciones que detentan Chile y Colombia, se constituye en uno de los países con mayor capacidad instalada en el mundo.
En 2021, el coloso sudamericano fue el tercer país del planeta en mayor crecimiento de desarrollo de energía eólica, aunque aún no está en el grupo de quienes tienen mayor cantidad de capacidad instalada.
En el caso colombiano vale destacar la reciente incorporación de este país a la Alianza Mundial de Energía Eólica Marina, un acuerdo que marca a un grupo destacado de países tanto por el efecto multiplicador de sus avances como por el desarrollo tecnológico. Colombia es, por ahora, el único país de la región que hace parte de esta alianza.
La riqueza latinoamericana de recursos energéticos renovables ha motivado un ritmo de inversión acelerado en los últimos años en la región. En 2019, Brasil, México y Chile formaron parte de los 20 países del mundo con mayor inversión en capacidad de energías renovables.
Mientras que la capacidad instalada de energía renovable en América Latina y el Caribe sumaba a finales de 2021, 291.770 megavatios (MW), lo que representó una subida del 6% con respecto a 2020. La mayor capacidad instalada en 2021 se produjo en América del Sur con 244.975 MW. Esto significa el 84% de la capacidad instalada total en la región.
PANACEA EN CURSO
En la última década, los países con mayor crecimiento en la generación de energías renovables constituyen Chile con el 111%, Uruguay con 101%, México con 99% y Brasil con 66%. Adicionalmente, la capacidad instalada actual y la futura de energías renovables hacen de América Latina una zona con alto potencial para la generación de hidrógeno verde.
El hidrógeno verde es el hidrógeno que se obtiene a través de un proceso en que no se emiten gases de efecto invernadero. En primer lugar, se obtiene electricidad mediante energías renovables no tradicionales, como la eólica y la solar. Luego se utiliza agua para que, con base en un proceso de electrólisis, se obtenga el hidrógeno y finalmente se lo licúe. La gran ventaja de este resultado es que se puede usar ese hidrógeno en lugar de los actuales combustibles fósiles. Es un combustible limpio, transportable, competitivo y de producción infinita.
Este puede ser utilizado como energético en el sector industrial, uno de los más difíciles de electrificar, así como en el transporte y en la energización y calefacción de edificios. Varios países, como Chile, Uruguay, Paraguay, y Colombia, ya han publicado sus hojas de ruta en hidrógeno verde. Hace un año y medio Chile ya empezó a producir sus primeras moléculas de hidrógeno verde. El proceso aún sufre la traba de costos muy altos, pero no deja de avanzar en el mundo y es visto como una de las grandes esperanzas.
MÚLTIPLES VENTAJAS
Según las evaluaciones de RELAC y otras organizaciones e instituciones, estas inversiones pueden ayudar a la región a impulsar la descarbonización progresiva y responsable de su economía y avanzar en ambas transiciones al tiempo: la energética y la económica.
En este contexto, la transición energética justa es una oportunidad para alinear los flujos financieros con el célebre Acuerdo de París, es decir, el tratado climático más importante a nivel planetario, incluyendo el tratamiento de los subsidios, las reformas fiscales, la promoción del ahorro y las inversiones en energías limpias. El efecto multiplicador también incluye al campo laboral.
Según informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), si el mundo logra limitar el aumento de la temperatura global a 2 grados centígrados para finales de siglo, permitirá que se generen alrededor de 15 millones más de empleos netos en América Latina y el Caribe para 2030, gracias a los cambios productivos de alimentos y de energía.
El reto sigue siendo alto y disparejo. Los ritmos a los que avanzan los países resultan diferentes. Los que no dependen económicamente de la extracción de combustibles fósiles se hallan mucho más inmersos en el proceso, son los casos de El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Paraguay y Uruguay.
LAS DIFICULTADES
Sin embargo, los avances no sólo enfrentan importantes retos económicos y tecnológicos. Hay otros desafíos que deberán asumirse en el ansiado proceso de transición.
Según el Atlas de Justicia Ambiental, de 3.300 casos de conflictos socioambientales a nivel global, más de la mitad se hallan relacionados al desarrollo de infraestructura del sector energético, así como con la extracción de minerales e hidrocarburos.
Además, una serie de proyectos que diversos gobiernos buscan integrar a sus políticas alternativas, han tenido serias observaciones no sólo sociales, sino también medioambientales. Especialmente los ligados a las grandes represas hidroeléctricas y la producción de biocombustibles. De ahí, que el potencial de las energías alternativas latinoamericanas vuelve al paquete de su plena eficiencia y proyección a largo plazo.
ESPERANZAS
Varios países de la región, como Guatemala, Belice, Honduras, Costa Rica, Colombia, Surinam y Chile, ya han incluido conceptos de transición energética justa en sus compromisos climáticos internacionales, lo que abre el potencial para robustecer los marcos de política a nivel sectorial.
Para acelerar la inversión en la transición tecnológica, se trabajan políticas y marcos regulatorios sólidos, en particular, regulaciones relativas a sistemas de almacenamiento de energía y confiabilidad de la red, políticas y estándares de eficiencia energética, demanda focalizada de hidrógeno verde en los planes de expansión energética, cambio de comportamiento dirigido a impactos a largo plazo, entre otros.
Con todo, según el Índice de Transición Energética (ETI), América Latina y el Caribe se desempeñan mejor que el promedio mundial en rendimiento del sistema energético, sostenibilidad ambiental y capital e inversión, entre otros aspectos y, en consecuencia, es considerablemente mejor en la infraestructura energética. Sin embargo, se espera que estas inversiones sean distribuidas en la región para disminuir la disparidad en el desarrollo de energías renovables entre varios países.
Hasta 2019, el panorama se presentaba marcadamente alentador. Los sucesivos golpes marcados por la pandemia Covid y la guerra entre Rusia y Ucrania debilitaron ese proceso. Sin embargo, se prevé un reacomodo posshocks y que hacia el final de la década el aprovechamiento de las energías alternativas latinoamericanas cobre un saludable auge.